domingo, 28 de febrero de 2016

LA EDAD DE LOS CURAS


Cura de 76 años a la puerta de su parroquia


Tengo un conocido al que yo definiría como un anticlerical amable. Más escéptico que ateo, lo que no soporta es a los curas y a las monjas, pero sus comentarios críticos jamás están teñidos de resentimiento, sino más bien de una ironía dulce. No ataca frontalmente las maneras y costumbres del clero, al que se conoce de pe a pa; más bien derrocha una tibia socarronería que a mí nunca me ofende y algunas veces hasta me hace reír, dada su precisión al caricaturizar el tipo humano que abunda en la clerecía española.

Una de sus más geniales reflexiones versa sobre la edad de los curas. 

Según su opinión, que cada vez que expone en público yo me parto, casi todos los religiosos se conservan estupendamente debido a su peculiar estilo de vida, caracterizado por la placidez, las ocupaciones intelectuales y los escasos esfuerzos físicos, la falta de hijos y consiguientemente de preocupaciones graves, la afición a la buena mesa, etc.  Cabría hacer, es cierto, muchos matices a esta afirmación, pero toca admitir que, independientemente de la importancia social que queramos dar a los sacerdotes y a las monjas (yo mucha y él ninguna), este perfil refleja al milímetro las costumbres de bastantes de ellos.

Pero su frase más antológica cuando explica esta teoría es: “los curas cuando cumplen treinta años aparentan cincuenta, y cuando cumplen los noventa y cinco, también aparentan cincuenta”. Yo, que me he pasado toda mi infancia y mi juventud con los jesuitas y he conocido y tratado a multitud de párrocos y sacerdotes de muy diversas órdenes y condiciones, no puedo evitar sonreír ante una afirmación tan aguda. En efecto, muchísimos curas jóvenes, debido a su gravedad y a su  forma de vestir y de comportarse, parece que tienen más años, pero luego se estancan en esa apariencia y como casi no se apolillan con el paso de los lustros, alcanzan edades avanzadísimas conservándose como chavales.

Otro día expondré otras reflexiones sociológicas  sobre nuestros reverendos con las que me sorprende de cuando en cuando este anticlerical benévolo.

1 comentario:

Tábano porteño dijo...

En su novela “Los papeles de Benjamín Benavídes” el ¨P. Castellani (jesuita argentino que sufrió graves persecuciones de la Compañía), en el capítulo “Fray Fulgencio” describe al tal fray:

“Justamente lo estaba viendo sorberse un huevo. !Que
bestia! Se sentaba en una mesa frente a mi, con otros
tres sacerdotes. Era una delicia verlo comer, era un glotoncillo
artista. Comía no con la boca solo, sino con todo
el cuerpo -—se puede decir—, hasta con los pies; la atención
total puesta en la comida le componía el cuerpo de
vaca hacia ella, como a un atleta el balón. Comía de
tres platos a la vez, combinando sabiamente todo, el
arroz, el pescado, el vino y al mismo tiempo mondaba
a intervalos las naranjas del postre. Parecía como que
quisiera sentir el gusto de todo a la vez, como los artistas,
que ven toda su obra y la gozan a cada pincelada.
La lectura del comedor y la conversación cuando la habia,
para él como si no la hubiese. Creo que si se le
preguntaba que libro estaban leyendo en el comedor, el
hombre no lo sabia. !Que mandibula!
Tenia una mandibula digna de Fidias”.

Y poco después, a través precisamente del protagonista Benavides, habla crudamente sobre la vocación religiosa, problema que consideraba esencial en la Iglesia:

“La vida religiosa no es para todos. Y asi cono uno
se puede equivocar no entrando en religion como Dios
lo llamaba, que es lo mas frecuente, asi tambien se puede
equivocar al revés..."
“El dejar los bienes exteriores por alcanzar los interiores,
o como reza la formula consagrada, "los bienes
terrenos por los divinos’ y 'todas las cosas por Dios’,
es aprobado por la Iglesia y es la mas grande sapiencia:
alli se verifica la parabola del tesoro escondido y de la
perla sin precio. Pero el dejar las cosas nobles y bellas
de ia creacion por nada, eso no es negocio: es fakirismo
o estupidez. En ese sentido algunos conventos actuales
le dan la razon, por lo menos en parte, a Nietzsche. En
ellos la pobreza desemboca en envilecimiento o suciedad,
la obediencia en servilismo, la castidad en misoginia y dureza de corazon,
la oracion en aburrimiento, la abnegacion
en mutilacion; y el *abandono de todas las cosas’
hecho no en la caridad ni dentro de la contemplacion,
convierte a los hombres en bueyes, o en carneros o en
plantas.
“El despojarlos de los incentivos comunes del vivirf
sin lograr darles los incentivos extraordinarios, simplemente
les disminuye le vida; y a veces se la estanca y
corrompe."