jueves, 30 de abril de 2015

INTERVENCIONISTAS

Cuando alguien me insinúa que soy conservador, siempre respondo -y de verdad que sin ninguna retranca- que depende, que soy partidario de conservar lo bueno pero de barrer sin miramientos todo lo malo. Y algo parecido le contestaba ayer a uno que me decía que siendo yo “tan intervencionista”, estaría encantado con Podemos. Pues también depende. Yo solo defiendo que los poderes públicos intervengan cuando las intervenciones que pretenden me parecen adecuadas; solo apruebo la actuación del Estado en aquellos momentos, ámbitos y situaciones en que procede que actúe, y en la forma más conveniente. Y está claro que prefiero que un gobierno se inhiba a que se decante por determinadas modalidades de intervención. En ciertos casos y materias me parece mejor una Administración abstencionista, incluso de corte ultraliberal, que una muy proactiva pero impulsora de políticas erróneas y potencialmente dañinas para el interés general o nacional. Aunque también puede pecarse por omisión, parece más razonable quedarse quieto dejando las cosas como están que moverse para empeorarlas.

Vamos, que no todos los “intervencionistas” somos amigos, pues cada uno queremos que se intervenga de una manera distinta, y a veces preferimos que no se intervenga a que se haga como quieren otros.

Es de cajón, ¿no?

Prometo que no me estoy cachondeando. Cada uno que interprete mis palabras como quiera.

domingo, 26 de abril de 2015

LETRA DE IMPRENTA



¿Nunca os habéis preguntado por qué las letras de nuestro alfabeto tienen la forma que tienen? La epigrafía y la paleografía nos enseñan que en tiempos de los romanos todos los caracteres se escribían en mayúscula y que no fue hasta el siglo VII cuando, por razones de agilidad en la escritura, empezaron a emplearse las letras minúsculas, una versión redondeada de los trazos angulosos de sus hermanas mayores que además permitía no levantar la pluma del papel en cada grafema.  

No mucho después de la aparición de la imprenta en el siglo XV se inventa la letra de molde. Las mayúsculas de imprenta eran idénticas a las de la grafía manuscrita, pero en cambio fue imprescindible innovar en el diseño de los tipos móviles en minúscula, ya que en los talleres de impresión resultaba imposible ligar las letras entre sí y además el dibujo de curvas pronunciadas (“b”, “f”, “h”, “j” “L”) presentaba especiales dificultades técnicas. Por eso se crearon unas letras minúsculas separadas, mucho más rectilíneas y mucho menos cálidas y naturales que las cursivas. 

Hasta épocas recientes, cuando el índice de analfabetismo estaba por las nubes y eran relativamente pocos los que tenían acceso a los libros, la escritura de imprenta no contagió a la manual; nadie escribía a mano utilizando ni una sola letra de molde. Pero esto empezó a cambiar con la universalización de la cultura, el aprendizaje de la lectoescritura a través de textos impresos (interesante y muy actual polémica educativa) y el manejo cotidiano de la mecanografía primero y de la informática después. Hoy, además de escribir muy poco a mano, casi todos usamos de vez en cuando (o siempre) alguna letra de imprenta. 

Parémonos a pensar un momento cuáles son las letras de molde que se han infiltrado en la punta de nuestro bolígrafo y si esos caracteres los escribimos siempre así o dependiendo de su ubicación en la palabra. En mi caso reconozco trazar de esta manera las minúsculas “b”, “L” y “s”, además de omitir el rabito para unir muchas otras. Es algo bastante curioso, ya que, por ejemplo, la “b” casi nunca la pongo en cursiva pero la “s” sí, salvo que encabece una palabra. La “L” a veces la dibujo al estilo imprenta cuando va precedida o seguida de otras letras, nunca al principio ni al final, y muy a menudo al escribir el dígrafo “LL”. También influye la velocidad a la que escribo y si utilizo boli o pluma estilográfica.  

Dentro de poco no tendremos que reflexionar sobre estas cosas, pues los expertos nos alertan de que la próxima generación casi no manuscribirá y las pocas letras que trace con sus propios dedos siempre serán iguales que las impresas. Hasta con nuestro estilo individual, único y distintivo de escritura acabará esta sociedad insípida cada vez más impersonal y uniforme. La actual cultura de la eficiencia aséptica, las prisas y la ultravelocidad en las comunicaciones arrasará lo poco que nos queda de individuos irrepetibles para convertirnos en robots o en soldaditos de plomo fabricados en serie.

viernes, 24 de abril de 2015

¿URBANIDAD O SERVILISMO?


Por razones de trabajo últimamente tengo bastante contacto con profesores de universidad, y curiosamente el otro día me comentaba uno de ellos cómo le llamaba la atención la forma que tienen de tratar a los docentes los alumnos de origen hispanoamericano. Este profesor tiene en un aula a una mexicana, a un par de salvadoreños y creo recordar que a un peruano, y mientras que los alumnos españoles llegan tarde, charlan durante las clases y se repantingan en sus asientos como si fueran a dormir la mona, los sudamericanos se comportan con absoluta corrección. También me contaba que a diferencia de los estudiantes de aquí, que le tratan de tú, le abrasan con emails por cualquier tontada y le echan impetuosos pulsos en las revisiones de exámenes, los cholos jamás le apean el tratamiento, le dicen “profesor Cuesta”, piden todo por favor y no se les ocurre ni por asomo llevarle la contraria.

Este fenómeno puede tener (al menos) dos lecturas y de verdad que no tengo muy claro con cuál quedarme. 

Por una parte podríamos interpretar que en España hace mucho que los jóvenes han perdido los buenos modales y el sentido del respeto; que son unos nenes mimados, criados a los pechos del estado del bienestar en unas familias y con un sistema educativo que han desterrado hace mucho cualquier resquicio del principio de autoridad y les han inculcado la idea de que solo tienen derechos pero no deberes. Por contra, en nuestros antiguos territorios de ultramar perviviría un modelo social y pedagógico más tradicional y con mayor influencia religiosa en el que sigue siendo piedra angular la deferencia debida a padres, maestros y personas con experiencia o conocimientos superiores. De acuerdo con esta interpretación, los chavales iberoamericanos tendrían más educación y sabrían comportarse mejor que los españoles.

La otra apreciación, mucho menos amable con nuestros hermanos allende el Atlántico, sería que sus países pueden considerarse en la práctica auténticas repúblicas bananeras estamentales e infestadas de caciquismo en las que los ricos hacen y deshacen a su antojo, y los pobres agachan la cabeza. Al contrario que en Europa, donde está fuertemente arraigada la cultura democrática, en Hispanoamérica no es concebible el ejercicio transparente de ningún derecho individual: la única salida de los humildes es el conformismo y la sumisión perruna a los dictados de los de arriba. La corrupción y el analfabetismo que reinan en estas comunidades desde hace siglos han generado en los ciudadanos una mansedumbre casi genética, totalmente irreconciliable con cualquier reivindicación o con el trato de tú a tú con profesores u otras personas de cierta categoría social o cultural. Por lo tanto la actitud prudente los alumnos sudamericanos respondería más al servilismo que a la urbanidad.

¿Y vosotros cómo lo veis?

miércoles, 22 de abril de 2015

¿ES DELITO SUICIDARSE?


¿Es delito suicidarse? A muchos esta pregunta les parecerá absurda ¡Cómo va a castigarse penalmente a quien ya se ha quitado la vida! Pero la cuestión no es tan simple. 

Desde la época romana hasta hace muy poco las leyes castigaban a los suicidas. ¿En qué consistía el castigo? Antiguamente la pena recaía sobre el cadáver, que era colgado o amputado, o se le negaba la sepultura. Otra sanción penal que pervivió hasta bien entrado el siglo XIX en la mayoría de los códigos europeos era la nulidad de las disposiciones testamentarias del finado, como forma de desincentivar la autoinmolación. Por último, la consecuencia más importante era la imposición de la pena de galeras o de privación de libertad a quien cometiera suicidio en grado de tentativa o de frustración. Es decir, que si te salvaban antes de lanzarte por un precipicio o llegabas a tirarte pero no te matabas, ibas al trullo unos cuantos años.

Reino Unido y EE.UU (seis de sus estados) fueron los últimos países occidentales que despenalizaron el suicidio hacia los años 60 del pasado siglo. En la actualidad ninguna de las legislaciones de los países de nuestro entorno contempla este tipo penal; únicamente se castiga la inducción y la cooperación de terceros (por ejemplo, la eutanasia), así como la omisión del deber de socorro a quien intente poner fin a su vida. 

Hay quien dice que este cambio normativo se debió al triunfo de las ideas ilustradas y liberales, pero es falso. El propio Rousseau llegó a decir que “el suicidio es una muerte furtiva y vergonzosa; es un robo cometido al género humano”. Además, como he indicado, la represión a los suicidas se ha mantenido en Occidente hasta mucho después de la Revolución Francesa. La verdadera razón ha sido el rápido proceso de descristianización de nuestras sociedades, en virtud del cual terminó desechándose la premisa católica de que no somos dueños de nuestro cuerpo ni de nuestra vida. El constitucionalismo europeo de finales del siglo XIX consagró la vida como un derecho fundamental, pero en ningún caso como un deber. El derecho penal moderno considera inconcebible que se castigue al autor de un delito en el que coinciden sujeto activo y pasivo.

A mí, sin embargo, no solo desde un punto de vista católico, sino desde el de la más elemental moral pública y sentido de la humanidad, me parecería adecuada la recuperación de este antiguo delito, por supuesto solo a los efectos de perseguir el intento de suicidio, ya que ni familiares ni herederos tienen culpa alguna y sería injusto anular los testamentos. El gran problema con el que probablemente toparíamos en casi todos los procesos judiciales abiertos a suicidas frustrados es la inimputabilidad o la eximente de trastorno mental transitorio (“está exento de responsabilidad penal el que al tiempo de cometer la infracción penal, a causa de cualquier anomalía o alteración psíquica, no pueda comprender la ilicitud del hecho o actuar conforme a esa comprensión”).

domingo, 19 de abril de 2015

SANGUIJUELAS


¿Al logotipo de qué famoso partido político recuerda este cartel de los mindundis de Candidatura Independiente?


Candidatura Independiente (CI) es un partido político de corte regionalista y de ámbito casi estrictamente vallisoletano a cuyos postulados no voy a dedicar ni media línea. Su presidente es mi paisano Pedro Arias Fraile, un oscuro y oportunista constructor que lleva años desesperado por convertirse en concejal del Ayuntamiento de Valladolid. CI se presenta a las elecciones municipales y autonómicas desde 1999 y ha conseguido ediles en algunos pueblos. En 2011 concurrió en coalición con el minoritario Partido de Castilla y León, y a los comicios del próximo 24 de mayo optará a unas cincuenta alcaldías de la provincia de la mano de la formación de ámbito nacional, conocida en su casa a la hora de comer, denominada Ciudadanos de Centro Democrático, bajo las siglas "Ci-Ciudadanos".

Insisto en que este partido arribista no merece el esfuerzo de teclear cuatro veces, pero sí un jugoso comentario sobre su estrategia electoral. Como puede apreciarse en la foto que encabeza esta entrada, el logotipo escogido por Pedro Arias y sus nuevos amigos de Ciudadanos de Centro Democrático es clavadito al de la pujante organización presidida por Albert Rivera. La palabra "ciudadanos" aparece en un formato y en un color idénticos al de Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía (C´s). Delante de ella han colocado las siglas “CI” en una posición similar a la de la abreviatura “ C´s”. Y para rematar tan torticera faena, el amigo Arias ha disimulado al máximo la muletilla “de Centro Democrático”, que aparece en letra pequeña y en una esquina del anagrama. Decenas de vallas publicitarias con este emblema inundan mi ciudad estos días induciendo a confusión a los votantes.

Por lo visto, el coordinador regional en Castilla y León del partido de centro-izquierda (que no de centro-derecha como piensa el populacho) de origen catalán ha denunciado la situación a la sede nacional con la esperanza de que se adopten medidas legales cuanto antes, aunque la cosa no parece sencilla, ya que una denuncia ante la Junta Electoral tardaría meses en tramitarse y quizá no se resolviera hasta después de las elecciones. Desde la delegación regional de C´s Ciudadanos han señalado que “hay personas que intentan aprovecharse de la buena fe de la gente. Parecen los malos ciclistas, que van siempre a rebufo aprovechándose de los demás. En este caso, de un equipo ganador”. 


Que yo sepa, hasta la fecha no se ha presentado ninguna denuncia.

Los secuaces de Arias juran que es una casualidad, pero no se lo creen ni ellos. El mencionado diseño ha sido escogido adrede para pescar votos ajenos. Es evidente que el día de las elecciones muchos vecinos, tanto de Valladolid capital como de la provincia, se harán la picha un lío ante letras y símbolos tan parecidos y votarán por error a Candidatura Independiente, sobre todo las personas mayores o poco familiarizadas con la actualidad política.

Sin entrar en cuestiones ideológicas y sin valorar políticamente a ninguna de las dos formaciones, me parece indignante (aunque no sorprendente) que pueda existir gentuza tan mezquina y tan cutre como para enmascarar con el trabajo y el éxito ajenos su propia insignificancia y mediocridad; como para usurpar descaradamente el nombre de un partido en auge para obtener unos beneficios a los que jamás podrían aspirar con sus propios medios, capacidad e inteligencia. Por desgracia este episodio no es más que una muestra de lo que en todos los ámbitos de nuestra sociedad sucede cada día: que chupando de una persona con talento siempre hay doscientas sanguijuelas que no valen ni su peso en mierda.


Tan repugnante artimaña no me sorprende del fundador y dirigente de CI, ya célebre por estos lares por sus llamémoslas audacias empresariales y urbanísticas, pero lo que me daría mucha pena es que, conociendo lo sucedido, algún honrado vallisoletano todavía votara conscientemente la lista de esta chusma en su municipio. Si un político es capaz de algo así en la precampaña es fácil adivinar cómo desempeñaría un cargo público. 




jueves, 16 de abril de 2015

CERRAZÓN




Hace muy poco un lector del blog me hacía una crítica que considero muy injusta. En medio de una absurda discusión sobre quién de los dos tenía la “mente más abierta”, terminó reconociendo que yo suelo leer libros y autores de ideas políticas diametralmente opuestas a las mías, pero puntualizó que yo a mis enemigos más que leerlos, los investigo. “Neri, tú lees a tus contrarios con el cerebro bloqueado por los prejuicios. No quieres conocerlos, ni enriquecerte con sus puntos de vista, ni contrastar sus opiniones con las tuyas. Solo buscas reforzar tu posición y los miras con lupa a la caza de datos que confirmen todo lo malo que piensas de ellos, desechando todo lo demás”, me escribía el muy cabrón.

Este tío se ve que no ha conocido en su vida a un verdadero talibán con la sesera cerrada a cal y canto. Yo sí he tenido el "gusto" y los he visto no solo descartando para sí mismos multitud de lecturas por la ideología del autor, sino imponiendo a sus discípulos los libros que podían o no podían abrir. Yo no he hecho eso jamás.

¿Leo a mis enemigos con prejuicios? Pues sí, probablemente; es algo humano. ¿Busco reforzar mi posición? Puede ser, pero en todo caso será porque tengo una posición, no como otros que nunca saben qué pensar sobre ningún tema. Ya lo dijo Chesterton: “No tengas la mente tan abierta que se te caiga el cerebro”. 

Sinceramente no sé qué problema hay. Más que nada no entiendo como esto puede ser objeto de censura. Es natural que la gente tenga sus opiniones y reciba las ajenas y sobre todo las contrarias con cierto recelo. Esto no implica cerrazón. Tener una actitud abierta consiste, en primer lugar, en aceptar información sobre creencias diferentes a las nuestras (que no es moco de pavo), y, después, en ser capaces de evaluarla con serenidad distinguiendo lo que se amolda a nuestros valores, lo que no se adapta del todo pero podría complementarlos e incluso modificar nuestra posición de salida, y, por último, aquellos puntos incompatibles de raíz con nuestra postura que no tenemos por qué aceptar si no nos convencen o, peor aún, nos repugnan. Yo creo que cumplo el requisito, vaya, que no soy tan cerril. A mí me parece que leo a todo el mundo y que las cosas que no me gustan las critico con argumentos razonados. Es lo que intento hacer en este blog desde hace siete años.

Aunque por supuesto que hay determinadas ideas que es normal rechazar de plano, sin necesidad de mayores profundizaciones, a poco sentido de la moral y de la decencia que se tenga. ¿O no? 

Me gustaría ver cómo reaccionaría este chisgarabís que me llama a mí fanático y me pone verde si a él le invitaran a leer, por ejemplo, el Mein Kampf, un libro muy aburrido pero que tiene, aunque algunos no lo crean, partes rescatables. No se leería ni el prólogo y gracias si no lo quemaba antes de cinco minutos, lo que demuestra que al final esto de la “mentalidad abierta” es un poquito subjetivo. Hoy, como en todas las épocas, existen unos dogmas y los obtusos son aquellos que se resisten a asimilarlos. En cambio, repudiar con obstinación, incluso sin conocerlas, las doctrinas que cuestionan dichos dogmas es un síntoma de excelente salud democrática. Así está el patio.

domingo, 12 de abril de 2015

BOLSILLO






Como hombre a caballo entre el idealismo y el pragmatismo, perdido a medio camino entre la practicidad y la belleza, entre la poesía y la técnica, son comprensibles mis dudas al elegir las camisas que debo comprarme. Nunca tengo claro si debo escogerlas con o sin bolsillo. 
 
Dicen que el bolsillo de la pechera izquierda de las camisas está muy pasado de moda y además es muy cutre llevar ahí el bolígrafo y no digamos el móvil, pero a mí me sigue gustando. Aunque reconozco que las camisas sin bolso son mucho más elegantes, formales y estilizadas, y que seguro que su diseño está concebido precisamente para evitar que gañanes como yo llevemos el saquillo lateral lleno de cachivaches y colgando como una alforja, qué quieren que les diga, pero yo le sigo teniendo cariño al diseño de toda la vida.

Aunque al trabajo llevo siempre americana, es cierto que me la quito a menudo, sobre todo por las tardes, cuando estoy sentado frente al ordenador o leyendo en el escritorio. A veces también me olvido de ponérmela, si hace calor, cuando recorro la oficina haciendo gestiones o incluso en alguna reunión. Ya sé que es una costumbre un tanto hortera, pero qué le vamos a hacer. Lo cierto es que el bolsillo en estos casos me parece de lo más práctico, pues los días que visto una camisa sin él siempre me olvido la pluma en mi mesa o en mi chaqueta, y si necesito tomar alguna nota algo tengo que regresar corriendo a mi despacho a por ella.

Con el smartphone me pasa parecido. Un compañero se desgañita previniéndome de los riesgos de exponer mi corazón tan directamente a las ondas electromagnéticas, pero entre que soy bastante escéptico con esos temas y que me parece de lo más cómodo llevar el móvil a la altura del pecho, nunca le he hecho ni puñetero caso.

Lo que me da rabia es que las camisas desprovistas de bolsillo me encantan, a pesar de sus engorrosos inconvenientes. Por eso suelo comprar la mitad de un tipo y la mitad de otro, y así puedo disfrutar al cincuenta por ciento de las ventajas de cada uno. Pero debo confesar que a esta postura salomónica ha contribuido en gran medida el hecho de que a veces no hay forma saber si una camisa empaquetada tiene bolso, y como siempre las compro sin probármelas, solo mirando la talla, las acabo eligiendo más o menos al buen tuntún, y suele salir esa proporción, que me parece justa aun a sabiendas de que los días que me toca ir sin bolsillo tengo el doble de posibilidades de perder la estilográfica o el teléfono.

viernes, 10 de abril de 2015

CONFORMISTAS



Está comprobado que las personas conformistas son mucho más felices que las difíciles de contentar. Quien está dispuesto a acatar con mansedumbre lo que la vida disponga, el rol que la sociedad le asigne o las decisiones de los demás en lo tocante a sus intereses, se llevará sin duda muchos menos disgustos que los abanderados de la rebeldía. Es de cajón que quien se conforma con poco vivirá plácidamente, tan contento con lo que le ha tocado, mientras que los ambiciosos, los inquietos o simplemente los que se hacen demasiadas preguntas andarán siempre sufriendo en su esfuerzo por progresar y con sus comeduras de tarro.

Una vez alguien se pitorreó de un amigo mío porque le gustaban todas: “Macho, es que a ti te da igual que sean gordas, bajas, feas… ¡Todas te parece que están buenísimas!”. Y mi amigo respondió que si así era, mejor para él, que menudo chollo poder alegrarse la vista y disfrutar con cualquier mujer que conociera. Que el problema lo tenían los selectivos, los exquisitos que solo están satisfechos con una tía imponente. ¡Con las pocas que hay!

Actitudes parecidas no solo se ven en el ámbito de la pareja, sino en el laboral, en el económico y en cualquier tipo de relación humana. Los que abren las tragaderas hasta el límite o adoptan la postura de aceptar lo que les venga sin ningún espíritu crítico tendrán una sonrisa permanente en los labios y rara vez se enfadarán o entristecerán por lo que otros considerarían pobres resultados, logros insuficientes o putadas.

Creo que algo sí deberíamos aprender de cierto tipo de conformistas, de aquellos cuya filosofía es que resulta absurdo angustiarse por aquellos acontecimientos que escapan a nuestro control. El buen conformar en determinadas situaciones me parece la postura más lúcida, aunque pueda parecer propia de estoicos sin sangre en las venas. Pero hay que delimitar bien en qué circunstancias es aceptable la resignación y en qué otras una posición acomodaticia es un claro indicio de cobardía. Existe una modalidad muy concreta de conformismo que no es más que una pose para eludir los conflictos y el sufrimiento. No son pocos los que premeditadamente deciden que con cualquier cosa les basta, como estrategia para escaquearse de librar batallas o de sacrificarse lo más mínimo. Si incurrimos en esta tentación es casi seguro que gozaremos de una mayor tranquilidad y no padeceremos grandes aflicciones, pero también llevaremos una existencia mediocre y obtendremos de la vida unos frutos mezquinos, muy por debajo de nuestros merecimientos o capacidades.

Como ejemplo podría mencionar la actitud pasiva de algunos individuos en las discusiones, incluso en las que se ventilan asuntos que les conciernen de forma directa. La gente que por sistema rehuye los altercados dialécticos (casi siempre por falta de carácter) suele justificarse en el pragmatismo, esgrimiendo que es absurdo desgastarse con quien no escucha, que el otro es un cabezota imposible de convencer, que para qué va a pasar un mal rato, que al final no va a llegarse a ninguna conclusión, que no es un tema tan importante… Se trata de conformistas por apocamiento. Prefieren refrendar con su silencio los argumentos ajenos a entablar un incómodo debate en defensa de sus criterios. Prefieren tolerar que alguien que miente, no lleva razón o sabe mucho menos que él tenga siempre la última palabra a entrar en un ingrato cuerpo a cuerpo. Y esta manera de afrontar los desencuentros tiene, cómo no, algunas ventajas, entre ellas no llevarse sofocos y no ganarse enemigos, pero la contrapartida es dura, pues la gente así, además de ver pisoteados todos los días sus derechos y sus opiniones, terminará perdiendo la consideración de sus semejantes, el crédito profesional, y el respeto de su familia y amigos. En el fondo todos tenemos debilidad por los valientes y sentimos una repulsión indisimulable hacia los calzonazos.

Es difícil trazar esa línea delicadísima entre el conformismo sano, como expresión de nuestra madurez, inteligencia y capacidad de autocontrol, y ese conformismo venenoso que nace del miedo, de la vagancia, de la debilidad, de la comodidad o del amilanamiento, y que puede condenarnos a una medianía poco menos que castradora. 

miércoles, 8 de abril de 2015

RIQUEZA DE VOCABULARIO


Una de las cosas que más me preocupa a la hora de expresarme, tanto por escrito como verbalmente, es utilizar un vocabulario rico.

Me sorprende que de las casi 280.000 palabras que existen en castellano (la RAE recoge 93.000), la media de la población maneje solo entre 300 y 500. Las personas con cierto nivel cultural suelen emplear hasta 1.000 voces diferentes, y los escritores y periodistas se supone que unas 4.000 (permítaseme dudar lo de los periodistas). En el otro extremo, los sectores con menos formación, particularmente algunos jóvenes, solo alcanzan la cifra de 250 vocablos, algo inquietante toda vez que un chucho corriente es capaz de distinguir y entender 165.

En la obra de Miguel de Cervantes podemos encontrar 8.000 términos distintos.

Luego habría que distinguir entre el vocabulario activo de un sujeto, que es el que entiende y usa, del pasivo, que puede comprender pero es incapaz de utilizar.

A mí me encanta aprender palabras nuevas, y me esfuerzo en lo posible en renovar mi lenguaje. Cuando leo suelo apuntarme en el móvil las voces o expresiones que desconozco o me llaman la atención; después las consulto en el diccionario e intento quedarme con las que más me gustan para usarlas en el blog o incluso al hablar. 

Sin embargo, es curioso cómo la sociedad acepta con mucha más naturalidad la riqueza lingüística en los medios escritos que en la comunicación coloquial hablada. Aunque sea subconscientemente, la gente da por sentado que el idioma escrito es más culto y no le sorprende tanto toparse, mientras lee, con un verbo o un sustantivo que no haya visto en su vida. Pero, ¡ay del que meta en una conversación normal una palabra que no figure en el catálogo de 300 a 500 que todo el mundo se sabe! ¡Será automáticamente tomado por un pedante!

En efecto, cuesta mucho introducir cualquier novedad en nuestra forma habitual de hablar, pues tenemos unas entendederas muy rígidas respecto al lenguaje verbal. De primeras, nuestro cerebro solo asimila las fórmulas que ya conoce, y por eso cambiar de registro, aunque sea en unas pocas expresiones, siempre conlleva el riesgo de que no nos entiendan nada y, consecuentemente, nos tilden de raritos. Un ejemplo muy ilustrativo es el de las películas argentinas dirigidas por Campanella o protagonizadas por Ricardo Darín, que tanto éxito cosechan en España. Muchos reconocen que la primera media hora no entienden nada de nada, y el motivo es que su mente no digiere al ritmo adecuado todas las palabras y giros dialectales a los que no están acostumbrados.

En mi opinión la gran ventaja de introducir una mayor variedad en nuestro inventario léxico es que poco a poco nos expresaremos con mayor precisión, nuestros mensajes serán más claros y mejorará nuestra comunicación con las personas de nuestro entorno. Es posible que en un ámbito estrictamente doméstico o coloquial esto no parezca relevante, pero desde luego sí lo es en las relaciones de carácter más formal, como las académicas o las profesionales. Hacer un examen en la universidad, concurrir a una entrevista de trabajo, defender una postura en una reunión o convencer a un cliente puede convertirse en un problema si solo se dispone de un arsenal de 300 palabras. Pero incluso en una discusión familiar o conyugal, o en una simple tertulia de amigos, no acertar a exteriorizar nuestras opiniones y sentimientos con cierta nitidez, concisión o detalle puede provocar que se aburran al oírnos, que no nos presten atención, que nos malinterpreten o que nuestros argumentos parezcan débiles.

La pobreza de vocabulario nos deja siempre en una situación de desventaja, pues nos impide decir o escribir exactamente lo que queremos, quedando siempre nuestros mensajes a la libre interpretación de los demás. 

No se trata de sabernos las 8.000 palabras de El Quijote, pero sí al menos de ser capaces de evitar el uso abusivo de ciertos verbos, adverbios y nombres tan genéricos y polivalentes como “ser”, “hacer”, “bien”, “mal”, “chisme”, “cosa” o “cacharro”, y darnos cuenta de que todo tiene su denominación y de que nuestro idioma es una herramienta no solo bellísima, sino muy útil para comunicarnos correctamente y solucionar nuestros problemas cotidianos.

P.D.: Este post contiene 240 palabras distintas.

domingo, 5 de abril de 2015

RELEYENDO "EL PADRINO" (29): LUCY MANCINI

Lucy Mancini en la boda de Connie Corleone

La historia de Lucy Mancini daría para una novela entera. Era amiga íntima de Connie Corleone y dama de honor en su boda. Durante los preparativos del bodorrio coqueteó con el hermano mayor de la novia y terminaron acostándose en mitad del banquete, convirtiéndose así esta "chiquilla inexperta e ingenua" en la amante del nuevo Don interino tras el atentado contra Vito. Sonny la visitaba de vez en cuando y con discreción, pero pronto el lío fue de dominio público: se enteraron su padre (antes del tiroteo), Tom Hagen y hasta su propia esposa, Sandra, que “estaba continuamente de mal humor” porque “le disgustaba que pasara tantos días sin tocarla”.

Cuando estalló la Guerra de las Cinco Familias, las visitas de Sonny al piso de la Mancini se redujeron, pero a pesar de todo las medidas de seguridad de los Corleone eran extremas para evitar emboscadas: “Sonny sabía que estaba en la mira de sus enemigos, y eso le producía una tensión continua. Tenía que ser extraordinariamente cuidadoso en todos sus movimientos. Sus rivales habían descubierto que visitaba a Lucy Mancini, pero él había tomado toda clase de precauciones. En el apartamento de Lucy estaba completamente seguro. Aunque ella no lo sospechaba, los hombres del “regime” de Santino la vigilaban durante las veinticuatro horas del día, y cuando se desocupaba un apartamento de la planta en que vivía, lo alquilaban de inmediato."

Lucy en El Padrino III
Al enterarse de la muerte de su amado, Lucy quedó tan trastocada que trató de sucidarse con una sobredosis de somníferos. “Mientras estaba en el hospital, Tom Hagen fue a verla y le ofreció un empleo en Las Vegas, en el hotel dirigido por Freddie, el hermano de Sonny. También le comunicó que recibiría una pensión anual de la familia Corleone, acordada por Sonny en su testamento. Luego le preguntó si estaba embarazada, pues creía que ésa era la razón de su intento de suicidio, y Lucy respondió que no.” Este dato sería una de las grandes diferencias con la saga cinematográfica, en la que Lucy (Jeannie Linero) dio a luz a Vincent (Andy García), bastardo de Santino y protagonista de la tercera película.

Pero tanta amabilidad de los Corleone no solo se debió, como ellos le explicaron, a que "su intento de suicidio nos ha conmovido a todos", y terminó revelándose muy interesada. Siempre a través de Hagen, la Familia “sugirió” a la muchacha convertirse en un testaferro de la Mafia, figurando a su nombre un paquete de acciones en el hotel-casino de Moe Greene. También se le encomendó vigilar de cerca todos los movimientos de Fredo y de Moe.

A continuación recojo un expresivo pasaje de la novela sobre el encoñamiento casi patológico de esta mujer con el temperamental primogénito de los Corleone justo antes de su ejecución a manos de los Barzini.


"Los días que precedían a la visita de su amante constituían para Lucy un verdadero tormento. Su pasión era de lo más elemental, y en ella nada tenían que ver ni la poesía ni el sentimentalismo. El suyo fue un amor ciento por ciento carnal, casi animal, por así decirlo. Cuando Sonny le anunciaba su visita, Lucy se aseguraba de que el mueble bar y la despensa estuvieran llenos, pues por lo general Sonny no se marchaba hasta bien entrada la mañana siguiente. Él tenía una llave del apartamento, y ella se echaba en sus brazos en cuanto lo veía entrar. Ambos eran brutalmente directos, bestialmente primitivos. Durante el primer beso se abrazaban con todas sus fuerzas, luego él la entraba en volandas en el dormitorio.

Hacían el amor una y otra vez. Permanecían en el apartamento, juntos y completamente desnudos, durante dieciséis horas seguidas. Lucy preparaba comida en grandes cantidades para no defraudar el descomunal apetito de él. A veces, cuando Sonny recibía alguna llamada telefónica —de negocios, desde luego—, ella prácticamente no se enteraba. Y si él se levantaba para servirse una copa, ella lo seguía, pegada a su piel, para no perder contacto con el cuerpo amado. Al principio, Lucy se había sentido avergonzada de sus propios «excesos», pero ese sentimiento desapareció cuando se dio cuenta de que a su amante le gustaban y se sentía halagado a causa de ellos. La suya fue una pasión instintiva, inocente. Fueron muy felices.
 

Cuando el padre de Sonny fue tiroteado en la calle, Lucy comprendió por vez primera que su amante podía estar en peligro. Sola en su apartamento, no lloraba, sino que gemía de angustia. Cuando Sonny estuvo casi tres semanas sin ir a verla, consiguió dormir gracias a los somníferos y el alcohol. La aflicción que sentía le producía un dolor físico. Y el día en que él, finalmente, fue a verla, estuvo horas y horas apretada contra su cuerpo. Desde entonces, las visitas se sucedieron regularmente, a razón de una a la semana, hasta que lo asesinaron."

viernes, 3 de abril de 2015

QUE SE VEAN DESNUDOS LOS MADEROS


Procesión de Semana Santa en Valladolid




UNA CRUZ SENCILLA 


Hazme una cruz sencilla, carpintero…,

sin añadidos ni ornamentos,

que se vean desnudos los maderos,

desnudos y decididamente rectos:

los brazos en abrazo hacia la tierra,

el ástil disparándose a los cielos.

Que no haya un sólo adorno que distraiga este gesto,

este equilibrio humano de los mandamientos.

Sencilla, sencilla…

Hazme una cruz sencilla, carpintero.


León Felipe