domingo, 30 de agosto de 2015

UNA CITA INCÓMODA DEL EVANGELIO




A lo largo de la historia los textos sagrados de todas las religiones han sido objeto de manipulación (tanto en su selección como en su interpretación) por los diferentes grupos sociales y políticos. Con el Cristianismo no ha sido diferente e incluso hay quien asegura que la versión hoy considerada oficial del Nuevo Testamento no es sino el fruto de una criba ideológica en la que se han descartado numerosos pasajes, cartas e incluso evangelios completos que a la Iglesia Católica no le ha interesado airear.

Sinceramente no tengo ni idea de si esto último es exacto, pero, al menos, lo que es irrebatible es que los textos bíblicos han sufrido con frecuencia interpretaciones tendenciosas según la ideología política de cada cual, y basten como ejemplos históricos el esclavismo estadounidense, el nacional-catolicismo español o la marxista teología de la liberación. Según las tendencias de los interesados hay partes del Antiguo o del Nuevo Testamento que se silencian, se ningunean, se repiten machaconamente, se tergiversan o se les da un barniz doctrinal que deja algunos textos temblando.

En el post de hoy quiero poner un ejemplo curioso, un corto pasaje del Sermón de la Montaña del Evangelio de San Mateo (Mateo, 5) que, por razones que a ninguno se nos escapan, ha sido sistemáticamente obviado tanto por los sectores más conservadores como por los más progres de nuestra sociedad. Incluso la propia Iglesia Católica (y el Papa Francisco ni te cuento) acostumbra a correr un tupido velo sobre estas palabras de Cristo sobre el divorcio (yo jamás las he oído en una lectura de Misa) o, en el mejor de los casos, apela al “contexto de la época” cuando en otras muchas cuestiones no se acuerda ni en broma del contexto social y religioso de la Galilea y la Judea del siglo I.

Copio el texto completo para situarnos, aunque yo me refiero al segundo párrafo: 


“27 Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. 28 Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. 29 Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. 30 Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. 

31 También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, déle carta de divorcio. 32 Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio.”

viernes, 28 de agosto de 2015

QUIEN TUVO RETUVO


En lo tocante a belleza física, el viejo dicho popular de que quien tuvo retuvo se cumple en la inmensa mayoría de los casos. Unas facciones armoniosas, unos ojos bonitos y un físico equilibrado también están sometidos a los quebrantos de la edad, pero qué duda cabe que, al cabo de los años, los vestigios de esta hermosura casi siempre serán preferibles a los efectos del envejecimiento en quien ya era feo de joven. Sin embargo, esta regla no es absoluta y existen excepciones sobre las que vale la pena meditar.

En primer lugar hay algunas personas a las que, aunque parezca mentira, la juventud les cae fatal. Todos tenemos algún conocido que a los veinte años tenía granos en la cara, semblante de pasmado, una excesiva gordura o delgadez, o un aire así como desmañado que no le favorecían nada, y cuyo aspecto general ha mejorado ostensiblemente después de cumplir los treinta. Tampoco nos engañemos: no parece previsible que, sin pasar por quirófano, una chiquita con nariz de cacatúa y pecho formato I-Pad se transforme en Claudia Schiffer frisando la cuarentena, pero es verdad que a algunos les pasa como al buen vino, que mejoran con los años porque los cambios de la adolescencia o de la primera juventud les beneficiaron poco. Y aunque no tiene que ver con el físico en sí, no puede negarse que ciertos estilos de vestimenta propios de la juventud, unidos a la falta de sentido del ridículo típica en esta etapa, pueden arruinar la imagen de cualquiera, y que cuando después cambian los gustos lo normal es ganar bastante.

Otro fenómeno es el contrario, el de gente muy atractiva de joven que al final ha acabado siendo físicamente más desagradable que muchos de los que jamás destacaron por su guapura. Esto es incluso algo característico en ciertos grupos étnicos, cuyos miembros alcanzan una gran plenitud física a edades muy tempranas pero que también prematuramente empiezan a ajarse. Se me ocurren varios comentarios un tanto toscos sobre las féminas pertenecientes a cierta minoría racial presente en nuestro país desde hace seis siglos, pero mi buena voluntad y mi deseo de que La pluma viperina sea un foro de respeto y pluralismo me impiden escribirlos.

Las razones por las que un gallardo joven o una chica preciosa pueden llegar a convertirse en adefesios veinte años después son varias. Algunas guardan relación directa con el sobrepeso y con la forma en que ciertas personas se cuidan o, mejor dicho, se descuidan, pero además influyen decisivamente factores genéticos (como los insinuados en el párrafo anterior) que condicionan el aspecto de la piel, la integridad del cabello o la firmeza de las carnes. El estilo de vida y el tipo de ocupación laboral marcan también las diferencias, y es casi seguro que un funcionario del Registro Civil más bien feúcho cuando estudiante tenga bastante mejor pinta a los ochenta que un galán de su mismo año que se haya pasado la vida cargando electrodomésticos o destripando terrones de sol a sol. Tampoco pueden olvidarse los beneficiosos efectos del deporte y del ejercicio moderado en la forma de envejecer.

Cierto que no es posible luchar contra los condicionantes genéticos ni contra algunas de las circunstancias de nuestra vida, pero yo creo que la apariencia física puede mejorar muchísimo poniendo un mínimo de atención a nuestras costumbres y aprendiendo a cuidar nuestra carcasa, que es la única que tenemos.

jueves, 27 de agosto de 2015

LA TOMATINA


Que los paisanos de un pueblo del interior de Valencia celebren sus fiestas patronales arrojándose tomates es algo peculiar pero, al fin y al cabo, perfectamente legítimo, pues cada cual se divierte como le peta. Otra cosa, por descontado, es la opinión personal que nos pueda merecer semejante manifestación de ocio pueblerino, y la conveniencia de que tal práctica reciba la atención prioritaria de todos los medios de comunicación nacionales, vendiéndola como una tradición popular de fuerte arraigo. Si además se pretende dar a este inefable festejo una dimensión internacional, es muy lógico que los españoles normales sintamos vergüenza ajena, pues no es plato de gusto quedar como disminuidos psíquicos a la vista de todos los habitantes del planeta.

No quiero ser cascarrabias ni ensañarme con la Tomatina que, como cada último miércoles de agosto, se celebró ayer en la localidad de Buñol, pero un par de apuntes críticos sí se merece esta catetada, creo yo. 

En la edición de este año los vecinos se han lanzado entre sí más de 150 toneladas de la sabrosa hortaliza, en una batalla multitudinaria que, según marca la "tradición", no debe comenzar hasta que algún mozo haya logrado trepar por una cucaña engrasada y descolgar un jamón atado en la punta. Después la gente empieza a aprovisionarse de munición tomatera en unos camiones y acaba todo el pueblo teñido de rojo, con ríos de zumo de tomate bajando por las calles. El Ayuntamiento, cómo no, siempre publica un listado de recomendaciones para que los vecinos y los visitantes puedan disfrutar de la juerga de forma sana y sin peligro: “No se debe romper las camisetas de otros participantes”, “llevar ropa vieja o que no se vuelva a usar más; lo más probable es que acabe para tirar”, o “los tomates se deben aplastar antes de su lanzamiento para que no hagan daño a nadie”, entre otras inteligentes previsiones tan de agradecer.

Nadie está seguro del origen de la Tomatina, aunque, como es natural, los oriundos de Buñol intentan convencernos de que es una costumbre típica del año catapún, en concreto de 1945, cuando, en plenas fiestas, un grupo de adolescentes empezó a lanzar tomates robados de un puesto de fruta contra un desfile de Gigantes y Cabezudos. Según cuentan, fue tan divertido que intentaron repetir al año siguiente pero las autoridades locales (franquistas, claro) se lo prohibieron, y no fue hasta los años 60 cuando se “institucionalizó” este espectáculo, en mi opinión lamentable. Sea como sea, lo cierto es que hasta 1983 la guerra de tomates de Buñol no era más que un pasatiempo lúdico-doméstico de los paletos del lugar, equiparable a las apuestas para ver quién mea más largo, pero un reportaje de ese año en Informe Semanal (RTVE) dio a conocer la ocurrencia en todo el país. Desde entonces el consistorio buñolense se ha esforzado al máximo por sacar rédito mediatico y turístico de lo que no pasa de ser una anécdota local curiosa sin la menor relevancia ni interés para nadie.

Por otra parte, a mí me enseñaron de pequeño que con las cosas de comer no se juega, y no dejo de preguntarme por qué se desperdician de un modo tan absurdo miles y miles de kilos de tomates que quizá podrían destinarse a comedores sociales si es que de verdad sobra tanta mercancía. En Buñol explican que todos los tomates utilizados en la fiesta están desechados para el consumo humano por razón de su tamaño (son muy pequeños) o de su dureza (ya están demasiado maduros para venderse), pero yo sinceramente no me lo trago.

También me pregunto qué opinarán sobre la Tomatina los empleados municipales de limpieza y los vecinos cuyas viviendas se encuentren en mitad del recorrido de los camiones, pues días antes les toca forrar de plástico cada centímentro de sus puertas, ventanas y fachadas.

Pienso y pienso, y no se me ocurre una fiesta más estúpida que esta. Bueno, qué va, miento. Está también la celebración de la Nochevieja el primer sábado de agosto por el municipio vallisoletano de Valoria la Buena, de 600 habitantes. Está claro que los pueblecitos que nadie conoce ni conocerá nunca por algún mérito o logro local, o los que nadie visitaría ni pillando de paso, tienen que inventarse algo para salir en la tele.

domingo, 23 de agosto de 2015

PICADURAS VERANIEGAS (5): MEDUSAS




Las medusas son unos curiosos animalillos marinos con el cuerpo gelatinoso, semitransparente y en forma de campana con el que nadan como a espasmos y del que cuelgan unos largos tentáculos llenos de cnidocitos, unas células muy urticantes. Como todos sabemos, las medusas habitan en la zona pelágica del océano, pero a veces, de forma impredecible (normalmente coincidiendo con olas de calor, pero no siempre) y durante dos o tres días seguidos, bancos enteros de estos celentéreos (hasta de miles de ejemplares) son empujados a nuestras playas por los vientos o las corrientes, fastidiando a los bañistas, que no se atreven a meterse en el agua por miedo a sus dolorosas picaduras. 

La toxicidad de las medusas es muy variable según la especie. En España, y en concreto en el mar Mediterráeo, las más fáciles de encontrar en la costa son las llamadas escifomedusas, algunas de las cuales apenas pican y otras causan, como mucho, un roce muy doloroso y una erosión con pústulas en forma de látigo, sin mayores consecuencias.

En nuestro litoral hay muy pocas especies con el veneno lo bastante potente como para preocuparnos. Las dos más peligrosas son la medusa de compases (Chrysaora Hysoscella) y la tristemente célebre carabela portuguesa (Physalia Physalis). Sobre todo la última puede  llegar a producir un shock neurógeno a causa del intenso dolor, con el consiguiente peligro de ahogamiento, aparte de severas lesiones derivadas de la quemazón de sus tentáculos, que se adhieren fuertemente a la herida y cuesta mucho arrancarlos. Ambas especies son muy infrecuentes en las playas españolas, ya que viven mucho más mar adentro que el resto de sus congéneres y solo accidentalmente aparecen individuos sueltos en la arena. Además la carabela portuguesa es más típica de aguas templadas del Océano Atlántico.

Otras picaduras veraniegas:

- Escolopendras
- Tábanos
- Escorpiones
- Avispas y abejas

viernes, 21 de agosto de 2015

SOMBREROS




Comentó el otro día con razón Aprendiz de Brujo: “me reafirmo en la idea de que los sombreros son para el cine. Nadie debería llevar sombrero en la vida real.” 

Si hay un complemento totalmente inapropiado en los tiempos que vivimos es el sombrero y, en general, cualquier tipo de prenda para adornar la cabeza. La gente menor de 70 años con un mínimo sentido del decoro solo utiliza gorras, gorros, boinas y otros elementos análogos en situaciones excepcionales y siempre por razón de su funcionalidad específica, bien para abrigarse o bien para protegerse del sol. Por el contrario, muchos jubilados, arrastrando aún las costumbres del medio rural de la postguerra, osan ataviarse en pleno Madrid, por puro capricho, con gorrillas tipo Ascot, boinas con rabo y bien enroscadas o, en los casos más flagrantes, con viseras de béisbol con publicidad de productos agroalimentarios, sin discriminar épocas del año o circunstancias sociales. Y ya el último grupo que se pone sombreros y similares son las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado, los militares y otros colectivos obligados a ello por su uniforme.

Pero ya digo que en ocasiones puede ser imprescindible ponerse una gorra, aunque desde luego muchas menos veces de lo que algunos piensan. El mero hecho de ir de vacaciones a un destino donde no nos conoce nadie no justifica en absoluto disfrazarse de espantajo con un sombrero de paja o encasquetarse un bonete absurdo con el pretexto del solazo. Es fundamental cribar como es debido, seleccionando cuidadosamente las situaciones en las que procede cubrirse la testa y luego escoger la prenda correcta, una tarea nada fácil.

Hay que tener siempre en cuenta dos factores.

El primero es el que me comentaba un amigo hace poco: cualquier persona con un gorro de piscina aparenta automáticamente cincuenta puntos menos de cociente intelectual, afirmación casi siempre extensible a cualquier gorra o sombrero del tipo que sea. Yo iría más allá y afirmaría que el 90% de la población parece un personaje de cómic con una gorra. De modo que partiendo de esta realidad insoslayable de que con la calabaza tapada vamos a tener bastante pinta de gilipollas, se trata de que, en los contados casos de extrema necesidad, acertemos con el artículo con el que menos idiotas parezcamos. 

En mi caso, me he esforzado todo lo que he podido, pero los resultados no han sido muy gloriosos. Y a los ejemplos me remito. Tengo una gorra negra de nylon rellena de forro polar con orejeras para salir a pasear al campo en invierno y, aunque me hace un buen servicio, debo admitir que con ella soy clavadito al Chavo del Ocho, es decir que parezco un tarado con paperas. Después cuando hago senderismo en verano y pega mucho la solina acostumbro a usar un sombrero de safari  muy práctico que me trajeron de Tanzania con el que mi aspecto oscila entre un Dr. Livingstone venido a menos y el tonto del pueblo.

El segundo factor es que los sombreros y demás hay que saber ponérselos y llevarlos con cierto estilo, y muy poca gente sabe hacerlo debido a la falta de costumbre. El ejemplo aquí son las boinas. Una boina bonita bien colocada y vestida por la persona adecuada puede otorgar un cierto aire bohemio o incluso de distinción, pero es raro encontrar gente a la que le quede bien y lo más normal llevándola es parecer el Che Guevara o un temporero de la patata en el verano del 55. Las gorras al estilo béisbol, tan extendidas entre cierta juventud, no son una excepción. Vestir una para salir de excursión un día de calor intenso puede tener un pase, pero el quid está en elegirla con acierto para no tener las trazas de un click de Playmobil, dar con la talla correcta, ajustarla bien en la mollera sin hundirla demasiado y, ni que decir tiene, acertar a quitársela bajo cualquier techo y más aún si se entra como turista en un templo religioso. Sobra indicar que resulta cien por cien desaconsejable ponérsela al revés como un pandillero de suburbio.

Con todo, a mí lo que más gracia me hace es que hay ciertas personas contadas con los dedos de la mano que son tan naturales y estilosas que les queda estupendamente cualquier horterada que se pongan. En cambio, al común de los mortales no nos queda otra, por simple amor propio, que evitar cubrirnos la bola con estos chismes tan arriesgados.

martes, 18 de agosto de 2015

JOSÉ LUIS PERALES




Los de mi generación recordamos bien el éxito de José Luis Perales en los años 70 y 80 del pasado siglo. Solo éramos unos chavalines, pero Perales ha quedado como una reminiscencia genuina de nuestra infancia porque lo ponían a todas horas en la radio y nuestros padres siempre tenían en casa un LP o un cassette del romántico cantautor conquense de cálida voz y con aquellos gestos sentimentales en sus actuaciones en directo, que hoy serían considerados amanerados pero que entonces encandilaban a todas las señoritas de buena familia. Sus canciones, con las que tantas veces me he sentido identificado, eran pura poesía de un romanticismo dulce que rezumaba amor eterno, ternura y nostalgia.

Ha sido el cantante hispano más versionado de todos los tiempos y ha escrito letras para numerosos artistas (Bosé, Mocedades, Raphael, Masiel, Pantoja…)

Aunque estuvo sacando discos de forma regular hasta el año 2000, su estrella se apagó de repente a finales de la década de los 80. El último coletazo de su éxito fue el maravilloso tema La espera (1989).

Me acuerdo de que en los años 90, aunque Perales seguía en activo, era bastante habitual entre la gente joven mofarse de su música e incluso negar tajantemente haber escuchado alguna vez sus algodonosas canciones. Como digo, sorprende la brusquedad con que se desplomó su popularidad, teniendo en cuenta que muy poco tiempo antes había sido un verdadero icono cultural en todo el país. Merece la pena meditar sobre las causas de este rápido declive. 

José Luis nunca dejó de componer verdaderas preciosidades ni perdió un ápice de la calidad de su voz, pero vivió una transformación profunda de la sociedad española, que se manifestó muy especialmente en la concepción de las relaciones amorosas de las nuevas generaciones. El igualitarismo entre hombres y mujeres en el ámbito laboral y familiar, la liberalización de las costumbres sexuales y la mayor racionalización de los vínculos de pareja dieron al traste con el mensaje poético de las composiciones de Perales, inspiradas en los sentimientos profundos, duraderos e irresquebrajables, en el amor al viejo estilo, con un cierto tono protector (hoy, machista) y sin ninguna alusión explícita a la dimensión carnal. 

Su música sufrió los efectos devastadores de las nuevas maneras de una juventud cada vez menos inocente y comprometida, y cada vez más materialista, cínica y sensual.  Hoy, para casi todos, su obra resulta demasiado ñoña y cursi. 

Quiero recordar en este post los que para mí son los tres mejores temas del gran José Luis Perales, ya retirado musicalmente pero siempre presente en el corazón de los clásicos.




sábado, 15 de agosto de 2015

RELEYENDO "EL PADRINO" (31): LOS SINDICATOS


Tom Hagen amenazó a Woltz con la presión de los sindicatos para conseguir el papel de Johnny Fontane

 
Gran parte de los ingresos de muchas familias de la Cosa Nostra provenía del control de los sindicatos. La estrategia era muy simple: la mafia se infiltraba en las trade unions o compraba a sus líderes y después manipulaba la actividad sindical para extorsionar a los grandes empresarios de Estados Unidos. Al estilo de la vieja Sicilia o de Little Italy, donde los campesinos o los tenderos habían de abonar una “cuota” al capo mafioso a cambio de “protección” frente a “peligros” creados por la propia organización criminal, muchos gánsters de Chicago o de Nueva York vinculados al “sindicalismo” exigían a los constructores o a los industriales el pago de una determinada suma para evitar parones, sabotajes y conflictos laborales que le harían perder mucho más dinero. 

(Permítaseme comentar, a modo de paréntesis, que en los grandes sindicatos españoles actuales no hace falta que se infiltre ninguna mafia, pues ellos mismos se bastan y se sobran para venderse a los poderosos, extorsionar a los empresarios y manipular a los trabajadores.)

En El Padrino esta práctica aparece encarnada en el personaje secundario de Billy Goff, “el hombre más poderoso del sindicato del cine”. Al principio de la novela, este dirigente sindical está corrompido por una familia de California, pero estaba “bien dispuesto a acatar los deseos del Don” porque “el imperio familiar, técnicamente hablando, se limitaba al área de Nueva York, pero Don Corleone había empezado a conseguir su poder ayudando a los líderes de los sindicatos. Muchos de ellos le debían todavía grandes favores.” Por este motivo, Billy Goff aceptó  la "sugerencia" de Don Vito de chantajear al productor de cine Jack Woltz, amenazándole con una huelga sonada si no cedía a las pretensiones de Tom Hagen acerca del papel protagonista de Johnny Fontane en su película. El propio consigliere irlandés mencionó el asunto en su inolvidable entrevista con el magnate cinematográfico: “Parece que en el horizonte hay algunos nubarrones en forma de conflictos laborales. Mi amigo puede garantizarle la desaparición de tales nubarrones”. 

Todos sabemos cómo acabó esta historia. No hizo falta ninguna huelga para que el soñador Fontane saliera en la peli. 

Avanzada la Guerra de las Cinco Familias y a la vista de la debilidad de los Corleone, la actitud de Goff cambió completamente, y cuando Johnny se dispuso a rodar una superproducción financiada por el Don, el sindicalista trató de sacar tajada. El relato merece la pena: 


“Por ello se mostró sorprendido cuando el productor ejecutivo le dijo que debería pagar cincuenta mil dólares al representante del sindicato. Los contratos y las horas extras, entre otras cosas, solían ser fuente de grandes problemas, por lo que el dinero estaría bien empleado. De momento, Johnny pensó que el productor ejecutivo intentaba extorsionarlo.

–Al tipo ese del sindicato envíemelo a mí -dijo Johnny.

El tipo se llamaba Billy Goff. Johnny le comunicó:

–Pensaba que mis amigos lo habían arreglado todo. Me dijeron que no me preocupara del asunto de las cuotas.

–¿Quién se lo dijo? – preguntó Goff.

–Usted sabe perfectamente quién me lo dijo. No diré su nombre, pero es un hombre que nunca habla por hablar.

–Las cosas han cambiado -replicó Goff-. Su amigo está en apuros, y su palabra ya no llega hasta California.

–Bien, venga a verme dentro de un par de días. ¿De acuerdo?

Con una sonrisa, Goff concluyó:

–De acuerdo, Johnny; pero llamar a Nueva York no le servirá de nada.

Resultó que sí sirvió. Johnny habló por teléfono con Hagen, quien le dijo claramente que no pagara.

–Tu padrino se enfadará mucho si sabe que has pagado un solo centavo. El respeto hacia su persona se vería afectado, y eso es algo que el Don no puede tolerar, y menos en estos momentos.

–¿Puedo hablar con el Don? – preguntó Johnny-. ¿O prefieres ser tú quien hable con él? Tengo que empezar el rodaje.

–Nadie puede hablar ahora con el Don -respondió Hagen-. Está demasiado enfermo. Hablaré con Sonny; él se encargará de arreglar el asunto. Pero recuerda que no quiero que pagues ni un centavo. Si algo cambiara, te lo haría saber.

Molesto, Johnny colgó el auricular. Los problemas con el sindicato podrían encarecer mucho la película, además de demorar el trabajo. Por un instante consideró la posibilidad de pagar los cincuenta mil a Goff, sin decir nada. Después de todo, ni el Don ni Hagen le habían ordenado nada al respecto. Hagen se había limitado a darle un consejo, por así decirlo. Pero decidió esperar unos días. 

La espera hizo que se ahorrase cincuenta mil dólares. Dos noches más tarde, Goff fue encontrado muerto en su casa de Glendale. Ya no se habló más de problemas laborales. Johnny se sintió un poco afectado por el final de Goff. Era la primera vez que el largo brazo del Don daba un golpe tan cerca de él.”

miércoles, 12 de agosto de 2015

OPERACIÓN B.S.O.(41): ¡HATARI!



Vamos a animar este día de vacaciones con una musiquilla de cine alegre y refrescante: Baby elephant walk, compuesta por Henry Mancini para ¡Hatari! (1962), una peli de aventuras divertidísima que figura en el podio de mis predilectas. John Wayne no hace de John Wayne, sino un papel bastante distinto a los habituales en esta cinta imposible de clasificar sobre un grupo de cazadores al que un zoológico ha encargado la captura de varias fieras salvajes en Tanzania.  Acción, suspense, comedia y romance se mezclan magistralmente en este clásico inolvidable que hay que repasar, y cuyas escenas más tiernas son los paseos de  Dallas (Elsa Martinelli) con sus bebés de elefante adoptados mientras suena la inmortal pieza de Mancini. Para mí el mejor personaje es Pockets (Red Buttons) y la chica más guapa Brandy (Michèle Girardon).

domingo, 9 de agosto de 2015

DISCUSIONES DESIGUALES



Nuestra inteligencia, nuestra categoría y yo diría que hasta nuestra dignidad también se miden por el tipo de personas con las que aceptamos discutir. 

A un sujeto con un nivel cultural patentemente inferior al nuestro, que no entiende nada de lo que se está hablando o que carece de la más elemental información al respecto, podemos hacer la obra de misericordia de enseñarle lo que no sabe, facilitándole toda clase de explicaciones didácticas y dándole incluso los argumentos mascados y regurgitados si se quiere, pero si percibimos que el tipo se atrinchera en sus posiciones,  refuta nuestros datos e insiste en polemizar, lo que no podemos, por muchas tentaciones que tengamos, es ponernos a discutir con él, y menos en público, pues ello implicaría admitir tácitamente que cualquier indocumentado tiene derecho a debatir con nosotros de igual a igual, y rebajarnos a un nivel que no nos corresponde. 

No se trata de soberbia, sino de justicia, de imagen y también, cómo no, de ahorro de energías. No podemos dar pie a un espectáculo tan bochornoso como el que ofrece una persona preparada y conocedora de una materia  polemizando con un pelaboinas que habla de oídas o  porfía simplemente por llevar la contraria, un pasatiempo tan típico en nuestro país. Cuando en un intercambio de datos o conocimientos objetivos, advertimos que el ignorante nos invita a un pulso, que el tonto ha cogido una linde y que la linde se acaba y el tonto sigue, hay que aguantarse las ganas de rebatir y pensar seriamente en nuestro prestigio, en nuestra posición o en los años que hemos podido dedicar a estudiar ese tema, y preguntarnos si ese señor tan imprudente se merece que le concedamos, ni por conmiseración, la oportunidad de confrontar sus simplezas con nuestros saberes, de manchar con el barro de sus improvisaciones los cimientos de granito de nuestra ciencia.

Al que le parezca arrogancia se equivoca. Es solo que algunos tenemos muy poco tiempo para tontos y para tonterías, y que, bien mirado, cada vez nos importa menos convencer a nadie de nada, y menos de lo evidente, ni demostrar que tenemos razón. Algunos simplemente nos permitimos el pequeño lujo de reservar los guantes de boxeo para contrincantes que estén a nuestra altura y con los que valga la pena la pelea. No nos da la gana alentar pugnas dialécticas que en el fondo recuerdan al diálogo entre un adulto y un niño cabezota. Y es que a los iletrados testarudos, como a los niños pequeños que se ponen respondones, lo mejor es sonreírles mucho y hacerles poco caso.

jueves, 6 de agosto de 2015

PICADURAS VERANIEGAS (4): ESCOLOPENDRAS

Escolopendra devorando a una lagartija tras matarla

De todos los animalejos venenosos que habitan en la Península Ibérica, la escolopendra, más conocida como ciempiés, es muy probablemente el que tiene la picadura más dolorosa.

En España podemos encontrar tres especies de ciempiés (no confundir con el inofensivo milpiés): Scolopendra morsitans, Scolopendra cingulata y Scutigera coleoptrata. La última es el ciempiés doméstico, con el cuerpo rígido y quince pares de patas, que puede picarnos con una suerte de aguijón y causarnos un leve escozor, pero las dos primeras sí son peligrosas, especialmente la escolopendra común o cingulada, mucho más abundante, que tiene 21 segmentos con sus respectivos pares de patas y unas poderosas mandíbulas con las que inocula un veneno de potencia similar al de los alacranes.

La picadura de la escolopendra común, sin ser letal ni mucho menos, es legendaria por los horrendos dolores que provoca, capaces de hacer perder el conocimiento e incluso de generar una neuritis. La duración del cuadro clínico causado por su ataque puede exceder las cuarenta y ocho horas e incluir una aparatosa herida local, espasmos musculares e inflamación de ganglios.

Este repugnante miriápodo resulta muy fácil de identificar por su gran tamaño y su color amarillento. Frecuenta zonas pedregosas con algo de humedad, y se esconde bajo las rocas y entre la vegetación y la hojarasca. El caso más típico de mordedura es la causada a excursionistas que se sientan en el suelo sin mirar, o duermen al raso o con la tienda de campaña mal cerrada. También puede picar si se manipula la piedra bajo la que se esconde.


martes, 4 de agosto de 2015

LAS TRES BODAS DE MANOLITA

Las tres bodas de Manolita (2014) es la tercera novela de la serie Episodios de una guerra interminable, iniciada en 2010 por la escritora Almudena Grandes para recrear, al estilo de Pérez Galdós y desde el punto de vista de los perdedores, las duras historias de varias chicas jóvenes  en la posguerra española.

Me recomendaron el libro por su enorme valor documental y en este sentido no me ha defraudado. La autora nos brinda una información exhaustiva sobre los últimos coletazos del Partido Comunista de España en el Madrid de principios de los cuarenta y nos describe con fidelidad el ambiente de hacinamiento, dolor y compañerismo de las cárceles franquistas en aquellos años de represión, en los que nadie duda que se cometieron muchísimas arbitrariedades.

La novela, que ha sido bestseller, narra la historia de Manolita, la hermana veinteañera de un destacado militante del PCE escondido en Madrid nada más terminar la contienda. La joven se ve obligada a hacer auténticos juegos malabares para mantener a sus hermanas pequeñas a la vez que colabora con el aparato clandestino del partido recién desmantelado. Los comunistas le encargan que contacte en la cárcel, a través de un vis a vis, con un mecánico llamado Silverio del que necesitan instrucciones precisas para poner en funcionamiento unas complejas imprentas con las que editar propaganda marxista. El capellán del centro penitenciario es un cura corrupto que autoriza encuentros sexuales entre los internos y sus novias camuflándolos como falsas bodas a cambio de un cuantioso estipendio. Lo que Manolita no espera es acabar prendada del tímido Silvero, sobre cuya cabeza pende una larga condena que pondrá a prueba a los enamorados.

El relato es de gran interés porque muestra diferentes aspectos de la posguerra muy poco tratados hasta ahora en una obra narrativa. Grandes describe la vida cotidiana en el penal de Porlier y en el campo de trabajo de Cuelgamuros, en el que los convictos republicanos construyeron el Valle de los Caídos. También explica, con tanta profusión de datos como poca objetividad, la política penitenciaria del primer franquismo y las medidas sociales que se adoptaron con las familias de los condenados. Finalmente es muy de destacar y de agradecer la atención dedicada por la escritora a un episodio tantas veces olvidado de la guerra civil como es el golpe de estado del Coronel Segismundo Casado (con el apoyo del PSOE y de los anarquistas) contra el Gobierno de Negrín (secundado por el PCE), que se negaba a capitular ante los nacionales.

Almudena Grandes no es una gran novelista. Se enreda demasiado con las tramas, tiende a enrollarse y construye pésimamente el hilo argumental. Sin embargo, sus personajes son muy buenos y llegan a emocionar en algunos momentos, y lo más importante de todo es que la novela está tan primorosamente documentada que se aprende mucho con ella. Eso sí, no es una lectura recomendable para personas que no estén muy interesadas en este período tan convulso de nuestra historia.

Como he explicado varias veces, me apasiona la guerra española y leo todo lo que cae en mis manos sobre el tema, tanto de un bando como de otro. Libros como Las tres bodas de Manolita me parecen muy enriquecedores por cuanto aportan el punto de vista y las vivencias del bando llamado republicano, y, en este caso concreto, de quienes se negaron a deponer las armas y siguieron luchando por sus ideas a su manera y con sus medios. Esto no quita para ser plenamente consciente de que Almudena Grandes es una escritora no solo de extrema izquierda, sino también especializada en el escabroso género de la novela pornográfica (Las edades de Lulú, 1989). Quiero decir que no se puede abrir un libro como este sin atesorar unos mínimos conocimientos previos sobre el contexto histórico y político de la narración, y, sobre todo, sin tener muy en cuenta las salvajes represalias ejercidas en la zona roja entre 1936 y 1939, que no digo que justifiquen pero desde luego sí explican en muchos casos los acontecimientos vividos en Madrid en los años inmediatamente posteriores a la victoria del General Franco.


La muy poco sugerente Almudena Grandes
Conviene advertir también que es imprescindible estar en guardia en cada página, pues doña Almudena nos mete unas morcillas ideológicas de padre y muy señor mío, aparte de emplear toda clase de tácticas sectarias para arrimar el ascua de los lectores a su sardina podrida. Entre otras artimañas, abusa de las generalizaciones, oculta información con todo el descaro, realiza continuas valoraciones e interpretaciones de los hechos, apela al sentimentalismo más ñoño para defender o criticar situaciones políticas o penales, y, en momentos puntuales, se le va la olla, como cuando se pone a comparar en el epílogo las condiciones del campo penitenciario de Cuelgamuros con las del Gulag soviético, concluyendo que este era más humanitario. También resulta irritante su denuncia del esclavismo que, según cuenta, sufrieron miles de niñas en el colegio de monjas de Zababilde, en Bilbao. En estas escuelas, como en tantas otras, se recogía caritativamente en régimen de internado a las hijas de los presos para aliviar las economías familiares, educar a las menores (muchas veces huérfanas) y enseñarles un oficio. Almudena Grandes prefiere interpretar que se esclavizaba a muchachas de 13 años obligándolas a lavar ropa hasta desgastarse las manos en vez de enseñarles a leer o escribir, olvidando las circunstancias de una época en la que todas las chicas pobres de esa edad se encontraban trabajando en situaciones mil veces peores que las alumnas de Zababilde. 

Por último, merece mencionarse la libérrima recreación que hace la autora de la vida y milagros del célebre Roberto Conesa, al parecer afilado a las Juventudes Socialistas Unificadas antes de la guerra para convertirse, justo después, en uno de los más enérgicos funcionarios policiales encargados del desmantelamiento de las organizaciones izquierdistas.

Pero no voy a enrollarme más, porque creo que sobra advertir a los lectores de La pluma viperina que en las páginas de Las tres bodas de Manolita también se encontrarán con todo el elenco de gorrinadas y sordideces que la lasciva imaginación de la señora Grandes es capaz de engendrar: un marqués convertido en anarquista que organiza orgías plurisexuales, un bondadoso bailarín maricón (prácticamente un santo) que responde al apelativo de Palmera, polvos descritos con minuciosidad casi ginecológica y, como no podía ser de otro modo, una monja lesbiana acosando a sus  alumnas. Es el tributo que hay que pagar para disfrutar de un relato solvente sobre la intrahistoria de los comunistas españoles que prefirieron la resistencia obstinada e inútil a la amargura del exilio.

domingo, 2 de agosto de 2015

¡CARAY CON LOS EUFEMISMOS!



Le pregunto a mi compañero Antonio dónde se va de vacaciones.

– A Cantabria, como todos los años; tenemos casa allí. Ya sabes, playa a discreción, algo de marisquito y muchas excursiones en mi canoa.

Lo de la canoa me chirría un poco, me suena a peli de indios, pero doy por sentado que hace piragüismo, aunque está bastante fondón, la verdad. Le digo que muy bien, que disfrute y descanse.

Al rato me explica otra compañera que Antonio llama “su canoa” al yate de lujo de 24 metros de eslora que tiene en el puerto deportivo de Santander.

¡Ostras! –me digo– ¡Caray con los eufemismos!