viernes, 29 de abril de 2016

ODIO LAS DESPEDIDAS


Tengo fama de ser un tanto brusco despidiéndome cuando abandono una reunión familiar, de amigos o de trabajo. Se me reprocha que cuando el encuentro ha terminado, me limito a cumplir rápidamente con los rituales de rigor (apretones de manos, besos o decir adiós) y a largarme. Es una crítica que no me extraña nada teniendo en cuenta que en este país la gente es muy dada a las despedidas interminables. No me sorprende llamar la atención con mi “impaciencia” cuando nuestra cultura mediterránea parece exigir toda clase de cansinos rodeos, circunloquios y cortesías para disolver un grupo.

Como todos conocemos de qué va el tema, me ahorro descripciones exhaustivas. Todos hemos estado tomando unas copas con unos amigos un par de horas y después casi otras dos despidiéndonos de pie y ateridos de frío junto al coche. Hemos asistido a reuniones profesionales de treinta minutos y luego nos hemos pasado cuarenta y cinco más hablando en la puerta del ascensor, antes de marcharnos. Hemos ido a cenas familiares en las que, al final, después de decirnos abur, nos hemos tirado hasta las tantas charlando en el recibidor o en el descansillo, con el abrigo a medio poner y mirando todo el rato el reloj, “bueno, nos vamos, que ya es tardísimo”. Y luego está lo de algunas parejitas de novios que dedican más tiempo a despedirse en el portal de la chica que el que han pasado en el cine y tomando cañas (aunque en este último ejemplo qué duda cabe que concurren circunstancias especiales que lo hacen malísimo).

Pero el caso es que la gente es un coñazo despidiéndose y a mí no me da la gana. Yo estoy el rato que haga falta reunido, charlando o comiendo con quien sea, tranquilamente y sin prisas de ningún tipo. Calculo el tiempo de que dispongo y en él hago o digo todo lo que tenga que hacer o decir, pero una vez se da por finalizada la reunión, cuando el palique, el cafelito o la cena concluyen y no queda nada por añadir, cuando nos ponemos en pie para irnos, yo cojo, digo hasta luego y me marcho sin más. Me ponen nerviosísimo esas eternas despedidas a la española, con todo el mundo levantado, la chaqueta ya en la mano, los críos subidos al coche desde hace media hora, los besos dados y las manos estrechadas hasta dos o tres veces, pero sin que nadie se determine a coger el montante, venga a hablar de tonterías o a repetir doscientas veces lo mismo con tal de no separarse demasiado destempladamente. ¡Me parece absurdo!

Por supuesto, el tiempo gastado en estas despedidas irracionales es directamente proporcional al número de personas presentes y al porcentaje de mujeres.

Estas situaciones son una prueba más del uso ineficiente que, sin darnos cuenta, hacemos de nuestro tiempo los españoles, tanto en nuestra jornada laboral como en el ocio de fin de semana. Nos pegamos atracones de trabajo, nos retrasamos continuamente en las citas y no dormimos las horas suficientes por nuestra incapacidad atávica de adaptar nuestra vida a las manecillas del reloj, de llegar cuando hay que llegar y de marcharnos cuando toca.

miércoles, 27 de abril de 2016

DESAYUNOS MUY SERIOS


Desde hace años bajo tres veces a la semana con un pequeño grupo de compañeros a cumplir el ritual sagrado del desayuno funcionarial. Como supongo que estaréis imaginando, cumplimos al dedillo los tópicos y estereotipos al uso: todos con gafas, los hombres con jersey de rombos, ellas muy feas y con fular al cuello, conversaciones mayormente sobre moscosos, niveles y trienios, quejas sobre los recortes en la Administración, etc. Lo que pasa es que al principio nos reíamos mucho y lo pasábamos muy bien, pero ahora son unos desayunos más bien formales en los que, aunque la charla es agradable, el tono general resulta un poco grave y circunspecto, sin las bromas de antaño.

La culpa la tiene Higinio, el jefe de la Sección de Información.

Antes hacíamos muchos chistes, sobre todo Gonzalo y yo. Gonzalo era especialista en las pullas picantonas, a veces bastante subidas de tono, que hacían soltar chilliditos a las compañeras, y lo mío eran los motes despiadados, el sarcasmo corrosivo y los comentarios políticamente incorrectos sobre gitanos o igualdad de género, que siempre escandalizaban a Natalia, la más pepera del grupo. Pero ya no. Ahora ya nadie dice gilipolleces porque le tenemos un miedo atroz a Higinio.

Cuando recuerdo los desayunos del principio, se me quitan automáticamente las ganas de hacer chirigotas. Igual que ahora, llegábamos al bar un poco más tarde de las 11 y ocupábamos una mesa al fondo, abriéndonos paso a codazos para pedir y trasladar los cafés y las viandas. Higinio siempre desayunaba té con limón y un gigantesco pincho de tortilla que engullía a grandes bocados. Ocupaba media mesa con su corpachón y hablaba muy poco. Por lo general se limitaba a escucharnos al resto con los ojos muy abiertos tras sus gruesas gafas de pasta, mientras rumiaba pan y tortilla, o a responder alguna pregunta concreta que alguna vez le hacíamos sobre su departamento.

–  Higinio, ¿qué quería esa rubia que ha entrado en tu sección a primera hora? –preguntaba, malicioso, Gonzalo.

El aludido respondía siempre con la boca llena, medio tapándosela con la mano, y le salía una voz gangosa y a duras penas inteligible.

– ¿Ummm? Ha fenido a for ed ceztificado que fidió e lunes.

– Bueno, bueno, pues si vuelve esa monada por el edificio, le dices, por favor, que se pase un momento por mi despacho, que quiero atenderla yo personalmente en todo, subrayo, en todo lo que necesite. ¡Todo sea por dejar satisfecha a una ciudadana!

Entonces se producía la tragedia, porque Higinio, que habla tan poco, es sin embargo hipersensible a cualquier muestra de humor, por pésima que sea, y además tiene una risa explosiva, escandalosa y, lo peor de todo, imprevisible. A la gracieta de Gonzalo, el jefe de la Sección de Información reaccionaba con una risotada gutural, estridente y detonante en el peor de los sentidos, ya que con ella esparcía a dos metros a la redonda múltiples restos masticados de tortilla de patatas y pan. Los tropezones volaban libres desde sus inflados mofletes y aterrizaban sobre la camisa de un compañero, pringaban el fular rosa de Natalia o caían en mi taza de café. Se producía un silencio espeso, incomodísimo, mientras la gente se limpiaba con discreción o apartaba su almuerzo para protegerlo de posibles nuevos disparos, ya que la carcajada de Higinio solía durar lo suyo.

Pero no aprendíamos. A la semana siguiente, igual. Yo daba un traguito a mi zumo de naranja y soltaba una cuchufleta sobre las orejas desplegadas del Director General de Accesibilidad, o contaba un chiste de negros o hacía alguna observación sarcástica sobre el administrativo de mi servicio, que es de Podemos el muy gañán, y entonces Higinio, con su tortilla de chorizo a medio deglutir, se descuajeringaba de la risa y nos hacía la metralleta sin previo aviso, que no nos daba tiempo ni a tapar las tazas. Pedazos de comida de muy diversos tamaños se estampaban en la corbata de uno, en la tostada con aceite y tomate de otra o en los pantalones del de más allá. A veces el tío, al terminar de deshuevarse, decía “perdón, perdón”, pero nadie le respondía nunca.

Así que con el tiempo nos hemos ido adiestrando en el autocontrol, y, aunque al principio nos costaba evitar las coñas, las duras experiencias vividas con el bueno de Higinio nos han convencido de que es preferible mantener la seriedad y aburrirnos un poco que morir de asco o incluso quedarnos sin desayunar, ya que a veces nuestro almuerzo quedaba incomestible después del bombardeo. 

domingo, 24 de abril de 2016

"ME TIRÉ A LA TAQUILLERA"




El público la conocía por sus libros infantiles y por sus constantes apariciones en la televisión socialista, vestida de hombre, con sus trazas de bollera impenitente y recitando con voz aguerrida y aguardentosa unos ripios para niños que parecían compuestos por una persona con discapacidad intelectual. Pero Gloria, la gran Gloria Fuertes, era mucho más que eso. 

Esta poeta (odiaba lo de poetisa) siempre me cayó simpática. Hizo sus pinitos leyendo poemas en la radio durante la Segunda República, y la guerra, que vivió en pleno barrio de Lavapiés, le dejó un trauma tan imborrable que llegó a declarar que, sin esta tragedia, quizá jamás habría empezado a escribir. A mí me impresionaba su inteligencia. Gloria casi no fue a la escuela, pero con el tiempo se convertiría en una mujer muy culta gracias a su tesón. A los intentos de encuadrarla en una u otra corriente literaria, siempre respondía que se consideraba “autodidacta y poéticamente desescolarizada”. A finales de los años 50 se decidió a estudiar biblioteconomía e inglés, y acabó dando clases de literatura en varias universidades de los Estados Unidos. 

Gloria ya tenía éxito en el franquismo
Descubrí a Gloria Fuertes († 1998) en el 93, gracias a Ignatus. La tenía encasillada, como casi todo el mundo, en la literatura para críos, y me sorprendieron sus Obras incompletas (1975). Sus versos cortos y rebosantes de humanidad, engarzados por un humor espontáneo y aderezados de rebeldía y sencillez, me fascinaron, convenciéndome de que era una mujer especial. Nunca hubiera sospechado que la autora de Un globo, dos globos, tres globos, la marimacho de aire tímido que barbullaba rimas absurdas en La cometa blanca fuera capaz de dejarme el corazón en carne viva con su cristianismo hondo y crítico, su compromiso social y sus divertidos juegos de palabras. 

El Partido Comunista intentó convertir en bandera su obra y la de otros poetas sociales del movimiento postista, pero ella no se dejó. Su fina inteligencia y su espíritu un poco ácrata la mantuvieron siempre al margen de los politiqueos. A lo largo de su vida colaboró con medios de muy distintos colores, incluidos el diario Arriba y Flechas y Pelayos. 

Su vida sentimental siempre fue oscura y tormentosa. En la guerra, con veinte años, perdió a su gran amor, un miliciano que cayó en el frente. Al poco se enamoró de un médico derechista al que encarcelaron los rojos y ella visitaba en el penal. Luego parece que cambiaron de rumbo sus inclinaciones. En Me siento abierta a todo, se expresa así: 

“Me siento sola y una, como una sola luna
-por ser igual a todas las mujeres y no parecerme a ninguna-,
me siento sola y una en mi vacía cuna.” 

Muchas veces se especuló con su orientación sexual, de la que tuvo el acierto de no hablar jamás en público. Sus conflictos interiores solo se asoman en varios poemas autobiográficos y en otros defendiendo la homosexualidad. Impacta especialmente A Jenny: 

"Nadie le ayudó, 
pero él se hizo mujer.
Cantaba cantaba,
era la preferida de los hombres
del night-club.
Me dijo:
-En toda mi vida
sólo he leído un libro,
el tuyo.
Entonces...
le acaricié de verdad
sus pechos de mentira". 

Para mí, la mejor anécdota, la que mejor ilustra su sentido del humor y su inteligencia es la que da título a este post. La historia la desveló Vicente Molina Foix al poco de fallecer Gloria, pues antes no contaba con su permiso. En una entrevista para el suplemento dominical de El País, en 1994, ella le confesó que a lo largo de su vida había sufrido terribles altibajos y depresiones, y que incluso había pensado en suicidarse. 

“Y así me contó, mientras yo tomaba notas a diestra y siniestra, que en cierta ocasión, al sufrir un desengaño, pensó seriamente en el suicidio. ´Fui al metro decidida a matarme. Pero al ir a sacar el billete ligué, y en vez de tirarme al tren me tiré a la taquillera`. Cuando me harté de reír, le pregunté: ´¿Puedo contar esto, Gloria?`. ´No. Ahora no. Yo vivo de mis libros infantiles, y estas cosas podrían asustar a los padres, que son los que los compran`. Naturalmente, respeté su deseo.”



 

miércoles, 20 de abril de 2016

CAMPESINOS



El sábado provoqué una desagradable polémica comiendo con unos familiares. Habíamos quedado para almorzar en Rio Shopping, el mayor centro comercial de la ciudad (conocido coloquialmente como Río Choni), y a las tres todavía no habíamos pillado mesa. Estaba todo abarrotado, imposible. Aparcamos de milagro, ya que miles de coches habían copado el aparcamiento subterráneo y el de fuera. La multitud hacía colas kilométricas en tiendas, bares y restaurantes.

A mí se me ocurrió comentar:

    Ha sido una mala idea venir a comer aquí y encima un sábado. Los fines de semana esto se llena de campesinos de toda la provincia.

El escándalo fue mayúsculo. Casi todos los presentes me increparon acusándome de irrespetuoso y de clasista.

     Mejor no le llames eso a la cara a uno de un pueblo porque te pega una hostia que te deja fino.

Tras unas leves protestas, al final decidí callarme porque detecté que ciertamente había herido la sensibilidad de estos familiares, todos ellos urbanitas, por cierto. Pero de verdad que no entendí a qué tanto aspaviento.

No sé si servirá de algo defenderme con razones etimológicas que supongo que a la gente le dan igual. Aunque “campesino” significa, según la RAE, persona “que vive y trabaja de forma habitual en el campo”, imagino que el motivo del cabreo está totalmente al margen de estas disquisiciones académicas. Tampoco creo que hubiera valido de nada explicar que el diccionario oficial de la lengua también define como “campesinos” a los naturales de Tierra de Campos, comarca que ocupa buena parte de la provincia de Valladolid (también se les llama terracampinos).

De veras que no acierto a ver qué problema hay con usar este sustantivo para referirme a los habitantes de los pueblos (casi todos dedicados a labores agropecuarias) que peregrinan todos los sábados al Río Choni a comprar en Ikea y en Primark, a comer apretujados como sardinas en lata y a ver una peli en los multicines. Perdón, pero no lo pillo.


Esta palabra tiene una honda tradición en España, hace no tanto un país esencialmente agrícola. Durante siglos ha sido lo más corriente calificar a los agricultores y ganaderos como campesinos, tal como puede corroborarse en infinidad de textos oficiales y literarios. El uso del hoy controvertido vocablo se extendió sobre todo desde principios del siglo XX por las distintas organizaciones en defensa de los intereses del campo, con independencia del color político. Todos los partidos, desde los comunistas hasta Falange Española, desde el anarcosindicalismo al sindicalismo católico y a la derecha agraria, se han pasado más de un siglo diciendo “campesinos” en sus himnos y en sus mítines, y en ningún pueblo de España les daban hostias que les dejaran finos. Al contrario, se les aplaudía a rabiar.

Es más: en la actualidad uno de los más potentes sindicatos agrarios de la comunidad autónoma es la UCCL (Unión de Campesinos de Castilla y León), cuyos miles de afiliados supongo que no se sentirán ofendidos por esta denominación legal. 

Pero por la reacción que provoqué el sábado lo que empiezo a sospechar es que hoy en día o bien mucha gente vive acomplejada de ser lo que es, o, por el contrario, son los más pijos y elitistas los que se empeñan en suavizar según qué vocabulario para demostrar una “delicadeza” y una “sensibilidad” que nadie necesita ni nadie les pide.

En todo caso lo más prudente va a ser proveerse de un rico surtido de eufemismos para que nadie lloriquee cuando llames a su profesión –por muy digna que sea– por su nombre. Tendré que mentalizarme de que ya no es de recibo denominar “obreros”, “porteros”, “señoras de la limpieza”, “chóferes”, “basureros”, “tenderos” o “albañiles” a quienes desempeñan estas honestísimas tareas, y que deben emplearse fórmulas más sutiles, a ser posible muy largas y que incluyan terminología técnica o ambigua, como “operarios”, “técnicos de saneamiento e higiene”, “distribuidores externos de recursos humanos”, “técnicos de recogida y selección de residuos urbanos”, “empresarios” o “auxiliares de servicios de ingeniería civil”. Y si se incluye alguna palabra en inglés o se dice "emprendedor" por algún sitio, menos ofensivo todavía.

Eso sí, a los campesinos no tengo claro cómo debo referirme para que no me hostien creyendo, no sé por qué, que me estoy cachondeando de ellos. Tengo entendido que, según los códigos más actuales de la corrección política, lo más apropiado es decir “empresario agrícola”, o algo así, si te diriges al dueño de una parcela o de una explotación de cerdos (con perdón), y “agricultor” a secas si el señorín trabaja por cuenta ajena, evitando, por descontado, esa grosería de “labrador”, tan arraigada en España, y mucho menos el cuasi-insulto “peón agrícola”.

En fin, consintamos en estas nuevas modas. Todo sea por respetar al prójimo y, cómo no, por evitar agresiones innecesarias. 


Sobre este tema en La pluma viperina: Obreros

lunes, 18 de abril de 2016

CRITERIO PROPIO


En lo tocante a posicionamientos políticos, ideológicos y religiosos es importante esforzarse por cultivar un criterio propio.

En mi juventud me predicaron muchas veces que atrincherarme en mi propio criterio era un acto de soberbia, puesto que muchas personas más inteligentes, cultas y santas que yo ya habían estudiado esos temas que me preocupaban y dictaminado lo correcto. La prudencia aconseja –me decían– adherirse humildemente a los criterios de los más sabios, de los más virtuosos o de los que ostentan mayor autoridad, para no hacer el ridículo de creer estar inventando algo que lleva diez o veinte siglos inventado.

Esta tesis que tanto me repitieron y que solía parecerme razonable, hoy me produce cierto sarpullido. Así en abstracto no parece plantear muchas objeciones, pero en la práctica se trata de una teoría que se presta al abuso de embaucadores y manipuladores como yo mismo tuve ocasión de comprobar. Está muy bien eso de sumarse, de forma más o menos automática, a las opiniones de gente más capacitada y acreditada moralmente que nosotros, pero los problemas suelen ser tres. Primero, que no siempre es fácil estar seguros del fundamento de esa supuesta superioridad, que podría estar prefabricada o basarse en falsedades. Segundo, que la mayoría de las veces no conocemos las opiniones de esos sabios o santos sino a través de fuentes indirectas, material extractado, resumido o interpretado casi siempre, qué casualidad, por quienes nos recomiendan no tener criterio propio. Y tercero, que esa autoridad ideológica o filosófica a la que hemos secundado, parafraseado y emulado con fervor durante años podría muy bien cambiar de parecer de un día para otro, opinar de repente todo lo contrario a lo que opinaba, y dejarnos con cara de idiotas y más perdidos que un pulpo en un garaje.

Como estas situaciones yo ya las he vivido, hoy tiendo a fiarme más bien poco de los iluminados. Prefiero consultar yo mismo las fuentes que me interesan, reservarme el derecho a posicionarme o no –incluso sobre temas aparentemente meridianos– y guiarme por mi olfato, que será una actitud muy soberbia y tal, pero, visto lo visto, bastante más segura que repetir como un papagayo las ideas de un señor, por muy perfecto que alguien me diga que es. 

Ahora me viene a la cabeza un tipo que conocí en los noventa y que es fiel reflejo de esto que estoy explicando. El personaje en cuestión era, y me parece que sigue siendo, un católico exaltado. A mí me caía gordo, y no por sus convicciones, que me parecen muy bien, sino por su rigidez chirriante, su forma de hacer proselitismo y su seguridad impostada y casi ofensiva. Era muy cansino. Se pasaba el día analizando la conducta de los demás y practicando la corrección “fraterna” con un estilo punzante y deslenguado. Siempre estaba discutiendo con otros jóvenes de la parroquia o de su grupo de oración que tenían visiones más flexibles que las suyas –o simplemente distintas– sobre cualquier cuestión religiosa o moral. Su estrategia dialéctica era muy burda pero a la gente más inexperta siempre la sugestionaba. La piedra angular de todo su argumentario era el magisterio pontificio. Tenía estudios de teología y se sabía de memoria todas las encíclicas y documentos papales. Siempre zanjaba los debates con alguna cita, generalmente de Pío XI o de Juan Pablo II, que eran sus favoritos, y atacando con dureza a todo aquel que osara discrepar de su postura. “¿Acaso vas a contradecir lo que ha dicho un papa? ¿Es que no respetas las encíclicas? ¿Y tú te consideras católico?”.

Era verdad que sabía un montón y que la gente lo respetaba por ello, pero siempre se aprovechaba de su posición, de sus conocimientos, y empleaba continuas trampas dialécticas. Cuando alguien es un experto en una materia de la que casi nadie a su alrededor tiene ni idea, la tentación de manipular la información es demasiado fuerte, y él, por supuesto, siempre caía en ella. No solo citaba los textos que le interesaban obviando otras fuentes que contradecían sus opiniones personales (como hizo una vez, aún lo recuerdo, con el tema de la objeción de conciencia al servicio militar), sino que exageraba o falseaba los datos, no distinguía entre el magisterio solemne y el ordinario, y esgrimía textos pastorales que habían sido rectificados por otros posteriores que, naturalmente, se escondía en la manga. Pero para darse cuenta había que hilar muy fino y era imposible pillarle en un renuncio porque tenía respuesta para todo.

   Pero Juan Pablo II se ha pronunciado a favor de la democracia –le decían–.  ¡Mira, mira, lo pone aquí en el nuevo Catecismo!

– ¡Por favor! –vociferaba escandalizado–. El Santo Padre se está refiriendo a una democracia perfecta, ideal, verdaderamente participativa y respetuosa con la dignidad humana, y no a este engendro que padecemos ahora, con un sistema de representación viciado de raíz y unas leyes que permiten el asesinato de niños inocentes en el vientre de sus madres. ¡Cómo va a estar la Iglesia a favor de una democracia así!

Y se ponía a citar papas, encíclicas, exhortaciones y documentos conciliares que avalaban su propio concepto de democracia.

Pero los temas con los que más caña daba con diferencia eran los de índole moral y de costumbres, sobre todo los sexuales. Con una potente batería de constituciones y cartas apostólicas, pronunciamientos papales y demás elementos del Magisterio de la Iglesia, discurseaba al personal de forma incansable sin que nadie dijera ni pamplona por miedo a ver puesta en tela de juicio su Fe y su ortodoxia. Yo lo recuerdo mucho despotricando, con la cara enrojecida, contra la comunión en la mano, el amancebamiento, los noviazgos largos –fuente inagotable de tentaciones contra la pureza– y, en general, contra ciertos comportamientos de los novios, como por ejemplo cogerse del brazo por encima del codo. ¡Y no digamos sobre otras expansiones de mayor alcance o sobre los "métodos anticonceptivos artificiales"!

  Muchas de las cosas que se hacen mal es por desconocimiento –solía decir–. Pero basta leerse la Mulieris Dignitatem, la Humanae Vitae y la Familiaris Consortio para saber a qué atenerse en estas materias.

Parece ser que los divorciados vueltos a casar ya no están excomulgados
Pero la cuestión que yo me planteo en estos momentos es cómo se tiene que sentir hoy este paisano, cuya única baza argumental era la autoridad de los papas, al escuchar las declaraciones públicas de Francisco sobre los temas más variados, y, en especial, al leer su reciente exhortación apostólica, Amoris Laetitia, en la que parece instar a los pastores a huir del rigorismo a la hora de negar el sacramento de la la eucaristía a los católicos divorciados que se han vuelto a casar o conviven maritalmente.

No sé por qué pero mucho me temo que por muy confundido que se encuentre con estas insólitas novedades, no se callará ni agachará la cabeza cuando alguien le pregunte, con malicia, si ahora también va a comerse con patatas lo que diga el Papa o va a pensar por su cuenta. Me apuesto lo que sea a que ya tiene preparado un sermón explicando la diferencia –ahora sí– entre los dogmas y las opiniones de un papa a título particular, y vapuleando a la prensa por “sacar de contexto” las palabras del Pontífice. 

domingo, 17 de abril de 2016

ENCUESTA SOBRE LA REPETICIÓN DE ELECCIONES


Pregunta: ¿Crees que se repetirán las elecciones generales?

Votantes: 10

Duración: 8 días

Respuestas:

a) Sí. 6 votos (60%)
b) No. 4 votos (40%)

viernes, 15 de abril de 2016

CACICADAS


Solemos quejarnos continuamente de la clase política, de su corrupción, de sus abusos de poder, pero nunca admitimos que, a pesar de todo, hay aspectos del comportamiento de nuestros gobernantes que han mejorado mucho en las últimas décadas. De verdad que no estoy de coña. Reconozco que a veces solo han sido mejoras de carácter estético, por decirlo así, pero en cualquier caso necesarias y muy de agradecer, teniendo en cuenta la actitud caciquil y chulesca que, sin recato alguno, ha demostrado durante siglos la mayoría de los políticos españoles.

Vamos a retroceder en el tiempo, aunque solo un poco. Año 1988. José María Aznar López es el Presidente de la Comunidad de Castilla y León y tiene su despacho en la sede de la Junta, en el Colegio de la Asunción de Valladolid. Los empleados públicos que trabajan en el complejo de edificios que rodea el Colegio le ven muy poco; solo algún día suelto, a lo lejos, bajando del coche oficial. Sin embargo Aznar tiene la costumbre de desayunar, una o dos veces al mes, en la cafetería de la Consejería de Presidencia y Administración Territorial, que le pilla a dos pasos. Suele bajar con uno o dos acompañantes, normalmente algún consejero o una visita. No escamotea sonrisas dentudas ni gestos con la mano para saludar a los humildes funcionarios que están tomando café en la barra y se vuelven, expectantes, cuando lo ven llegar con su pequeño séquito encorbatado.

El desayuno de Aznar en la pequeña cafetería, la única en toda la zona y gestionada por una empresa en régimen de concesión, es un ritual ya conocido y no por ello menos dantesco. El establecimiento a esa hora está abarrotado y la gente se arracima en la barra para pedir su tostada o su pincho de tortilla, pero cuando aparece el bigotes muchos se apartan respetuosamente para dejarle espacio. Las tres camareras están a tope, estresadas, pero lo dejan todo al instante para acudir, literalmente corriendo, a servir al Presidente y a sus acompañantes. Dejan tazas de otros clientes a medio llenar, zumos a medio exprimir y la tostadora echando humo. Algunos se quedan con la mano extendida para coger la vuelta y cara de pasmados. Los que llevaban cinco minutos haciendo cola se tienen que esperar.

  ¡Buenos días, presidente!

Las tres chicas se colocan frente a él, secándose nerviosamente las manos con un trapo, casi en posición de firmes. Aznar bromea un rato con ellas, riéndose como un conejo, y luego pide un café solo, como siempre. Tras servirle entre todas, se retiran poco a poco, caminando hacia atrás, y siguen con su tarea aunque mucho más despacio, mirando todo el tiempo a los gerifaltes por si necesitan cualquier cosa.

En 1988 todo el mundo consideraba de lo más natural una escena como esta. En cambio en 2016 nos parece inadmisible. Nuestra percepción sobre la conducta de los políticos ha cambiado tan radicalmente que hoy resulta inimaginable que un ministro, un presidente autonómico o el alcalde de una capital de provincia se cuele en la barra de un bar y consienta una arbitrariedad tan flagrante de los camareros. Puede que hagan cosas mucho peores, pero esa no. Puede que ahora solo guarden las formas, pero es que las formas también tienen su importancia y desde luego la ciudadanía tiene derecho a que se guarden, ya que lo contrario implicaría un insulto a la cara.

Por supuesto que en 2016 los profesionales de la política siguen perpetrando cacicadas de toda índole, pero si algo hemos ganado –y a mí no me parece poco– es que ahora las tienen que hacer a escondidas y de forma vergonzante, cuando hace no tantos años era tal su falta de respeto hacia la gente “de a pie” y tan asumida tenía la sociedad ciertas injusticias y desigualdades, que ni siquiera se molestaban en disimular. 

miércoles, 13 de abril de 2016

LAS TRES MENTIRAS DE TODOS LOS DEPENDIENTES


Ir de tiendas es una de las actividades que más me desagrada, pero a la vez es una rica experiencia sociológica que activa mis cinco sentidos de oteador implacable de las miserias humanas.  

Ya he comentado alguna vez que la mentira es al comerciante como el agua al pez, elemento indispensable de vida. Todos los encargados o dependientes de cualquier establecimiento engañan sistemáticamente a la clientela. Su primera norma de trabajo es confundir al comprador suministrando una información equívoca o directamente falsa sobre el género, las calidades, los precios, las condiciones de venta, las promociones o cualquier otro aspecto relacionado con su negocio. Su único objetivo es vender y evidentemente no van a permitir que la verdad objetiva les haga perder una sola venta.

Por supuesto que hay muchos grados de honestidad entre los comerciantes, y hay quien engaña más y quien engaña menos. Ellos saben que recurrir al embuste de manera burda y sistemática termina mellando la confianza de la clientela, por lo que los más listos suelen moderarse y buscar un cierto equilibrio entre las mentirijillas que "conlleva" toda actividad comercial y la seriedad mínima exigible para fidelizar clientes. Apuntado este matiz, al menos una cosa debe quedarnos bien clara: en las tiendas siempre nos mentirán en todo aquello que no pueda comprobarse. Puede que no se atrevan a decirle a una gorda que le queda bien un vestido entallado, que han rebajado un 30% un artículo que ayer estaba al mismo precio en el escaparate o que a un jersey de 15 euros no van a salirle bolas, pero sí tenderán a falsear cualquier dato subjetivo sobre su mercancía.

En este sentido hay tres grandes trolas que nos intentan colar en todos los comercios, que a mí ya me parecen hasta entrañables, pero estoy convencido de que todavía hay gente que se traga.


1.- “No lo tenemos. Se nos acaba de agotar pero lo vamos a recibir en unas semanas”.

Mentira en el 90% de los casos. Ni lo han tenido ni lo van a tener. Ni siquiera lo han pedido al fabricante. Es solo un truco para que entres otro día a preguntar y a lo mejor, de paso, compres otra cosa que te guste.

2.- “Eso está descatalogado”.

Falso. Jamás hay que creerlo. Es una de las grandes patrañas de todos los vendedores. Se trata de una vulgar estratagema para que te desanimes de seguir buscando y adquieras otro producto parecido que sí tienen.

3.- “Yo tengo uno igual en casa y estoy contentísimo”

Esta artimaña de primero de mercadotecnia es la más enternecedora y posiblemente la más eficaz. Todos la hemos vivido. En un momento dado, cuando te ve dudar, el dependiente se pone en plan colega y te asegura que él tiene una sandwichera idéntica a esa, que le quedan unos emparedados riquísimos y que sus niños no quieren cenar otra cosa. O la chica de la zapatería te cuenta que esas deportivas son las que usa ella para correr y que son comodísimas  y súper resistentes.


Son tres truquillos con los que somos benévolos creyendo (equivocadamente) que no implican un engaño directo sobre las características del artículo, aunque con ellos en el fondo se ofrecen falsas expectativas, se intenta alterar la conducta del consumidor y se crea un clima artificial de confianza al que muchas personas son muy vulnerables.

domingo, 10 de abril de 2016

CASTRONUÑO



Ayer fui de excursión a las Riberas de Castronuño, uno de los espacios naturales más singulares de Valladolid y el segundo enclave más importante de toda la región en lo que a variedad de aves se refiere; por ello ha sido declarado por la Unión Europea como Zona Especial de Protección para las Aves. Este humedal, formado por la presa de San José en el curso medio del Duero, tiene 192 hectáreas y en su entorno pueden realizarse varias rutas de senderismo, entre las que destaca la Senda de los Almendros, de unos cinco kilómetros, que discurre por la ribera del río, por bosques de chopos y fresnos y por un pinar en el que hay un magnífico mirador que domina todo el embalse, serpenteando, en su último tramo, entre almendros centenarios. El paseo es una ocasión única para avistar algunas especies de pájaros que no pueden verse todos los días.

Milano negro
Mi objetivo, naturalmente, era encontrarme con alguna garza imperial (Ardea Purpurea), especie emblemática del pantano que ahora mismo acaba de llegar de África. Solo en las lagunas de Villafáfila, en Castronuño y en un par de sitios más podemos los castellanos contemplar a esta zancuda dorada e inconfundible. Hizo un día muy agradable, sin calor ni frío, aunque con cuatro gotas al final de la jornada. Durante los primeros kilómetros no pude ver gran cosa, pues ya se sabe que Dios no ayuda a quien no madruga. Registré minuciosamente los carrizales desde la Senda de los Pescadores y solo logré atisbar los nidos de cigüeña de siempre, muchas docenas, construidos sobre troncos de árboles. Hasta que llegué a la altura de la presa, no hubo nada interesante.

Garza imperial

Cruzando el puente, casi hacia la mitad, con un fuerte viento azotándome el rostro, una pareja de milanos negros, recién llegados también, me ofreció unas vistosas acrobacias nupciales y un par de picados sobre una presa que logró escapar. Las cabezas de plata de estas rapaces enamoradas refulgían contra el sol tímido de la primavera. En el embalse nadaban los cormoranes, ya con el pico anaranjado, y los presumidos somormujos lavancos, con sus crestas de punki y sus papadas rojo chillón. Bajé a almorzar al río y, mientras terminaba mi bocata, pude espiar a placer a un pequeño grupo de chorlitejos chicos, que exploraban el fango pedregoso de la ribera, y a una garceta común, blanca como la nieve y engalanada con su coleta nupcial.

Somormujos lavancos
Garceta común
Me adentraba ya en el bosque, junto al arroyuelo Mucientes, desistiendo una vez más de ver a las imperiales, cuando a mi espalda levantó el vuelo desde una isleta una de estas preciosidades púrpuras, grises y negras. Pude disfrutarla durante casi un minuto. La seguí con mis prismáticos hasta que se posó sobre unos carrizos y sentí esa emoción que siempre experimento cuando avisto un ave que no volveré a tener ocasión de ver en todo un año o más. Más adelante, al pie de uno de los viejos almendros, distinguí el vuelo, mucho más lejano, de una garza real. No me encandiló tanto porque a estas las veo en el Pisuerga cada vez que quiero, aunque es un ave bellísima que siempre impresiona.
Chorlitejo chico


Hay que aprovechar abril para hacer escapaditas ornitológicas. En este mes encuentras diez veces más especies que en cualquier otra época del año, incluido el verano. El despertar del celo hace a los pájaros bastante menos madrugadores y mucho menos precavidos, pues están a lo que están, y uno puede observarlos a placer, incluso a cortas distancias, sin que se espanten. 

viernes, 8 de abril de 2016

TU UNIVERSO VIRTUAL

Siempre dices que naciste en una época equivocada y que jamás has logrado adaptarte a ella; que cada día te sientes más extraño rodeado de personas con cosmovisiones opuestas a las tuyas, presenciando como se imponen costumbres que te parecen deplorables y chocando a cada paso con códigos éticos o de comportamiento que ni entiendes ni compartes. Me explicas que no es un problema de edad porque, aunque es cierto que no sintonizas nada con las nuevas generaciones, que se te antojan frívolas, materialistas y melindrosas, tampoco es que te hayas entendido demasiado bien con tus coetáneos. 

Cada día tienes una mayor sensación de desencanto y de aislamiento. No te motivan las aficiones que a los demás entusiasman ni te mueven los mismos resortes que al común de los mortales. Tus conocidos y compañeros de trabajo te parecen, en su gran mayoría, personas sin ideales ni honor, casi como animales domésticos que se conforman con un plato diario de pienso y con poder dar, de cuando en cuando, un par de volteretas en el parque. Tus inquietudes están cada vez más alejadas de las de tus amigos de siempre, y en muchas ocasiones, cuando charlas con ellos, te da la impresión de que hablan un idioma distinto al tuyo.

Te aburre lo que a los demás divierte. Te indignan muchas de las cosas a las que los otros se han acostumbrado. Veneras y respetas aquello de lo que la gran mayoría hace escarnio. Te estimula lo que a casi todos causa indiferencia. No entiendes el cine actual y serías incapaz de leer un bestseller; sueles más bien leer cosas que casi nadie sabe que existen. Incluso hablas y te mueves de una manera que llama la atención. 




Cada vez te reconforta más la soledad y te refugias en ella del mundanal ruido. Todos los días sales a correr muy pronto, antes de ir al trabajo, por parajes solitarios, y dices que te consuela encontrarte a solas contigo mismo, con el latido de tu corazón, mientras trotas por el campo a cinco grados bajo cero. Los domingos siempre subes corriendo algún cerro de por aquí, y luego pasas un par de horas contemplando la ciudad desde la cima, escudriñando los coches lejanísimos de la autovía y a la gente minúscula que se mueve como hormigas. Tienes la sensación de que estás observando otro planeta, un mundo que nada tiene que ver contigo.

Tu trabajo te parece una gran farsa. Crees que te pagan para vender humo, para engañar a los demás. Te sientes una marioneta mal pagada y peor valorada bailando al son de cuatro millonarios que ni siquiera entienden el negocio. Me insistes en que no eres ambicioso, pero después de estudiar tan duramente esperabas otras responsabilidades y otras satisfacciones. 

Sé que te gustan mucho las mujeres pero dices que en el fondo te aburren y que tus experiencias te han enseñado lo interesadas y abrumadoramente pragmáticas que pueden llegar a ser. Hace años saliste con alguna chica, pero todas tus relaciones se congelaron lentamente, como el agua en la cubitera. Ellas decían que eras un tipo raro, muy frío, y tú pensabas que para pasar cincuenta años al lado de una persona hacía falta algo más que cuatro mimitos y una simpatía mutua. Me has contado que, en los últimos tiempos, quedas algún viernes con una compañera un poco loca, tan loca como tú, que también sale mucho a correr y escribe poesías y cuentos para niños. Tomáis unos vinos por el centro y tonteáis a base de juegos de palabras y de medias verdades, para acabar siempre en su casa buscando las briznas de placer y de comprensión que a ti te bastan pero que en ningún otro sitio encontrarías. Su cuerpo menudo y pálido te recuerda que estás vivo.

Defines tu vida como un Mátrix, como un mundo virtual que poco a poco te has ido construyendo para protegerte de la intemperie de la realidad. Vives rodeado de ti mismo, cubierto por una capa impermeable de incredulidad, de acuerdo a tus coordenadas morales y culturales, eludiendo personas, ambientes o situaciones que podrían desequilibrar tu universo perfecto. Te alimentas de recuerdos, de soledad y de “libros de caballerías”, de viejas historias edificantes que te ayudan a conservar la fe en la humanidad, esa fe que algunos creen que has perdido. 

Me he atrevido a insinuarte que, aunque tú no lo admitas, edificaste tu Mátrix con ladrillos de dolor y de frustración, que te aislaste porque sufriste fuertes palos y fuertes decepciones. Pero sigues negándolo. No crees haber sufrido más que los demás. Piensas que simplemente eres un inadaptado de nacimiento.

martes, 5 de abril de 2016

CHUS LAMPREAVE

Nos ha dejado Chus Lampreave, otro de los rostros memorables de nuestro cine. Chus era todo un clásico, una secundaria con luz propia a la que supieron sacar el máximo partido cineastas como Berlanga, Trueba, Armiñan, Colomo o Almodóvar. Fea, escuchimizada, de voz estridente y con pinta de maruja, solía hacer papeles de solterona amargada, cuarentona reprimida (faceta que explotó  el morboso Almodóvar) o ama de casa excéntrica, llegando a convertirse en todo un fenotipo humano en la imaginación de tres generaciones de españoles.

Como póstumo homenaje a esta gran actriz, a la que en España consideramos un poco la vecina loca del quinto que todos tenemos, quiero recordar a cinco de sus personajes, que quizá no sean los más famosos pero para mí sí los más representativos. 

1.- Mi querida señorita (Jaime de Armiñán, 1972). 

Hace pareja con Lola Gaos. Son una tía y una sobrina propietarias de la pequeña pensión madrileña donde se aloja Adela (José Luis López Vázquez) tras “convertirse” en Juan. Ella es la sobrina solterona, malvada y azuzona que espía tras la puerta y descubre que Juan confecciona ropa femenina con su máquina de coser, algo impensable en una fonda decente en los años 60. “¡Tendré que llamar a mi tíaaaaaaa!!", chilla con voz de pito cuando el huésped se niega a abrirle la puerta de la habitación.



2.- La saga de La escopeta nacional (Luis García Berlanga, 1978-1982)

Hace de sirvienta del marqués de Leguineche (Luis Escobar), amancebándose con él en la tercera película, aunque a decir verdad este no la considera más que un pasatiempo sexual. Impagable la escena de La escopeta en la que el marqués la acusa de robar los huevos de una gallina ponedora. “¡No, señor marqués, que nosotras no hemos sido! ¡Dígaselo usted, señora marquesa!”


3.- La serie televisiva Los pazos de Ulloa (Gonzalo Suárez, 1986) 

Un papel entrañable y algo distinto a los habituales. Es la cocinera del viudo Don Manuel Pardo de la Lage, y casi una madre para Carmen, Rita, Manolita y Nucha. Lo mejor, desde luego, su peinado.



4.- El año de las luces (Fernando Trueba, 1986) 

Aquí el personaje es de los más característicos de su filmografía. Encarna a la maestra solterona de un sanatorio de tuberculosos regentado por la Sección Femenina en la inmediata postguerra. Es una mujer ignorante y fanática empeñada en reprimir a sus alumnos y, sobre todo, al viejo conserje anarquista del establecimiento, interpretado por Manuel Alexandre. Su escena más gloriosa es cuando en una fiesta campestre arremete contra el baile agarrado, por pecaminoso, y se arranca con una jota para que las jóvenes parejas la imiten.



5.- Espérame en el cielo (Antonio Mercero, 1988) 

Peliculón y papelón. Los servicios de inteligencia del franquismo secuestran a Paulino, propietario de una tienda de aparatos ortopédicos y físicamente idéntico al Caudillo, y lo adiestran en secreto para convertirlo en su doble, a fin de que pueda sustituirlo en los actos públicos de cierto riesgo. La esposa de Paulino es Chus Lampreave, una cincuentona sentimental y aficionada al espiritismo que acude todos los días al cine para ver en el NODO a su marido. Ambos han pactado, como contraseña, que cada vez que el falso Franco se toque la oreja en el documental la está diciendo que la quiere. "Yo también te quiero", responde mirando absorta en la pantalla como el Jefe del Estado inaugura un pantano.

domingo, 3 de abril de 2016

EGOÍSMO MASCULINO



Al final de la reunión nos dispusimos a fijar el día del siguiente encuentro, que debía celebrarse –en virtud de los plazos establecidos– entre el lunes y el jueves de la próxima semana, por la tarde a última hora. Éramos todos varones, así que Luis, en tono confianzudo, buscó la complicidad del resto para que la reunión no coincidiera con ningún partido importante de la Champions.

– Si os da lo mismo, mejor el lunes o el jueves, y así no nos perdemos ni al Madrid ni al Atleti. 

A mí me pareció muy cutre condicionar al fútbol una reunión de semejante calado, con gente de fuera y tal, pero para mi sorpresa todos los asistentes se mostraron de acuerdo. Esto es España, me dije, no hay nada que hacer. Lo único que el representante del Ayuntamiento manifestó que el lunes y el martes él estaba de viaje, de modo que escogimos el jueves día 7 por aclamación popular. La despedida tuvo un tono festivo y futbolero que contrastó vivamente con el clima solemne e incluso algo tenso que había reinado durante toda la tarde. 

Al día siguiente, nada más llegar a la oficina, me encuentro a Luis a la puerta de mi despacho todo compungido.  

– ¡Qué cagada, Neri, qué cagada! Tan ciego con lo de la Champions no me di cuenta ayer de que el jueves por la tarde celebramos el cumpleaños del crío… 

– ¡No me digas! –tuve que hacer verdaderos esfuerzos para controlar una carcajada– ¿Pero no te da tiempo a llegar? 

– ¡Qué dices! Esta mierda ya sabes que no acabará antes de las nueve, y en lo que llego a casa… Nada, que llegaré al humo de las velas de la tarta. Ya me jode, chico, pero qué le vamos a hacer. A mi mujer ya le he dicho que es una cosa ineludible y que no hemos podido negociar la fecha con esta gente… 

Ya.

sábado, 2 de abril de 2016

ENCUESTA SOBRE LAS DIPUTACIONES PROVINCIALES

Pregunta: ¿Qué piensas de la eliminación de las Diputaciones Provinciales? (puedes elegir varias respuestas)
Duración: 21 días
Nº de participantes: 17 

Respuestas:

a) Es muy difícil eliminar las diputaciones dada la complejidad del procedimiento de reforma constitucional. 4 votos (23%)

b) No deben suprimirse porque realizan una labor fundamental para la cohesión del medio rural y prestan servicios esenciales a millones de ciudadanos. 4 votos (23%)

c) No deben suprimirse porque cuentan con una gran tradición administrativa en España 2 votos (11%)

d) Es necesario eliminarlas para reducir el gasto público y el número de políticos en España. 3 votos (17%)

e) Es necesario eliminarlas porque las diputaciones son elementos ajenos a la identidad y a la tradición españolas. 1 voto (5%)

f) Las competencias y funciones de las diputaciones son totalmente prescindibles. 2 votos (11%)

g) Todas las funciones de las diputaciones pueden ser asumidas sin problema por las comunidades autónomas, por entidades asociativas de municipios o por consejos de alcaldes. 8 votos (47%)

h) Otras opiniones. 3 votos (17%)


NOTA: En las encuestas en las que pueden votarse varias opciones, el % no representa el porcentaje de votos que ha obtenido cada respuesta sobre el total de los emitidos, sino el porcentaje de votantes que ha escogido esa opción.