viernes, 29 de enero de 2016

ENVEJECER


Yo pensaba que el envejecimiento humano era más bien lento y progresivo. No me basaba en ningún dato científico, sino en mi pura intuición. Sospechaba que las células, los órganos, la piel, iban desgastándose poco a poco con el paso del tiempo y que este desgaste se manifestaba físicamente también de forma escalonada.

En realidad no tengo ni puñetera idea de cómo funciona el asunto, pero lo que vengo observando cada vez más en la gente de mi entorno y en mí mismo es que, por desgracia, no nos aviejamos de manera tan pausada y paulatina como sería deseable, sino que, de cuando en cuando y sin previo aviso, sufrimos fuertes bajones. 

Yo he visto a demasiadas personas ajarse de golpe, en menos de un año. A cada edad a un nivel, por supuesto. He visto a tíos de cuarenta muy bien de aspecto y me los he encontrado al año siguiente calvos, encanecidos o con más patas de gallo que en un corral. Y las personas mayores lo mismo: señoras setentonas de aspecto juvenil, activas, que se mueven y caminan estupendamente y con la mente bien lúcida, y que en seis meses se convierten en venerables ancianitas de muleta y sofá que no se acuerdan ni de lo que acaban de comer.

Hay quien atribuye estos bajones físicos a causas concretas y, por supuesto, no niego que influyan en el envejecimiento las enfermedades o los disgustos. Pero para mí que no se trata solo de eso y que simplemente cada uno menguamos a un ritmo, subimos los escalones de nuestra edad a ratos sin prisa y a ratos corriendo, y encima estos escalones son muy irregulares, de muy diferentes alturas.

Lo noto mucho en los álbumes de fotos familiares o de amigos. A veces me fijo en alguien que está idéntico en una instantánea de 2002 que en otra de 2013, pero si miro en una de 2015 el contraste es brutal: asoman súbitamente en su rostro las huellas de toda una década, como un declive con efecto retardado. 

Es todo un misterio cómo nos marchitamos, y si no que se lo pregunten al presentador televisivo Jordi Hurtado. Ese sí que es la envidia de todos, aunque nunca se sabe si de un día para otro saldrá en Saber y ganar totalmente encorvado, con bastón y con la jeta más rugosa que Matusalén.

miércoles, 27 de enero de 2016

EL "FASCISTA" LICIO GELLI


Hay individuos con una personalidad tan compleja que sus ideas y comportamiento representan, durante toda su vida, un misterio insondable. Es el caso del italiano Licio Gelli, que falleció el mes pasado. Dicen que Licio Gelli, también conocido como El Venerable, se pasó los últimos años de su vida repitiendo “soy fascista y moriré fascista”, pero la verdad es que analizando su trayectoria yo soy incapaz de adivinar qué diablos fue. Y si alguien lo sabe que me lo explique.

Francis Ford Coppola se inspiró en él y en Giulio Andreotti para crear el personaje de Licio Lucchesi, de El Padrino III. 

Durante la Segunda Guerra Mundial, Gelli estaba afiliado al Partido Nacional Fascista y fue enviado a Alemania por el mismísimo Mussolini como enlace diplomático con el Tercer Reich. Al final de la contienda se encontraba combatiendo en Italia en un batallón de camisas negras, pero de repente, por arte de birlibirloque, se pasó a un grupo de resistencia partisano para recibir con los brazos abiertos a las tropas estadounidenses. Poco después era captado por la CIA con la misión de frenar la influencia soviética en Italia a través del Partido Comunista y otras organizaciones de extrema izquierda. Durante toda la Guerra Fría participó en varios atentados contra este tipo de grupos, todos ellos orquestados por los servicios secretos norteamericanos.
 
En los años 60 ingresó y llegó a ser Venerable Maestro de la extraña logia anticomunista Propaganda Due, más conocida como P2, cuya estrategia era -entre otras- debilitar el poder de los sindicatos, y de la que formaban parte militares, magistrados, periodistas, políticos de distintas tendencias e industriales, tanto de Italia como de otros muchos países. Parece ser que esta poderosa organización secreta, un auténtico “gobierno paralelo” respaldado por la CIA y la OTAN, estuvo detrás de la Red Gladio; del fallido Golpe Borghese de 1970; del asesinato del líder democristiano Aldo Moro, atribuido a las Brigadas Rojas, en 1978; de la matanza de Bolonia provocada por el grupo ultraderechista Ordine Nuovo en 1980; de la quiebra en 1982 del Banco Ambrosiano (participado por la santa Sede) y del ahorcamiento de su presidente, y de numerosos crímenes perpetrados por la Mafia y por la Ndrangheta. Incluso se especula con que los tentáculos de la P2 alcanzaron mortalmente los aposentos de Juan Pablo I. 

En 1974 obtuvo la nacionalidad argentina (había vivido y se había casado allí en los años 40 y 50) y el nombramiento como diplomático argentino en Italia. Durante la década de los 70 se relacionó con el ministro López Rega, dirigente de la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) y miembro también de la logia P2. La mano negra de ambos tuvo una influencia decisiva en la llegada al poder de la Junta Militar del Teniente General Videla. No obstante, a pesar de la simpatía de Licio Gelli por el peronismo, en 1987 fue profanada la tumba de Perón y cortadas las dos manos del cadáver, en un cobarde acto que varios investigadores atribuyen a la temida logia romana y a simpatizantes videlistas. 

En 1982 había ocho órdenes de captura dictadas contra Gelli, que al final terminó detenido e internado en un centro penitenciario de Ginebra, del que logró escapar haciéndose pasar por funcionario de prisiones. Al poco tiempo se entregaría y sería extraditado a Italia en 1988, aunque no volvería a ingresar en prisión debido a sus problemas de salud.   

La mayor parte de su vida la pasó en su lujosa villa de Arezzo, rodeada de tres hectáreas de olivos, viñas y bosque, desde donde movía los hilos de todos sus crímenes y "negocios". En 1998 los servicios secretos italianos encontraron ocultos entre las macetas de su jardín 200 kilos de lingotes de oro, una pequeña muestra de la fortuna que llegó a amasar. 

Posiblemente el detalle que más me ha impactado de la siniestra biografía de este elemento es el idealismo exaltado de su primera juventud. Con veinte años se alistó junto a su hermano en el Corpo Truppe Volontarie, unidad de voluntarios fascistas que apoyó al bando nacional en la Guerra Civil española. Su hermano falleció en esta generosa aunque no muy decorosa aventura.

domingo, 24 de enero de 2016

LA PATAGONIA REBELDE




Acabo de ver otro peliculón de Héctor Olivera: La Patagonia rebelde. Esta cinta argentina de 1974, basada en un libro de Osvaldo Bayer y ganadora del Oso de Plata de Berlín en 1984, nos brinda una descripción desgarradora de la huelga general revolucionaria que se produjo a principios de los años veinte del siglo pasado en la región patagónica, conocida como la Patagonia trágica.

Ante la situación casi protofeudal en que vivían los peones agropecuarios e industriales del sur de Argentina, la Federación Obrera Regional, controlada por anarcosindicalistas al mando del famoso Antonio Soto, anuncia un paro general que siembra el caos en las estancias (latifundios) de todo el territorio. El Gobierno de Buenos Aires envía a Río Gallegos, como mediador, al teniente coronel Héctor Benigno Varela, que, al conocer la explotación y los abusos reinantes, se pone de parte de los trabajadores y fuerza a los patronos a suscribir un convenio colectivo mucho más humanitario. Nada más marcharse Varela, los estancieros inician una campaña de despidos y extorsiones contra sus asalariados, lo que provoca una rebelión sangrienta y sin precedentes en toda la región. Los campesinos se hacen con armas y cometen toda clase de desmanes, poniendo en peligro la economía argentina, los intereses ingleses en los “frigoríficos” cárnicos de la zona e incluso la unidad territorial del país. Ante tan delicada situación, agravada por los asesinatos y violaciones perpetrados por el Consejo Rojo de Alfredo Fonte, El Toscano, el Presidente del Gobierno encomienda a Varela regresar a la Patagonia, pero esta vez con órdenes de reprimir contundentemente a los revolucionarios, encargo que el militar ejecuta con el máximo celo, torturando y fusilando a cientos de huelguistas. Un año después de estos acontecimientos, el implacable militar moría en un atentado anarquista a la puerta de su casa.

La Patagonia rebelde destaca por su garra narrativa, su realismo y su crudeza, unidos a las sólidas interpretaciones de Héctor Alterio (teniente coronel), Luis Brandoni (Soto) y Pepe Soriano (“el alemán”). El guión tiene un gran interés histórico, y profundiza en el romanticismo de los ideales anarquistas y en la figura de Antonio Soto, ferrolano emigrado a Argentina con 13 años y uno de los mitos del anarcosindicalismo internacional (en la ciudad de Ferrol una calle lleva su nombre y en La Coruña le recuerda una fuente centenaria). También se abordan indirectamente las tensiones de la época entre Argentina y Chile.

Entre las cosas que más me han llamado la atención está el cambio de nombre del teniente coronel Varela, que aparece como teniente coronel Zavala. No se entiende esta “precaución” cuando todo el mundo sabe de sobra quién es el militar encarnado por Alterio y cuando se respeta la identidad histórica del resto de protagonistas.

Es muy interesante además el hecho de que la película se estrenara durante la presidencia de Juan Domingo Perón, que inicialmente prohibió su exhibición pero que terminó autorizándola en vista de los valores sociales que ensalzaba. También debe destacarse que fue este filme la causa inmediata del exilio a España del actor Héctor Alterio, ya que poco después de su estreno la Triple A le invitó a abandonar el país.


lunes, 18 de enero de 2016

CONFESIÓN "A LA LUTERANA"


Hace poco, en una tertulia de amigos, a raíz de una discusión sobre el sacramento de la Penitencia, me reí tanto que pensé que se me desencajaban las costillas. Creo que merece la pena contar aquí lo sucedido porque es muy hilarante y porque también me interesa conocer la sincera opinión de los lectores del blog.

La cosa comenzó cuando uno de mis amigos comentó, no recuerdo a cuento de qué, la vergüenza que le daba en sus años de bachillerato y de universidad confesarse de cierto tipo de pecados que todos podéis imaginar. Venía a decir que la principal causa por la que terminó abandonando el sacramento de reconciliación fue el sofoco que pasaba contándole al cura sus prácticas onanistas o sus expansiones físicas con la novia o con sus ligues. Acabó considerando que era absurdo relatar una y otra vez estos pecados al confesor, pasar un mal rato semejante, cuando tampoco estaba nada seguro de querer abandonar esas “costumbres”. Según contaba, alguna vez se planteó seguir confesándose sin referir estos escabrosos deslices, pero al final concluyó que eso equivaldría a hacerse trampas al solitario y que la absolución en todo caso sería inválida; y por simple honestidad prefirió desistir.

En esto que otro amigo, compañero de colegio del anterior y católico bastante practicante, intervino para reprocharle su actitud:

– Pues me parece fatal que dejaras de confesarte por ese motivo. No tienes por qué avergonzarte ante un sacerdote, que está para ofrecerte su comprensión y su consejo. Además, tío, tampoco hace falta entrar en detalles con esos temas. Se menciona el asunto y ya está. No es para tanto.

– ¿Cómo que no es para tanto? –saltó el aludido– Son pecados que hay que contar y resulta muy embarazoso explicarlos. ¿A ti no te daba corte? A ver, ¿cómo haces tú, listillo, para confesar ese tipo de cosas sin entrar en materia y sin sonrojarte?

Todos celebramos la pulla con una carcajada estruendosa. Pero el aludido no se amilanó y explicó detalladamente su técnica penitencial:

– Pues muy sencillo. Yo cuando voy a confesarme me suelo acusar normalmente de seis u ocho pecados, y todos los enuncio de una manera general, incluidos los del sexto mandamiento cuando corresponde. Suelo decir toda la lista seguida y bastante rápido, pues casi siempre son las mismas cosas, y en mitad de toda la retahíla meto también esas caídas a las que tú te refieres, como quien no quiere la cosa, y jamás doy ni me preguntan detalles.

– ¿Eh? ¿Qué es eso de que los enuncias “de una manera general”? ¿Cómo que no das detalles? A ver, que no lo acabo de pillar: ponme un ejemplo práctico de cómo lo expresarías de esa "forma general" que tú dices…

– Joder, pues qué sé yo. Por ejemplo, la cosa podría ser más o menos así: “Ave María Purísima”, “sin pecado concebida” – y aquí se puso a recitar a una velocidad de vértigo, como en el viejo anuncio de los coches de juguete Micro Machines– , “padre , me acuso de egoísmo y de vanidad, de haber discutido con mi hermana, de irritarme fácilmente, de ser demasiado cómodo, de perder el tiempo, de faltas contra la pureza, de haber faltado a misa, de envidiar los éxitos de los demás, y de comer y beber en exceso".

Aquí las risas ya estallaron como una bomba atómica. Alguno de los presentes tuvo que bajarse del taburete para no caerse. Yo mismo aporreaba con el puño la barra del bar entre espasmo y espasmo. Teníamos lágrimas en los ojos. Imaginábamos la escena en el confesonario y no podíamos contenernos. Pero el otro no se calló, sino que cabreado como una mona, se puso a lanzar exabruptos contra esa clase de confesiones:

– ¿Faltas contra la pureza? ¡Pero tú eres un sinvergüenza! ¿Qué mierda de confesión es esa? ¡Encima de carrerilla! ¡Eres un puto defraudador penitencial! ¡Tus confesiones son como las declaraciones de la Infanta Cristina!

– Oye, oye, cuidado, que a mí en más de veinte años ni un solo cura me ha interrumpido ni me ha pedido pormenores… Bueno, miento: una vez un párroco joven, el muy morboso, me dijo: “para, para, chaval, vayamos por partes..."

– ¡Tú eres un fariseo y un jeta! O sea que yo me he pasado toda mi adolescencia sufriendo para explicarle al cura cuántas veces me la pelaba, y tú mientras te ibas de rositas con esa morcilla de las “faltas contra la pureza" ¡Eso es totalmente nulo! ¡Esas son confesiones “a la luterana”!

– ¡Nada de “a la luterana”!  Lo que pasa es que tú eras un guarro que te ponías a dar detalles que un confesor no necesita en absoluto para absolverte. ¡Basta con que te vea arrepentido y ya está! ¿También cuando te confesabas de contestar mal a tu padre le contabas la bronca completa o qué? ¡Degenerado!

Creo que hace años que no nos lo pasábamos tan bien tomando una copa.

domingo, 17 de enero de 2016

EL DESPERTAR DE LA FUERZA





Las de Star Wars son las únicas películas de ciencia ficción que me gustan. Las descubrí de pequeño, cuando ya se había estrenado El retorno del Jedi (1983), y rápidamente me contagié –sin llegar a sus extremos– del entusiasmo de un compañero de clase que estaba fanatizado con la saga y que hoy curiosamente es vecino mío. Por aquel entonces, veía estos filmes en vídeo una y otra vez y coleccionaba figuritas, naves espaciales y otros juguetes (jamás libros) relacionados con el universo inventado por George Lucas. 

Hoy se podría decir que soy fan de Star Wars, pero sin friquismos. La historia de fondo me parece sugestiva, pues está inspirada, de forma muy original, en la república y en el imperio romanos, y en la Segunda Guerra Muncial. Los distintos planetas, ambientes, vehículos, personajes y criaturas son fascinantes y un auténtico derroche de creatividad. Sin embargo hay algunos aspectos que me desagradan bastante, empezando por los patéticos guiños de George Lucas al público infantil (los ewoks, Jar Jar Binks…), que empobrecen y trivializan las películas, y siguiendo por la avaricia del cineasta californiano, que lleva cuarenta años exprimiendo un limón al que argumentalmente ya no le queda ni una gota. De hecho, la trilogía de precuelas iniciada en 1999 no me gusta nada, pues los guiones están forzadísmos para encajar en la cronología interna de la serie, que, por cierto, también es artificial. Cuando se estrenó La guerra de las galaxias en 1977, Lucas ni siquiera pensaba en una segunda cinta, ni, por supuesto, había pergeñado el macroargumento épico que hoy enfervoriza, casi como una religión, a los frikis de todo el planeta. Es más: ni siquiera había decidido algo tan esencial en el relato como la filiación de Luke Skywalker y la princesa Leia. Vamos, que la primera peli se contextualizó como la continuación de una historia ya empezada solo para resultar más sugerente, y no porque se supiera todavía una palabra de la Federación de Comercio, la batalla de Naboo, los Sith o las Guerras Clon, aspectos desarrollados posteriormente para hacer negocio.

La semana pasada fui a ver El despertar de la fuerza (séptimo episodio) y me lo pasé muy bien. Los hechos transcurren treinta años después de El retorno del Jedi, cuando el reverso tenebroso de la Fuerza resurge de las cenizas del Imperio con la creación de la Primera Orden. La película es emocionante y divertidísima a diferencia de La amenaza fantasma, El ataque de los clones y La venganza de los Sith. Tiene un ritmo trepidante, al más puro estilo del cine clásico de aventuras, y algunos detalles son geniales, como, por ejemplo, el diseño del androide BB-8. Su defectos, no menores precisamente, son sus guiños continuos al Episodio IV, del que el argumento es una copia encubierta; que el villano
Kylo Ren se pase media película con la máscara quitada, y la penosa –y menos mal que testimonial– reaparición de Harrison Ford (Han Solo), Carrie Fisher (Leia Organa) y Mark Hamill (Luke Skywalker), que ya están los tres para echarlos a los pollos. Lamentable la escena en la que Solo y Leia deberían haberse dado un morreo como mandan los cánones y la cosa se queda en un abrazo ñoño y fraternal. Y no porque no hubiera pasión entre la generala de la resistencia y el capitán del Halcón Milenario, sino porque un beso con lengua de estos carcamales habría atentado contra los más sagrados principios de la estética cinematográfica.

En resumen: muy entretenida pero con un persistente ruido de fondo de caja registradora.

jueves, 14 de enero de 2016

EL BEBÉ DE CAROLINA


La fundadora y diputada de Podemos Carolina Bescansa llevó ayer a su bebé a la sesión constitutiva de las Cortes y, sin cortarse un pelo, lo amamantó en pleno hemiciclo. Incluso un bromista votó a la criatura como candidato a la presidencia del Congreso. Carolina ha declarado que “hay que favorecer que estas tareas dejen de ser un asunto privado que las mujeres tienen que resolver por su cuenta en la invisibilidad”. El episodio en general y la absurda declaración de la podemita en particular han merecido una reacción airada de gran parte de los españoles y el consabido revuelo mediático, al considerarse este comportamiento muy poco profesional, máxime cuando la Cámara Baja dispone de servicio gratuito de guardería desde hace diez años.

Yo no quito la razón a la gente cabreada, pues está feo eso de llevarse el churumbel al trabajo. Lo lógico es que una feminista tan concienciada como la Bescansa hubiera dejado al crío con su padre (en caso de saber quién es) para dar ejemplo de lucha comprometida en favor de la igualdad de género y contra el patriarcado machista que nos asola.

Lo que pasa es que a mí esta cuestión de la visibilidad y de la guardería no es la que más me preocupa, y pienso que las alarmas deberían haber saltado por otro motivo que parece haber pasado desapercibido a todo el mundo a pesar de su gravedad. Me refiero al hecho de permitir que un menor, un chiquillo inocente de pocos meses, acceda a un antro tan pernicioso como el Congreso. Igual que las autoridades competentes en materia de protección a la infancia actuarían de manera fulminante contra un padre o una madre que entrara con su niño pequeño en un bar de putas, en un espectáculo indecente o peligroso, en una timba de póquer o en un cónclave de bandidos, cabría esperar que ayer mismo se hubiera retirado a esta señorita la custodia de su hijo, pues es difícilmente imaginable un lugar más amoral y obsceno que el Congreso de los Diputados, un ambiente más sórdido y nocivo para un mocoso que el de este cubil de lobos, trileros y chorizos. 

lunes, 11 de enero de 2016

AUTOEDICIÓN


En este último mes han publicado libros tres personas que conozco. Una compañera de trabajo ha escrito una novela romántica de 70 páginas ambientada en Nueva York, mi vecino de abajo ha lanzado una novela histórica sobre la Corona de Aragón en el siglo XIV, y un abogado amigo de un amigo ha sacado un libro de autoayuda o de coaching (no lo tengo claro) sobre dirección de equipos. Tras indagar un poco, he comprobado que en los tres casos han sido ellos mismos los que han sufragado la edición de sus obras y se han encargado personalmente de su promoción e incluso de su distribución.

A mi generación y a las posteriores nos han hecho creer la cursilada de que todos tenemos derecho a hacer realidad nuestros sueños y de que nada es imposible si se pone ilusión y voluntad. Observo que mucha gente de estas franjas de edad, sobre todo a partir de ciertos niveles de renta, está poco acostumbrada, desde la infancia, a que se le niegue nada, y que existe cierta tendencia a confundir la satisfacción de los más tontos caprichos con el logro de la felicidad. Por ello a menudo les cuesta acoplar sus expectativas vitales a las capacidades y circunstancias que Dios les ha dado, y más, ya digo, cuando manejan pasta. Así nos encontramos con situaciones que yo personalmente considero patéticas, como las operaciones de tetas de chicas de 18 años, la compra de títulos académicos en universidades privadas por los estudiantes más lerdos, la proliferación de jóvenes emprendedores que llevan escrito el fracaso en la cara nada más empezar y la autoedición de libros.

Como consecuencia de este infantilismo, de este voluntarismo atolondrado, es harto frecuente encontrarse a individuos que no saben distinguir una afición personal de un medio de vida. Y el ejemplo perfecto es el de algunos escritores aficionados.

A muchos nos encanta escribir, por muy distintas razones, y lo hacemos a diario. Algunos pensamos que no se nos da mal del todo y que somos capaces de transmitir eficazmente ideas y sentimientos. Siempre decimos que nos haría ilusión publicar un libro, pero a la vez reconocemos no tener muy claro sobre qué, no disponer de tiempo para ello y no saber a quién podría interesar una obra nuestra. Normalmente hacemos un balance realista entre el esfuerzo que implicaría escribir, por ejemplo, una novela, y los resultados prácticos que obtendríamos, y no me refiero tanto al dinero como al número de potenciales lectores. En resumen, pensamos que no todas las personas que disfrutamos escribiendo, por muy bien que nos dé, tenemos por qué publicar nuestros textos en letra de imprenta y venderlos en las librerías. Y menos pagando de nuestro bolsillo.

La autoedición está cada vez más extendida
Pero de vez en cuando te encuentras con alguien empeñado en publicar a toda costa. Puede tratarse de un tipo que se limite a redactar de forma solvente (o él lo crea así), al que sus padres le aseguren todos los días que escribe mejor que Vargas Llosa. También puede ser el autor de un blog que no lee nadie o un chaval que hacía sus pinitos en la revista del instituto, que en su vida ha ganado un galardón literario o ni se ha presentado siquiera, que no conoce a nadie de ninguna editorial o incluso le han rechazado originales, pero que está obsesionado con ser escritor, y entonces redacta una novela o lo que sea; paga mil o tres mil euros para imprimir equis ejemplares; organiza él mismo una serie de actos promocionales (en alguna librería o centro cívico); difunde las invitaciones a familiares, amigos, vecinos y compañeros de trabajo (ventas seguras); trata de vender todo lo que puede en estas presentaciones (por eso las librerías se prestan a estos saraos, a cambio de un porcentaje), y, por último, se dedica a patear tiendas ofreciendo su libro a diestro y siniestro. ¡Ya tenemos a un escritor con al menos un título en su haber!

Tengo entendido que también hay empresas especializadas que se dedican a publicar libros de cualquiera que esté dispuesto a pagar la edición (maquetan el texto, diseñan la portada, gestionan los derechos de autor, lo imprimen y a veces hasta lo promocionan).

Yo, por mi parte, soy reacio a leer libros autoeditados, pues considero que la evaluación de la calidad de una obra literaria, la valoración de si merece ver la luz y llegar al mercado, no debe realizarse por el autor, sino siempre desde fuera, por una editorial experimentada que solo se juegue los cuartos si hay viabilidad. Con ello no quiero decir que un escritor novel no pueda escribir una novela maravillosa por su cuenta y con su dinero, pero si tan buena es no me cabe duda de que habría obtenido algún premio o reconocimiento, o la habrían aceptado en los circuitos editoriales comerciales, y el autor no hubiera tenido que poner ni un céntimo para verla en los escaparates.

Los libros autoeditados suelen provocar fuertes prejuicios y suspicacias en el público, pues el prestigio de sus autores carece del más mínimo aval externo. Cuando compramos un ensayo histórico, una novela o un cuento para niños estamos asumiendo subconscientemente que si está editado y colocado en la estantería de nuestra librería favorita es porque unos profesionales que entienden de historia o de literatura han apostado por él y han invertido en él, y no porque un aficionado tenga el antojo de ver sus textos en letra de molde y encuadernados, amén del dinero para darse ese gusto.

Ahora cualquier idiota puede publicar un libro, que para eso estamos en democracia.

No obstante, podríamos elucubrar durante horas sobre las claves del éxito literario, sobre la criba que llevan a cabo las grandes editoriales en perjuicio de las más modestas y de los autores independientes, sobre la manipulación de las grandes superficies comerciales y sobre la dictadura cultural, temática y hasta ideológica que todo esto supone. Baste decir que a uno de los mayores accionistas de unos grandes almacenes famosos a nivel nacional (al que yo conozco personalmente) le dio hace años por publicar varios libros suyos y de sus familiares, y que nada más salir de la imprenta fueron expuestos en las estanterías de “los más vendidos” de todas sus tiendas de España, y ahí siguen, y no precisamente porque se vendan.

En todo caso, los “escritores” que yo conozco que se pagan sus libros no lo hacen por razones contraculturales, ni para salvar la censura y el monopolio de las grandes compañías editoras, sino porque tienen un ego desmedido y una incorrecta percepción de su pericia, porque no les financiaría ni la editorial más cutre y, mayormente, porque se aburren mucho. 

viernes, 8 de enero de 2016

LA ABUELA




No me resisto a compartir una anécdota muy poco edificante pero impagable del reciente viaje de negocios que ha hecho un amigo mío a Cuba.

Aeropuerto de La Habana. Mi amigo busca un taxi que le lleve al hotel. Coge uno pilotado por un negrito sabrosón, obeso, con camiseta de tirantes y gorra de béisbol puesta del revés. Nada más saber que es español, le guiña un ojo a través del retrovisor: 

  Se follará a una mulata, ¿eh, amigo? Venir a La Habana y no singarse a una mulata es como no venir, ¿eh?

Mi amigo se echa a reír y le sigue el juego: 

 Pero bueno, vamos a ver, ¿aquí en La Habana se puede o no se puede follar gratis?

Están justo en un semáforo y el taxista se gira completamente hacia el asiento de atrás y exclama todo encendido: 

  ¿Gratis? ¡Gratis ni mi abuela!

miércoles, 6 de enero de 2016

MIS REGALOS DE REYES 2016



Ya sabemos que es tradición en La pluma viperina en este día de Reyes enumerar todos los regalos que nos han traído Sus Majestades de Oriente. Esta vez, para no repetirme, omito los presentes que me dejan todos los años (mi agenda Moleskine, mi loción Floïd, etc):

 1- Un bolso grande de piel tipo bandolera para mis viajes (para poder meter más cosas como equipaje de mano en el avión).  

 2- Una chaqueta gorda de punto, con botones de cuerno, con la que talmente parezco un intelectual marxista.  

 3- Un pijama precioso, rojo y gris.

4- Una funda rígida para mi memoria externa de 500 Gb. 

 5- Un paraguas grande (que he estrenado hoy mismo, por cierto).

 6- Unos mantelitos de bambú muy prácticos para cenar viendo una peli.

 7- Varias bolsas grandes para la compra (ahora que ya no las dan de plástico en los supermercados).

8.- Un frasco de mi colonia favorita de diario.

9.- Un anorak verde.