martes, 23 de febrero de 2016

PUCELA

Plaza Mayor de Valladolid

Como amante de la historia no puedo dejar de reconocer que esta rama del conocimiento tiene una grave limitación metodológica que siempre lastrará sus pretensiones de disciplina científica. Me refiero a que cuando los historiadores se encuentran con una laguna documental y no pueden justificar con datos objetivos un determinado suceso, se apresuran a especular con indicios muchas veces peregrinos, dejando volar su imaginación. Esta costumbre no sería tan negativa si los autores dejaran bien claro que solo están conjeturando, pero lo habitual, por desgracia, es que traten de sentar cátedra con sus hipótesis y terminen confundiendo a todos los interesados en un determinado tema. Ejemplos de este feo vicio historiográfico lo serían las innumerables tesis sobre la construcción de las pirámides egipcias; la localización de la Atlántida, del Arca de la Alianza o del Santo Grial; el asesinato de Kennedy; la autoría de El Cantar del Mío Cid, o el origen del topónimo Pucela aplicado coloquialmente a la ciudad de Valladolid.

La Pucelle de Orleans
Lo de Pucela mismamente es para hacérselo mirar.  A mí me cuesta creer que historiadores, documentalistas y etnólogos que llevan décadas estudiando el asunto todavía no hayan sido capaces de aclararnos de dónde viene esta curiosa denominación, que todo el mundo coincide en que ha surgido muy recientemente, en algún momento del siglo pasado. Sea como sea aún planean mil interrogantes sobre la cuestión, lo que no ha impedido que cada catedrático o erudito local se haya sacado de la manga su propia teoría, a cual más altisonante. 

Las hipótesis no tienen desperdicio. Veámoslas una por una:

1.- A Valladolid se le llama Pucela porque, según dejó escrito el emperador Antonino, había por estos lares una posada romana llamada Puntea donde los viajeros repostaban y descansaban. Hubo una evolución fonética de Puntea a puteum (pozo), cuyo diminutivo es pucelum.

2.- En el siglo XIV unos caballeros de Valladolid acudieron a Francia para luchar a favor de Juana de Arco (la Doncella Pucelle de Orleans) contra los ingleses que habían invadido parte del territorio galo. A su regreso, dichos caballeros serían apodados “pucelanos' en recuerdo de sus gestas.

3.- Aunque está rodeada de tierras de secano, Valladolid es en realidad un “lugar de aguas” que acoge los cauces del Pisuerga, del Esgueva y del Canal de Castilla, por lo que puede considerarse como una poza, en diminutivo “pozuela”.

Desembocadura del Esgueva en el Pisuerga, uno de mis rincones favoritos de la ciudad

4.- Carlos I convirtió Valladolid en capital de España, pero Felipe II trasladó la capitalidad a Madrid. Cuando Felipe III decidió traerse de nuevo la corte a la ciudad del Pisuerga, los madrileños cogieron tanta manía a los vallisoletanos que se referían a ellos como pulgosos, empleando el diminutivo de pulga en latín: “pullicella”.

Fábrica La Cerámica, en Vadillos
5.- En 1903, el famoso industrial cántabro Eloy Silió fundó la fábrica La cerámica donde hoy se encuentra el vallisoletano barrio de Vadillos, y obtuvo una licencia de distribución exclusiva de una clase de cemento italiano llamado puzolánico, o puzolano para abreviar. Al ser así un producto tan fuertemente identificado con la ciudad de Valladolid, el adjetivo comenzó a aplicarse a los naturales de la capital castellana y, en concreto, a los seguidores del Real Valladolid Club de Fútbol, en aquellos años veinte en que el balompié comenzaba a popularizarse por todo el país.

6.- Hay autores, entre ellos Camilo José Cela, que afirman que llamar Pucela a la ciudad comenzó como una costumbre popular “producida por mera creación, sin que se corresponda con dato, hecho histórico o documento alguno”.

Saco de cemento puzolánico
Insisto en que no me trago que, después de más de un siglo empleándose el término, no exista un mínimo acuerdo sobre su origen. Me parece increíble que a estas alturas los autores sigan pontificando con sus respectivas conjeturas y cada vallisoletano defendiendo alegremente la hipótesis que más le gusta. Estoy convencido de que un análisis exhaustivo de los archivos de prensa de toda España desde principios del siglo XX arrojaría una serie de conclusiones que permitirían, al menos, descartar algunos de los cuentos chinos que he enumerado, sobre todo el de Juana de Arco, que encima es el más popular. Pero da la impresión de que por extraños motivos interesa mantener viva la polémica, el halo de misterio que rodea a este curioso apodo que a mí, por cierto, no me gusta nada.

Desde mi total desconocimiento, a mí las opciones más creíbles me parecen las dos últimas. La del cemento puzolánico la planteó el prestigioso etnólogo Joaquín Díaz.

3 comentarios:

J dijo...

Recuerdo a mi padre preguntándose por el motivo del nombre de Pucela y ahora veo que no se sabe ni se quiere saber...

Teutates dijo...

Muy ilustrativo post sr. Neri, yo solo conocía alguna de las hipótesis, la de Antonio y la de Juana. A mi tampoco me ha gustado nunca el término Pucelano, ni Pucela del que las ordas futboleras se sienten muy orgullosos. Me resulta despectivo e insultante.
Respecto a lo que comenta sobre el método de hacer historia, es algo en lo que estoy plenamente de acuerdo con usted. De hecho me pongo de los nervios cuando leo sobre algún tema histórico concreto y distintos autores dan como plenamente ciertos determinados justificaciones o planteamientos que son contradictorios entre ellos, todo ello sin poner nota al margen discerniendo entre lo hipotético y lo documentado.

Tábano porteño dijo...

"Ejemplos de este feo vicio historiográfico lo serían las innumerables tesis sobre la construcción de las pirámides egipcias; la localización de la Atlántida, del Arca de la Alianza o del Santo Grial; el asesinato de Kennedy; la autoría de El Cantar del Mío Cid"


Seguramente tenga razón, Neri, y sea un feo vicio; pero a veces esas hipótesis tienen resultados más que dignos de meditarse. Copio los párrafos iniciales del opúsculo de Évola sobre el "Guerrin Meschino" (personaje que por otra parte parece tiene también una versión española):


"Lo que nos ha llegado bajo la forma de folklore, es decir, de tradiciones populares extraídas de leyendas o fábulas, podría ser comparado a esos conglomerados minerales que, junto a una ganga inutilizable contienen ricos filones. Este material no es menos precioso sobre el plano estético y literario, y todavía lo es más sobre el plano espiritual, pues se trata de hecho, de la forma involutiva, casi inconsciente, en la que sobreviven los significados trascendentes, base de ciertos ciclos de civilización.

El folklore medieval (o de origen medieval) es, a este respecto, más interesante. En una de nuestras obras, EL MISTERIO DEL GRIAL Y LA TRADICION GIBELINA DEL IMPERIO, ya hemos tenido ocasión de individualizar lo que revelan en varias tradiciones o canciones de gesta de la Edad Media, figuras como la del Rey Arturo, el Preste Juan, Perceval, Ogiero, "Federico", etc. Aquí nos proponemos estudiar breve mente un ciclo de civilización análogo que conoció también en Italia, una amplia audiencia popular (antes que la literatura policíaca y pornográfica toca se la delantera), sin que sea comparable a la de nuestros clásicos o a la DIVINA COMEDIA. Queremos hablar de los relatos que tuvieron por héroe al "Guerrin" llamado "Meschino" (el pobre Guerin) juzgados hoy como muy adecuados para divertir a los niños y considerados como literatura de escasa calidad.

En verdad estos relatos pueden figurar más que legítimamente entre aquellos en los que la vocación oscura demos incluso decir, "el misterio" de lo Occidental de la Edad Media, intenta expresarse figurativamente. El "Guerrino" no es un tipo de caballero inventado, es un símbolo. Simboliza el alma medieval en su esfuerzo por conocerse a sí misma. Para comprender el sentido oculto de los relatos fantásticos o pueriles de este ciclo, es preciso conocer el resto de ciclos con los que se emparenta e interfiere frecuentemente. (...)"