miércoles, 28 de enero de 2015

COMIENDO A CIEGAS



Hay algo que jamás he logrado entender sobre la comida que sirven los hosteleros. 

Si compras en un supermercado cualquier producto alimenticio, comprobarás que en el envase o en la etiqueta figura una información más que exhaustiva sobre el mismo: descripción; origen geográfico; datos del fabricante; peso neto; ingredientes detallados con el nombre técnico de todos los colorantes y conservantes; composición nutricional; condiciones de conservación; grado alcohólico; forma de preparación, fecha de caducidad… 

En cambio si vas de pinchos o a cenar a un restaurante, la situación es justamente la contraria: te ofrecen el minimum minimorum de datos sobre las viandas a degustar. 

En cualquier sitio de picoteo, la máxima información al cliente es una pizarra o un menú plastificado donde se relacionan, con su denominación común y de manera sospechosamente sucinta, las tapas o raciones disponibles: patatas guisadas, revuelto de la casa, sándwich mixto, parrillada de verduras… En los restaurantes, en el mejor de los casos aparece en la carta, bajo el nombre del plato, una enumeración genérica de los componentes de la receta, pero eso es tener mucha suerte porque lo normal es que no te aclaren nada o incluso se permitan, sobre todo –pero no solo– en los establecimientos de alta cocina, emplear nombres de fantasía poco o nada esclarecedores como “cristal de tocino con soplo de pacharanes”, “huevo mollet con mezclum de lechugas”, “cordero con bizcocho de algas” o “postre de chocolate en tres cocciones”.

Si tanto en el Mercadona como en un mesón lo que en definitiva estoy haciendo es adquirir alimentos para mi consumo, ¿por qué estas diferencias? En mi desconocimiento sobre la normativa comunitaria en materia de consumidores y servicios hosteleros, estoy convencido de que algo se me escapa, pero, sean cuales sean los fundamentos legales, la cosa es que no alcanzo a comprender por qué si compro el artículo envasado, me cuentan hasta el DNI del moro que recolectó los espárragos, pero si me lo sirven en barra o mantel tengo que hacer un acto de fe imaginándome más o menos de qué estará hecho el guiso. 

Yo desde luego prefiero saber con la mayor exactitud posible lo que estoy comiendo, y no digo que me cuenten hasta el nombre de la vaca que dio la leche con la que me han hecho el flan, pero en mi opinión los bares y restaurantes sí deberían describir con cierto detalle todos los ingredientes utilizados en los platos que sirven, y no solo por mí, que igual soy un maniático, sino por los muchos celíacos, diabéticos, alérgicos o personas a dieta que necesitan conocer esa información para almorzar tranquilos, y por los consumidores en general, que no tenemos por qué aguantar que pedir una comida se convierta en una pura lotería y menos cuando nos clavan cien euros por cubierto. 

4 comentarios:

Aprendiz de brujo dijo...

Pues....nada más que decir.Tienes más razón que un santo. Casi me meo de risa con tu "cristal de tocino".
Pasad buen jueves. Ya nos queda menos para el fin de semana. Un abrazo para la familia viperina.

Aprendiz dijo...

Yo será que nunca me he parado a pensar sobre el tema, o que la verdad no me importan los ingredientes mientras no tenga cebolla o champiñones, pero no le veo el problema, ¿por qué te van a tener que desvelar los ingredientes secretos de su receta? si no quieres no vayas a comer fuera.

En cuanto a los que tienen alergias a algunos alimentos, serán ellos los que tengan que tener cuidado y preguntar.

Al Neri dijo...

Pues es eso lo que no entiendo, señorita Aprendiz, que si compras un plato precocinado en Carrefour, la receta no es secreta y te enumeran los ingredientes al dedillo, pero en cambio los cocineros de los restaurantes por lo visto tienen derecho a tener secretitos y a no informar ni lo mínimo sobre las características de sus platos.

Lo que dice usted, de todos modos, da para mucha reflexión. Hay dos colectivos, que son los fotógrafos y los cocineros, que van de artistas por la vida cuando en el mejor de los casos no son más que unos buenos técnicos, y tenemos que aguantarles muchas chorradas, entre ellas esa parida de los "ingredientes secretos". ¿Pero qué te has creído, Arzak, que eres Picasso? Si quieres vender comida, pedazo de gilipollas, tendrás que explicar qué vendes, que cuando se trata de vender tus libros de recetas no te andas con tantos remilgos y pones todos los ingredientes y trucos.

En la era de los derechos del consumidor no tiene ningún sentido que nadie tenga que andar preguntando al chef o al camarero de qué están hechos los platos. Creo que es incoherente el comportamiento oscurantista de los hosteleros con el actual contexto de transparencia a la hora de informar sobre los productos y servicios ofrecidos al público.

Mire el Ikea qué mal, que no informaba de que sus albóndigas estaban hechas de carne de caballo...

Aprendiz de brujo, todos los platos enumerados son reales desgraciadamente.

Aprendiz de brujo dijo...

Lo que aprende uno en este sitio...Cristal de tocino..