lunes, 24 de octubre de 2016

EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS




Ir al cine a ver una película que uno no ha elegido tiene sus riesgos y por eso este fin de semana he salido escaldado de El hombre de las mil caras (2016).

Yo ya había advertido a mis acompañantes de que era mucho mejor decantarnos por Los hombres libres de Jones, porque el tráiler del último trabajo de Alberto Rodríguez resultaba sospechosamente sugestivo para tratarse de la historia, un tanto coñazo, de Francisco Paesa y Luis Roldán. Les había insistido en que no era aconsejable invertir siete euros en una peli sobre un tema que a ninguno nos importaba nada y del que solo teníamos vagos recuerdos de hace más de veinte años. También dejé caer que no parecía muy buen augurio que la promoción de esta cinta se basara tan machaconamente en la coletilla “del director de La isla mínima”, como si fuera imposible venderla por sus méritos propios. Y por último, mis malas vibraciones se acentuaban por el hecho de inspirarse el guión en un trabajo periodístico del sensacionalista Manuel Cerdán. Pero como soy un demócrata acaté la decisión de la mayoría y me metí en la sala a ver El hombre de las mil caras, que, como era de esperar, no nos gustó a ninguno. 

El filme tiene dos o tres buenos momentos, pero está pésimamente planteado y es muy aburrido, y más aún si no se recuerda al detalle la odisea del ex director general de la Guardia Civil en 1994. Yo en los últimos veinte minutos estuve a punto de dormirme. A la salida todos coincidimos en que el metraje es excesivo (dos horas) y en que la trama peca de densa, tacha especialmente reprochable cuando los hechos narrados son tan simples, lo que demuestra que se ha recargado el guión para dotarlo de una complejidad artificial y pretenciosa. 

La historia se atasca en muchos puntos, resulta poco o nada convincente y transmite francamente mal los pormenores sobre las operaciones financieras efectuadas por Paesa para salvar los famosos 1.500 millones de pesetas. Alberto Rodríguez, que con La isla mínima (2014) sí estuvo fino, ahora es incapaz de mantener el interés, aunque ya digo que él no tiene toda la culpa, pues no es posible sacar acción y emoción de donde no las hay, por mucha banda sonora de peli trepidante (insoportable e inoportuna, por cierto) que se incorpore para compensar las limitaciones y el estatismo del argumento.

Y encima José Coronado, que interpreta al trasunto de Jesús Guimerá, está fatal, como fatal ha estado en sus últimos trabajos más conocidos (El niño o la serie El Príncipe). Una pena, porque a mí Coronado siempre me ha gustado.

7 comentarios:

Sr. Pleonasmo dijo...

¿«Ir al cine a ver una película»?

No hay más preguntas, Señoría.

Al Neri dijo...

Debería usted apuntarse a la mayor brevedad a un cursillo de alfabetización. La frase entera es "ir al cine a ver una película que uno no ha elegido" y no es ningún pleonasmo, espabilado.

Me recuerda usted a Luzindé.

Ex-Sr. Pleonasmo dijo...

Es verdad.

Perdón.

No obstante, si nos ponemos, ¿es importante que la película se proyectase en un cinematógrafo? ¿Tan mal quedaría decir a secas «Ver un película que uno no ha elegido»?

Luxindex dijo...

Y no me sea, ¡encima que le animo el cotarro!

(Nunca cambiará...).

Al Neri dijo...

Pues no, amigo, porque "ver una película que uno no ha elegido" no tiene ningún riesgo salvo que se haga en el cine previo pago de 7 euros.

Luxindex dijo...

¿90 minutos de su vida los tasa en 7 €? ¡Contratado!

Al Neri dijo...

Los andaluces solo sirven para animar el cotarro.