lunes, 2 de noviembre de 2015

YO TE PAGO EL SUELDO




La anécdota es real y sucedió en la ciudad donde tuve mi primer destino.

Un compañero recibió a un ciudadano indignadísimo porque acababan de notificarle una resolución muy perjudicial. Creo recordar que se le exigía el reintegro de una elevada suma de dinero en concepto de cantidades indebidamente percibidas. El paisano empezó a elevar la voz y a lanzar pullas a mi compañero nada más entrar en su despacho. Caras de asco, gestos despectivos, constantes interrupciones cuando se le explicaban las cosas, resoplidos, pedorretas…

- No tienes ni puta idea –le decía-. No hacéis más que meter la pata y joder a la gente. No me pienso ir de aquí hasta que anules esto –y agitaba el papel con el oficio de notificación-. No te olvides ni un momento de que tu sueldo te lo estoy pagando yo, así que muévete.

Mi sufrido compañero intentó hacer ver a aquel energúmeno, de la manera más calmada posible, que la resolución era correcta pero que, en cualquier caso, si no estaba conforme, podía interponer el correspondiente recurso ante el órgano competente, porque los actos administrativos no podían revocarse alegremente mediante una conversación, o porque a un funcionario le apeteciera; que tenía que presentarse un recurso, emitirse un informe por la Sección de Liquidación y otro por los servicios jurídicos, y después, si acaso, estimarse la petición.  Se lo explicó hasta cuatro veces, por activa y por pasiva, pero el pollo negaba con la cabeza y suspiraba ostentosamente.

- ¿Esta es la mierda de atención que recibo como ciudadano? Te pago el sueldo de mi bolsillo para que te pases la mañana tomando café y todavía me vienes con trabas absurdas para no reconocer mis derechos?

En aquel instante, el probo funcionario se levantó de su silla, rodeó el escritorio, se llegó a la percha donde colgaba su abrigo, sacó la cartera de uno de los bolsillos, se encaró con el sujeto y le puso en la mano una moneda de un euro.

- Aquí tiene, amigo. Esto es más de lo que le correspondería pagar a usted en toda su vida por los sueldos de todo mi departamento. Y ahora, por favor, deje de tocarme los cojones.

2 comentarios:

Tábano porteño dijo...

Pero convengamos que la administración no siempre tiene funcionarios tan lúcidos como el de su anécdota, Neri.

Un profesor de Derecho Administrativo que tuve en la facultad contaba otra: cuando se iniciaba en las lides administrativas solía frecuentar una oficina a la que asistían abogados en defensa de clientes particulares; había uno que tenía todo el aspecto de hombre atildado y conservador, de traje impecable y actitud discreta y medida. Pues bien, en cierta ocasión en que los empleados de la oficina parece no acertaban a resolver una cuestión que les venía planteando hacía cierto tiempo, empezaron a "pasarse la pelota" unos a otros y hacían esperar al reclamante cada vez más tiempo sin darle una solución. Hasta que un día el (ex) atildado discreto y conservador letrado terminó poniendo un pie en la mesa de entrada de la dependencia amenazando arrojarse al otro lado de la mesa cual bucanero que se lanza al abordaje de la presa, al tiempo que vociferaba: "¡ME ATIENDEN POR FAVOOOOOOOOOR!!!".

Hasta ahí llegó la anécdota del profesor, no sé si finalmente la dependencia solucionó el problema o si el abogado pasó a deguello a algún funcionario.

(Pero de seguro, Neri, su oficina funciona como un perfecto mecanismo de relojería y jamás ha sido pasible de ninguna de esas bizarras leyes del tal Murphy).



Al Neri dijo...

A mí me parece inapropiada y muy poco lúcida la respuesta de este compañero mío.