viernes, 7 de octubre de 2016

LA OSCURA HISTORIA DE LA PRIMA MONTSE


Como ya intuirán los amigos de La pluma viperina, el polémico escritor Juan Marsé me cae bastante gordo por múltiples motivos ideológicos, morales y personales, pero con tanta pasión me han recomendado su novela más famosa y tan elogiosas son las críticas literarias, que al final me he animado a leerla. Y, en efecto, La oscura historia de la prima Montse (1970) me ha parecido un novelón de sobresaliente por lo que cuenta y por cómo lo cuenta. 

El argumento tiene miga. En la Barcelona de los años 60, los Claramunt, una acomodada y rancia familia de la burguesía industrial, encorsetada por los convencionalismos, reaccionan con la máxima vehemencia cuando Montse, la hija mayor, activista de Acción Católica y más corta que una pierna de Torrebruno, se enamora de un recluso al que visita en prisión en el marco de un programa de voluntariado social. Lo que comenzó como un capricho se agrava cuando el delincuente recobra su libertad y seduce a la muchacha. El escándalo no tarda en estallar y en adquirir tintes dramáticos, dejando al desnudo las incoherencias de una familia formalmente cristiana y muy caritativa en apariencia pero dispuesta a todo, absolutamente a todo, antes que permitir que uno de sus miembros se case con un marginado. Toda la historia está deliciosamente contada, en un tono burlesco e irónico, por un pariente pobre y progre de la familia, que no deja títere con cabeza.

El cascarón del relato es fantástico, con un enfoque experimental o, como mínimo, muy novedoso para la época. He disfrutado de la lectura en gran parte gracias al lenguaje y al vigor narrativo de Juan Marsé. 

La historia, por otra parte, me parece verosímil y su mayor atractivo para mí son las despiadadas andanadas del autor contra la burguesía barcelonesa y contra ciertas formas de vivir y predicar la fe cristiana. Marsé, comunista en su juventud, es un anticlerical rabioso de cuyo anticlericalismo, sin embargo, puede extraer enseñanzas muy útiles cualquier católico honesto. La oscura historia de la prima Montse pone de relieve el carácter hueco y testimonial, meramente social y ritual, de la religiosidad de muy buena parte de los españoles a partir del último tercio del siglo pasado, y profundiza en los grotescos métodos de proselitismo de ciertos sectores de la Iglesia tras el Concilio Vaticano II. 

La parte más sabrosa son los cuatro capítulos dedicados al cursillo de cristiandad (una especie de convivencia) al que Montse manda a su peculiar novio para evangelizarlo y, de paso, para que pueda hacer contactos y encontrar trabajo. Hacía mucho tiempo que no me estremecía tanto leyendo un libro, ni siquiera de terror. La descripción del ambiente de la convivencia, del falso progresismo de los curas, de las estratagemas psicológicas utilizadas, de las técnicas de manipulación y de la violación permanente de la conciencia individual es tan minuciosa que se me puso la carne de gallina, y más todavía recordando algunas experiencias personales en este sentido. Hay que tomar el texto con precaución, pues Marsé es un ateo que detesta todo aquello que huela a sacristía y obviamente abusa de la caricatura, pero qué duda cabe que hay un fondo muy real en lo que cuenta y que hasta al más beato de los lectores, si tiene un mínimo de sentido crítico, debería quedarle un poso de inquietud al cerrar la novela; debería reconocer que la pérdida de influencia de la Iglesia en nuestra sociedad ha traído de la mano algunas actitudes camaleónicas, falsas y absurdas que contribuyen a espantar a los jóvenes más que a fidelizarlos. 

Por último, una crítica que yo haría a Marsé es que a veces, al hacer burla de las contradicciones de la familia de Montse, tan cristiana, tan cristiana, pero incapaz de aceptar en su seno a alguien de otra clase social, incurre en una demagogia un poquito gruesa. Pienso yo que cualquier familia tiene derecho a practicar obras de caridad y no obstante a recelar, sin ser hipócrita, de que un ladrón recién salido de la cárcel y al que no conoce de nada se acueste con su hija, que encima es una romanticona con pocas luces. No sé muy bien qué supone el autor que debería hacer una familia congruente y no clasista ante una situación así. A mí me parece comprensible que unos padres normales tiendan a preocuparse y, por lo menos de primeras, hasta asegurarse de las intenciones del chico, intenten evitar la relación, que es lo que básicamente hacen los Claramunt, aunque es verdad que ellos, por otros motivos, son sepulcros blanqueados que se merecen muchas de las críticas de la novela. 

Y por cierto, cómo se nota que en 1970 la censura estaba ya muy relajada. Diez años antes La oscura historia de la prima Montse se habría quedado sin ver la luz.

3 comentarios:

Zorro de Segovia dijo...

voy a leerla. He leído varias ... y ninguna me pareció brillante. Ya le contaré.

Al Neri dijo...

A mí sí me gusta cómo escribe. Le gustará éste. Tiene mucha chicha y aborda varios temas de gran interés sobre la sociedad española.

Tábano porteño dijo...

" (...) pone de relieve el carácter hueco y testimonial, meramente social y ritual, de la religiosidad de muy buena parte de los españoles a partir del último tercio del siglo pasado (...)".

O más que del siglo pasado, de la Iglesia postridentina del "elefante barroco" (capitaneada por los métodos de la ratio studiorum de la Compañía):

http://caminante-wanderer.blogspot.com.ar/2009/09/el-elefante-barroco.html