lunes, 18 de abril de 2016

CRITERIO PROPIO


En lo tocante a posicionamientos políticos, ideológicos y religiosos es importante esforzarse por cultivar un criterio propio.

En mi juventud me predicaron muchas veces que atrincherarme en mi propio criterio era un acto de soberbia, puesto que muchas personas más inteligentes, cultas y santas que yo ya habían estudiado esos temas que me preocupaban y dictaminado lo correcto. La prudencia aconseja –me decían– adherirse humildemente a los criterios de los más sabios, de los más virtuosos o de los que ostentan mayor autoridad, para no hacer el ridículo de creer estar inventando algo que lleva diez o veinte siglos inventado.

Esta tesis que tanto me repitieron y que solía parecerme razonable, hoy me produce cierto sarpullido. Así en abstracto no parece plantear muchas objeciones, pero en la práctica se trata de una teoría que se presta al abuso de embaucadores y manipuladores como yo mismo tuve ocasión de comprobar. Está muy bien eso de sumarse, de forma más o menos automática, a las opiniones de gente más capacitada y acreditada moralmente que nosotros, pero los problemas suelen ser tres. Primero, que no siempre es fácil estar seguros del fundamento de esa supuesta superioridad, que podría estar prefabricada o basarse en falsedades. Segundo, que la mayoría de las veces no conocemos las opiniones de esos sabios o santos sino a través de fuentes indirectas, material extractado, resumido o interpretado casi siempre, qué casualidad, por quienes nos recomiendan no tener criterio propio. Y tercero, que esa autoridad ideológica o filosófica a la que hemos secundado, parafraseado y emulado con fervor durante años podría muy bien cambiar de parecer de un día para otro, opinar de repente todo lo contrario a lo que opinaba, y dejarnos con cara de idiotas y más perdidos que un pulpo en un garaje.

Como estas situaciones yo ya las he vivido, hoy tiendo a fiarme más bien poco de los iluminados. Prefiero consultar yo mismo las fuentes que me interesan, reservarme el derecho a posicionarme o no –incluso sobre temas aparentemente meridianos– y guiarme por mi olfato, que será una actitud muy soberbia y tal, pero, visto lo visto, bastante más segura que repetir como un papagayo las ideas de un señor, por muy perfecto que alguien me diga que es. 

Ahora me viene a la cabeza un tipo que conocí en los noventa y que es fiel reflejo de esto que estoy explicando. El personaje en cuestión era, y me parece que sigue siendo, un católico exaltado. A mí me caía gordo, y no por sus convicciones, que me parecen muy bien, sino por su rigidez chirriante, su forma de hacer proselitismo y su seguridad impostada y casi ofensiva. Era muy cansino. Se pasaba el día analizando la conducta de los demás y practicando la corrección “fraterna” con un estilo punzante y deslenguado. Siempre estaba discutiendo con otros jóvenes de la parroquia o de su grupo de oración que tenían visiones más flexibles que las suyas –o simplemente distintas– sobre cualquier cuestión religiosa o moral. Su estrategia dialéctica era muy burda pero a la gente más inexperta siempre la sugestionaba. La piedra angular de todo su argumentario era el magisterio pontificio. Tenía estudios de teología y se sabía de memoria todas las encíclicas y documentos papales. Siempre zanjaba los debates con alguna cita, generalmente de Pío XI o de Juan Pablo II, que eran sus favoritos, y atacando con dureza a todo aquel que osara discrepar de su postura. “¿Acaso vas a contradecir lo que ha dicho un papa? ¿Es que no respetas las encíclicas? ¿Y tú te consideras católico?”.

Era verdad que sabía un montón y que la gente lo respetaba por ello, pero siempre se aprovechaba de su posición, de sus conocimientos, y empleaba continuas trampas dialécticas. Cuando alguien es un experto en una materia de la que casi nadie a su alrededor tiene ni idea, la tentación de manipular la información es demasiado fuerte, y él, por supuesto, siempre caía en ella. No solo citaba los textos que le interesaban obviando otras fuentes que contradecían sus opiniones personales (como hizo una vez, aún lo recuerdo, con el tema de la objeción de conciencia al servicio militar), sino que exageraba o falseaba los datos, no distinguía entre el magisterio solemne y el ordinario, y esgrimía textos pastorales que habían sido rectificados por otros posteriores que, naturalmente, se escondía en la manga. Pero para darse cuenta había que hilar muy fino y era imposible pillarle en un renuncio porque tenía respuesta para todo.

   Pero Juan Pablo II se ha pronunciado a favor de la democracia –le decían–.  ¡Mira, mira, lo pone aquí en el nuevo Catecismo!

– ¡Por favor! –vociferaba escandalizado–. El Santo Padre se está refiriendo a una democracia perfecta, ideal, verdaderamente participativa y respetuosa con la dignidad humana, y no a este engendro que padecemos ahora, con un sistema de representación viciado de raíz y unas leyes que permiten el asesinato de niños inocentes en el vientre de sus madres. ¡Cómo va a estar la Iglesia a favor de una democracia así!

Y se ponía a citar papas, encíclicas, exhortaciones y documentos conciliares que avalaban su propio concepto de democracia.

Pero los temas con los que más caña daba con diferencia eran los de índole moral y de costumbres, sobre todo los sexuales. Con una potente batería de constituciones y cartas apostólicas, pronunciamientos papales y demás elementos del Magisterio de la Iglesia, discurseaba al personal de forma incansable sin que nadie dijera ni pamplona por miedo a ver puesta en tela de juicio su Fe y su ortodoxia. Yo lo recuerdo mucho despotricando, con la cara enrojecida, contra la comunión en la mano, el amancebamiento, los noviazgos largos –fuente inagotable de tentaciones contra la pureza– y, en general, contra ciertos comportamientos de los novios, como por ejemplo cogerse del brazo por encima del codo. ¡Y no digamos sobre otras expansiones de mayor alcance o sobre los "métodos anticonceptivos artificiales"!

  Muchas de las cosas que se hacen mal es por desconocimiento –solía decir–. Pero basta leerse la Mulieris Dignitatem, la Humanae Vitae y la Familiaris Consortio para saber a qué atenerse en estas materias.

Parece ser que los divorciados vueltos a casar ya no están excomulgados
Pero la cuestión que yo me planteo en estos momentos es cómo se tiene que sentir hoy este paisano, cuya única baza argumental era la autoridad de los papas, al escuchar las declaraciones públicas de Francisco sobre los temas más variados, y, en especial, al leer su reciente exhortación apostólica, Amoris Laetitia, en la que parece instar a los pastores a huir del rigorismo a la hora de negar el sacramento de la la eucaristía a los católicos divorciados que se han vuelto a casar o conviven maritalmente.

No sé por qué pero mucho me temo que por muy confundido que se encuentre con estas insólitas novedades, no se callará ni agachará la cabeza cuando alguien le pregunte, con malicia, si ahora también va a comerse con patatas lo que diga el Papa o va a pensar por su cuenta. Me apuesto lo que sea a que ya tiene preparado un sermón explicando la diferencia –ahora sí– entre los dogmas y las opiniones de un papa a título particular, y vapuleando a la prensa por “sacar de contexto” las palabras del Pontífice. 

6 comentarios:

Tábano porteño dijo...

"Existen entre nosotros fulanos que piensan es devoción al Sumo Pontificado decir que el Papa "gloriosamente reinante" en cualquier tiempo "es un santo y un sabio", "ese santazo que tenemos de Papa", aunque no sepan un comino de su persona. Eso es fetichismo africano, es mentir sencillamente a veces, es ridículo; y nos vuelve la irrisión de los infieles."
(L. Castellani).

"Pensando abrirle los brazos al mundo moderno, la Iglesia le abrió las piernas" (N. Gómez Dávila, Escolios II, 126).

"El Segundo Concilio Vaticano parece menos una asamblea episcopal que un conciliábulo de manufactureros asustados porque perdieron la clientela."
(N. Gómez Dávila).

J dijo...

A los fulanos de los que habla Castellani, yo les llamo "Papólatras". Hay personas que, haga lo que haga o diga lo que diga el Papa, lo defienden a capa y espada. Tanto si dice una cosa como la contraria. En el caso concreto de la exhortación, lo alabarían si hubiese dicho explícitamente que los divorciados vueltos a casar pueden comulgar y lo alabarían igualmente si hubiese dicho todo lo contrario. Eso es lo que llamo "papolatría"; que es un claro ejemplo de falta de criterio.

Neri, respecto al paisano del que habla en el artículo, conozco a algunos de esos. Aunque también es verdad que gente con criterio propio anda muy desconcertada ante los últimos acontecimientos...

Al Neri dijo...

Estimado Tábano porteño, me encantan las frases, aunque yo no tengo una opinión tan negativa del Concilio Vaticano II. Por lo que a mí me han explicado algunos sacerdotes que admiro, lo malo ha sido su interpretación y aplicación.Y lo siento, pero no me gusta nada la asilvestrada FSSPX.

Con el post no quiero decir que los católicos deban poner su criterio individual por encima del Magisterio de la Iglesia. El criterio propio no tiene porqué sacarse de la manga y en el caso de los católicos lo normal es que se base en el de la Iglesia. ¡Pero con cabeza! No se trata de ir de librepensadores por la vida ni de cuestionar los Dogmas de Fe, pero lo que no podemos hacer es justificar todas nuestras posturas esgrimiendo que "lo ha dicho el Papa", porque luego nos sale un Papa que se dedica a decir y a hacer barbaridades (y a las pruebas me remito) y quedamos como unos imbéciles.

Tenemos que hacer el esfuerzo de entender y asimilar las cosas para no ser simples loritos, y esto vale para la Religión y para todo. Nuestras ideas se construyen, naturalmente, a partir de las de otras personas, pero eso no quiere decir que cada vez que demos una opinión tengamos que decir: "esto es así porque lo dice Juan Pablo II / José Antonio Primo de Rivera / José María Aznar / Pablo Iglesias junior". No, nuestra opinión debemos formarla nosotros mismos, a partir de otras ajenas, de acuerdo, pero lo que no puede es consistir en una mera remisión, en un simple enlace a la web ideológica de otra persona por mucho que la admiremos. Nunca deberíamos hipotecar nuestra opinión. Personajes del presente y del pasado que hoy tenemos en un pedestal pueden derrumbarse inesperadamente y dejarnos con el culo al aire. Y se me están ocurriendo muchos ejemplos políticos pero sobre todo religiosos (el líder de cierta orden) que dan para pensar mucho.

J, es normal el desconcierto que tenemos muchas personas. Yo no entiendo nada y estoy bastante preocupado. Honestamente pienso que el Papa Francisco va a ser el causante de un doloroso cisma en la Iglesia. Cuando alguien se empeña en llevarse bien con todo el mundo a toda costa, haciendo lo que haga falta, al final termina enemistándose con todos y perdiendo el respeto de todos. El Papa Francisco haga lo que haga jamás va a ganar para la Iglesia Católica a la progresía, pero en cambio sí va a cabrear, cada vez más, con sus ambigüedades y golpes de efecto, a los católicos que intentan ser coherentes con su Fe.

Anónimo dijo...

Sería fascinante amañar un debate entre este personaje y Tono. Estarían de acuerdo en todo, pero el personaje que usted describe, con tantos alimentos purificados pillaria una gastritis

Tábano porteño dijo...

"El criterio propio no tiene porqué sacarse de la manga y en el caso de los católicos lo normal es que se base en el de la Iglesia. ¡Pero con cabeza!."

Muy acertado, Neri. Chesterton escribió, creo que en Ortodoxia, que cuando entraba en la Iglesia se sacaba el sombrero pero no la cabeza.

En todo caso, el riesgo de pensar "demasiado" por sí mismo estriba tal vez en que uno pueda creer tener ideas propias y en realidad está citando la "neoparla medíática", como la bautizó aquí un viejo maestro nacionalcatólico: cuando leyó ciertas "desprejuiciadas" declaraciones de algunos jóvenes participantes de uno de los programas "Gran hermano", quienes aseguraban tener opiniones propias, aquel maestro decía -para seguir en la línea orwelliana- que en realidad los pobres muchachos repetían la "neoparla" ("neohabla" en "lunfardo" porteño) de los massmedia, que habían inevitablemente asimilado desde que vinieron al mundo.

Por otra parte, más allá de lo que opinemos del actual Papa y de las consecuencias que pueda tener su accionar, desde el punto de vista histórico/sociológico es fascinante seguir el proceso de lo que va resultando del acceso a la Cátedra romana del vástago de dos instituciones históricamente magistrales en las artes de la "consecución" del poder, una global (jesuitismo), la otra local (peronismo).

Al Neri dijo...

Me encanta Cherterton. Esa frase es soberbia.