jueves, 28 de noviembre de 2013

DUDAS EXISTENCIALES SOBRE LA "VIOLENCIA DE GÉNERO"


Fritos nos tienen ya con el tema
Hay unas cuantas cosas que no entiendo sobre el fenómeno denominado “violencia de género” ni sobre su tratamiento jurídico y mediático.

Para empezar no me trago que un marido o novio se ponga a dar palizas a su pareja de un día para otro, sin una previa, larga y progresiva escalada de agresividad iniciada seguramente por leves vejaciones, seguida por gritos o insultos, y culminada por agarrones y empujones que poco a poco vayan dando paso a los golpes a medida que se envalentona el canalla. De hecho, estoy convencido de que en la mayoría de los casos los síntomas de agresividad se manifiestan de un modo u otro desde las primeras fases de la relación amorosa. Por eso no pillo por qué algunas mujeres consienten desde el principio determinados comportamientos chulescos y humillantes que, a todas luces, solo pueden desembocar en unos guantazos en el mejor de los casos. Solo se me ocurren dos explicaciones: que a estas señoras les pongan los macarrillas y les vaya la marcha, o bien que dependan económicamente del maromo y prefieran los garbanzos seguros a su integridad personal, algo muy difícil de comprender en plena era de la igualdad, de la emancipación de la mujer y del feminismo despechugado al estilo Femen. Además, qué tonto soy, cómo puedo decir lo de la independencia económica cuando las feministas ya nos han demostrado científicamente que las profesionales con trabajo e ingresos propios reciben tantas palizas como las amas de casa que viven del sueldo de su marido

Tampoco entiendo por qué esta lamentable lacra social ha sido regulada en nuestro país de un modo tan especial, casuístico, discriminatorio e injusto, llegando a invertirse la carga de la prueba en el proceso penal a favor de la mujer supuestamente agredida, de modo que si esta afirma que su compañero la ha sacudido tendrá que ser él quien demuestre lo contrario. Vamos, que si a tu señora se le cruzan los cables o tiene una mala regla, y se presenta en comisaría inventándose que la has arreado dos bofetones, no te libra de pasar la noche en el calabozo ni la Virgen del Carmen. Además yo me pregunto por qué esta conducta, que se tipifica como agravante del delito de lesiones, solo puede tener a la mujer como sujeto pasivo, o sea que si es él quien recibe una agresión de su señora (que bien podría suceder, que para eso ya somos iguales), a la violenta solo la pueden condenar de seis meses a tres años de prisión en vez de los dos años a cinco que se aplicarían si fuera al revés.


A estas un marido con mano dura les vendría como el comer
Por último, escapan por completo a mi intelecto los motivos de la reforma legislativa llevada a cabo en Inglaterra para que todas las mujeres puedan acceder al historial de “violencia machista” de sus parejas. Esta medida recién adoptada permite a las chicas británicas solicitar a la policía un informe sobre los antecedentes de violencia de género de sus nuevos novios para estar prevenidas y poder eludir episodios de maltrato. Me parece que semejante ley entra en el terreno del más puro surrealismo por contradecir de lleno la lógica natural del enamoramiento, que se basa en la ilusión y la confianza, y resulta incompatible con esas actitudes de espionaje precautorio que se pretenden fomentar. Ya estoy imaginándome situaciones extravagantes, de locos, como que Jane se enamore de Peter en un bar de copas un sábado por la noche y acuda el lunes a comisaría a preguntar si maltrataba a sus ex novias, por si acaso, oiga, que más vale prevenir que curar. También tengo curiosidad por saber si la poli exigirá a la interesada alguna acreditación de la relación sentimental (que a saber cómo se demuestra) o darán fotocopias de la ficha al buen tuntún, a cualquier vecina cotilla que pueda interesarse por los intríngulis de la vida del sujeto. Y por último no he visto que en ninguna noticia se especifique si los antecedentes a los que se dará acceso serán los policiales o los penales, aunque todo apunta a que se trate de los primeros teniendo en cuenta quién los suministra. ¡Viva la presunción de inocencia!

martes, 26 de noviembre de 2013

EL ANTICLERICAL DE LOS POLVOS PERDIDOS

Sería interesante analizar los motivos por los que algunas personas se convierten en ateos o anticlericales recalcitrantes.

Para mí el factor que más influye en los sentimientos religiosos es el ambiente familiar durante la niñez y la adolescencia, y la educación recibida tanto en casa como en el colegio. Las amistades en una etapa tan crítica como la adolescencia también son fundamentales.

Pero, ojo, que de padres muy religiosos no siempre salen hijos así. De hecho, los entornos familiares muy cargantes y meapilas a menudo son auténticas fábricas de ateos, aunque solo sea por pura reacción.

Hay muchos más factores, naturalmente, y entre ellos está el clima cada vez menos espiritual que soporta la sociedad española, la creciente y lamentable pérdida de influencia de la Iglesia Católica y –penoso es reconocerlo– la merma de autenticidad de muchos sacerdotes y órdenes religiosas, lo que genera una gran desorientación entre los fieles.

Lo que no me resisto es a detenerme un poco en un tipo muy curioso de anticlerical que me he encontrado en no pocas ocasiones, y que yo llamo "el anticlerical de los polvos perdidos".

Por describir brevemente su perfil, diré que se trata de sujetos (o sujetas) entre los 40 y 50 años cuya principal característica es haber sido educados en una familia bastante conservadora y haber practicado la Fe, fervientemente incluso, durante su infancia y casi toda su juventud. Por lo general se trata de personas de muy poco carácter y talante dócil y gregario que siempre aceptaron sin el menor asomo de crítica no solo los valores morales sino todas las consignas de conducta que les suministró su familia, llegando a convertirse ellos mismos en sus más exaltados defensores.

Entre estas pautas de conducta que aceptaron sin rechistar se encontraban naturalmente las relativas a la sexualidad. Estos impíos de nuevo cuño vivieron sin excepción en sus años mozos unos noviazgos más o menos largos con estricto cumplimiento de las reglas católicas sobre moral sexual, echando angustiosos pulsos al deseo carnal para ser congruentes con sus principios. Por lo general, la mayoría (sobre todo ellas) cumplieron los treinta y pico sin haber mantenido relaciones sexuales.

En un momento dado de su trayectoria, normalmente coincidiendo con su depresión tras la ruptura con su novio o novia de siempre, o con un fuerte cambio en su vida social, estos tíos de repente se ponen a echar casquetes como descosidos. De no haberse comido un colín pasan sin solución de continuidad a darse unos atracones de padre y muy señor mío con alguien a quien acaban de conocer, o con distintas parejas sin excesiva discriminación o incluso con manifiesta promiscuidad, convirtiéndose de la noche a la mañana en unos auténticos forofos del ñaca, ñaca, que ya se sabe como es la fe del converso. Al principio este cambio de hábitos, estos contactos, los mantienen en secreto y se fustigan interiormente por sus pecados, pero, como ya hemos dicho en otras ocasiones, las ideas y la conducta no pueden mantenerse disociados mucho tiempo sin volverse uno loco, así que no tardan en revisar y “poner al día” su tabla de valores.


En esta revisión, como no podía ser de otro modo, pronto les toca el turno a la religión y a la Iglesia. De repente se percatan de “todos los polvos que han perdido” por haber cumplido con los preceptos católicos y hecho caso a su familia, y empiezan a tener la sensación de que han tirado por la borda su juventud, de que no la han disfrutado, de que alguien les ha robado algo. Entonces les entra una ira incontenible, una furia desatada contra Dios, la Iglesia, los curas, la Misa y los sacramentos (incluido el matrimonio), que les lleva a despotricar amargamente contra la educación represora de la que han sido víctimas, poniendo el foco, cómo no, en el asunto sexual.

Entran casi en una espiral de locura y yo apostaría a que mentalmente hacen sus cálculos para determinar, con la mayor exactitud posible, el número de quiquis que han dejado de echar "por culpa de la Iglesia", sin plantearse por supuesto que todo lo que hicieron o dejaron de hacer se debió a una decisión voluntaria y plenamente autoasumida. Se dicen a sí mismos, rumiándolo una y otra vez: si salí con Mari Pili durante nueve años, a 52 semanas por año y a dos cohetes mínimos por semana, salen ¡936!, y eso sin contar las nocheviejas y ocasiones especiales, ni los viajes y escapaditas que he dejado de hacer con ella para construir un noviazgo cristiano ¡Más de 1.500 polvos que me he quedado sin echar! ¡Argggghhhhhh!

Y, claro, visto así, pues raro es que no les dé una angina de pecho a estos pobres anticlericales.

domingo, 24 de noviembre de 2013

LO IMPORTANTE ES SER FELIZ



Oigo mucho últimamente repetir a mi alrededor que lo más importante de todo es ser feliz; que en la vida, que es muy corta y tal, hay que pasar de convencionalismos y del criterio que puedan tener los demás, y lanzarse a hacer lo que de verdad nos gusta o nos apetece para alcanzar nuestra propia dicha.

Definir felicidad desde luego es complicado, pero a mí me da que este concepto cada vez se confunde más con el de satisfacción individual, con hacer lo que a uno le dé la gana. Pienso que la idea que hoy se tiene de ser feliz responde a una visión demasiado egoísta de la vida, demasiado materialista a veces.

Es perfectamente legítimo desear estar contento, pero no creo que procurarnos alegría y bienestar haya de ser un objetivo absolutamente prioritario.

Para empezar, esta cultura de la “felicidad” a toda costa resulta demasiado peligrosa por cuanto nos incapacita para asumir los momentos infelices que inevitablemente atraviesa una vida, para aguantarnos ante los contratiempos. La tentación de estar pegando bruscos virajes al timón cada vez que atravesamos una tempestad o los problemas no se arreglan a nuestro gusto, con la excusa de que “hay que ser feliz”, puede llevarnos a un naufragio mucho más terrible de lo que imaginamos. La idealización de la felicidad bloquea sin duda nuestra capacidad de aguante y de sacrificio.

Después, y aunque muchos no quieran enterarse, hay algunas cosas que son o pueden llegar a ser más importantes que pasarlo chachi y sentirse a gustito, entre ellas la dignidad personal, la coherencia, los pricipios que se tengan, el amor a los demás, la felicidad de terceros (por ejemplo, de los hijos), la responsabilidad, el sentido del deber, el cumplimiento de la palabra dada, las obligaciones profesionales, la estabilidad económica (sobre todo si alguien depende de ti) o la simple vergüenza torera.

Por eso cuando alguien que acaba de tomar una de esas decisiones radicales e imprevisibles me dice con una sonrisa de oreja a oreja, “es que ahora soy feliz”, a veces me pregunto si es consciente de la imagen patética que está dando de sí mismo, de la infelicidad a la que ha condenado a otras personas con su cambio de rumbo vital, y de que en unos pocos años seguro que volverá a sentirse insatisfecho de su nueva situación, porque, como decía John Locke, la felicidad humana suele ser más una disposición de la mente que una condición de las circunstancias.

jueves, 21 de noviembre de 2013

DIFÍCIL SOLUCIÓN

Ya era un pervertido muy violento en su más tierna adolescencia. En 1976, con apenas 18 años, ingresó en prisión por violación. A los 25 volvió a la trena por tres nuevas agresiones sexuales y dos años después le metieron otro paquete por obligar a golpes a un jovencísimo recluso a hacerle una paja en la cárcel de Valladolid. Durante un permiso forzó a una chica belga en Alicante y lo metieron en un hospital psiquiátrico penitenciario, aunque nunca se le llegó a diagnosticar ninguna enfermedad mental. Al salir, en  1985, volvió a las andadas en Palencia y al poco tiempo le condenaron a diez años, pero no se sabe cómo acabó en otro hospital penitenciario. Finalmente, durante diferentes permisos, llegó a violar a cinco mujeres en Valladolid y a tres en Salamanca, y a asesinar en el 92, tras abusar sexualmente de ellas, a la pucelana Leticia Lebrato (de 17 años) y a la burgalesa Marta Obregón (de 22), que actualmente se encuentra en proceso de beatificación por haber defendido su pureza con heroísmo (y por su vinculación con el Opus Dei). A ambas las cosió a puñaladas.

Esta trayectoria delictiva (18 violaciones) nos obliga, desde luego, a hacernos muchas preguntas sobre la justicia española. En cualquier caso, desde hace 21 años, Pedro Luis Gallego Fernández, más conocido como el violador del ascensor, no había salido de la cárcel hasta que esta semana la Audiencia de Burgos lo ha puesto en libertad, nueve años antes de lo previsto, tras la anulación de la doctrina Parot. Por lo que parece, el angelito ha fijado su residencia en Valladolid.

El violador del ascensor abandona Alcalá Meco
Estos días se vive una psicosis en la ciudad. Miles y miles de whatsapps, emails y tweets difunden su foto y especulan sobre la ubicación exacta de su domicilio. Entre anteayer y hoy ya se han lanzado al menos cuatro hipótesis, algunas de ellas recogidas por la prensa local. Se le ha situado en diferentes barrios, generando en ellos una gran alarma social. Ayer mismo en varios portales de una de las zonas señaladas había carteles instando a los vecinos a no dejarse abierta la puerta de la calle. La familia de una de las adolescentes asesinadas ha convocado el próximo día 1 de diciembre una concentración de repulsa contra la excarcelación de Gallego Fernández.

Hay una frase muy de peli americana que suele pronunciar, muy digno, el típico expresidiario arrepentido cuando se siente marginado o discriminado: “yo ya he pagado mi deuda con la sociedad”, y es totalmente falso porque lo único que se salda tras cumplir una pena de prisión es la deuda con la justicia, con el Estado. La deuda con la sociedad va por otros derroteros, como puede verse en el caso que nos ocupa.

Legalmente, Gallego puede ser todo lo libre que quiera, y tal vez sea jurídicamente irregular someterle a vigilancia policial, distribuir su imagen o alertar a los vecinos de la zona donde vive. Desde un punto de vista formalista y teórico, tiene derecho a rehabilitarse y a rehacer su vida tras todos estos años en el trullo, y lo más probable es que sea delictiva (o contraria a la normativa de protección de datos) cualquier conducta dirigida a acosarle o a identificarle públicamente. Pero sea como sea, este señor, del que con razón o sin ella todo el mundo presume que sigue teniendo problemillas con el sexo, lo lleva crudo. Es a partir de ahora cuando va a empezar a pagar su verdadera deuda con la sociedad española.

El recién liberado delincuente va a sufrir los efectos devastadores de las nuevas tecnologías de la información. Gracias a las redes sociales y a los móviles muy pronto España entera se sabrá de memoria su nombre y su fotografía. La Audiencia Provincial de Burgos le habrá perdonado, pero los millones de padres de familia, mamás, chicas jóvenes, novios, abuelas, profesores y personas normales de este país jamás le indultarán. El violador del ascensor nunca podrá integrarse ni ser feliz. No podrá permanecer muchas semanas residiendo en el mismo sitio, pues será víctima de los más virulentos “escraches”. Nadie en su sano juicio le dará un trabajo. Nunca tendrá ni una sola oportunidad mientras sea reconocido, y lo señalarán con el dedo (en el mejor de los casos) con asco, miedo o ira hasta el mismo día de su muerte.

La sociedad española no puede ni debe perdonar las monstruosidades que ha cometido. No le quedará más remedio que sobrevivir de las prestaciones públicas, danzando de ciudad en ciudad, ocultando sus datos y camuflando su aspecto. No gozará de las medidas de un programa como los de protección de testigos (muy de cine también) y tampoco tendrá medios para someterse a una operación de cirugía estética y hacerse otro careto, si es que eso pudiera servirle de algo. El boca a boca será su perdición; tenga la pinta que tenga, en cuanto presente el DNI en la más remota oficina del más pequeño villorrio, todos los españoles sabrán donde se encuentra y actuarán en consecuencia. Nadie quiere cerca a un tipo así.

Aspecto reciente
Gallego no se ha recuperado ni se ha rehabilitado, y la bestia despertará de nuevo en cuanto se tope con carne fresca. Por otra parte, la implacable marginación a la que va a verse sometido fomentará su síndrome de animal acorralado, su odio a la sociedad y su agresividad. Volverá a las andadas en cuanto pueda, y no solo violando sino también robando como ya hizo en su juventud en la ciudad de Palencia y donde pudo.

En España no existe eso de la castración química, y aunque existiera daría igual porque esas obsesiones sexuales están solo en el cerebro y este pollo seguiría persiguiendo jovencitas aunque le cortaran el ciruelo con las tijeras del pescado.

Es difícil aventurar la mejor solución al problema de su excarcelación a una edad (57 años) en la que aún puede hacer mucho daño. Yo, la verdad, veo pocas soluciones. Quizá lo ideal es que emigrara al extranjero, a algún lejano país al margen de los circuitos informativos ordinarios, pero parece inviable por la dificultad del idioma y de su subsistencia. También sería de agradecer que, agobiado por su situación, decidiera poner fin a todo de la forma más radical, pero no cabe esperar un gesto tan generoso de un sujeto tan “vital” y tan instintivo, de un superviviente nato. Tampoco veo probable un linchamiento con final feliz salvo que se atreva con la hija de los gitanos que el otro día perdieron a su madre en el vertedero de Jaén.

El desenlace de esta historia yo creo que todos podemos adivinarlo. Pedro Luis Gallego parece tener su destino escrito en la frente, junto al de otra pobre chica que ahora mismo estará feliz, en clase o divirtiéndose con sus amigas. Este depredador sexual terminará otra vez en la cárcel tras volver a destrozar (con asesinato o sin él) la vida de una pobre muchacha y la de sus seres queridos.

martes, 19 de noviembre de 2013

EL ESTAMPILLADO DEL FENOLIGORCIO Y EL MONTEPÍO DE LAS GALLINAS



Al palizas de Jazztel que me llama cuatro veces al mes habiéndole dejado claro que no quiero cambiar. A la chica con voz de pito que ayer me arruinó la siesta para hacerme por teléfono una oferta de cajas de vino. Al que me preguntó la otra semana si podía explicarle por qué no me interesaba un seguro para el móvil. Al cargante que me bombardea con eventos de Facebook de su empresa (a punto de quebrar) o con suscripciones a su página que no me interesa para nada. Al empleado de banco que encasquetó preferentes a la abuela de mi amigo. A los que cuando digo, no, gracias, se atreven a espetarme que ni siquiera los he escuchado. A la cajera del Mercadona (muy fea) que me abrasa con las ofertas del día cuando voy a pagar. A la desprestigiada directora de sucursal de caja de ahorros que cuando entro para cualquier cosa me tiene media hora intentándome colocar depósitos y planes de pensiones que yo no le he pedido. A los que te hacen en casa la demostración de la aspiradora Rainbow y te llaman marrano si no la compras. Al cretino que me llama para tomar café y luego se empeña en verderme su mierdecilla. A los teleoperadores que me interrumpen cuando estoy concentrado trabajando. Al listo de la gestoría que cobra diferente por el mismo servicio según el cliente que sea. A la tipa de la agencia de viajes que me coló una tarjeta de crédito gratuita que al final no era gratuita. A los “voluntarios” de la Cruz Roja que me paran a la puerta de El Corte Inglés y me insinúan que soy un monstruo si no suelto la gallina. Al puertafría de ONO que excluye adrede un concepto del presupuesto total porque sabe que luego algunos no se dan de baja al descubrir el engaño. A los que no conocen ni el producto que venden. Al paleto que se mete en mi despacho a ofrecerme algo que no tiene nada que ver con mi tarea ni con mi departamento y, a pesar de explicárselo, me suelta la coñada de todos modos. Al dueño del bar que pone cartelones-pizarra anunciando ofertas en mitad de la acera de enfrente a la de su local. Al administrador de fincas que lleva treinta comunidades él solo (gracias al marido constructor de su prima) y todavía presume de profesional. A los que solo dan determinados detalles del producto que venden si tú se los preguntas y aun así te mienten. A la dueña de la tienda de ropa que sube los precios dos días antes de las rebajas para que al bajarlos haya más diferencia entre el “antes” y el “ahora”. Al pobre chico del banco que finge hacerse amigo mío. A los que siempre ponen los precios sin IVA. A Manolo, el de La Cantina de la Esquina, que en vez de hojas de reclamaciones oficiales tiene unos folios que él mismo ha impreso ¡con el anagrama de la Junta! Al niñato de la consultora que trabaja para mi sección, que solo quiere hablar con el jefe y un día se le va a desgastar la lengua. A los que ocultan información a sus clientes de toda la vida para no perderlos.


A todos ellos va dedicado este vídeo, que plasma divinamente el espíritu genuino del comercial español.

domingo, 17 de noviembre de 2013

SABER O NO SABER



El saber no ocupa lugar. Información es poder… pero, ¿de verdad siempre interesa saberlo todo? En esta era de la sobrecarga informativa conviene plantearse si tener datos infinitos sobre nosotros, los demás y todo lo que nos rodea supone realmente una ventaja y contribuye a nuestra felicidad. 

Yo muchas veces pienso que sabemos demasiado y que eso nos perjudica. El otro día un amigo me llevaba la contraria y me hacía ver que lo malo no es tener demasiada información, sino carecer de la habilidad para gestionarla adecuadamente. La información, me decía, nunca es demasiada. Yo en cambio tengo mis dudas. Con demasiada frecuencia saber determinadas cosas implica un sufrimiento o unas comeduras de tarro insoportables. Otras veces participar de ciertas informaciones te genera compromisos ineludibles que no tendrías porqué soportar. Cargar con mucha información a las espaldas también supone un continuo riesgo de meter la pata hasta el corvejón o juzgar de forma injusta a la gente. Y por último estoy convencido de que con un exceso de conocimiento se puede terminar haciendo uno la picha un lío y volverse majareta, no tanto por no saber manejar lo que se sabe, sino por la imposibilidad de interpretarlo equilibradamente.

En la ignorancia, y dentro de ciertos límites, se vive muy tranquilo. Aparentar ser un lego, un idiota o que no te enteras de nada puede llegar a ser muy beneficioso en no pocas circunstancias. Y no es egoísmo, qué va: ciertos desconocimientos son tan buenos para uno mismo como para los demás. Yo noto que voy evolucionando hacia una ignorancia selectiva, un poco como los sordos que solo oyen lo que quieren oír. Me empeño en alejarme de ciertas fuentes de información, en ser descuidado a la hora de retener ciertas noticias, en ser negligente para acordarme de ciertas personas o de ciertas verdades de las que no necesito para nada tener constancia. 

¡Ay si supiéramos con detalle cómo funcionan la sociedad, la política, la economía, el mercado de trabajo, las personas con las que convivimos a diario! ¿De verdad podríamos soportarlo? ¿No es mejor vivir un poco atolondrados, en la plácida superficie, dando la espalda a algunos problemas que ni nos van ni nos vienen (o a lo mejor sí) para que al menos pueda quedarnos un regusto dulce tras el rápido bocado que es la vida? ¿No es bonito el refrán "ojos que no ven, corazón que no siente"? ¿No es mejor tratar de elegir lo que queremos saber (si es que ello es posible)?

Saber o no saber. Esa es la cuestión.

jueves, 14 de noviembre de 2013

UN UOMO BUONO E SAGGIO

¡Cuidado, Bergoglio, que viene Don Lucchesi!


Si ya salió en El Padrino III...

Michael Corleone, empeñado en depurar el pasado de su familia, llega a un acuerdo con el Arzobispo Gilday, tesorero del Banco del Vaticano, para tomar el control de la empresa europea Immobiliare, fuertemente participada por la Iglesia, a cambio de una importante inyección de fondos. Pero el mafioso siciliano y mandatario democristiano Don Licio Lucchesi (con un pie “en ambos mundos”) se alía con el siniestro banquero Keinszig y con el traidor Arzobispo para obstaculizar el desembarco de los Corleone en la compañía.

Michael decide entonces buscar un aliado en la curia romana y para ello pide consejo al anciano Don Tommasino, que dormita en su silla de ruedas, en su villa de Sicilia.

- Cardenal Lamberto. Un uomo buono… e saggio – recomienda el inválido.

El cadenal Lamberto (un trasunto de su Eminencia Albino Luciani) recibe a Michael y resulta ser un sacerdote muy honesto y aficionado a las frases bonitas, igual que nuestro Papa Francisco: “Observe esta piedra. Ha estado en el agua durante muchísimo tiempo; sin embargo el agua no la ha penetrado... Lo mismo les ha ocurrido a los habitantes de Europa, durante siglos han estado rodeados por el cristianismo, pero Cristo no les ha penetrado, Cristo no vive en ellos”.

Muere Pablo VI y Lamberto es elegido como nuevo Pontífice. Su primera medida de gobierno: desinfectar las cloacas de la banca vaticana soltando lastre de corruptos y aprovechados, y acabando con la evasión de impuestos, el movimiento ilegal de acciones y las operaciones de lavado de dinero que la asolaban.  A los 33 días de su elección, Juan Pablo I es envenenado en sus aposentos con una taza de té. La mafia no estaba dispuesta a sufrir tantos reveses en tan poco tiempo. 

El Papa Francisco se cuida poco
Hoy nos desayunamos con la noticia de que nuestro querido Papa argentino está en el punto de mira de la Ndrangueta calabresa, organización criminal que en los últimos años ha superado en poder y volumen de negocio a la popular Onorata Società de Sicilia.  Y es que en la lista de loables propósitos de Bergoglio se encuentra barrer la casa desmontando todos los centros de poder económico que rodean al Instituto para las Obras Religiosas (Banco del Vaticano) y poner coto al lavado de fondos que multitud de empresas llevan a cabo aprovechando el buen nombre de la Iglesia.

El fiscal jefe de Calabria, Nicola Graterri,  ha asegurado que “quien  hasta ahora se alimentaba del poder y de la riqueza que deriva directamente de la Iglesia está nervioso” por la “limpieza total" que está decidido a emprender Francisco y por sus duros ataques verbales a la Mafia en los ocho meses que lleva en Roma. "Su vida podría correr peligro”.No sé si la Ndrangueta está en condiciones de hacer algo, pero seguro que se lo está pensando", concluye el fiscal, especializado en la lucha contra el crimen organizado.

Lo que está claro es que el cabreo de los asesinos calabreses combinado con el desdén del Papa hacia las medidas de seguridad hace un cóctel muy explosivo. Que se ande con ojo el intrépido jesuita con los cafés e infusiones que le sirven, que no nos apetece ver de nuevo la tercera parte de la saga de Coppola.

martes, 12 de noviembre de 2013

HABÍA QUE SER DE ALGO

Se nos llena la boca de críticas furiosas a la clase política y no nos queremos enterar de que ésta solo es un reflejo de la sociedad española, de que los políticos no son más inmorales que un currante cualquiera si ganara mañana un acta de diputado. Tenemos exactamente los mandatarios que nos merecemos porque la trampichuela, la jetada y el chanchullo contra los que bufamos tomando copas hoy son el día a día en las empresas, las familias y los individuos de toda España. La gente en el fondo disculpa las trepadas y cree que los que llegan alto y no se aprovechan son unos memos. Así nos va.

Ayer me enzarcé en una discusión de la que salí entristecido al constatar como ciertas mentalidades predominan en España y se exhiben con todo el orgullo y toda la naturalidad del mundo. La bronquilla fue a cuenta de la llamada Transición española y mi contrincante una amiga reciente que sabe muy poco sobre mi forma de pensar. En un momento dado yo arremetí con dureza contra Fraga, Suárez y demás escoria, acusándolos de oportunistas y chaqueteros que después de su pasado como altos cargos franquistas protagonizaron la opereta transicionera como demócratas de toda la vida.

Mi amiga se me quedó mirando muy sorprendida y sin inmutarse lo más mínimo respondió:

- Ya, pero si querían meterse en política cuando Franco, tenían que ser de algo, ¿no?

Alucinadito me quedé. “Meterse en política”. “Ser de algo”. A veces creo que yo hablo un lenguaje distinto al de todo el planeta, que estoy en otra dimensión.

El versátil Adolfo jurando las Leyes Fundamentales franquistas
Si yo soy un pluralista convencido, defensor de los partidos políticos, del parlamentarismo y de las libertades constitucionales, y resulta que quiero “meterme en política” en la España de los años 50, cuando manda un militar de los de palo y tentetieso, mi única salida coherente será sumarme a la oposición clandestina y dar leña al régimen en la medida de mis posibilidades. Si, en cambio, considero que “meterme en política” en tales circunstancias consiste en convertirme en ministro de Franco, en Gobernador Civil o en Secretario General del Movimiento, entonces seré un sinvergüenza se mire por donde se mire. Si además al morir el Caudillo me convierto en un demagogo que reniega de la dictadura como San Pedro de Cristo, entonces seré otras cosas que prefiero no poner aquí.

Es bien sencillo, no le demos más vueltas. Nadie tiene derecho a cambiar así de ideas y a que encima no le insultemos, cuando el único motivo del cambio es mantenerse en la cresta de la ola.

No entiendo eso de “meterse en política” así sin más. No entiendo que alguien pueda “meterse en política” en abstracto, sin ir de la mano de unas convicciones, unos valores y una manera de entender la vida y la sociedad. “Meterse en política” sin ideas políticas es, simple y llanamente, pretender chupar del bote. Y claro, para chupar del bote "hay que ser de algo”, de lo que haya en ese momento, da igual.

Fraga, el Robin Hood de la democracia
No cuela el argumento de que es gente con un gran espíritu de servicio y que su vocación de hacer cosas por los demás a través de la política está por encima de condicionantes ideológicos. No me vale eso de que son posibilistas que aprovechan los cauces disponibles, aunque sean "defectuosos", para intentar mejorar las condiciones de vida de sus compatriotas y cambiar las cosas desde dentro, porque estos tipos de los que hablamos el único nivel de vida que han mejorado “metiéndose en política” y mudando de chaqueta es el suyo.

Me recuerda un poco a la polémica de si los falangistas que se integraron en las estructuras del Movimiento durante o inmediatamente después de la guerra fueron unos traidores a la Falange. Puede ser, pero no hay que olvidar que al menos el régimen político con el que se avinieron a colaborar estos azules comenzó plasmando los ideales de José Antonio en multitud de leyes y que en los 40 todavía era pronto para adivinar que todo aquello era un brindis al sol, papel mojado. Sin embargo, todos los suárez, fragas y martines villa que encarnaron los valores más democráticos a mediados de los setenta, se habían aupado más de veinte años antes, con pleno conocimiento de causa, a una ideología radicalmente opuesta. Porque estos tíos no tuvieron en su vida más ideal que el de medrar a costa de la política.

domingo, 10 de noviembre de 2013

SE ROMPE ALGO INTERIOR




Respeto y amo a la Iglesia por razones de Fe, por los valores en que he sido educado y por un sentido del deber que no sabría definir, pero si fuera por algunas de las cosas que dicen o hacen sus más altos representantes, pues no sé yo; a veces me dan ganas de borrarme. Con relativa frecuencia me quedo más que perplejo con las declaraciones de algún prelado y sinceramente me pregunto si hablan en serio o están en plan de coña.

Mi última sensación de este tipo se ha producido con las declaraciones de la semana pasada de Monseñor Carlos Osoro, Arzobispo de Valencia, a raíz del cierre de la televisión autonómica de esta Comunidad. No voy a extenderme valorando tal decisión política (muy necesaria), ni el ERE chanchullero que la ha precedido ni la dramática situación en que han quedado cientos de trabajadores, muchos de ellos enchufados que no daban palo al agua y a los que, a pesar de todo, deseo lo mejor. Lo único que quiero destacar es que en mitad de la tormenta mediática de estos días, ante un hecho tan delicado para el futuro de las televisiones públicas y tan grave para la sociedad valenciana, mientras expertos analistas escriben columnas sobre el particular, el Gobierno central da su opinión, los sindicatos explican los despidos y la resolución del TSJ, y Fabra se defiende como gato panza arriba, llega Monseñor Osoro y nos suelta que “cuando se pierde el derecho al trabajo, se rompe algo interior”. Leyendo el otro día sus declaraciones en ABC, yo es que me descojonaba.

Dice un proverbio de no sé dónde que cuando no tengas algo que aportar mejor que el silencio, cállate, y esto es lo que tenía que haber hecho el obispo valenciano. Monseñor no tiene ni pajolera sobre RTVV. No sabe cómo se contrataba a la gente en este ente público. Lo desconoce todo sobre su eficiencia y sobre la audiencia del Canal 9. Además casi seguro que no se ha leído ni la sentencia de anulación del expediente de regulación de empleo. Y precisamente por todo ello, como no entiende nada de nada de este problema político y social, cuando al hombre le preguntan sale por peteneras, con la gilipollez del año, que no sabemos si la ha sacado de una frase del calendario, de un pogüerpoin budista o de una encíclica del siglo XIX.

“Cuando se pierde el derecho al trabajo, se rompe algo interior. Hay que estar cerca de los trabajadores”. Pues no, Monseñor, hay que estar cerca de la justicia. Hay que estar cerca de la verdad.  Hay que estar cerca de los ciudadanos a quienes sangran con impuestos para mantener en un chiringuito a los colegas y familiares de cuatro caciques. Si usted, a falta de un análisis y de unos argumentos más solventes, se queda satisfecho dándonos la teórica sobre los males del paro y copiapegando un párrafo de algún viejo sermón dominical, pues vale, pero no pretenda que le tome en serio nadie, ni siquiera los curritos a los que dice apoyar, a quienes estas grandilocuencias suenan a chiste de mal gusto. Las cuestiones de actualidad política hay que abordarlas con conocimiento, desde todas las perspectivas y con cierta profundidad, y sino es mejor cerrar la boca. Si lo que quiere Carlos Osoro es implicarse de verdad en los problemas de la sociedad valenciana, debe empezar por empaparse en ellos y entenderlos, para después opinar con fundamento, porque solo faltaba que ahora un gobierno autonómico no pueda clausurar un ente inútil e improductivo cuando lo estime oportuno. 

Monseñor también se pregunta “qué van a hacer y dónde van a ir ahora estas personas que se han quedado sin trabajo". Ya sabemos, señor Arzobispo, que el paro es terrible, no hace falta que usted nos lo recuerde con una frase cursilona que hace que efectivamente algo se rompa en nuestro interior, el pecho a reír por ejemplo. Si tan preocupado está por el futuro de estas familias, pues no sé, monte usted una agencia de colocación o, casi mejor, amplíe los comedores de Cáritas, que es lo suyo, pero deje de decir simplezas.

jueves, 7 de noviembre de 2013

INSULTOS

Es importante aprender a diferenciar los insultos formales de los insultos materiales; no podemos confundir unos simples vocablos con significado objetivamente ultrajante pero que ya se utilizan para todo y están desgastadísimos por el uso, con el verdadero animus iniuriandi, que dirían los romanos, que se desliza como una serpiente entre las frases más amables y la cortesía más aterciopelada.

Ahí está la expresión “hijo de puta”, el peor insulto de nuestra lengua, creo, por el que hace no tanto se mataba la gente a navajazos, y que ahora es comodín recurrente y polisémico en las charlas más distendidas entre amiguetes, y significa “pillo” o “malote” o nada en particular, y se pronuncia de buen rollito, con sonrisa y puñetazo en el hombro en plan colegas. Claro que depende del tono, porque si se lo gritas enfurecido al que te ha dado un golpe con el coche no es igual. Y pasa parecido con  “cabrón”, “maricón” y otros.

En cambio se puede insultar muy gravemente con palabras totalmente inocuas. Por ejemplo, las monjas de los colegios de niñas de hace años, que me las conozco bien, llevaban muy a gala no agraviar jamás a nadie y emplear un lenguaje moderado y caritativo, pero ya se sabía lo que querían decir cuando opinaban de una alumna adolescente que andaba siempre con chicos que era “un poco atrevida”, “algo descarada” o "un pelín lanzada". Era aún peor que llamarla a voces puta callejera, sobre todo por ese tonillo condescendiente y autocontenido que sabían imprimir a la frase.

Es como un tipo que conocí en mis tiempos, un católico de misa diaria y tertulia de mesa camilla, que no se le escapaba en su vida un “gilipollas” porque era prudentísimo y caritativísimo, pero a veces, al hablar sobre alguien a quien tenía atravesado, ponía cara de estreñido y con voz suspirante de santo varón, dejaba caer que “este chico, en fin… es un tanto peculiar”. Pobres de los que afirmaba que eran “un tanto peculiares”; no podría vilipendiarlos más ni agotando el repertorio más tosco de tacos y procacidades. 

Lo veo también en el trabajo. A veces oigo a compañeros que son demasiado finos como para insultar, demasiado educados como para hablar mal de alguien a sus espaldas, meter de contrabando en las conversaciones unas críticas tan sutiles como feroces a terceros no presentes. Son frases impecables, de contenido moralmente irreprochable (en apariencia), salpicadas de advertencias sobre su buena intención, que, sin embargo, dejan tal sensación de cuchillada traicionera y tal halo de agresividad que casi se agradecería que reconocieran sin rodeos que el señor en cuestión les parece un mamarracho, un tuercebotas y un subnormal.

- A Manolo yo le quiero un montón, que son muchos años juntos en la oficina, no te vayas a creer, y además hasta le comprendo, que con lo que tiene en casa, pues tú me dirás, que tampoco es plan de ser criticones.  Pero ya sabes qué estilo tan…. diferente tiene de trabajar y de hacer los informes… Y que tiene sus cosillas, bueno, que todos tenemos nuestras cosillas, pero él… En fin, que ya nos le conocemos y nos lo tomamos como nos lo tomamos… ¡Con mucho cariño y mucha paciencia, chica!

Hay que interpretar lo que se dice atendiendo mucho al contexto cultural, porque este tipo de comentarios, que resultarían inofensivos (y hasta cómicos) en el patio de una cárcel o en un bar de calorros, sin duda se entienden como una injuria grave e incluso como una agresión personal en una charleta entre ejecutivos pijos y de “buena” familia que cotillean a la puerta de la sala de juntas.

Y es que un insulto, amigos, es una actitud más que una palabra.

martes, 5 de noviembre de 2013

ENTRENADORES CAÑEROS


Llama la atención como un mismo comentario, hecho en idéntico tono, puede resultar indiferente a una persona y hundir la moral de otra. Es increíble la diferencia de sensibilidad y de susceptibilidad entre individuos.

El otro día oí una conversación sobre la famosa denuncia, hace más de un año, de varias integrantes del equipo de natación sincronizada contra su entrenadora Anna Tarrés por el supuesto trato vejatorio que esta las dispensaba durante los entrenamientos y que las llevó a una profunda depresión. Sin embargo, otras nadadoras del mismo equipo no percibieron como humillantes los procedimientos de su mentora y se los tomaron como parte de un juego y de un estilo cañero de entrenar, como un papel que representaba la Tarrés para motivarlas, sin que hubiera nada personal ni intención de dañar a nadie.

Yo de niño practiqué judo y me acuerdo perfectamente de que mi profesor (por cierto muy conocido a nivel internacional) tenía una forma muy directa y bastante bronca de espabilarnos. No había niñas en el gimnasio y eran principios de los ochenta. Nadie se extrañaba, nos lo pasábamos fenomenal y juraría que ningún crío sufrió, pero hoy seguro que los padres protestarían y se armaría un revuelo por los métodos empleados por este judoka. “¡Vamos, nenazas, que sois unas nenazas!”, “¡parecéis mariquitas!” “¡eres más cobardica que las niñas!” o “¡mueve el culito, Fernanda (a Fernando)!” eran fórmulas cotidianas en estas clases de artes marciales, por no hablar de los “castigos” que imponía a los más patosos: hacerlos tumbar y ponerles un pie en la espalda, o mandarles a un rincón a hacer flexiones. Nos divertíamos un montón con aquello.

También me acuerdo bien de Don Damián, mi profe de 4º de Básica, fallecido hace menos de un mes. En clase de gimnasia era un crack pero su modus operandi de aquella época no encajaría en estos tiempos, pues estaba a caballo entre los exabruptos militares del Sargento de Hierro y la metodología de un instructor de campamento de las Juventudes Hitlerianas. A los que se quedaban los últimos corriendo les pegaba puntapiés en el culo (flojos, naturalmente) y los sometía a escarnio público entre las carcajadas de toda la clase: "¡Torporrón, lentorro, calzonazos, no sé para qué quieres tener colita!”, ¡tenéis menos fuerza que el pedo de un marica!”, “¡parecéis señoritas paseando!”, etc, etc. Algún compañero de entonces sostiene que era un fascista, pero dudo mucho que nadie haya sufrido traumas por ello. Yo, desde luego, no, y eso que era un inútil saltando el plinto y recibía intensos chorreos de Herr Damián, y seguro que tampoco Curro, un chico de clase con evidentes dificultades psicomotrices con el que el profe se cebaba de lo lindo.

Napola, una interesante película sobre este tema

Pero los tiempos han cambiado mucho y la sensibilidad se ha disparado hasta niveles ridículos, en parte por la práctica desaparición de la segregación educativa por sexos y por los clichés políticamente correctos al uso. El caso es que los papás y los niños de ahora son de mantequilla, unos tiquismiquis, y no son capaces de ponerse en situación y entender que en estas fórmulas de estimulación no hay animadversiones personales, ni mala fe, ni deseo de humillar a nadie. Como digo, es algo así como un rol que se representa para cohesionar el grupo y espolear el orgullo de sus miembros, y yo lo he visto, más atenuado, eso sí, en ámbitos muy diferentes al deportivo, como el familiar, el académico o el laboral. Pienso en el típico padre que va de estricto y está todo el día bronqueando a su retoño, en el preparador de oposición incisivo que juega a acojonar a sus alumnos con una disciplina ampulosa, o en el jefe que se pone la careta de voceras y exigentón para crear un clima activo en la oficina, cuando en realidad son los tres unos buenazos y hay que saber tomarse con cintura lo que dicen y hacen, sin picarse absurdamente ni mucho menos sufrir. Me hablaban el otro día de no sé qué futbolista muy famoso que aseguraba que cuando su agresivo míster arremetía contra él se hacía a la idea de que los improperios iban dirigidos a su número, no a su persona.

¿Pero por qué hay gente que lleva tan mal estas técnicas de motivación “de choque”, llegando a hundirse anímicamente, y otros que las agradecen y rinden mucho más? Dicen los psicólogos que esto demuestra que cualquier buen gestor de recursos humanos debería aprender a tratar a cada persona de forma individualizada, en función de su sensibilidad, y que no se puede decir ni exigir lo mismo ni de la misma manera a todos los miembros de un grupo. Yo, en cambio, me pregunto si no sería más fácil que nos educaran desde niños para tener un poco más de autoestima, de corteza; para no ser tan individualistas ni tan susceptibles; para saber que hay muchos estilos directivos y que cuando estamos en un equipo hemos de saber adaptarnos al de nuestro líder sin lloriquear porque no nos trata como nos gustaría. Siempre, por supuesto, dentro de unos límites razonables en los que se respete nuestra dignidad, aspecto en el que seguro que tampoco es fácil encontrar unanimidad.

domingo, 3 de noviembre de 2013

ESTO NO LLEVA A NINGUNA PARTE



Me pregunto a dónde piensan las mujeres que deberían llevar sus relaciones interpersonales porque cada vez que quieren cortar una por lo sano tiran de esa muletilla tan femenina y tan abstracta (valga la redundancia) de que “esto no lleva a ninguna parte”. Yo me malicio que sus vínculos de amistad, sus rolletes, sus noviazgos, y su trato familiar y social en general tienen que llevar a dónde a ellas les dé la gana para que les merezca la pena conservarlos. Cuidado con la frase; echaros a temblar si una tía os la suelta. 

Cuando una trata de pillar novio abriéndose de patas la primera tarde y luego él se va haciendo el longuis con lo de salir en serio, y le dice que no está preparado para una relación de pareja pero que lo pasa chachi con ella, la muchacha salta de la cama con un mohín de dignidad, sollozando por lo bajini “no sé, Jose, esto no lleva a ninguna parte”.

Cuando en mitad de un noviazgo sólido pero tormentoso, una chica percibe que no logra llevar al novio a su terreno, que las cosas no discurren por donde ella quiere o que le toca ceder en algo, termina disparando a bocajarro, en la última cena, “¿no crees que esto no lleva a ninguna parte?”.

A la segunda vez que a una recién ennoviada le reprochen sus amigas que las ha dejado tiradas de repente y ya ni se toma un café con ellas ni les manda un mísero whatsapp, contestará refunfuñando que “si vais a poneros en ese plan, pues no sé, chicas, pero esto no lleva a ninguna parte”.

Si ella te deja después de una relación larga y, una vez que lo asumes, intentas que al menos se salve la amistad y la llamas para tomar una caña tres veces al año, aceptará al principio pero no tardará en decirte por teléfono o por email que “te valoro un montón pero lo he pensado mucho y no sé yo si esto lleva a alguna parte”.

viernes, 1 de noviembre de 2013

NUESTRO CEREBRO ES COMO GOOGLE




Cualquier cosa que busques en Google, la encuentras. Ya puedes teclear “perro morado”, “cáncer de oreja”, “robot rubio”, “judío bueno”, “guitarra andante” o cualquier otra idea disparatada, que el famoso motor de búsqueda te dará un resultado o cinco mil. Haz la prueba poniendo cualquier chorrada que se te ocurra y encontrarás información sobre ella.

Y nuestro cerebro es exactamente igual: aquello que chequeamos en él, lo encontramos. Si en el buscador de nuestra mente tecleamos con ansiedad y amargura, derrotados por el pesimismo, nos saldrán páginas enteras de pensamientos negativos, desesperanza, odio y malos augurios. Pero si por el contrario navegamos eufóricos por nuestro cerebro, la búsqueda arrojará unos resultados de color de rosa; solo nos saldrán enlaces que nos hablen de alegría, éxito, amor...

Nuestro coco al final solo los lanza aquellos mensajes que nos empeñamos en buscar ansiosamente desde el teclado de nuestro estado de ánimo.