jueves, 30 de enero de 2014

BLASPI

Blas Piñar rodeado de su gente en un mitin en Las Ventas, el 18 de julio de 1978

Aquella mañana de otoño de 1997 yo estaba de pie, al solillo, siguiendo su discurso desde una bocacalle de la plaza. Erguido y con los brazos cruzados le escuchaba sin inmutarme y observaba sus aspavientos con gesto asqueado y la mirada condescendiente del fanático. No aplaudí a aquel anciano enérgico de cabello plateado y peinado hacia atrás ni en los momentos más vibrantes de su alocución, porque se me antojaba un vulgar derechista (antiliberal pero derechista) y un político caduco y de vía estrecha que adornaba su verborrea con doctrina social católica pero siempre se había rodeado de chulos y de millonarios. Yo no le reprochaba, como la prensa, su supuesta complicidad en atentados contra los rojos durante la Transición, pero entendía que tipos como él en el fondo solo aspiraban a una España de toros, coros y danzas, misa de una, espadones bajo palio, paternalismo con los obreros y estructuras económicas inmutables. Todo ello so capa de un discurso florido y con toda la bambolla patriotera y banderil a la que él y los suyos eran tan aficionados. Le llamaba Blaspi despectivamente.

Hoy, libre ya de muchas orejeras y etiquetamientos partidistas, mi visión del recién fallecido Blas Piñar es bastante más benigna. Los años han ido desgastando mis aristas ideológicas y mostrándome el fondo de las personas y de las cosas. En mi corazón de animal político las disquisiciones teóricas y los puntos programáticos han dejado paso a los valores, y por eso este toledano incombustible que nos dejó anteayer cuenta con mi simpatía personal pese a las diferencias que nos separan. Porque ante todo Blas fue un hombre de honor, una persona fiel, leal y coherente que jamás renunció a sus creencias por mucho que cambiaron los tiempos, las circunstancias e incluso sus intereses. Su congruencia vital, una virtud sagrada pero ya en vías de extinción en esta sociedad de arribistas y veletas, es el rasgo que más admiro del que fue unas de las figuras más mediáticas en los convulsos 70 y principios de los 80.

Blas Piñar siempre tuvo por estandarte la honestidad y la decencia. Y tenía más huevos que el caballo de Espartero. Su fidelidad de hierro a los principios del régimen nacido el 18 de julio de 1936 le llevó a ser más franquista que el propio Franco. En 1962, en pleno desarrollismo, cuando el Caudillo se bajaba los gayumbos ante Estados Unidos y sus dólares, fue fulminantemente cesado como Director del Instituto de Cultura Hispánica por un artículo en ABC en el que acusaba a los yanquis de hipócritas y genocidas. Cuatro años después fundaba la revista Fuerza Nueva, desde la que despotricó contra los políticos de la época por su chaqueterismo traicionero. Alineado con el llamado búnker se opuso con rotundidad en las Cortes franquistas a la leyes de libertad religiosa y de asociaciones políticas, y al tratado comercial con la URSS, por considerar que estas medidas contradecían en esencia el espíritu del Régimen. Su lealtad al Jefe de Estado fue inquebrantable pero también le hizo perder la perspectiva, pues siempre creyó que a Franco, ya en su declive, lo manipularon los entreguistas cuando fue el propio General quien impulsó activamente la transformación de España en una democracia capitalista y monárquica. Franco en sus últimos años conservaba intacto su agradecimiento al ardiente notario pero también estaba harto de sus “excesos”, llegando a manifestar en una ocasión: “ese Blas Piñar es demasiado exaltado, aunque necesario para otros menesteres”. Como era de esperar, también votó en contra de la Ley de Reforma Política de 1977, que calificó sabiamente como “ley de ruptura, que no de reforma".

En el 76 funda un partido político, con el mismo nombre que su emblemática revista, que llegaría a ser un auténtico fenómeno de masas capaz de abarrotar plazas de toros y manifestaciones reivindicando la unidad de la Patria, los valores de la Cruzada y la toma del poder por el Ejército. Sus militantes fueron especialmente activos y comprometidos, y gracias a ello, al carisma indiscutible de Blas y a una oportunista coalición electoral con Falange Española de las JONS, el partido obtuvo en 1978 un acta de diputado quedando a las puertas de acceder al Congreso el número dos de la lista, Raimundo Fernández-Cuesta. Fuerza Nueva también organizó las juventudes más numerosas del espectro político de la época y las que contaban entre sus filas con las chavalas más guapas. Los chicos de la camisa azul y la boina roja protagonizaron por entonces algunos incidentes de gravedad en su afán por combatir a una izquierda que empezaba a campar a sus anchas en aquella democracia que aún no se había desprendido de su embalaje, y tuvieron numerosos enfrentamientos con las diversas organizaciones que reivindicaban la ortodoxia falangista.

Las escisiones internas, el empuje de Alianza Popular y el acoso policial del Gobierno de Suárez tras el golpe de estado (en el que Fuerza Nueva nada tuvo que ver) dieron al traste con el proyecto piñarista en 1982, lo que no impidió a su fundador seguir colaborando con diferentes iniciativas de sesgo derechista, autoritario y clerical hasta el día de su muerte,  haciendo gala de una perseverancia y de una fe en sus convicciones que me obliga a descubrirme ante este caballero.

Como notario, les hizo la escritura del piso a mis tíos en el 77. Siempre me cuentan cuánto les llamó la atención que un hombre apasionado y vociferante en los mítines se expresara en su despacho con una voz tan bajita y con una amabilidad tan deliciosa.


Más sobre la Transición en La pluma viperina: Correr delante de los grises.

martes, 28 de enero de 2014

DERMOVAGISIL (por Carlos T.)


Si de por sí ya es difícil diseñar una campaña publicitaria de éxito que consiga aumentar las ventas de un Volkswagen Golf o de un iPad mini, más merito tiene hacerlo para determinados productos personales que, tarde o temprano muchos acabaremos usando, y no por gusto.

Todo publicista sueña con una campaña creativa como la de Campofrío o un viral como el de i-Jam que le aúpe al lugar que cree que merece y donde poder compartir ese derroche de creatividad retenido en su materia gris. Coca Cola, Apple, BMW, Levis, Sony, Nike…

Pero en una agencia de publicidad, donde el torno de salida da muchas más vueltas que el de entrada, rápidamente nos ponen en nuestro sitio y nos demuestran que los éxitos y los virales no se producen por casualidad. Hay que remangarse y ponerse a trabajar en cosas menos atractivas. 

Es el turno de diseñar la estrategia comunicativa para acercarse a aquellas personas que navegan entre pérdidas de orina, a las chicas agobiadas por el picor más íntimo o a aquellos que se han calzado medio kilo de guindillas, o que al salir de la ducha se han sentado sin querer sobre una botella de Fanta de medio litro, y andan sufriendo en silencio las hemorroides.

En estas campañas, el planteamiento por parte del cliente no es ya arrasar en el mercado y que la crema DermoVagisil o Hemoal sea trending topic en Twitter, sino más bien dar a conocer el producto, decir a la gente que no están solos en su problema, y que todo tiene solución. Pero con decoro, pues la marca tampoco tiene interés en salir mal parada sufriendo pérdidas, en este caso económicas. Lo que conocemos como nadar y guardar la ropa. 

Es verdad que cuando vemos anuncios de este tipo nos parecen casposos, pero se merecen una atención. Llevan un trabajo de decoro e imagen respetable mayor del que puede parecer. Y lo que es más importante, nunca sabemos si un día seremos nosotros los del medio kilo de guindillas.


Carlos T. es el autor del blog ¡Qué venga el encargao!

domingo, 26 de enero de 2014

TRAMPAS AL SOLITARIO




Una pregunta que me autoformulo desde siempre es si me conozco bien a mí mismo. Hace años la respuesta era afirmativa; suponía que nadie podía saber más que yo sobre mi personalidad, carácter, sentimientos y demás engranajes íntimos. Pero hoy ya, con los años y las experiencias vividas, no lo tengo nada claro, y de hecho a veces creo que somos nuestros peores jueces, por parciales e interesados.

Un famoso jesuita que conocí de chaval solía decir que nuestra personalidad tiene tres dimensiones bien diferenciadas: la manera en que nosotros nos vemos, cómo nos ven los demás y cómo somos en realidad. Según este cura, en una persona madura y equilibrada los tres formatos deberían coincidir, pero yo pienso cada vez más que no le coinciden a casi a nadie.

Es cierto que hay que ser muy maduro para autoevaluarse correctamente; tan maduro tan maduro que no sé yo si existe semejante grado de madurez. Si albergamos mil prejuicios para juzgar al prójimo, no te quiero ni contar para juzgarnos nosotros. Ya no solo son prejuicios, sino orgullos, soberbias, complejos, distorsiones interesadas, mecanismos de autodefensa, miedos, falsas modestias, tópicos sociales y toda clase de filtros que nos devuelven nuestra imagen deformada, como los espejos de la biblioteca de El nombre de la rosa. 

A veces tenemos una idea distorsionada sobre nuestra persona porque nos resistimos a aceptar nuestras limitaciones y nos hacemos trampas al solitario todo el tiempo. Otras veces es justo lo contrario, que andamos con la autoestima rozando el suelo y nos vemos como una mierdecilla cuando valemos mucho más. La cosa puede ir por temporadas.

Pero seguramente nuestra mayor limitación para emitir un buen diagnóstico personal sea nuestra incapacidad para aceptar las críticas ajenas o simplemente para observar con honestidad lo que sucede a nuestro alrededor, cómo se comporta la gente con nosotros. Cuando se trata de nuestra propia imagen pública, cuando están en la palestra nuestros defectos o nuestra manera de ser, podría decirse que nos cerramos en banda, nos negamos a ver lo evidente o, incluso viéndolo, nuestro cerebro acude a nuestro auxilio e interpreta las pistas más inequívocas como a él le conviene, pues por desgracia no hay peor ciego que el que no quiere ver ni peor sordo que el que no quiere oír.

jueves, 23 de enero de 2014

DOLOR


En este tiempo de vanidad y alharacas, de exaltación del “yo”, de divinización del bienestar y el placer, hay aspectos del Cristianismo que somos incapaces de asimilar como no sea en un plano puramente teórico. Quiero decir que en abstracto es muy fácil presumir de piadosos, de ortodoxos y agarrarse a la cómoda Fe del carbonero, pero la cosa suele cambiar cuando el caso leído en un libro o la situación que vive el vecino nos toca sufrirla a nosotros en propia carne. Es entonces cuando caen las caretas y se criba el trigo de la paja, se ve quién es cristiano de corazón y quién tenía una simple pose o una costumbre.

A la beata Teresa de Calcuta muchos la criticaron y la critican, incluso desde posiciones católicas, por predicar la resignación ante el dolor e interpretarlo como una participación en la Pasión de Cristo, como una forma de acercarse a Él. En especial hay una anécdota de la famosa monja que se ha utilizado mucho para vilipendiarla en este sentido. Por lo visto en 1995 Teresa atendía en un hospital a una mujer con cáncer terminal que se retorcía en su lecho por los dolores. La religiosa le tomó la mano e intentó consolarla: “Estás sufriendo como Cristo en la cruz, así que Jesús te debe de estar besando». Se ve que la enferma no quedó muy convencida porque replicó: “Por favor, madre, dígale que pare de besarme”.

martes, 21 de enero de 2014

PERRITOS PATADAS



   

No me entusiasman especialmente los animales. Carezco de esa «sensibilidad» que parecen poseer algunas personas para tolerar cualquier bichejo, deleitándose acariciando animalillos malolientes. Pero no se me entienda mal: tampoco odio cualquier espécimen del reino animal, faltaría más. Disfruto contemplando el enfrentamiento entre un caballo, el noble bruto, y un toro bravo. Y, aunque me parece que los documentales sobre fauna africana fueron inventados para ayudar a conciliar el sueño durante la sobremesa, reconozco que me sobrecogen los grandes felinos de los zoológicos y que me encanta el vuelo de un milano en un día frío y despejado.

Me gustan los espectáculos taurinos siempre que no consistan en un grupo de gañanes apaleando a un animal que demuestra ser más civilizado que algunos mastuerzos. Y siento cierta lástima, que no compasión, cuando medito sobre la legitimidad de tener encerrado a un animal de naturaleza salvaje para el simple deleite de niños curiosos.

Opino que Walt Disney ha sido uno de los personajes más nefastos del siglo XX, fomentando un tipo de mentalidad infantiloide y pseudoecológica en la que los animales, capaces de hablar, razonar y sentir, adquieren una categoría humana y compasiva. Las ocas ya no son un producto comestible sino alegres amiguitos. Los perritos son tiernos e inocentes seres capaces de enamorarse y de optar, libremente, por sacrificarse heroicamente. Los gatos, nobles prusianos decimonónicos. Y cualquier gallináceo se puede convertir en el más noble aliado de una bella princesa desvalida. 


Al final, observo con frecuencia que muchas personas adquieren una mascota y, por simple buenismo disneyniano, comenten un acto de crueldad tratándolas como personas y no como a seres de la especie correspondiente. Una situación que suele darse con los propietarios de esos perritos amariconados y de mala leche: auténtica aberración desarrollada contra la naturaleza por un hombre que, mediante una rudimentaria ingeniería genética, ha creado razas involutivas y perjudiciales para la especie solo para satisfacer un cursi deseo. Porque no es natural que un perro sea poco mayor que una rata; ni que viva dócilmente en un apartamento; ni que se alimente de latillas gourmet; ni que precise de vestiditos contra el frío; ni que duerma en ñoñas cestitas o, peor aún, en las camas de los dueños; ni que bese la boca de sus amos; ni que suponga gastos estratosféricos en intervenciones quirúrgicas que no están al alcance de muchos niños... 

Y me enerva compartir la ciudad con unos seres que van sembrando las aceras de cagadas más grandes que los propios cagantes. Y siento un deseo difícilmente reprimible de asestar un certero puntapié al perrito que me amenaza en cuanto me ve a lo lejos o me huele tras la puerta un piso del que es auténtico dueño. Y, a veces me regodeo, de una manera casi psicopática, en la idea de agarrar al típico perrito que me ladra, al cruzar un puente o en un paseo marítimo, y lanzarlo al agua delante de su propietario. Pues, esos monstruitos y yo nos profesamos un odio mutuo y visceral; no menor que la aversión que me producen esos dueños afeminados que, creyendo poseer un bebé y no un animal, son en realidad más bestias que sus alimañas.



Y eso por no hablar de los gatitos que, para más inri, me producen una alergia mortal.


Más sobre mascotas en La pluma viperina:

- Ley anticagadas
- Perros y gatos

domingo, 19 de enero de 2014

ACERTIJO DIFÍCIL



Hoy voy a plantear una compleja adivinanza que hará las delicias de los viperinos más fieles, sobre todo si tienen conocimientos avanzados en nuevas tecnologías. Adelanto que la solución al enigma solo está al alcance de las mentes más privilegiadas.

A una conocida mía, que no vive en mi ciudad, le regalaron en Nochebuena un teléfono móvil de última generación que vale una pasta. Los primeros días estuvo leyéndose las instrucciones y probando las múltiples funciones de este smartphone, hasta que descubrió entusiasmada la posibilidad de introducir texto (whatsapps, emails, notas, etc) mediante entrada de voz. Comenzó a probar mandando mensajes a sus amigas pero vio que su aparato no reconocía lo que ella le dictaba. Hablaba lo más alto posible muy cerca del micro, pero nada: cada vez que lo intentaba salían en pantalla palabras y frases inconexas sin ninguna relación con lo que había dicho casi voceando. Reinició, volvió a reiniciar, releyó despacio el manual, comprobó todas las opciones, busco en foros de Internet e intentó separar bien las sílabas al pronunciar, pero todos sus esfuerzos resultaron inútiles. Por ejemplo, decía (ya harta) con el teclado pegado a la boca: “Hola, me he comprado un móvil nuevo”, y el cacharro devolvía el texto: “Hola, cao obi eo”, o más frecuentemente aparecía el aviso “Sin coincidencias”. Bastante cabreada llevó el teléfono al servicio técnico, que a su vez lo mandó a fábrica, a Madrid,  y este mismo viernes por fin le han contestado que no hay ninguna avería, que todo funciona perfectamente y que no entienden por qué a ella no le va esa función. 

Pregunta: ¿En qué bella región española ha nacido y vive mi conocida?

viernes, 17 de enero de 2014

VOX


He seguido con curiosidad la presentación ayer del partido político Vox, una nueva formación de “centro-derecha, moralmente conservadora, económicamente liberal y moderada en sus planteamientos” liderada por Santiago Abascal, José Antonio Ortega Lara y Ana Velasco Vidal-Abarca, los tres víctimas del terrorismo marxista etarra.

No puedo negar que me siento muy atraído por bastantes de sus planteamientos, en especial por sus propuestas de finiquitar el modelo autonómico, apostar por la unidad de España, acabar con el sistema electoral vigente, “cuidar y proteger a la familia”, ampliar la penalización del aborto y endurecer la política antiterrorista. Por todo esto sus ideas me resultan todavía más interesantes que las de UPyD, sobre las que ya hemos debatido alguna vez.

Dos aspectos sin embargo me provocan urticaria y me alejan de Vox hasta el infinito.

Uno son sus firmes convicciones liberales o yo diría que ultraliberales. No hace falta haber estudiado en Salamanca para saber cómo interpretan estos señores las expresiones “economía de mercado”, “libre iniciativa”, “pleno reconocimiento del derecho de propiedad” y “riguroso control del gasto público” con las que han adornado sus discursos en la presentación. Solo les falta corear el lema “laissez faire, laissez passer” y prometer la conversión de España en una gran sociedad anónima. Además la presencia de Ignacio Camuñas entre los fundadores lo dice todo.

El otro es su estrategia de apelar a la fibra sensible de la ciudadanía sirviéndose del pobre Ortega Lara, uno de los hombres que más pena dan en este país debido al secuestro que sufrió durante 532 días hace dieciocho años. Entre las muchas cualidades del ex funcionario de prisiones burgalés es evidente que no se encuentran el carisma personal, la habilidad oratoria, la experiencia en la gestión y la brillantez intelectual, pero ello no impidió al PP sacar rédito de su mediática figura llevándolo a congresos, exhibiéndolo en la tele día sí y día también, u otorgándole puestos simbólicos en listas electorales. Aunque acabó escaldado y abandonó a los peperos, no parece haber aprendido la lección cuando ahora se deja tratar de nuevo como una marioneta. De hecho, ni siquiera figurará en las candidaturas del nuevo partido; solo lo tienen de cara a la galería. 

Con todo el respeto que este señor me merece, y a pesar de la simpatía que siento por su patriotismo y de la solidaridad que me inspira como víctima de los energúmenos de ETA, considero que su horrible experiencia (en la que demostró una entereza admirable) no constituye ningún mérito político, por mucho que presuma, como hizo ayer, de “haberse jugado la vida por España”, como si hubiera ido al zulo voluntario.

Si Ortega Lara no hubiera sido seleccionado al azar por la escoria abertzale para aquel secuestro inhumano hoy no le conocería nadie ni nadie le invitaría a fundar partido alguno.

Las víctimas deben dejar de ser de una vez moneda de cambio e instrumento de chantaje político. Ya está bien de que los partidos utilicen a este colectivo como mascota, adorno o anzuelo electoral, o que pretenda erigirse en lobby con sus asociaciones y con partidos como Vox. Ni Ortega ni ningún otro damnificado de ETA deberían orientar ni condicionar las decisiones judicales o de política antiterrorista, entre otras razones porque la verdadera justicia ha de ser imparcial y desapasionada.

Hay muchos que se creen que por haber sufrido un atentado una persona se convierte instantáneamente en héroe de la libertad o en referente público. Olvidan que la violencia etarra también se ha cobrado a mafiosos, traficantes de droga, ex-militantes de la banda y otros muchos sujetos de muy dudosa catadura moral sin que a nadie se le ocurra elevarlos a los altares. Por muy distintos motivos parece que tampoco interesa hoy en día poner como ejemplos de virtud o convertir en mártires a las autoridades franquistas que sufrieron coches-bomba (entre ellas Melitón Manzanas o el presidente Carrero Blanco), a los falangistas asesinados en los años de plomo, o a otros que, según la ley vigente, son tan víctimas del terrorismo como Ortega o Miguel Ángel Blanco, como por ejemplo el comandante Sáenz de Ynestrillas y sus hijos.

Parece que a cada partido solo le interesan las víctimas de su cuerda o las domesticadas que se comportan como muñecos en su mano de ventrílocuo.

martes, 14 de enero de 2014

QUE NOS QUITEN LO BAILAO

Las condenas de estos muchachos no se habrían visto afectadas por la anulación de la doctrina Parot

El Catecismo de la Iglesia Católica deja bien claro que la pena de muerte solo es legítima “si esta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas”, pero que “si los medios incruentos bastan para proteger y defender del agresor la seguridad de las personas, la autoridad se limitará a esos medios” y que hoy en día “como consecuencia de las posibilidades que tiene el Estado para reprimir eficazmente el crimen, haciendo inofensivo a aquel que lo ha cometido sin quitarle definitivamente la posibilidad de redimirse, los casos en los que sea absolutamente necesario suprimir al reo suceden muy rara vez, si es que ya en realidad se dan algunos". 

Incluso aquí en La pluma yo reconocí hace tiempo que es muy difícil delimitar en qué casos es verdaderamente imprescindible ejecutar a una persona para que esta deje de representar un peligro grave para la sociedad, y que no se me ocurría casi ninguno, pues las cárceles actuales permiten colocar a cualquier agresor en situación de no hacer ningún daño. Estrujándome el cerebro me preguntaba si en un conflicto bélico la pena capital podría convertirse en único remedio para frenar determinados crímenes de los que se cometen aprovechando la inestabilidad y la ausencia de cauces judiciales, cuando ni las cárceles son seguras ni pueden ser vigiladas debidamente. También especulaba sobre la posibilidad de aplicarla en supuestos de terrorismo a gran escala, atentados contra la salud colectiva, daños irreversibles al medio ambiente que repercutan intensamente en la población, estragos de gran envergadura o golpes de estado con grave efecto desestabilizador, pero, vamos, todo desde un punto de vista muy teórico.

Sin embargo, la reciente anulación de la doctrina Parot me ha hecho retomar la reflexión y preguntarme muy seriamente si de verdad hoy, como dice la Iglesia, un Estado siempre tiene la posibilidad de neutralizar a los criminales más peligrosos con “medios incruentos”, sin quitarles la vida. Es cierto que una privación de libertad perpetua o de muy larga duración, acompañada de estrictas medidas precautorias, resulta a simple vista una alternativa irreprochable a la pena de muerte, por cuanto parece cumplir tanto el objetivo de la seguridad como el del respeto a la vida humana. Pero hemos de reconocer honradamente que, visto lo visto, ni una sentencia condenatoria a la reclusión más larga y en la cárcel más hermética puede considerarse una solución definitiva y eficaz, pues nada impide que pasado mañana un nuevo gobierno apruebe una ley penal o penitenciaria más favorable (y por lo tanto retroactiva); que un órgano jurisdiccional internacional dicte una sentencia arbitraria que implique la excarcelación de asesinos y violadores con máximo riesgo de reincidencia, o que al politiquillo de turno, jugando a pescar votos o negociando con terroristas, le dé por amnistiar o indultar al buen tuntún a los delincuentes más siniestros del país. 

O sea que un gobierno consciente y responsable podría regular unas penas de prisión severas que, en efecto, hicieran innecesario “suprimir al reo” pero llegar otro al año siguiente con un código penal de la Madre Teresa de Calcuta (con todos los respetos) que convirtiera las sentencias más garantistas en papel mojado.

¿Qué mejor solución a este problema que regular y aplicar, sin pucheros ni aspavientos, sin escrúpulos ni mojigaterías, la pena de muerte a los malhechores más peligrosos para la sociedad? Luego si llegan otros al poder, ellos verán, pero que nos quiten lo bailao...

domingo, 12 de enero de 2014

SOLO EN BERLÍN

Hace dos años se reeditaba en su versión original, sin los tijeretazos que sufrió en 1947 (para suprimir los pasajes más crueles y anticomunistas), la novela Solo en Berlín, escrita nada más terminar la Segunda Guerra Mundial y justo antes de su muerte por el inefable y famosísimo escritor alemán Hans Fallada, cocainómano, morfinómano, alcóholico, homicida, estafador, veterano militante del Partido Socialdemócrata e incluso alcalde en el 45 de una pequeña localidad dominada por el Ejército Rojo. El libro ha sido número uno de ventas en varios países y el más descargado en Amazon. Yo puedo decir que ha sido una de mis lecturas más conmovedoras en los últimos diez años. 

Con un ritmo brillante y un suspense angustioso que domina con maestría, Fallada nos cuenta una historia muy cruda y a la vez enternecedora basada en un hecho real. Al poco de comenzar la guerra, los Quangel, un matrimonio cincuentón de un suburbio obrero del norte de Berlín, se ahogan en el dolor tras la noticia de la muerte de su hijo en el frente. A pesar de ser miembros del Partido Nacionalsocialista, su pérdida les trastoca y se sienten obligados a poner su granito de arena en la lucha contra el Tercer Reich. La pareja, especialmente inculta y poco inteligente, comienza a escribir consignas contra Hitler en tarjetas postales y a depositar una a la semana, con enormes precauciones, en algún edificio público muy concurrido. Este gesto insignificante no surte el efecto deseado, pues la población, atemorizada, entrega todas las postales que encuentra a la Gestapo. Pero a pesar de lo ridículo de la campaña de los Quangel, la maquinara del Reich despliega todo su potencial en una desproporcionada investigación que irá adquiriendo tintes dramáticos tanto para los autores de las octavillas como para el comisario al que encomiendan el caso, brutalmente acosado por la jerarquía nazi.

Una de las postales reales escritas por el matrimonio en el que se inspira el relato

La novela es fabulosa, de diez. Tras la apariencia de una trama policíaca, se nos lanzan mensajes de calado y, lo más importante, se nos ofrece un cuadro vivísimo del ambiente del Berlín de principios de los años 40. Con su pincel agridulce y certero, el escritor alemán plasma el clima claustrofóbico y de terror que se vivía en la ciudad, el carácter absorbente y policial del régimen nazi, el funcionamiento de la Gestapo y de las instituciones judiciales y carcelarias (los interrogatorios psicológicos son impresionantes), la crueldad de los comunistas, el deterioro moral de la sociedad, la red de chivatos y parásitos que vivían bajo el ala del partido nazi y la atmósfera sórdida de las barriadas populares, así como diversos aspectos muy interesantes del nacionalsocialismo que generalmente desconoce el gran público, como su anticlericalismo desatado (entrañable el personaje del pastor protestante) y su espíritu social y revolucionario alejado de toda concepción derechista (los alemanes llamaban “bistecs” a los miembros de las SA: pardos por fuera, rojos por dentro).

El libro nos brinda además grandes propuestas para la reflexión. Uno de los temas de fondo, por ejemplo, es el egoísmo humano, al mostrarnos como hasta en las situaciones más duras hay individuos que no dudan en aprovecharse de la desgracia ajena y, en el caso concreto de Alemania, como prácticamente nadie se quejaba de Hitler en la época de bonanza ni cuando se ganaban batallas, surgiendo solo las voces críticas cuando la cosa se puso fea, llegaron el hambre y los bombardeos, y la gente empezó a perder seres queridos a diario.

De gran interés también es la crítica al utilitarismo de este régimen político, que en la práctica llegó a anular al individuo. En las páginas de Solo en Berlín aprendemos que nadie, absolutamente nadie, estaba a salvo de sufrir el terror en sus propias carnes, y de pasar, de la noche a la mañana, de ser un héroe de la patria a un traidor execrable en función de los intereses del Estado y del Partido.

Rudolf Ditzen (Hans Fallada)
La única pega que yo pondría a la narración es que adolece de cierto tufillo fanático e incurre en un maniqueísmo político de brocha gorda (en ocasiones bastante infantil) al trazar los personajes, si bien en su favor destacaría que no se ensaña en los capítulos que más se prestan a la demagogia y a la recreación de la violencia, en especial los que describen los interrogatorios policiales. Fallada demuestra que pueden emplearse métodos más sutiles aunque mil veces peores que la violencia física para atropellar la dignidad humana.

Para terminar recojo una de las frases que más me han gustado. Cuando Otto Quangel le cuenta a su mujer por primera vez la idea de las postales “subversivas”, esta le reprocha que es un gesto mínimo e ineficaz contra el nazismo, a lo que su marido responde: “Sea poco o mucho, como nos pillen, nos costará la cabeza; nadie puede arriesgar más que la vida”.


Más sobre el nazismo en La pluma viperina: Hijos del Tercer Reich (al final del post, lista de entradas sobre el tema)

jueves, 9 de enero de 2014

PRINGAOS


Gracias a Dios, existen ciertos papeles -los guays dirían roles- que se resisten a cambiar en un mundo plagado de metrosexualidades, ideologías de género diverso y confuso, feminazismo y pijoprogres pseudointelectuales con micrófono, estrado y varas diversas para medir y golpear.

Combatir a base de dictado educacional y legalista lo que la evolución ha configurado lentamente a lo largo de milenios se antoja más que complicado. Pretender eliminar, o incluso invertir, los dictados de nuestras conexiones neuronales y los tiránicos impulsos hormonales, que moldean nuestros cuerpos y nuestros pensamientos, es propio de ilusos que creen poder tapar el Sol con un dedo. La Naturaleza tiene un orden establecido anterior y superior a nuestros complejos por muy modernos y avanzados que nos creamos.


Un orden que lleva a los hombres y a las mujeres por caminos diferentes. Pues, aunque iguales en dignidad, no es cierto que los varones y las hembras tengamos diferentes gustos, vocaciones y maneras de enfocar nuestra existencia únicamente a causa de una sociedad paternalista y falocéntrica. Somos diferentes y, gracias a Dios, complementarios.

Por eso siento cierta repulsión cuando observo esas parejas en las que parecen haberse invertido los papeles. Supongo que siempre habrán existido relaciones en las que la mujer llevara los pantalones y se vería obligada a asumir obligaciones que habrían de corresponder al varón: conducir habitualmente mientras que él se queda en el asiento trasero con los niños; pagar una cena; llevar la voz cantante a la hora de gestionar cualquier tipo de papeleo... Hombres insulsos que, de seguro, no aportan nada a una relación. Ahora, incluso, debido a la pérdida de cierta vergüenza pública, algunos de forma voluntaria -no me refiero a los que no pueden trabajar, están ya jubilados o no encuentran empleo esporádicamente- deciden hacerse cargo de las labores domésticas y del cuidado de los hijos mientras la mujer sale todos los días a buscar un jornal.

Cuando, en una pareja, ella se tiene que encargar de todo en la recepción de un hotel; o cuando una joven se ocupa de aparcar el coche y de descargar la sillita del bebé que él sostiene en brazos; o cuando un pasmarote es llevado de aquí para allá por su señora en cualquier situación pública, la Subdirectora siempre pronuncia la misma frase: «¿Has visto que pringao?»

Y no se me ocurre mejor adjetivo.

miércoles, 8 de enero de 2014

ENCUESTA DEL BOICOT AL CAVA CATALÁN

Pregunta: ¿Comprarás y/o consumirás cava catalán estas Navidades?

Votantes: 34
Duración: 15 días

Respuestas:

a) Sí: 9 votos (26%)
b) No: 14 votos (41%)
c) Estos boicots son una chorrada: 11 votos (32%)

lunes, 6 de enero de 2014

MIS REGALOS DE REYES 2014

Siguiendo la tradición, hoy regresamos a la infancia y nos contamos nuestros regalos de Reyes: 


1- Una silla plegable de pesca para salir al campo.

2- Una maleta pequeña para poderla llevar en los aviones sin facturar.

3- El portal de Belén de Playmobil. 

4- Como todos los años, la Moleskine para el trabajo y un recambio para mi agendilla de bolsillo (de la marca Luxindex, por cierto).

5- Una bolsa de gominolas. 

6- Una caja de recambios para mi Gillette Fusion (también ya una tradición)

7.- El libro Los fascismos españoles, de Joan Maria Thomàs (Planeta, 2011)

8- Una báscula digital para el baño.

9- Una batería externa portátil para el móvil (se carga en red o en el pc y es muy práctica para los viajes y salidas al campo).


  ¡Vuestro turno!

domingo, 5 de enero de 2014

MIL POSTS


Diseño de letra que estuvo a punto de tener la cabecera del blog


Con esta hacen mil las entradas publicadas en La pluma viperina. Llevamos algo más de cinco años y medio en la Red. 

Mil entradas y más de cinco años de contenidos originales y permanentemente actualizados son un pequeño logro para una bitácora personal, anómima y políticamente alternativa. Pero esta constancia jamás habría sido posible sin el apoyo de unos lectores y unos comentaristas tan fieles e implicados como vosotros. Muchas gracias a todos los que leéis o participáis, o habéis leído o participado, en La pluma viperina desde su inauguración por el Cuatriunvirato el 14 de mayo de 2008.  Mi mayor orgullo de este blog son sus seguidores.

También tengo mucho que agradecer al blog en sí, que tanto me hace crecer en lo personal, principalmente por cuatro motivos:

Primero porque me sirve de desahogo e incluso de "terapia", cumpliendo así el objetivo que me marqué en el primer post, Bienvenidos al experimento.

Segundo porque me permite cultivar mi afición a la escritura y me ha ayudado a pulir diversos defectos en mi manera de redactar, así como a adquirir mayor soltura y naturalidad.

Tercero, que gracias a La pluma reflexiono mucho más profundamente sobre las realidades que me rodean, tanto cuando pienso en temas para escribir como cuando me lanzo a teclear cada dos días.

La pluma el día antes de su apertura
Y por último, porque los comentaristas me enriquecéis diariamente ayudándome a contrastar e incluso a rectificar mis puntos de vista. Los que de verdad conocen La pluma viperina saben de sobra que este es un foro de crítica (a menudo muy desgarrada) pero también un espacio de libertad en el que siempre han tenido y tienen cabida personas con muy diferentes maneras de pensar. En este sentido quiero dar las gracias especialmente a todos aquellos que aun estando en las antípodas de mis ideas e incluso exasperándose con mis planteamientos, han tenido el interés, la paciencia, la educación, la inteligencia y la amplitud de miras suficientes como para rebatirme con fiereza pero con caballerosidad, con ironía pero sin odio, con dureza pero sin rencor.

Me quito el sombrero ante todos vosotros, amigos de La pluma. Seguiremos, si Dios quiere, por lo menos hasta el post dos mil.

viernes, 3 de enero de 2014

CIERTA DOSIS DE CRUELDAD

Se alarmaba hace poco una psicóloga que conozco de los graves riesgos de la filosofía del you can do it, tan en boga últimamente. Desde los medios de comunicación e Internet, por influencia de una nueva corriente de la psicología que exalta la motivación como único motor de cambio y de logro, nos bombardean a diario con mensajes animosos para convencernos de que basta proponerse algo para conseguirlo. Los lemas, con un tono que oscila entre el manual de autoayuda y el “dar cera, pulir cera” del señor Miyagi, inciden en las potencialidades que todos tenemos, en la importancia de perseguir los sueños y en el valor del esfuerzo, quitando toda importancia a las limitaciones personales y a las diferencias de capacidad entre individuos. “No pienso en mis límites sino en disfrutar”, dice el anuncio de Colacao. “No existe la palabra imposible”, “tú puedes”, “lucha por ello” o “tus límites solo están en tu cerebro” son otros eslóganes típicos de esta teoría ultravoluntarista, tan políticamente correcta, en la que subyace, en el fondo, un igualitarismo de mercadillo.

El problema, me decía esta psicóloga, es la enorme frustración que todas estas consignas de plástico provocan en miles de personas, que, chutadas de motivación, se lanzan a objetivos del todo incompatibles con sus limitaciones. Estas doctrinas son peligrosas e irresponsables porque crean tal sensación de igualdad, de que cualquiera puede lograr cualquier cosa, que la gente se emociona, separa los pies de la tierra y, amén de hacer el ridículo, se mete unos batacazos de aúpa.

Un eslogan gilipollesco

No me gustaría que se me malinterpretara. Desde aquí siempre he defendido la importancia de la motivación y del esfuerzo personal; creo firmemente que con autoestima y tesón todos podemos dar mucho más de lo que imaginamos, y que no debemos permitir que sean otros, con vete tú a saber qué intenciones, los que definan nuestros límites y capacidades. Pero de ahí a dar la espalda a la realidad, a no asumir lo evidente y a  manejarnos con una inconsciencia infantil, hay un abismo.

La gente no es tan idiota y en principio cada uno, mal que bien, conocemos o intuimos con bastante precisión nuestros propios límites. Lo malo es cuando alguien, por una caridad mal entendida, nos está repitiendo a todas horas que somos muy guapos cuando tenemos el careto de Quasimodo (¡qué daño han hecho algunas madres!), que cantamos como Malú cuando parece que estamos torturando al gato, que tenemos talento profesional cuando nos ha enchufado un primo, que estamos hechos unos nadales cuando jugamos un tenis corrientito, que podríamos ingresar en la NASA cuando somos más bien cortos o que escribimos como García Márquez si tenemos un blog de andar por casa.

Este fenómeno buenista se produce invariablemente cuando algún conocido se ilusiona por algo. La gente, sin mala intención, tiene una fuerte tendencia a hacer la rosca a aquellos que se emocionan con alguna tarea o actividad, con independencia de su habilidad con la misma. Consideramos casi una obligación social elogiar el desempeño de cualquier labor cuando vemos entusiasmado a quien la lleva a cabo. Habría que cuestionarse si esto es positivo.

Porque una cosa es ser prudente y no refrotarle a nadie sus carencias en la cara y otra bien distinta animarle con entusiasmo a que se marque retos que no están a su alcance.

Hay muchas personas que se creen a pies juntillas todos los elogios e incluso se alimentan de ellos, sin plantearse que puedan ser simples muestras exageradas de cortesía cuando no de lástima. De hecho yo conozco a unos cuantos que llegan demasiado lejos, hasta darse trastazos incurables, solo por culpa de los ánimos insistentes y de las loas temerarias que provienen de su entorno. Si nadie les hubiera empachado de mentiras piadosas, se habrían ahorrado grandes sufrimientos. 

¡Ay, mi niña, que va a ser ciclista profesional!

Por eso pienso que en esta vida es imprescindible, por así decirlo, cierta dosis de crueldad. Es fundamental una actitud sana y transparente hacia los defectos humanos, de modo que, sin machacar a nadie, la sociedad ayude a los individuos a tomar conciencia de sus aptitudes e incompetencias. Es ético y necesario transmitirle honestamente a un amigo, aunque sea de forma implícita, que no nos parece tan bueno en eso en lo que se cree un crack. Me parece muy honrado alertar a quien está empezando a hacer el ridículo, exponer crudamente los riesgos a quien se dispone a saltar al vacío, mostrar frialdad ante enardecimientos excesivos e inculcar a los niños la importancia de la autocrítica.

Un puntito de crueldad nos pone a cada uno en nuestro sitio, nos ahorra decepciones y lágrimas, nos hace humildes, y nos evita malgastar tiempo y energías. La verdad desnuda no nos debería ofender, sino como mucho entristecer aunque también ayudar a rectificar el rumbo cuando navegamos hacia la catarata.

La cuestión, sin embargo, no es tan simple como yo la planteo, y habría que hacerse, como mínimo, tres grandes preguntas sobre esta sinceridad desnuda: ¿Estamos legitimados para valorar (de forma subjetiva) las capacidades del prójimo? ¿Realmente la gente desea saber la verdad? ¿Existe el derecho a ilusionarnos, a equivocarnos y a fracasar aunque tras ciertos fracasos no volvamos a levantar cabeza?