miércoles, 19 de febrero de 2014

LA CARETA DEL HUMOR

Por nuestra propia naturaleza, los seres humanos tenemos una necesidad compulsiva de comunicarnos con nuestros semejantes, una tendencia irrefrenable a entablar conversación con quien sea independientemente del grado de confianza. Es algo que llevamos inscrito en nuestro código genético y que no podemos evitar. Pero como por pura lógica no hay nada de qué hablar con quien no conocemos más que de vista, hemos ido diseñando una serie de temas comodín que permiten iniciar una charla con cualquiera en todas las situaciones y circunstancias. Todo menos quedarnos callados en el ascensor cuando subimos con un vecino con el que apenas tenemos trato. Estas temáticas recurrentes, que constituyen lo que los lingüistas llaman nivel neutro de comunicación, pueden ser relativamente variadas, pero en España hay dos muy predominantes que son el tiempo atmosférico, y el fútbol y los deportes en general.

Un comodín algo más sutil, que no es tanto un tema en sí como una fórmula comunicativa, es el humor. Si lo considero más sutil que otros mecanismos de comunicación neutra es porque no solo lo utilizamos para favorecer la cháchara con quien no conocemos, sino también como estrategia para no profundizar (por diversos motivos) en el trato con determinadas personas. El cachondeo, las bromas y los chistecitos son una herramienta esencial en la vida social, pero en ocasiones se convierten en la única forma de relación entre ciertos individuos.


En efecto, si examinamos atentamente nuestro entorno, nos daremos cuenta de que hay algunas personas que siempre están de coña entre sí sea cual sea la situación y el tema a tratar. Algunas veces es cierto que se conocen poco y se sirven de la hilaridad como si fuera una especie de lubricante social, pero muy a menudo se conocen perfectamente e incluso aseguran ser amigos desde hace muchos años. Esta gente da la impresión de llevarse muy bien, todo el día riéndose y haciendo gracias. Suelen conversar sobre cuestiones intrascendentes y ajenas a su vida e intereses, sacando siempre punta humorística a todos los comentarios. Por lo general no hablan de sí mismos, ni de sus familias o trabajos, ni mucho menos sobre sus sentimientos o preocupaciones, ni tampoco se preguntan entre sí sobre ello. Su vínculo queda estancado en una apacible superficie en la que reina la simpatía mutua pero en la que nunca hay espacio para la seriedad ni para los asuntos personales. No es nada raro, ya digo, que este tipo de relaciones se perciban como amistades entrañables, cuando en realidad los implicados apenas saben nada los unos de los otros.

Otras veces esta actitud define más a personas concretas que a relaciones. Todo el mundo en alguna circunstancia o con algún interlocutor puede emplear estos mecanismos, pero hay algunos que los utilizan siempre, se relacionen con quien se relacionen.

La clave de todos estos comportamientos está en el deseo de evitar la profundización con los demás, unas veces porque no procede favorecer la confianza en ciertas situaciones, otras porque nos interesa guardar la distancia con quien no terminamos de tragar pero nos vemos obligados a mantener un trato asiduo, y otras porque deseamos protegernos con una armadura impenetrable de la indiscreción o la curiosidad ajena. Quien por sistema cultiva un trato muy superficial con los que le rodean, un buenrollismo comodón con el que nunca se moja ni nunca se interesa por el que tiene delante, en el fondo está poniéndose una careta para ocultar algo. Sabe que moviéndose en el terreno de las bromas, las risas y los tópicos es más difícil que salgan a la luz las materias espinosas que hieren su corazón, que alguien le interpele sobre sus miedos o se vea desnudo emocionalmente.

El humor excesivo también revela, a mí parecer, una falta de habilidad social, pues al final hacer el tonto es el expediente más sencillo para eludir conflictos, salir de atolladeros y no dar la cara.


También sobre el humor en La pluma viperina: La tiranía de las bromas

4 comentarios:

Forres Gump dijo...

Una vez mi mamá me dijo que tonto era el que hacía tonterías, y una vez a mi mamá le dije que me gustaba una chica y se rió de mí. Desde entonces hago el tonto y río cuando estoy con muchos chicos y muchas chicas; y que los chicos y las chicas piensen que soy un tonto, es su problema, al principio puede importarme pero siempre sé qué hay alguien que ve las cosas como las veo yo. Y esa es la tontería más alegre de la vida, la de estar solos, hacer el tonto y encontrar la mejor compañía en aquella chica, aquella amiga que con que puedes compartir algo de la verdad de la vida escondida entre tanta risa, entre tanta tontería. Aprender a reír de nosotros mismos y ser un poquito feliz...

Puede doler a veces, pero vale la pena.

Mi mamá me dijo que la vida era como una caja de bombones …

La lozana andaluza. dijo...

Yo creo que el humor es imprescindible en la vida,en cualquier circunstancia y lugar,eso lo sabemos muy bien los andaluces,que como dicen nos tomamos ala vida a cachondeo,pero.....,¿ hay algo mejor?,la gente prefiere que le cuentes algo divertido a que le cuentes tus desgracias,y eso nos ayuda a olvidarnos de ellas,yo siempre que me encuentro con alguien,lo primero que le planto es una gran sonrisa,la gente lo agradece,y la conversación se hace mas amena.Tengo un amigo que es dueño de una funeraria,y te puedo asegurar que es un lugar dónde la gente agradece un montón que les cuentes algo gracioso,y que te rias.

Aprendiz de brujo dijo...

Yo llevo la puesta y otra de repuesto.
Muy lúcida tu reflexión, como siempre excesivamente teñida de escepticismo y misantropía.
Quien sólo maneja un registro, ni ese registro domina.
De vez en cuando toca ponerse serios, especialmente si uno habla de futbol, claro

Anónimo dijo...

En el bar de un tanatorio de andalucía,hay un cartel que dice: tenemos bocadillos de fiambre.¡que guasa!.