martes, 30 de junio de 2015

RECTIFICAR (UNA VEZ) ES DE SABIOS



Creo que el famoso refrán “rectificar es de sabios” se inventó con el único fin de consolar a los indecisos patológicos. De hecho, he observado que los más aficionados a esta muletilla son precisamente personas de criterio vacilante y con escasa personalidad. 

Estamos todos de acuerdo en que corregir a tiempo una decisión ya adoptada tras percatarnos de un error es una conducta cabal o, por lo menos, bastante preferible a seguir adelante, caiga quien caiga, con plena conciencia del fallo. No sé si de sabios, pero al menos es una actitud propia de gente honesta que no se deja dominar por el orgullo y la cabezonería. Pero, claro, con ciertos límites, porque una cosa es equivocarse de vez en cuando y hacer las rectificaciones pertinentes, y otra muy distinta que tu vida sea tal sucesión de cagadas o sufras de una voluntad tan oscilante que te veas obligado a realizar continuos reajustes en tus resoluciones, opiniones, actuaciones, expresiones y tareas. Quizá esta actitud sea muy honrada, nadie lo discute, pero dudo que “sabio” sea la palabra exacta para definir a quien no para de confundirse, por mucho que después pruebe otras alternativas o modifique los procedimientos erróneos.

Dejémonos de historias. Todos nos equivocamos alguna vez, por supuesto, pero los verdaderos sabios son los que menos se equivocan. 

Es como lo de pedir perdón. Disculparse puede ser un gesto muy elegante que diga mucho a favor de una persona, pero no quitarse el perdón de la boca me parece típico de peleles y de pusilánimes. Tengo un par de conocidos que se pasan el día solicitando la absolución cada vez que dicen una palabra más alta que otra, cada vez que a cualquiera no le gusta algo que han hecho, e, invariablemente, después de las discusiones. Y pienso que son unos tontainas que sucumben con demasiada facilidad a la tentación buenista de pedir disculpas, al lubricante social de la rectificación, sin darse cuenta de que abusar de esta "técnica" hace que pierda todo su efecto.

Considero que hay que tomar tres grandes precauciones antes de pedir perdón. Primero, asegurarnos de que no nos hemos disculpado ya mil veces por lo mismo, porque si resulta que no hacemos más que mostrarnos arrepentidos por un comportamiento que no dejamos de repetir una y otra vez, con la mayor soltura, alguien podría imaginarse que nos estamos riendo de él a la cara. En segundo lugar, preguntémonos si el hecho por el que vamos a disculparnos es responsabilidad nuestra y si de verdad podría haberse evitado, y así no incurriremos en ridículos como el de la Iglesia Católica cuando se duele públicamente de los “excesos” de la Inquisisión o el de algunos alemanes cuando en pleno siglo XXI entonan el mea culpa por los crímenes del nazismo. Y, por último, debe evitarse a toda costa pedir perdón cuando te han sorprendido en una falta que jamás habrías confesado, ni mucho menos te habrías disculpado, si no te llegan a pillar. El más claro ejemplo es el “lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir” de Don Juan Carlos de Borbón tras su viaje cinegético a Botsuana. 

Y, ante todo, no pretendamos infundir respeto alguno si nuestro número de rectificaciones y de perdones sobrepasa cierto límite. A la larga a todos nos gusta la gente confiable que pone todos los medios para no errar a menudo, y la que no tiene que andar disculpándose porque anda con buen cuidado de no herir a los demás. Ya dice un proverbio árabe: “Medita bien lo que vas a decir para no tener que pedir perdón”.


Sobre este tema en La pluma viperina: El arte del halago

domingo, 28 de junio de 2015

LA SENDA DEL DUERO




Foto tomada por mí

Desde 1993 el Ministerio de Medio Ambiente, a través del Programa de Caminos Naturales, viene acondicionando rutas por canales, cañadas, antiguas vías de ferrocarril, caminos de sirga, vías pecuarias y veredas de todo tipo para fomentar el senderismo, el contacto con la naturaleza y el desarrollo rural. Uno de los proyectos más ambiciosos, en colaboración con Portugal, ha sido el sendero GR-14, más conocido como Senda del Duero, que recorre la ribera de esta emblemática arteria fluvial desde su nacimiento en Duruelo de la Sierra (Soria) hasta su desagüe en Oporto. El itinerario se inauguró en 2012 y está perfectamente señalizado. Yo ayer me animé a recorrer a pie un tramo de su etapa número 12, que une las localidades vallisoletanas de Peñafiel y Quintanilla de Onésimo. En concreto anduve un total de 17 kilómetros sumando la ida y la vuelta desde Peñafiel a Pesquera del Duero, un paseo que recomiendo a todos los amantes del trekking. 

Esta zona es famosa en España por su cultura vitivinícola. A decir de los entendidos, aquí tienen los viñedos las bodegas más prestigiosas de la denominación Ribera de Duero, que elabora los caldos más preciados del país después del tinto de La Rioja. Este valle fluvial alberga además numerosos municipios de gran relevancia histórica, destacando Peñafiel con su soberbio castillo del siglo X, que fue conquistado por el mismísimo Almanzor y recobrado 30 años más tarde por el conde castellano Sancho García. 

El recorrido que hice discurre por antiguas sendas de pescadores atravesando pinares y frondosos bosques de chopos, sauces y fresnos. Desde el mismo Peñafiel seguí el Duratón hasta su desembocadura, casi tres kilómetros más allá. A partir de este punto un Duero ya caudaloso serpentea suavemente con su color de arcilla, con una corriente casi imperceptible en esta época del año, flanqueando farallones y pegado al camino, unas veces a ras de suelo y otras hasta treinta metros por debajo. Aunque fácil y accesible, la ruta alterna repechos y bajadas para no aburrir y sorprende con vistas maravillosas de un río en estado salvaje, con troncos muertos que lo atraviesan a modo de puente y una increíble variedad de aves tanto acuáticas como de bosque de ribera que pude disfrutar a pesar del calor: aguiluchos laguneros, fochas, azulones, rabilargos, abubillas, colirrojos y un ruiseñor cada cincuenta metros enseñoreándose de su territorio.

Un buen plan, a ser posible en una época algo menos tórrida, para gozar de un día campestre completo, con opción de lechazo regado con un crianza de postín en alguno de los mejores asadores de la provincia (yo, naturalmente, llevé un bocata de tortilla en coherencia con mi austeridad de revolucionario).

jueves, 25 de junio de 2015

FÚTBOL FEMENINO

Saludo en un antiguo partido de la Copa América
Tras su estruendoso varapalo en el Mundial, las “chicas” de la Selección Española “Femenina” de Fútbol han comparecido en diversos medios de comunicación para exigir el relevo del actual seleccionador nacional, Ignacio Quereda, al que acusan de machismo y de trato degradante. “Es como si tienes un jefe que te desprecia”, “va muchas veces por una línea autoritaria”, “nos trata como a niñas pequeñas, no como a profesionales”, "sus charlas y discursos siempre llevan la coletilla de ´chavalitas`”, “con unas está pendiente de lo que hacen y les corrige errores y de las otras pasa absolutamente”, han denunciado, entre hoy y ayer, las fracasadas futbolistas, explicando que si han callado hasta ahora ha sido para evitar represalias como las que supuestamente sufrió hace años la lesbiana Laura del Río por cuestionar los métodos de Quereda. Naturalmente a la hombruna Laura le ha faltado tiempo para unirse a la reivindicación de sus veintitrés ex compañeras.

Las jóvenes deportistas están muy molestas, las pobres, porque su seleccionador es un déspota que les hace bromas humillantes como “a ver quién hace de mujer y me pone el café” o las llama “gorditas”. Una vez, en pleno entrenamiento, le gritó a una delantera que le sobraban siete kilos. Fíjate qué drama.

Yo solo quiero preguntar si alguien se imagina a los jugadores de la Selección masculina lloriqueando en la tele porque Del Bosque se muestra imperativo, les llama “chavalitos”, les aconseja mantener la forma física o hace más caso a unos titulares que a otros. 

¡Y luego  pretenderán que nos tomemos en serio el fútbol de las féminas!  Se deben de pensar estas mozas que los entrenamientos deportivos son una asamblea, una reunión de sociedad o un encuentro de amiguitas con derecho a roce. Supongo que les encantaría que la dirección técnica fuera asumida por una tía despampanante o por una fornida camionera, según los gustos, que les prodigara, como mínimo, tantos mimos y ternezas como los que ellas intercambian (presumiblemente) en las duchas del vestuario.

A lo mejor si no concibieran el equipo como una cama redonda en la que todo varón es un extraño sus resultados en los Mundiales habrían sido muy diferentes. Para mí que no acaban de enterarse de que, en fútbol, una tijera es una jugada acrobática y no esa cochinada que tanto les gusta.

Yo no es por ser mal pensado, pero me da en la nariz que este bollo... perdón, pollo contra Ignacio Quereda lo han montado con el único propósito de brindar al balompié femenino un protagonismo que jamás encontrará en los estadios por diferentes razones, entre ellas la casi total ausencia de espectacularidad y dinamismo de este marginal deporte que a nadie le importa un pito.

martes, 23 de junio de 2015

TRAMPAS DIALÉCTICAS


En una etapa ya superada de mi vida me enseñaron muchos trucos dialécticos con los que dominar las discusiones políticas y convencer a mis interlocutores. Durante años creí que ambos objetivos eran equivalentes, pero hoy tengo claro que no tienen nada que ver. No es lo mismo imponerse en un debate, es decir lograr que tus adversarios terminen callándose, que persuadir a los demás de la bondad de tus opiniones. Hoy creo que la mayoría de las estrategias que aprendí pueden ser útiles para alcanzar el primer fin pero malamente el segundo. También pienso que estas técnicas tienen un trasfondo violento y tramposo que las aleja mucho de lo que podemos entender como honradez intelectual. 

Una de estas tácticas, más vieja que el mundo, consiste en intentar objetivizar a toda costa los debates subjetivos de carácter ideológico, llevándolos de manera forzada al terreno de las conclusiones científicas, las citas de autores, y las fechas y hechos históricos. Se trata de convertir una controversia que ha nacido del contraste de sentimientos y de convicciones íntimas en una guerra de conocimientos en la que el contrario lleve las de perder, en una exhibición apabullante de datos previamente aprendidos que provoque en el auditorio la sensación de una gran diferencia de nivel entre los contendientes, y consiguientemente descoloque y humille al rival.

Hay debates en cuyo desarrollo y conclusión es esencial el despliegue de datos objetivos, pero otros no, o, al menos, no en la misma medida, así que me parece bastante fullero hacer que un simple cruce de opiniones se transforme en un impertinente examen académico, o en una medición de lecturas o de escalafones culturales. El gran error de partida de los que emplean –y yo lo he hecho– esta clase de estratagemas es considerar que toda charla es una discusión, que todo intercambio de pareceres es una competición que ha de ganarse como sea, quedando siempre de pie como el gato. Recopilar sistemáticamente información científica y bibliográfica; coleccionar armamento argumental en forma de citas, fechas, nombres de historiadores y títulos de libros (que a veces ni se han leído) para apabullar en público a quien piensa diferente es una actitud que suele evidenciar sectarismo, inmadurez y complejo de inferioridad.

Es fundamental estar bien formado para defender dignamente nuestras posturas, pero sepamos diferenciar. 

Hay temas en los que para polemizar sí es importante atesorar un mínimo de conocimientos. Por ejemplo, si una amiga se empeña en que Carlomagno era un emperador romano no será muy difícil sacarla del error (si se deja) tirando de nuestra humilde cultura histórica.

Pero hay otros debates que por diversos motivos no tienen puerta de salida. Hay disputas que o bien son como la del sexo de los ángeles que sostenían los bizantinos en el siglo XV, o bien están tan ligadas a creencias religiosas, posturas ideológicas o sensibilidades personales que es absurdo pretender su objetivización o su racionalización. Esto no quiere decir que tengamos que dar la razón a nuestros oponentes, pero sería bueno tener en cuenta que en este tipo de confrontaciones nadie da jamás su brazo a torcer, que los ánimos se suelen calentar más de la cuenta y que cualquier argumento racional caerá con toda probabilidad en saco roto. Conviene admitir que por mucha artillería erudita, leguleya, médica o politológica que esgrimamos sobre ciertos asuntos, al tipo que tenemos en frente no le va a hacer ni cosquillas, igual que nosotros nos mantendríamos en nuestros trece por muy leído que sea el que nos lleva la contraria. Pensemos en las discusiones sobre temas como el aborto, el matrimonio homosexual, los separatismos regionales, la inmigración, la Iglesia, la política nacional o el clásico Barça-Madrid, en las que hacer alarde de pruebas y de razonamientos documentados solo sirve para enredar, lanzar tinta de calamar, abrumar a nuestros enemigos más incautos y, en definitiva, perder el tiempo. 

Además a aquellas personas fácilmente impresionables por las avalanchas de datos estadísticos, antecedentes históricos, frases oportunas o informes concluyentes, yo les recomendaría precaución y les advertiría que no es oro todo lo que reluce. No hay nada más fácil de manipular que la información; el experto en teoría más acreditado podría ser un vulgar encantador de serpientes muy capaz de defender, de una forma  igual de convincente, la posición contraria.

lunes, 22 de junio de 2015

NO HABRÁ MÁS PENAS NI OLVIDO

Últimamente me estoy documentando acerca del peronismo argentino y acabo de ver una de las películas más ilustrativas sobre el tema. Se trata de No habrá más penas ni olvido (1983), de Héctor Olivera, exitosa adaptación del bestseller de Osvaldo Soriano que no acertaría a encajar en un género concreto. En esta cinta los límites entre la comedia y el drama sangriento son tan difusos que me he quedado desorientado.

La historia está ambientada en un municipio figurado (Colonia Vela) durante la tercera presidencia de Juan Domingo Perón (1974). El argumento me interesó mucho desde el principio: Varios militantes de la facción originaria del Partido Justicialista local deciden desalojar de la “municipalidad” a los integrantes de la llamada “tendencia” (la rama marxista o “bolches”), liderada por el delegado municipal y su colaborador más cercano, y apoyada por los muchachos de la Juventud Peronista. Los izquierdistas logran atrincherarse en la Delegación Municipal y contener a tiros durante varias horas los intentos de asalto de sus enemigos, quienes finalmente requieren los servicios de un grupo de enérgicos patriotas supuestamente vinculados a la Triple A.

Cuando los españoles nos ponemos a ver una película argentina tan destinada al consumo interno siempre nos pasa igual. Los primeros veinte minutos no entendemos nada de los diálogos, casi como si estuvieran en chino. Luego, una vez acostumbrados al deje y cuando empezamos a intuir el significado de los giros y del vocabulario, tenemos la sensación de que se trata de una peli de risa, sobre todo por los insultos ultilizados. Es imposible contener las carcajadas cuando los personajes, con su característico acento cantarín, comienzan a increparse con expresiones como “pelotudo”, “boludo”, “negro”, y a mentar la “concha” de sus madres, entre otras deliciosas barbaridades. Al final, cuando los protagonistas se ponen a torturarse, a molerse a golpes y a matarse a tiros, ya nos vamos percatando de que el guión no tiene ninguna intención humorística.

El caso de No habrá más penas ni olvido me parece muy particular porque objetivamente está llena de toques de humor y, sin embargo, tiene un final trágico que se presta a pocos chistes. Hay momentos de pura comedia, como cuando ambos bandos intentan captar a un obeso policía municipal ascendiéndole a cabo, e incluso a sargento cuando se propone desertar. También tiene mucha gracia el actor Miguel Ángel Solá haciendo de borracho (me recuerda a Cantinflas), el cinismo con el que los “Tripe A” tratan al periodista que acude a cubrir la noticia y la escena de la avioneta fumigadora soltando estiércol sobre la localidad. Menos cómicas deberían resultar las secuencias posteriores a la captura de los “bolches”, en las que se muestra el trato poco atento que les dispensan sus compañeros de partido, que no de ideas. Sin embargo, los efectos especiales y el maquillaje son tan patéticos que es inevitable sonreír.

Miguel Ángel Solá, en su papel de montonero borracho

Pero el filme interesa más que nada como reflejo de una situación política concreta y de las luchas internas que en esos años protagonizaron las dos facciones más radicalizadas del justicialismo argentino. El peronismo siempre tuvo una vocación transversal, superadora de la lucha de clases y de los conceptos de izquierda y derecha, pretendiendo identificarse con todos los sectores de la sociedad. Sin embargo, como muy bien expresó Tábano Porteño en su post de marzo, ese afán de unanimidad impuesto al país bloqueó el desarrollo de un escenario político dual, con partidos izquierdistas y derechistas confrontados, de modo que al final estas tendencias acabarían expresándose dentro del propio peronismo.

El caso del justicialismo no es único. En todos los movimientos políticos de sesgo interclasista y autoritario surgidos en Europa durante la primera mitad del siglo XX también se han producido, en mayor o menor medida, divisiones internas que demuestran las dificultades prácticas para contener la conflictividad natural derivada de la diferencia de sensibilidades e intereses socioeconómicos y religiosos. Como esquemáticos ejemplos podríamos citar las fricciones entre los exaltados sindicalistas del Partido Nacional Fascista de la primera hora y los derechistas provenientes de la Asociación Nacionalista Italiana; la purga de elementos "izquierdistas" del partido nazi (las S.A.) en la Noche de los Cuchillos Largos, o los proverbiales desencuentros entre “hedillistas”, “independientes”, “francofalangistas” y “ramiristas”, que acabaron convirtiendo la Falange española en una charca de ranas.

Situaciones así también pueden verse en los regímenes “de partido único”, en los que la organización oficial es tan gigantesca y burocrática que termina institucionalizándose como plataforma para hacer política por personas y grupos de muy diverso pelaje pero que, al menos nominalmente, se dicen seguidores de la doctrina estatal. En No habrá más penas ni olvido, el empleado más rojo de toda la Delegación exclama sorprendido por el asalto de los ortodoxos: “¿Bolches nosotros? Che, yo siempre fui peronista, nunca me metí en política”. En muchos momentos de la película ambos bandos reivindican con ardor la figura de Perón y dicen estar dando su vida por él, aunque parezca imposible que dos posturas tan radicalmente contrarias puedan hallar cobijo bajo un mismo líder o un mismo partido.

Otro ejemplo en el que me ha hecho pensar esta cinta es el de la Iglesia Católica, integrada por millones de fieles, cientos de miles de sacerdotes y miles de obispos que, a pesar de compartir formalmente los mismos valores, pueden tener ideas, actitudes, estilos de vida y morales diametralmente opuestos entre sí.

Por último, como profesional de la Administración pública, me ha llamado la atención la organización municipal argentina, al menos en los años setenta del pasado siglo, así como la denominación de los diferentes órganos de gobierno. Alguien tendrá que explicarme la diferencia entre un intendente y un delegado municipal, si hay o no alcaldes y qué grado de autonomía local existe (o existía en aquella época) en Argentina.

jueves, 18 de junio de 2015

RELATOS SALVAJES


Me gusta el cine que indaga en los dos polos opuestos del ser humano: el heroico y el animal. Me interesan tanto las historias que glosan nuestra capacidad de sacrificio por amor, por el bien común o por un ideal como las que presentan crudamente nuestra faceta más instintiva encarnada en sentimientos como la avaricia, la lujuria, el odio y la venganza. El pasado fin de semana vi la película Relatos salvajes (2014), una de las muestras más expresivas de esta vertiente oscura del homo sapiens.

Me será muy difícil olvidar esta coproducción hispano-argentina, escrita y dirigida por Damián Szifrón, que, a través de seis relatos distintos, explora las consecuencias de la pérdida de todo control por unos personajes corrientes que se ven expuestos a unas circunstacias excepcionales pero que podríamos llegar a vivir cualquiera de nosotros. La película es tan tremenda que, después de verla, me quedé varias horas boquiabierto, dándole vueltas al guión. Al mismo tiempo me conmovió, me provocó una tristeza infinita, darme cuenta de que los protagonistas son un reflejo fiel de esa bestialidad que anida hasta en el corazón del hombre más pacífico y socializado. Cierto que cada uno tenemos un umbral de autocontrol muy diferente, pero una vez cruzado todos podemos llegar a convertirnos en fieras salvajes sin una chispa de raciocinio.

La cinta es la suma de seis cortometrajes cuyos puntos de partida pueden resumirse con una frase cada uno: Un piloto de avión logra juntar en uno de sus vuelos a los peores enemigos que ha tenido en su vida. La camarera de un restaurante debe servir la cena a un cacique de su pueblo que hace muchos años mató a su padre y destrozó su familia. Un pijo con un automóvil de alta gama humilla y hace una peineta a otro conductor durante un adelantamiento en una carretera solitaria. Un hombre con baja autoestima y a punto de divorciarse (Ricardo Darín) estalla cuando la grúa municipal le lleva el coche tres veces seguidas. Un adolescente borracho atropella y mata a una embarazada con el coche de su padre millonario, y este intenta comprar a su criado de confianza para que confiese que conducía él. Una chica se entera bailando el vals de su boda que su novio le ha engañado con una de las invitadas.

El resto, puede imaginarse: ira desatada, venganzas implacables, pasión extrema, celos cegadores, codicia en estado puro, ensañamiento sin medida…

Damián Szifrón nos invita, con una mezcla de humor y de barbarie, a pensar en los resortes y en el atavismo de la violencia. Relatos salvajes es un filme muy original que nos brinda una amarga reflexión sobre las limitaciones de la razón, del diálogo y de las reglas de convivencia cuando se tensan demasiado los delicados mecanismos de nuestra naturaleza más primaria.

lunes, 15 de junio de 2015

LOS CHISTES DE ZAPATA

El concejal Guillermo Zapata

Nada más constituirse el sábado el nuevo consistorio madrileño, Guillermo Zapata, el concejal de Cultura de la formación marxista Ahora Madrid, revolucionaba las redes sociales y se convertía en portada de todos los periódicos al salir a la luz dos polémicos chistes que publicó en su Twitter hace dos años, uno de ellos sobre las desventuras del pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial, y el otro sobre la famosa víctima de ETA Irene Villa y las adolescentes Míriam, Toñi y Desirée, violadas y asesinadas en Alcácer (Valencia) en 1992. 

Socialistas y peperos llevan 24 horas exigiendo la cabeza del concejal y la Federación de Comunidades Judías de España, siempre con tan poco sentido del humor, ha emitido un enérgico comunicado de protesta.  Estos hebreos deberían aprender de Irene Villa, que ha demostrado su buenrollismo declarándose fan número uno de las chirigotas sobre el atentado en el que perdió las piernas.

El fallo de Guillermo Zapata no es su falta de sensibilidad. La mayor parte de la población (yo incluido) ha contado alguna vez algún chascarrillo un poco bestia, quizá no sobre estos temas concretos (sobre todo el segundo) pero sí sobre otros similares. Casi todos en algún momento hemos hecho en la intimidad bromas que, de hacerse públicas, nos habrían inhabilitado de por vida para ejercer un cargo representativo

Es más: yo he escuchado a personas que ostentan puestos de altísima responsabilidad política expresar, en una comida o tomando café en confianza, ciertas opiniones sobre los inmigrantes de Europa del Este y sobre los oriundos de determinada provincia de mi región que si llegaran a filtrarse les costaría el puesto. ¡Y que conste que yo estoy al 100% de acuerdo con dichos comentarios!

El mayor error de Zapata tampoco ha sido publicar estos chistes en una red social. Diariamente encontramos en Twitter o en Facebook multitud de barbaridades firmadas con nombre y apellidos. Y solo puede haber un motivo para que una persona suscriba con su identidad real unas chanzas tan políticamente incorrectas: que se trate de un mindundi desconocido cuyas opiniones se la traigan al fresco a todo el mundo. Y eso era precisamente Guillermo hace dos años: un don nadie anónimo que ni en sus mejores sueños podía imaginarse que llegaría a concejal de Madrid; un simple cineasta aficionado, bastante rojo, que podía permitirse escribir gratis cualquier parida.

La verdadera metedura de pata del nuevo munícipe es no haber cribado los mensajes de su cuenta de Twitter antes de presentarse a las elecciones del 24 de mayo, sobre todo teniendo en cuenta que el historial de todos y de cada uno de los concejales de esta candidatura de "unidad popular" respaldada por Podemos iba a ser mirado con lupa, con prismáticos y hasta con telescopio astronómico por los medios derechistas de toda España. 

No creo que por haber puesto estos chistes en la Red sea Zapata mucho más inmoral ni menos sensible que el resto de concejales del ayuntamiento de la capital de España. Me apuesto doble contra sencillo a que si alguien se pusiera a investigar, con la misma minuciosidad que se emplea con Podemos, los avatares de la vida privada de los candidatos del PP, del PSOE y no digamos de los recién aterrizados de Ciudadanos, empezarían a salir temas mucho más chuscos que lo del cenicero de los judíos y las niñas de Alcácer.

Este concejal barbudo de sugerente apellido y de aspecto, por cierto, tan poco saludable debería dimitir inmediatamente, pero no por cruel o por desaprensivo, sino por mentecato. Un sujeto incapaz de adelantarse a los mecanismos hipócritas del juego democrático y al celo detectivesco de sus enemigos no se merece dirigir el área de cultura de una ciudad de tres millones y medio de habitantes.

domingo, 14 de junio de 2015

HIPERACTIVIDAD





Generalmente tenemos una percepción muy equivocada sobre el rendimiento humano. Tendemos a creer que aquellos que se pasan la jornada revoloteando por la oficina, enlazando actividades, ocupándose de varias tareas a la vez, reuniéndose tres veces al día, respondiendo llamadas de trabajo o dando instrucciones a diestro y siniestro, son profesionales exitosos y eficientes. Al contrario suele mirarse con recelo a los trabajadores de ritmo más pausado, que reaccionan con más lentitud y cumplen sus gestiones paso a paso, sin prisas apreciables e incluso descansando aparentemente más de la cuenta.

No nos engañemos. Si hay una verdad inmutable sobre el ser humano es la abismal diferencia de capacidad entre individuos. Nos quedaríamos impresionados si pudiéramos conocer el verdadero alcance de esta desigualdad, incluso entre sujetos con semejante nivel de formación, experiencia, motivación y cociente intelectual.  En un mismo departamento puede haber un tipo capaz de rematar en tres mañanas un enjundioso informe que su compañero del despacho de al lado tardaría en hacer tres semanas. Hay quien con un par de llamadas puede llegar a comprender un problema mejor que otra persona tras estudiarlo durante un mes. A algunos les basta una simple reunión informal para dejar bien cerrado un asunto, mientras que otros necesitarían como mínimo una docena de encuentros, videoconferencias, dictámenes y tormentas de ideas.

La vida es así. De modo que preguntémonos, antes de juzgar los ritmos de trabajo, por qué en una misma unidad hay gente que siempre anda agobiada, corriendo de aquí para allá y sosteniendo penosamente varios platillos a la vez, como equilibristas chinos, y otra que parece vivir tan bien y no se despeina ni con un huracán. Y después tratemos de averiguar quiénes se equivocan menos, rinden más y son más útiles a la empresa. Seguro que nos llevaríamos más de una sorpresa y empezaríamos a intuir que, estrategias de imagen aparte, la hiperactividad en el mundo laboral está sobrevalorada.

ENCUESTA SOBRE LOS PACTOS PP-PSOE CONTRA PODEMOS

Pregunta: ¿Estás a favor de que pacten PP y PSOE para evitar que gobierne Podemos? 
Votantes: 18 
Duración: 8 días 

Respuestas: 

a) Sí:  8 votos (44%)
b) No:  8 votos (44%)
c) No sé:  2 votos (11%)

viernes, 12 de junio de 2015

OTROS ULTRAJES AL HIMNO



No ha habido post sobre la pitada al himno de España en la final de la Copa del Rey del pasado 30 de mayo porque los seguidores de La pluma viperina ya saben muy bien, sin necesidad de que me pronuncie, qué medidas concretas pienso que deberían aplicarse tanto a los clubs implicados como a sus hinchas.

Lo que pasa es que ayer, viendo el partido de nuestra Selección contra Costa Rica, me hice algunas preguntas generales sobre el respeto que debería mostrarse durante la interpretación de la Marcha Real al comienzo de los encuentros deportivos. Porque de acuerdo en que pitar el himno, que es un símbolo oficial de España, constituye no solo un delito, sino también una falta de respeto intolerable que debería castigarse con el máximo rigor, de forma tan ejemplar que ni el más loco se atreviera a silbar de nuevo ni en el fútbol ni en la ducha, pero no puede olvidarse que existen otras formas de ultraje, también graves aunque no intencionadas.

En concreto me refiero a esa costumbre que tienen no pocos palurdos de tatarear ostentosamente la Marcha Granadera con diferentes onomatomeyas (chunda-chunda, la-la-la-la), pretendiendo en teoría paliar la ausencia de letra. En el partido de ayer se podía escuchar claramente.

Sin pretender comparar los pitidos insultantes con estos tarareos, el Himno Nacional debería escucharse en pie, en silencio y con actitud si no solemne, al menos deferente, y a los patanes que mosconean mientras está sonando habría que meterles un puro bien contundente que les quitara las ganas de canturrear. 

No pretendamos que la bazofia separatista respete el símbolo musical de nuestra nación si los que se suponen patriotas españoles se dedican a rebuznar mientras lo escuchan.

miércoles, 10 de junio de 2015

SAN ÓSCAR ROMERO


Muy a mi pesar, no siempre entiendo los motivos que llevan a la Iglesia a elevar a los altares a determinadas personas, pero, como católico, me esfuerzo en aceptar, lo menos a regañadientes que puedo, el criterio de la Jerarquía en materia de santidad. No todo el santoral es de mi agrado pero me aguanto por fidelidad, por humildad, por confianza y porque comprendo que nuestra Santa Madre Iglesia está mucho más capacitada que yo para dilucidar quiénes son los cristianos más ejemplares y dignos de nuestra veneración. 

En los últimos quince años se han producido varias beatificaciones y canonizaciones que han puesto a prueba mi templanza y mi prudencia. Uno no acaba de acostumbrarse, por ejemplo, a ver en una estampita, con la aureola en el cogote, a un señor del que siempre había pensado (sin duda equivocadamente) que era un aristócrata megalómano, clasista y vendido a la oligarquía económica. Pero ya digo que para ser buenos católicos -y esa es mi aspiración- ciertas cosas hay que comérselas con patatas, sin darles muchas vueltas ni azuzar demasiado nuestro sentido crítico, porque si no Dios sabe cuánto podría durarnos la Fe… 

Otro sofocón me lo he llevado hace tres semanas con motivo de la beatificación de Monseñor Óscar Romero, el famoso arzobispo de San Salvador asesinado en 1980, a quien el Papa Francisco declaró mártir el pasado mes de febrero. Una vez más he tenido que respirar hondo, practicar ejercicios de autocontención y repetirme a mí mismo una y otra vez: “Neri, sosiégate, que en Roma saben más que tú”. Aunque todavía me dura el disgusto, estoy decidido a ejercitar mi acusado sentido de la disciplina y a tragarme al nuevo beato como un niño engulle la pescadilla que su madre le pone de cena: no porque le guste un pelo, sino porque mamá dice que es muy nutritiva y ella es la que manda.
Más de moda que el Che

Guiado por mis convicciones religiosas y por mi apego a la Iglesia, voy a esforzarme a partir de hoy mismo por desterrar los horribles prejuicios que todavía albergo hacia el prelado salvadoreño, casi unánimemente reconocido en toda la Cristiandad como un ardiente defensor de los derechos humanos. Creo que debo resetear el ordenador de mis recelos, limpiar de basura mi disco duro mental e investigar de nuevo, con más serenidad, la trayectoria de esta figura tan relevante para los seguidores de Cristo.

Tengo que arrancar de mi cerebro esa idea disparatada de que Óscar Romero fue un obispo débil y vacilante, un auténtico tonto del culo manipulado por el grupo de jesuitas de extrema izquierda que dirigía la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), entre ellos el proetarra Ignacio Ellacuría, redactor de sus homilías y cartas pastorales. Tengo que olvidarme de esa chorrada de que Monseñor, malmetido por estos jesuitas, se dedicó a condenar los actos violentos del Ejército y de los cuerpos de seguridad, obviando completamente los atentados de la “guerrilla” o pasando de puntillas por ellos, y de que acabó pringado hasta las cejas en el golpe de estado de 1979 contra el presidente Carlos Humberto Romero, apoyando a la Junta Revolucionaria de Gobierno resultante.

Tengo que abrir mi mente y superar esa idea preconcebida de que el arzobispo Romero hizo una interpretación reduccionista e ideologizada de la Conferencia Episcopal de Medellín, que no se le caía de la boca. Desde mi estrechez de miras yo siempre había creído que en esta Conferencia, cuyo fin fue aplicar el Concilio Vaticano II a la realidad hispanoamericana, se había vetado incluso el liderazgo político y la militancia de los sacerdotes, y que el arzobispo, pasándosela por el arco del triunfo, se postuló como personaje mediático y defensor de una facción concreta, la de sus amigos comunistas de la UCA. Por eso yo, en mi ignorancia, venía dando por sentado que fueron razones de índole exclusivamente política las que motivaron su injusta ejecución por un miembro de la Guardia Nacional salvadoreña, y que, al no ser el móvil del crimen “el odio a la Fe”, no tenía sentido declarar su santidad martirial.


He de concienciarme de una vez y empezar a tomarme muy en serio la nueva condición de beato, y muy pronto de santo, de este paladín del cristianismo cuyos méritos y hazañas eran tan desconocidos para mí, y al que yo hacía un blandengue sin personalidad, traído y llevado por unos y por otros. Baste decir que en sus últimas semanas de vida Juan Pablo II le había quitado la venda de los ojos, llegándole a convencer de que lo estaban manejando los teólogos de la liberación. Tras ser llamado al orden por el Vaticano, el pobre se lanzó a criticar en una homilía, pocos días antes de morir, los “excesos marxistas” de la “Iglesia Popular”. Tiene gracia la cosa.

Sin duda acabaré convencido de su santidad, pero algo me dice que no llevaré su imagen en la cartera ni le rezaré demasiado.

domingo, 7 de junio de 2015

OPERACIÓN B.S.O. (40): TIBURÓN




El joven Steven Spielberg encargó diseñar tres réplicas mecánicas del tiburón al especialista en efectos especiales Bob Mattey, pero cuando empezó el rodaje, en pleno océano Atlántico, ninguna funcionaba bien, por lo que el cineasta judío se vio obligado a restringir al máximo las apariciones del escualo, que, de hecho, solo se muestra en el último tercio de la película. Esta contrariedad (que al final resultó ser la clave del éxito de la cinta) intentó ser compensada por una banda sonora impactante que acompañara las escenas en las que simplemente se sugería la presencia del pez. Fue John Williams el elegido para componer el tema, que hoy figura entre las diez soundtracks más famosas de la historia del cine, y es un símbolo universal de peligro inminente. Fue interpretada con tuba, jugando con los silencios y evocando los latidos del corazón con una percusión estudiada y sugerente. Spielberg supo además manejar psicológicamente, con mucho acierto, la musiquita, pues durante casi todo el filme la asocia a la proximidad de la bestia, y ya al final, en la persecución en la lancha de Quint, apenas la utiliza, de forma que cuando emerge el tiburón gigante pilla a los espectadores por sorpresa. 

Tiburón (1975) es una de mis películas favoritas y posiblemente sea la mejor cinta de suspense de todos los tiempos. Fue la primera producción que reventó las taquillas de todos los cines del mundo, marcando un antes y un después en la historia de Hollywood. Muy recomendable también la novela original de Peter Benchley, que engancha fuerte con una trama y unos personajes inolvidables. Además hay bastantes diferencias muy interesantes respecto a la versión cinematográfica. Quien la quiera leer, ya sabe...


El tiburón blanco y Quint en una de las escenas finales

viernes, 5 de junio de 2015

PROGRAMAS MUNICIPALES DE EMPLEO

En la mayoría de ayuntamientos de España donde gobernará el rojerío merced a los acuerdos entre las candidaturas de “unidad popular” (qué escalofríos me da el nombre) y el hasta ahora partido de la casta PSOE, ya se han dado a conocer los paquetes de medidas sociales cuya implementación se prevé en la próxima legislatura. Una de las medidas estrella son los llamados programas municipales de empleo.

En teoría estos instrumentos permiten que, dada la situación de empobrecimiento de muchas familias debido a la crisis y al paro, los consistorios contraten directamente, atendiendo a criterios de necesidad, a desempleados de larga duración y a colectivos con especiales dificultades de inserción, para la realización de trabajos de interés social y utilidad pública destinados a “cubrir necesidades del día a día”, casi siempre en plazas de peón, jardinero u ordenanza. A veces también se inyecta dinero a empresas privadas para que “empleen” a estas personas en puestos tipo becario.

Pero esto no es nada nuevo. La cosa es que desde 2009 ya han sido puestas en marcha varias iniciativas de este tipo por diferentes corporaciones locales, y los resultados distan mucho de ser idílicos. Hablando en plata y sin circunloquios, lo que hacen estos ayuntamientos es generar, de forma artificial, puestos de trabajo que no se necesitan; se los inventan y punto. Por otra parte, la selección de los “trabajadores” la llevan a cabo asistentes y asistentas sociales con unos curiosos baremos basados simplemente en la antigüedad del paro y en los ingresos familiares, sin entrar a considerar para nada la cualificación profesional. 

Los efectos prácticos de estos inventos son los que cabe imaginar con semejantes premisas: Durante varios meses o años, los elementos más marginales y vagos de la ciudad, que jamás de los jamases han dado un palo al agua ni en crisis ni en bonanza, cobrarán una propina de 800 euros al mes a cambio de lucir un mono con las siglas del programa de empleo y rascarse las pelotas en los jardines públicos, haciendo como que podan el seto, o de leer el Hola sentados en una mesita en mitad del pasillo de las oficinas municipales. Tampoco hace falta ser un lince para acertar que los agraciados por esta humillante limosna (que pagamos todos) pertenecerán invariablemente a los grupos y sectores sociales más conocidos por su picaresca, comenzando por la gitanada, siguiendo por los inmigrantes más flojos del municipio y acabando, cómo no, por los familiares, amigos y conocidos de los miembros destacados de las asociaciones vecinales de izquierda.

Parados simulando trabajar en un proyecto municipal de empleo
Naturalmente estos planes son simples poses políticas de cara a la galería sin ningún efecto beneficioso para la sociedad, no tanto por la idea de fondo (que no es mala), sino por la forma escaparatista e ineficaz de desarrollarla. En principio, la cantinela -recurrente en los últimos siete años- de que sobran empleados públicos en todas las Administraciones casa muy mal con la decisión demagógica de sacarse de la manga nuevos puestos, de plantilla o no, para “dar de comer” a quienes probablemente comen mejor, gracias a sus actividades de economía sumergida, que muchos ciudadanos que nunca podrán acceder a un programa de empleo. También sucede que por muy partidarios que seamos de corregir el mercado de trabajo, no parece razonable que estas correcciones se traduzcan en falseamientos puros y duros de la necesidades municipales y de la realidad económica. Si de verdad se trata de integrar laboralmente a las personas con dificultades y de que realicen una actividad útil para que la prestación no se convierta en una simple ayuda social disfrazada, habría que tomarse muy en serio esta clase de actuaciones, buscando ocupaciones adecuadas, seleccionando correctamente a los candidatos (tras un examen exhaustivo de sus antecedentes y circunstancias), excluyendo a priori a los residentes extranjeros, evaluando el rendimiento en las tareas, despidiendo ipso facto a los que no sirvan o no rindan, y realizando seguimientos personales y acciones formativas paralelas para facilitar la absorción de estos desempleados por el mercado de trabajo convencional. 

Entre las tareas que se me ocurren para asignar a los parados en situación de emergencia y que me da en la nariz que serían rechazadas por muchos de ellos, están el desbroce de los montes para prevenir incendios, el apoyo a las labores de extinción de los mismos, la repoblación forestal o la limpieza permanente de nuestras playas. 

Pero mucho me temo que a la izquierda española, en perfecta coherencia con su trayectoria histórica, le interesa bastante más la propaganda que solucionar de una manera eficiente y justa la situación desesperada de millones de familias. Los programillas de empleo que ahora tratarán de vendernos como la panacea de la conciencia social no serán más que guiños electoralistas que no cambiarán nada ni ayudarán, ni siquiera a medio plazo, a nadie que de verdad lo necesite.

martes, 2 de junio de 2015

BAMBO


Hay recuerdos de mi infancia que yo creía muertos pero solo se encontraban en estado de hibernación, a la espera de que el sol primaveral de alguna conversación o acontecimiento inesperado los despertara de su letargo de décadas. El viernes un compañero de trabajo me informó del reciente fallecimiento de Don Antonio, un cura diocesano que fue mi tutor y profe de religión a los diez años en el colegio de jesuitas donde estudié, y en la oscura caverna de mi memoria se desperezó un oso con un pelaje tupido, aún invernal, que abrigaba mil nostalgias. Una de ellas -la primera que salió de la cueva- , las filminas tituladas Bambo, de la Central Catequística Salesiana, que nos proyectaba el bueno de Don Antonio las tardes de los jueves en aquella primavera de 1984.

Bambo era una serie de diapositivas de la colección Don Bosco (Producciones Pax), editadas en 1964, que se suministraban con unas cintas casette que narraban la historia, con diálogos y todo, al estilo de una radionovela. En total eran diez capítulos, cada uno en un carrete. Del argumento me acuerdo bien: un misionero salesiano era destinado por voluntad propia a una de las zonas más recónditas del África tropical y se dedicaba, no con pocas dificultades, a predicar el Cristianismo en una aldea remota, donde había un hechicero que no hacía más que boicotearle malmetiendo a los negritos para que lo mataran. El sacerdote pronto improvisó un ayudante-monaguillo, escogiendo al niño indígena Bambo, que mostraba una gran curiosidad por el mensaje de Cristo. El eje argumental de las filminas era la enseñanza de nuestra Fe al joven salvaje, quien, como no podía ser de otro modo, acabaría bautizándose, confirmándose y, con los años, convirtiéndose en sacerdote e incluso en obispo, para mi sorpresa y la de todos mis compañeros de clase, que, aunque no éramos racistas, estábamos poco acostumbrados a ver negros importantes.

Lo que más gracia me hace es que hoy en día Bambo sería sin duda considerada una narración políticamente incorrecta como poco, ya que me temo que tanto los dibujos como el audio incurrían en continuos tópicos (o no tan tópicos) sobre la cultura de los pueblos subsaharianos: taparrabos y huesos en la nariz; hábitos antropófagos con cazuela para asar misioneros; un chamán pagano que rendía culto a figurillas de barro y exigía sacrificios de ganado y entrega de cosechas; leones y leopardos devorando al personal; un sacerdote con una cultura superior que clamaba contra la bestialidad de los lugareños predicando el amor a los enemigos; mil problemas para construir una pequeña choza-iglesia (incendiada una y otra vez por los cafres) y para atraer catecúmenos, y, en fin, todas esas cosas que jamás sucedieron en África, pues, como bien sabemos, lo único que ocurrió es que la avaricia imperialista de los occidentales acabó con las milenarias civilizaciones del continente negro, destruyendo un legado cultural y espiritual indispensable para la Humanidad.

Prefiero ni imaginarme las quejas, denuncias al Defensor del Menor y manifestaciones que montarían la AMPA y el colectivo de inmigrantes del barrio si a los curas de un colegio se les ocurriera poner ahora a los críos una película semejante. La cosa acabaría fijo en el telediario.

El montaje de Bambo nos entusiasmaba y pasábamos la semana esperando que llegara la tarde de su proyección, en una vieja pantalla de trípode montada frente al encerado de nuestra aula, en mitad de una penumbra mágica que más de uno aprovechaba para trastear. Eso sí, Don Antonio nos sometía a un continuo chantaje emocional, pues si no éramos puntuales, no subíamos las escaleras del colegio en dos filas rigurosas y sin alborotar, o si perpetrábamos la menor travesura individual o colectiva, nos castigaba sin transparencias ese jueves.

Descanse en paz Don Antonio, al que siempre recordaré por su bondad, por las preguntas y respuestas del Catecismo y la lista completa de los ríos de España que nos obligó a memorizar , y, naturalmente, por las ejemplarizantes filminas de Bambo.