domingo, 29 de septiembre de 2013

SEGURATAS



Lo desconozco todo acerca de la profesión de vigilante de seguridad. No tengo ni idea de qué formación reciben, qué tipo de contratos firman ni qué funciones desempeñan exactamente. Solo me suena que hay como dos “categorías”, en función de si pueden portar o no un arma corta de fuego, y también observo que, aparte de las labores de vigilancia física, es decir de hacer rondas con la porra en el cinturón, desarrollan otras digamos más indirectas, como visionar los circuitos cerrados de televisión, controlar los accesos a edificios, pedir la identificación en la puerta de las oficinas públicas, o incluso informar o redirigir a quienes acceden a ellas.

Pero aun siendo así de ignorante en la materia, hay algo que no me cuadra de este oficio, que me llama muchísimo la atención: ¿Por qué de cuando en cuando me encuentro vigilando una estación de autobuses o un centro comercial a señoras de metro sesenta como mucho, con más de 40 tacos, evidente sobrepeso y gafas de culo de garrafa; o a muchachos bajitos y esmirriados; o a caballeros añosos, calvos y ventrudos que, desde luego, carecen –todos ellos– de la presencia y el estilo que yo presupongo a alguien llamado a mantener el orden e intimidar a posibles albortotadores violentos? No lo entiendo, de verdad. No sé qué clase de respeto pueden llegar a infundir estos guardas, que, por cierto, están a la vista, de pie, exhibiendo su defensa de goma y sus esposas, y no en una salita mirando pantallas o en un mostrador pidiendo DNI´s.

¿De dónde salen estos seguratas? ¿Quién los recluta y con qué criterios? ¿No son rechazados por la empresa cliente nada más verles la pinta? ¿No hay suficientes jóvenes altos y fornidos (¡o normales!) que puedan aportar una imagen de seriedad a una actividad teóricamente arriesgada en la que el arrojo y un aspecto mínimamente disuasorio deberían ser claves? ¿Es que a los vigilantes privados no se los jubila o recicla hasta los 65 y los tienen hasta esa edad de cara al público con su uniforme para que nadie se pase de la raya? Que alguien me lo explique, por Dios.

jueves, 26 de septiembre de 2013

EL BUZÓN DEL PRESIDENTE






Una de las obsesiones patológicas de nuestros políticos es demostrar a cada paso que tienen una actitud cercana hacia los ciudadanos y que son sensibles a sus problemas y necesidades. Podríamos poner como ejemplos multitud de gestos y declaraciones del día a día de cualquier cargo público, pero el caso más grotesco para mí es el del "buzón directo" del jefe de gobierno estatal, autonómico o municipal de turno. Es una cosa archiconocida; entras en la página corporativa de cualquier administración y allí te encuentras bien visible el clásico enlace (con un icono de buzoncito de correos) que reza “Escribe al Presidente”, “el Ministro te responde” o “el Alcalde on line”. 

Voy a explicar con detalle cómo funciona este servicio para que si a algún fiel lector de La pluma viperina se le había pasado por la cabeza utilizarlo, desista de la idea y así no pierda su tiempo ni se lo haga perder a los demás.

1º.- El político que ostente las funciones de jefe de gobierno en cada administración o entidad contará con un gabinete de tamaño variable integrado por personal eventual o por libredesignados, en el que una o dos personas se ocuparán del buzón de marras. Ni que decir tiene que el presidente o el alcalde no se leerán en su vida ni un solo mensaje dirigido a ellos.

El gabinetero dedicado a esta tarea abre cada mañana su correo electrónico y comprueba los mensajes del buzón que el sistema le ha redirigido desde la web. Coge cada mensaje, lo copia y pega en una carta, con papel precioso, y la dirige a la unidad concreta que en esa administración gestione el asunto de la reclamación, queja o pregunta del ciudadano. El oficio dirá simplemente que “recibido en el Gabinete (…) escrito de Dª Margarita Cano, que se acompaña, se dirige a ese Servicio por ser asunto de su competencia, debiéndose contestar en un plazo de quince días”.

Para ejemplificar supongamos que Doña Margarita escribe al Presidente de su comunidad autónoma para quejarse de que le han denegado una subvención que ha solicitado para instalar una caldera nueva de calefacción.

Si la Administración es un poco grande, las posibilidades de que el Gabinete acierte a la primera con el departamento competente se reducen bastante, máxime cuando el empleado responsable de hacer la gestión a menudo no ha sacado oposición alguna ni conoce en profundidad el organigrama de la organización.

2º.- Cuando el papel finalmente llega a su destino tras circular por varias secciones de nombre o cometido similar, acaba en la mesa del jefe de la unidad que tramita esas subvenciones. Si la queja de Doña Margarita es muy vehemente o denota irritación, este jefe llamará a sus compañeros de los despachos cercanos y, entre grandes risotadas, harán corrillo comentando los párrafos más cañeros. 

 A continuación, este funcionario encargará a uno de sus subordinados (perdón, colaboradores) que responda al Gabinete “cuando tenga un rato”.

Ya fuera de todo plazo, el pringado elegido para esta audaz misión simplemente buscará el archivo de Word de la resolución denegatoria de la ayuda, copiará el motivo de la denegación (que por supuesto ya fue notificado en su día a la interesada, que por eso se queja) y lo pegará en un nuevo escrito encabezado por el siguiente texto: “Recibido con fecha X escrito del Gabinete (…) en relación con la subvención de Doña Margarita Cano, se informa que la causa de la denegación de la ayuda es la siguiente: …”



3º.- El Gabinete recibe la respuesta y automáticamente (o sea en un mes) el encargado redacta una nueva carta, en un papel más bonito aún que el primero, con el emblema de la comunidad autónoma en relieve, que irá dirigida a Doña Margarita en persona. Esta carta no se limitará, ni mucho menos, a copiapegar las consabidas razones para no otorgar la ayuda, sino que será un verdadero prodigio de literatura funcionarial. Ya es sabido que los funcionarios son las personas más hábiles para escribir mucho texto sin decir absolutamente nada. 

El texto de este escrito, esta vez firmado (sin leerlo) por el mismísimo Presidente, siempre reúne, sin excepción, los siguientes requisitos formales y de contenido:

-          Nunca tiene una extensión inferior a la cara de un folio, aunque el asunto sea muy simple.

-     Deben aparecer necesariamente las siguientes palabras, verbos y expresiones: “agradecer”, “amable escrito” (aunque la queja sea agresiva) “mucho gusto”, “ servicios”, “ayuda”, “deseo”, “mejorar”, “como sabe”, “contacto” , “sin perjuicio de”, “en su caso” y "cordialmente".

-          Siempre ha de haber un párrafo que sea absolutamente ininteligible para cualquiera, incluso para su autor si lo releyera al cabo de… una semana.

-     Y en otro apartado se incluye una pastosa y enrevesada fundamentación jurídica que solo podría aclarar algo a los técnicos especializados y que la afectada ni entiende ni le resuelve duda alguna.

La rimbombante carta del Presidente, que la señora recibe a los seis meses, cuando ya ha vencido el plazo para recurrir y ni se acuerda del tema, podría ser como sigue: 

“Apreciada Sra. Doña Margarita Cano:

Recibido con fecha X su amable escrito en relación con la denegación de la subvención en materia de instalación de calderas de ahorro energético, en primer lugar le agradezco su reclamación, pues el interés que usted demuestra ayuda a la Administración de esta Comunidad Autónoma a mejorar cada día un poco más en la prestación de sus servicios. 

Tras interesarme por el estado de tramitación de su ayuda, contesto personalmente a sus preguntas con mucho gusto:

Las subvenciones en materia de calderas, convocadas mediante Resolución de 29 de noviembre de la Consejería de Industria (al amparo de la Directiva ZZ/2012, modificada por la Directiva HH/2012), no se rigen, como sabe, por el procedimiento de la concurrencia competitiva, habiendo de estar en este supuesto concreto, sin perjuicio de lo dispuesto en el apartado 2 del artículo X de la Ley de Subvenciones (en redacción dada por la Ley X/2008, de 11 de marzo), a lo preceptuado en la Disposición Final Tercera de la citada norma en lo que se refiere, interpretado sensu contrario, a la disponibilidad presupuestaria, según señala la propia Ley XX/2012, de 20 de diciembre, de Presupuestos de la Comunidad, en su exposición de motivos cuando diferencia entre ayudas en concurrencia competitiva y ayudas concedidas directamente (que es su caso) sin criterios valorativos de comparación entre las solicitudes presentadas y hasta el límite de la consignación presupuestaria.

En conclusión, la ayuda solicitada ha sido denegada por el siguiente motivo:

“- Incumplimiento del requisito descrito en la Base 2.1.1-b) de la convocatoria, efectuada mediante Resolución de 29 de noviembre de la Consejería de Industria”

Es todo cuanto le indico, sin perjuicio de recabar, si así lo desea, más información poniéndose en contacto con el órgano gestor (teléfono XXXXXX) y de quedar expedita, en su caso, la vía administrativa o contencioso-administrativa.

Sin otro particular, aprovecho la ocasión para saludarla cordialmente



martes, 24 de septiembre de 2013

EL "NO ME GUSTA" DE FACEBOOK


El otro día, hablando con un amigo, le expresé mi cruda opinión sobre un conocido común. Como se escandalizó un poco de mi dureza, le dije que en la vida lo mejor era llamar al pan, pan y al vino, vino, y dejarnos de tapujos y de falsas caridades. Pero él meneó la cabeza y me respondió que la vida es una gran mentira y mejor que sea así, porque si tuviéramos la facultad de leernos el pensamiento los unos a los otros, no serían posibles las relaciones sociales ni la propia supervivencia humana. Más aún –añadió– , si tú me dijeras todo lo que piensas de mí y yo todo lo que tú me pareces, Neri, romperíamos nuestra amistad al instante.

Bien mirado es así. De tener ese poder extraordinario para leer las mentes, más valdría que fuera selectivo, que solo captara los pensamientos positivos y las opiniones agradables, porque, de lo contrario, íbamos apañados. Adivinar en crudo lo malo que piensan los demás de nosotros, las críticas que nos harían o las quejas que tienen sobre nuestra conducta sería como una bomba, dejaría de hablarse todo el mundo (como mínimo). No hay más que ver cómo solemos reaccionar ante los reproches que a veces alguien se atreve a hacernos.

Igual de bien que mi amigo lo han sabido entender los diseñadores y programadores de las redes sociales, en particular de Facebook. Reconozco que muchas veces, ante las fotos desagradables, consignas odiosas, cursiladas empalagosas, payasadas sin gracia, opiniones en las antípodas a las mías o comentarios de mal gusto que ciertas personas comparten en el Face, echo muchísimo de menos un botón de No me gusta para manifestar de forma rápida mi desagrado. Pero Mark Zuckerberg y su gente, que entienden mucho más que yo de sociología, tuvieron claro desde el principio que solo procedía insertar un pulsador para hacer valoraciones amables. Consideran que si no te gusta lo que alguien publica en su muro, tendrás que currarte un comentario crítico, porque colocar expresamente un botoncito para que condenes los contenidos de los demás sería demasiado tentador, la gente lo pulsaría sin meditar y acabaríamos todos a la gresca, borrando a mansalva a nuestros contactos y, en definitiva, echando a perder el lucrativo negocio del Caralibro.

Un icono de No me gusta en Facebook nos pondría tan fácil despotricar contra la opinión o los gustos ajenos (basta una décima de segundo), haría tan sencillos y tan automáticos la protesta y el gruñido, que en la práctica equivaldría a tener ese poder de adivinar la verdadera y descarnada opinión de nuestros “amigos” agregados. Y eso sería malo, muy malo, no solo para nuestra vida social, sino para la cuenta de resultados del judío de los ricitos.

domingo, 22 de septiembre de 2013

DESPISTADOS



Las personas despistadas padecemos, como consecuencia de nuestros despistes, una serie de problemas sociales bastante poco agradables. Los peores son nuestras meteduras de pata involuntarias, que a veces no solo tienen consecuencias negativas para nosotros, sino para nuestros amigos, familiares y compañeros de trabajo. Si cuando nuestro déficit de atención provoca alguna catástrofe que solo sufrimos nosotros, la sensación de impotencia y de imbecilidad ya es bastante dolorosa, puede imaginarse cómo nos sentimos cuando la armamos como Amancio perjudicando a los demás.

Otra secuela típica de nuestra “dispersión” es el encasillamiento injusto que solemos padecer. La gente que ha sido muy distraída en la niñez y en la adolescencia tiende a ser fuertemente estigmatizada en su entorno, no de forma malintencionada, pero sí machacona. Como llegues a cierta edad con la etiqueta de “despistado” a cuestas, ya no te la quitas ni con agua hirviendo. Sentencias como “es que Manolito es muy despistado” terminan siendo un verdadero sambenito imborrable con efectos demoledores. Porque a Manolito, aunque cambie y se centre con los años, seguirán llamándole atolondrado el resto de su vida; le echarán la culpa de todos los desaguisados, pérdidas de objetos, errores y confusiones que sucedan a su alrededor, y –lo peor de todo– sus despistes siempre serán deformados y exagerados por sus conocidos para hacer mofa y befa de ellos. Esto último significa que pequeñas torpezas que comete mucha gente a todas horas, llamarán mucho más la atención cuando el autor sea él y provocarán chanzas o censuras a todas luces desproporcionadas.

Es el destino insalvable de los despistados.

Pero también hay cosas que decir en nuestra contra, y es que ese cartelón infamante que nos han colgado del cuello desde chavales a veces lo utilizamos como cómoda tapadera. Esclavos de nuestro propio estigma, no hacemos ningún esfuerzo por mejorar porque, total, este fallo o este olvido mío se debe a que soy muy despistado y si soy así qué le vamos a hacer.

Además, yo que soy bastante disperso y que conozco unos cuantos individuos de mi especie, puedo afirmar de forma rotunda que cuando hay algo que nos preocupa en serio, por lo que tenemos verdadero interés o que nos importa que salga muy bien, aparcamos nuestro aturdimiento y los descuidos se evaporan como por arte de magia.  Es decir, que cuando alguien, por muy despistado que sea, no hace más que meter la gamba en una determinada actividad o tarea, o con una persona concreta, se puede asegurar sin temor a equivocarse que esos temas o esa gente no le motivan para nada.

jueves, 19 de septiembre de 2013

PROPAGANDISTAS

Me apuesto doble contra sencillo a que la mayoría de los chavalines de una república africana, de cualquier país de Hispanoamérica, Europa del Este o incluso España, no podrían decir ni cuatro vaguedades de la historia de su patria y, sin embargo, se saben de memoria que los estadounidenses libraron una guerra en el XVIII contra el yugo opresor de los casacas rojas y se dieron una constitución llena de libertades y de enmiendas preciosas; que varias generaciones de emprendedores ilusionados conquistaron el oeste para cumplir sus sueños, disputando cada palmo de tierra a la naturaleza y a los indios; que en 1945, tras épicas batallas, Norteamérica salvó al mundo de la tiranía nazi y regaló chocolate a los niños de todos los pueblos liberados, y que la mejor juventud americana dio su sangre en Vietnam para llevar un soplo fresco de libertad a una nación oprimida por malvados autómatas aliados de los soviéticos. Y lo mismo pasa con la geografía: muchos críos españoles no sabrían situar Soria o Jaén en la piel de toro, pero sí recitar los estados yanquis y los barrios de Nueva York.

¿Por qué? Porque los estadounidenses son muy listos y han sabido manejar un instrumento tan poderoso como el cine para exportar la mejor imagen de sí mismos hasta el último rincón del planeta, para difundir (e imponer) sus costumbres, y, en definitiva, colonizarnos culturalmente a todos, que hemos tragado el anzuelo como merluzos creyéndonos a pies juntillas todas esas patrañas de libertad, sueños americanos y juego limpio en las guerras contra villanos de cómic.

Mientras tanto en España, teniendo una historia trufada de gestas emocionantes, de misiones más imposibles que las de Tom Cruise, de grandiosas conquistas y reconquistas frente a nuestros propios pieles rojas (los moros), de héroes entrañables y de guerras devastadoras en las que el Bien se impuso, en España, digo, nos dedicamos a rodar melodramas de putas y maricones, escenas de cama y moralinas progres e infumables de las que se descojona el mundo entero. Encima, las únicas películas españolas de historia tratan de la guerra civil y lo cuentan todo al revés para satisfacer un ansia obsesiva de venganza y, al mismo tiempo, pillar subvención.

¿Y el deporte qué? Ahí tenemos a los separatistas instrumentalizando el Fútbol Club Barcelona (¿o es al revés?) para hacer campaña de sus ideas en medio mundo. Hasta los niños de teta del villorrio más remoto de la Capadocia visten la camiseta de Messi y se han quedado con alguna de las cantinelas catalanistas escupidas por el presidente del Club ante los medios internacionales.  Sin duda el Barça ha aprovechado su popularidad mundial para convertirse en embajador del repugnante victimismo de los nacionalistas, predicando la opresión que los pobres catalanes, su idioma y su cultura sufren de un estado español absorbente, sanguijuelesco e incomprensivo. También en España, fuera de Cataluña, miles y miles de personas animan al Barça, atraídas en teoría solo por los valores deportivos del equipo, pero poco a poco su cariño por el Club les hace cada vez más tolerantes con las insidias escisionistas del Laporta o del Sandro Rosell de turno. 

En efecto, más que un club: una marioneta de la canalla separatista

Sin embargo, el Gobierno de España no ha sido capaz de aprovechar el tirón de la Selección de fútbol, vencedora en dos Eurocopas y un Mundial,  para divulgar allende nuestras fronteras un mensaje de unidad y cohesión que contrarreste la ponzoña secesionista. No se trata de caer tan bajo como ellos y hacer política con un equipo deportivo, pero sí al menos, ya que en estos años somos referencia internacional en el mundo del balompié, nos ven jugar hasta en Cochabamba, Luanda o Ulán Bator, y sale Vicente del Bosque hasta en la sopa, soltar de vez en cuando algunas verdades como puños sobre la situación de nuestra Patria y sobre el problema catalán. 

Es muy fácil, hombre. Se coge a Del Bosque y a un par de jugadores anticatalanistas, a Casillas o a Ramos mismos, y se les alecciona sobre las morcillas que han de meter en sus intervenciones en ruedas de prensa. Por ejemplo, podría sugerírseles decir: “Estamos entusiasmados del rendimiento del equipo en los últimos partidos. El equipo está unido y juega como un solo hombre, haciendo así gala de un espíritu muy español, sin arredrarle las dificultades igual que a España no le amilana el chantaje nacionalista vasco o catalán, en su ilusión por seguir siendo un pueblo unido y trabajar todos juntos con respeto a nuestras culturas diferentes”. Sería estupendo que saliera esto una y otra vez en las teles de decenas de países. Y si el seleccionador o los muchachos no fueran lo bastante patriotas y se resistieran a colaborar, el Gobierno siempre podría ayudarles a decidirse con algún pequeño incentivo económico, que eso les encanta, y si se pusieran muy farrucos se les podría hacer una inspección fiscal a fondo, a  ver si así se animan.

La cuestión es que los españoles no sabemos vendernos nada de nada, y tenemos mucho que aprender de los grandes propagandistas para lucir por todo el orbe nuestra historia ejemplar, los valores hispánicos que deberían ser nuestro orgullo y la versión que nos interese de nuestros problemas internos, que ya está bien de que nos coman la merienda. 

martes, 17 de septiembre de 2013

EL DISCURSO DE ANA BOTELLA


Desde mi visión poco o nada tecnócrata de la política considero que un mandatario no tiene por qué atesorar títulos, carreras o conocimientos específicos de ningún área en concreto. El liderazgo político es otra cosa e incluso hoy en día se podría ser un dirigente extraordinario sin haber pasado por la Universidad. Con los idiomas extranjeros pasa lo mismo. Parece obvio que cuanto más se sepa mejor y que es muy de valorar que un político hable inglés, pero en general no resulta imprescindible. Igual que el presidente del gobierno central o de una comunidad autónoma, o el alcalde de una ciudad grande no necesitan ser peritos en agricultura, urbanismo, derecho, medio ambiente, seguridad vial o economía para capitanear estas políticas, tampoco les hace ninguna falta ser bilingües para abordar las relaciones exteriores de sus administraciones o consistorios. Para eso están los técnicos asesores y, en el caso de los idiomas extranjeros, los intérpretes o traductores de toda la vida. Confundir al líder con el gestor me parece un error grave y quizá sea la causa del empobrecimiento de la política en nuestros días. Con tanta exaltación del currículum académico y profesional, hemos terminado perdiendo de vista el magnetismo, el carisma, la personalidad y la energía que precisa un estadista de verdad. Y luego encima elegimos a los que no tienen ni lo uno ni lo otro.

Esta reflexión he querido sacarla a relucir para hablar del discurso en inglés con el que nos avergonzó el otro día ante el COI, en Buenos Aires, la enchufada alcaldesa de Madrid. La bochornosa metedura de pata de poner a esta torda a balbucear ante el mundo entero la lengua de Lord Byron con un nivel de 6º de Primaria se ha debido a esa concepción absurda de que un político de alto nivel tiene que hablar en english por narices. Tan convencidos están ciertos sectores de que nadie debería presidir el ayuntamiento de la capital de España sin ser bilingüe, que la mujer de Aznar, cediendo a la presión, ha caído en la trampa, pasando menos vergüenza con la perorata que ha soltado en espanglis, con una pronunciación y un ritmo ignominiosos, que si hubiera recurrido al socorrido método de la traducción simultánea. Porque utilizar un traductor o delegar la intervención en cualquiera de los demás representantes de la candidatura habría sido lo más adecuado y lo más digno, y nadie normal la hubiera criticado por no saber inglés porque es de cajón que no precisa saberlo para ser alcaldesa, se pongan como se pongan algunos snobs empeñados en que quienes solo chapurreamos cuatro frases cuando salimos al extranjero somos unos analfabetos integrales.

Hay muchos otros conocimientos, actitudes éticas y vergüenzas toreras que debería tener Ana Botella antes que dominar el inglés. En este caso, su orgullo altanero y su elitismo de bambolla le han jugado una mala pasada y le han hecho perder, una vez más, el respeto de los madrileños y de los españoles. Por lo menos su marido, que siempre la apoya, podría haberle dado unas clases con ese acento texano tan chic que gasta.

Más sobre el idioma inglés en España: Los cocolegios bililingües (por Leonardo)

domingo, 15 de septiembre de 2013

MALA LETRA


Preguntaros un momento cuántas veces a la semana escribís algo de vuestro puño y letra, con boli y papel, y si con todo el texto que escribís así de lunes a domingo podría llenarse al menos media cara de cuartilla. Seguro que la respuesta de muchos es negativa.

Es una realidad indiscutible que la escritura manual ha quedado completamente arrinconada en nuestras vidas cotidianas. A excepción de los escolares (y casi ni eso) ya nadie escribe así. Los universitarios ya no manuscriben sus apuntes; van a clase con el portátil o la tablet. Los médicos ya no hacen sus recetas de forma manual. Ya nadie escribe cartas en un folio. Pocos profesionales siguen utilizando una agenda física. Ni siquiera la lista de la compra la escriben ya las amas (o amos) de casa en la clásica octavilla cutre, pues utilizan el ColorNote del móvil o una aplicación similar. Los ordenadores, Internet, el correo electrónico y los smartphones han dado la puntilla al viejo rito cotidiano del lápiz, la pluma, el cuaderno y la caligrafía.

Yo mismo, un fanático de la escritura a mano, tengo ahora un trabajo en el que casi no necesito llevar agenda, así que puede decirse que los únicos trazos que dirigen mis dedos en toda la semana son para firmar documentación o tomar rápidas notas en reuniones. Muy poco, vamos, y aun así me da que soy de los que más manuscriben en mi entorno.

La consecuencia de todo ello ha sido para mí que he perdido destreza en este hace no mucho ordinario ritual. Nunca he tenido muy buena letra, pero en los tiempos en que redactaba a diario páginas y páginas de apuntes o esquemas, o, ya trabajando, manejaba una Moleskine abigarrada o componía yo mismo, en mis papelillos, las resoluciones o informes antes de pasarlos a Word, me manejaba con soltura y los caracteres me salían ágiles y fluidos, resultando un texto legible y con cierto estilo. Sin embargo, ahora, cuando tengo que escribir a pluma más de cuatro líneas seguidas, aparte de sentir bastante pereza y una especie de ansia por usar un teclado, me salen unas letrajas oxidadas, horribles, como las de un párvulo haciendo sus primeros ejercicios. Siento la mano agarrotada y tengo que concentrarme para que lo que transcribo pueda leerse bien después. Sobre todo me noto desmañado para trazar las eles, las tes y otras letras altas.

Menos mal que si, por lo que sea, tengo que volver a escribir en papel una temporada, noto cómo recupero poco a poco la habilidad. 

Ya dicen que órgano que no se utiliza, se atrofia, y yo creo que pasa así, en cierto modo, con los dedos, nervios y músculos implicados en la sujeción del bolígrafo y en la escritura. Por eso veo muy posible que dentro de unos años, y sobre todo la última generación, nos olvidemos de cómo se escribe sin ordenador o sin móvil, y que las hojas de libreta manchadas de letritas de tinta azul terminen en los museos para que los niños, al verlas, se asombren de las “habilidades” de sus mayores más o menos como ahora nos sorprendemos admirando los jeroglíficos egipcios.

jueves, 12 de septiembre de 2013

INICIATIVAS NECESARIAS


Está claro que en la región catalana aún no hay ganas, medios ni huevos para plantar cara a provocaciones antiespañolas como la de ayer. Uno siente una ira sorda y desatada ante espectáculos tan bochornosos, y piensa que las soluciones más expeditivas a la lacra separatista de Cataluña (ametrallar la cadena humana, por ejemplo) podrían quedarse cortas dada la gravedad de los hechos. Sin embargo fuera  de los confines de las provincias infectadas, la mafia secesionista no tiene ningún poder de coacción ni puede extorsionar a los ciudadanos, y por eso ayer en Madrid pasó lo que pasó.

Los miserables traidores a la Patria que habitan en la capital de España se proponían celebrar la Diada en clave independentista en el centro catalán Blanquerna, sito en la calle de Alcalá, cuando veinte activistas de diversas organizaciones patrióticas extraparlamentarias irrumpieron enérgicamente en el antro y boicotearon el festival. No se contentaron con acceder al local portando banderas rojigualdas y gritando consignas antiseparatistas, sino que también provocaron destrozos materiales y lanzaron botes de gas irritante causando cinco heridos leves, entre ellos una niña pequeña cuyos papás ya han aprendido donde no deben llevarla el año que viene. En su exaltación, los muchachos no pudieron evitar vapulear al diputado de CiU Josep Sanchez Llibre, que arengaba a los presentes desde la tarima, y a un cámara de la nociva cadena TV3, que por lo visto se llevó unos guantazos bien dados.

Desde aquí me gustaría expresar mi agradecimiento a estos chavales (militen donde militen), pues son los únicos capaces de emprender estas iniciativas simbólicas tan necesarias (aunque insuficientes) en estos momentos en que la integridad de España se siente fuertemente amenazada por la piara catalanista, por los manipuladores profesionales de la Historia, por el egoísmo más palurdo y por los intereses económicos de una casta privilegiada que hoza al nordeste del país desde los tiempos del franquismo e incluso mucho antes. Confío en que el juez tenga en cuenta la crispación que estas celebraciones pueden generar en pleno centro de Madrid, no dé mayor importancia a los hechos, en el fondo una simpática travesura algo accidentada, y ponga en libertad a los detenidos cuanto antes. Y espero que estas acciones espontáneas aumenten en número y se recrudezcan en sus procedimientos a ser posible no solo en el barrio de Salamanca, sino en plena Rambla barcelonesa.




martes, 10 de septiembre de 2013

...DE NACIONALIDAD RUMANA....

Jóvenes de nacionalidad rumana sustrayendo cobre

Recuerdo que en los años 90 hubo en los medios de comunicación una gran polémica sobre la forma de enfocar las noticias sobre delitos en las secciones de sucesos. Hasta entonces, cuando se indicaban los nombres o las iniciales de los autores de hurtos o reyertas, era costumbre añadir la coletilla  “de etnia gitana” cuando los sujetos eran calés, pero el Secretariado Gitano se mosqueó y pidió a la prensa que evitara estas especificaciones, que, a su modo de ver, resultaban discriminatorias (ya que los “payos” también robaban y no se ponía su raza) y solo contribuían a estigmatizar a ese pueblo noble y amante de la libertad que son los zíngaros. Finalmente hubo consenso y se decidió omitir este dato en todas las noticias relativas a homicidios, robos, extorsiones y peleas, por lo que solo podíamos deducir que los autores eran calorros de las fotos (si las había) o de los consabidos apellidos Gabarre, Gabarri, Heredia, Montoya, Barrul y demás.

Con mucha menos intensidad, y acogida con mayor diversidad de criterio que entonces, ha resucitado esta controversia en nuestros días, pero esta vez no en relación con los alegres gitanos sino con los inmigrantes de varios orígenes. A nadie se le escapa leyendo los periódicos que un amplísimo porcentaje de las fechorías cometidas en nuestros pueblos y ciudades tiene como protagonistas a individuos de Europa del Este (sobre todo rumanos), a moros del Magreb y, en mucha menor proporción, a hispanoamericanos, todos ellos afincados ilegalmente en nuestro país. Las posibilidades de que una violación, un navajazo, un atraco a una sucursal bancaria o un hurto de piñas, de cable de cobre o de tuberías hayan sido obra de uno de estos extranjeros irregulares son en la actualidad de diez contra uno. Ello no ha obstado para que numerosas oenegés de apoyo a los inmigrantes hayan puesto el grito en el cielo por la práctica periodística casi unánime de concretar la nacionalidad de los criminales, aunque esta vez me temo que casi nadie les ha hecho caso.

Es muy cierto que del dato de que el 70% de los robos en una ciudad sean siempre cometidos por rumanos no cabe deducir (automáticamente) que el 70% de los inmigrantes rumanos son ladrones. Es muy cierto que los españoles también cometemos delitos y tenemos comportamientos incívicos.  Y es muy cierto que a los gitanos o inmigrantes honestos, que los habrá, les tiene que saber a cuerno quemado ver cómo su raza o su nacionalidad aparecen diariamente implicados en las noticias más sórdidas y violentas. Pero la cuestión es que nos guste o no y se mire por donde se mire, que los individuos de una minoría protagonicen la mayoría de las transgresiones del Código Penal es noticia, y todos los ciudadanos tenemos derecho a que esta noticia no se recorte ni se manipule al son de los intereses de cuatro progres sensibleros.

Los dueños de naves o almacenes están en su derecho, cuando compran la prensa, a que en las reseñas de hurtos en polígonos industriales se signifique que los mangantes son rumanos, y a saber que esta clase de delito se comete en un 90% de ocasiones por inmigrantes de este país, pues ello les facilitará la vigilancia de sus negocios y la adopción de precauciones. A las jovencitas les viene muy bien enterarse del elevado porcentaje de agresiones sexuales cometidas en España por marroquíes, para por lo menos cambiarse de acera cuando atisben a un grupo de moros y no dar ni la menor confianza a un sarraceno en un bar de copas, y si resulta que paga el pato un rifeño bueno, ay, qué pena nos da. Si se sabe, por ejemplo, que los robos en domicilios por empleadas domésticas son, en su mayoría, cometidos por ecuatorianas, las familias deberían ser informadas de este dato por los periódicos para pensárselo mucho al contratar a una quiteña por muy barata que salga. Y si la mayoría de los enfrentamientos a tiros en la ciudad se producen entre gitanos, que los periodistas lo pongan bien clarito para que lo tengamos todos en cuenta a la hora de elegir nuestras zonas de residencia y de paseo.

Porque lo que no puede pretenderse es que los españoles honrados y trabajadores queden desprotegidos por estar en la inopia de estas estadísticas solo para que los rumanos, magrebíes o ecuatorianos decentes no se sientan ofendidos por las “generalizaciones” o para que los charlatanes de las asociaciones de ayuda a los marginados se apunten un tanto y cobren más subvenciones.

domingo, 8 de septiembre de 2013

LA FAMILIA CORLEONE

La familia Corleone es el fruto del polémico encontronazo judicial entre los herederos de Mario Puzo y la Paramount Pictures cuando esta productora pretendió evitar que se siguieran desarrollando en libros los personajes de la saga. Al final el dinero, que para esta gente todo lo puede, ha permitido un acuerdo gracias al cual los familiares del fallecido escritor italoamericano han sacado una nueva novela y los famosos estudios cinematográficos de la montaña nevada estrenarán otra entrega de El Padrino. 

La novela finalmente ha sido escrita, por encargo de los Puzo, por el profesor universitario de literatura Ed Falco y está inspirada en varios borradores desechados de Puzo para El Padrino III y para la nunca rodada cuarta parte. Está ambientada en los años 1933 y 1934 y su temática no puede ser más interesante. Con el trasfondo de la Guerra del Aceite de Oliva entre Vito Corleone y Salvatore Maranzano (un mafioso real), esta precuela de la obra de 1969, a la que ya llevamos dedicados 24 posts, relata la vida universitaria de Tom Hagen, el ingreso de Santino en los negocios de la Familia, sus aventuras sexuales y su convencional noviazgo con Sandra, cómo se conocieron Don Vito y Luca Brasi (personaje ampliamente desarrollado), los negocios de Tessio y Clemenza, la alianza de los Corleone con los Barzini y los Tattaglia, las inquietudes infantiles de Michael por la política, la compra de la finca de Long Island (con episodio de la caldera incluido) y el ambiente del hampa neoyorkina en aquella época, en especial la pujanza de las bandas irlandesas. 

Debo comenzar glosando varias de las virtudes del libro, que no tiene nada que ver con las continuaciones escritas hace unos años  por Mark Winegardner, dos auténticas bazofias. Aunque el texto es muy desigual y se nota a la legua que las partes más logradas son las más fieles a los papeles póstumos de Mario Puzo, no puede negarse en justicia que Falco tiene una habilidad especial para describir el ambiente familiar de los Corleone y sus reuniones de negocios. A diferencia de  El Padrino-El Regreso y  El Padrino-La Venganza, la forma y el contenido de los diálogos de La familia Corleone sí resultan verosímiles e imaginables en boca de Vito, sus hijos, sus capos o sus rivales. Además hay episodios (muy contados) que incluso destilan brillantez, por ejemplo la descripción del encuentro entre las Familias y la respuesta de Don Corleone a la “propuesta” de Maranzano. 

Pero naturalmente también tengo duras críticas que hacer, empezando por la ya indicada heterogeneidad de la novela. Otras pegas importantes que yo pondría son la pésima ambientación histórica, el abuso de las palabrotas, el empleo constante y artificial de expresiones en siciliano y –lo peor de todo- la nula capacidad del autor para desarrollar las escenas de violencia y acción, que son ridículas, retorcidas y mal planteadas en su mayoría. 

Después, aunque en principio la historia es muy atractiva para cualquier padrinófilo, yo me siento defraudado por las excesivas licencias que se toma el autor, contradiciendo abiertamente los hechos y los datos de la obra maestra de Mario Puzo. La narración de la virulenta Guerra del Aceite de Oliva tiene como punto de partida un par de páginas del libro de 1969, pero a veces Falco se comporta como si no existieran. Por ejemplo, me irrita que cambie el nombre a Salvatore Maranzano llamándole Giuseppe Mariposa con la excusa de que aquel murió históricamente en 1931, cuando este supuesto “error” ya figuraba en la novela original y tendría que haberse respetado al menos para no liarnos a los lectores. Por otra parte, esta vendetta se inició por la negativa de Maranzano a repartirse los negocios con los Corleone a cambio de su protección política y no por el intento de aquel de hacerse con los negocios de estos. Pero no solo es la escabechina de 1934 lo que se relata sin ninguna fidelidad, sino otros episodios como el infanticidio cometido por Luca Brasi con su hija recién nacida (¡que aquí es niño!), la forma en que Sonny entra en la Familia (en realidad entra mucho antes), la anécdota de los técnicos de calderas de Long Island o el asesinato de los hombres de Al Capone por Luca en los muelles de Nueva York. 

La precuela en general ha sido escrita a toda prisa y sin poner el mínimo cuidado en los detalles y en la congruencia. 

Y ya mejor ni hablar de algunos pasajes absurdos que me han sacado de mis casillas, como el atentado del desfile ciudadano, las tramas relacionadas con los clanes irlandeses, el intento de Brasi de matar a Tom Hagen por haberse acostado con su promiscua novia o la muerte del padre del joven germano-irlandés a manos de los Corleone. 

También me ha extrañado mucho que no se haya incluido ni un pequeño capítulo desarrollado en Sicilia, algo inimaginable en una novela de Puzo sobre la Mafia en general y en una película de El Padrino en particular. 

La novela en su conjunto no cumple las expectativas y tiene más de anzuelo para incondicionales que de buena literatura sobre la Mafia. Hay partes que se disfrutan y que en efecto podrían servir para fundamentar el guión de la cuarta película, pero no es suficiente para dar una buena nota a Ed Falco, que solo saca un aprobado desahogado, ni a la viuda e hijos de Don Mario, a los que yo catearía sin dudarlo por peseteros y por escupir de esta manera sobre el inolvidable legado de su marido y padre. Con casos como este, me reafirmo cada vez más en que la transmisión hereditaria de los derechos de autor debería tener bastantes límites cuando estamos ante obras o personajes que ya trascienden de sus autores y forman parte de la cultura popular.

jueves, 5 de septiembre de 2013

LA FUNCIÓN SOCIAL DEL TRABAJO

Me interesa mucho la doctrina social de la Iglesia en lo tocante al trabajo humano, que no tiene desperdicio. Para los católicos, el trabajo (que no es herencia del castigo divino a Adán y Eva como algunos creen) tiene diferentes dimensiones personales y sociales. Una de ellas es la de medio para sustentar nuestra vida y la de los nuestros, y la otra es que ha de concebirse como el servicio que cada uno hacemos a la comunidad humana, o sea nuestra manera de ser útiles a la sociedad. Esta segunda faceta siempre me ha preocupado y en todos los puestos de trabajo que he desempeñado (unos cuantos) me he comido el coco sobre cuál era mi contribución a la mejora de la sociedad o de qué modo estaba haciendo algo por mis semejantes.
 
En ocasiones he encontrado respuestas más o menos satisfactorias y he sentido que realmente estaba poniendo mi pequeño grano de arena para hacer un mundo o un país un poco mejor, o para ayudar a alguien en sus necesidades cotidianas, aunque fuera de manera indirecta. Otras veces no he sido capaz de ver para qué diablos servía lo que hacía, en especial cuando me dedicaba a tareas con un fuerte componente burocrático, me ocupaba de trámites muy formales o era el responsable de simular sobre el papel el cumplimento de absurdas exigencias legales de las que ya hemos hablado largo y tendido. Por desgracia, y pese a los tropecientos mil programas de simplificación y racionalización abordados de cara a la galería por los diferentes gobiernos desde tiempos inmemoriales, la Administración española sigue siendo una máquina perfecta de generar trabas, requisitos, procedimientos, cargas y papeles absurdos. Y lo dice un defensor acérrimo de una administración intervencionista.
 
Pero no solo me cuesta adivinar la función social de algunos de mis humildes cometidos, sino que, en general, creo que cada vez hay menos oficios útiles y beneficiosos para alguien más que para el empresario y esto en el mejor de los casos. Adonde quiero llegar es que hemos ido construyendo una sociedad cada vez más compleja y artificiosa, atestada de mercachifles, chupones, intermediarios, expertos en nada, vendedores de humo, estafadores e inventores de falsas necesidades que si desaparecieran todos de golpe no los echaría en falta ni su madre.
 
Triste pero real. Me resulta difícil encontrar profesiones basadas en eso que llama la Iglesia el servicio a la comunidad humana. Dos de las que siempre he tenido en un pedestal son la de médico y la de maestro, aunque admito mi simplificación tontorrona pues hay otros miles de tipos de trabajo enfocados en teoría a fomentar el desarrollo económico, a la mejora de la cultura y la calidad de vida, a la asistencia social, la defensa de la Patria o la satisfacción de necesidades materiales o de ocio. Digo en teoría porque tengo la sensación de que todas estas necesidades cada vez se satisfacen de manera más impersonal, o incorporando eslabones o procesos que solo se justifican en la creación de puestos para que todo el mundo curre. Al mismo tiempo las nuevas tecnologías representan un grave peligro para el trabajo humano y despersonalizan aún más los bienes y servicios. 
 
En cualquier caso, soy incapaz de entender cómo ayudan a la sociedad un abogado mediático que defiende a criminales a sabiendas, el presidente del consejo de administración de un banco, los tipejos que acaban de pintar en casa de mis padres, los consultorcillos que hacen power points como churros, el administrador de mi comunidad de vecinos, la encargada de la protección de datos personales de mi oficina (solo hace eso), las Infantas con sus despachazos en no sé qué empresas, los gerentes de las sociedades y chiringuitos inútiles que crecen como setas alrededor de las Administraciones, y tantos otros…
 
A ver si me revela San Josemaría como se santifican estos tíos en el trabajo porque el asunto escapa a mi intelecto…

domingo, 1 de septiembre de 2013

TRABAJAR COMO MULAS


Quienes venimos de familia humilde de obreros o labradores hemos recibido una educación que exalta el trabajo duro como fuente de autorrealización, de honradez y de autoestima, además de como deber inexcusable de todo buen ciudadano y buen padre de familia. Hay en mi entorno bastantes varones ya en edad madura a los que no se les cae de la boca lo muchísimo que han trabajado durante toda su vida. Y no lo cuentan para quejarse, qué va, sino para presumir. Relatan orgullosos los madrugones inhumanos que se han pegado, los horarios imposibles que han padecido, los kilómetros que se han tragado, los cansancios animales que han acumulado, las servidumbres que han soportado, los jefes que han aguantado… todo ello -dicen con la frente erguida- para que sus hijos tuvieran un plato en la mesa todos los días o pudieran estudiar carrera, para que su señora pudiera comprarse un vestido o para veranear en la playa. Insisto en que no suele haber el menor atisbo de amargura o de rencor en sus palabras; al contrario, se sienten henchidos de satisfacción por el deber cumplido y, en no pocos casos, llegan a arremeter contra quienes no se han pegado esas palizas y han tenido, según ellos, una vida regalada, sin doblar el espinazo. Además lo más curioso es que suelen identificar sus esfuerzos agotadores durante décadas con una gran sagacidad. Se creen muy espabilados por haberse derrengado en la fábrica o desgastado suelas en la calle para dar a su familia algo mucho mejor de lo que han podido dar a la suya los haraganes y los comodones. Para terminar de rizar el rizo, se muestran agradecidos a la empresa que los ha tenido subyugados treinta o cuarenta años por, en el fondo, cuatro perras.

Todo esto se explica por la mentalidad de esclavos que nos han inculcado a los pobres durante siglos y nos siguen inculcando. Hacernos sentir que nuestro único orgullo y el único sentido de nuestras vidas es sudar la gota gorda, afanar de sol a sol, para que un señor se enriquezca a cambio de un sueldo de vergüenza con el que lleguemos apurados al día 30, es la mejor manera de convertirnos en mulas dóciles y silenciosas. Hacernos creer que solo podemos ser buenos esposos y padres si nuestra prioridad es el trabajo, si llegamos a casa deslomados, sin fuerzas ni para dar un beso a los nuestros, es el mejor sistema para que traguemos con todo y encima demos las gracias.

Y como que no. Los tiempos han cambiado y ya es hora de reordenar las prioridades y patear los viejos dogmas que nos ha inyectado en vena esa especie de feudalismo contemporáneo.

El otro día me contaba un consultor de 28 tacos el discurso que les soltó su jefe antes del verano, en un contexto de despidos inminentes. Les dijo que eran jóvenes, que tenían mucha energía, que estaban en lo mejor de la vida y que era su obligación moral ser ambiciosos y darse por completo a la empresa. Les arengó con que era el momento de echarle horas y demostrar lo que valían frente a la mediocridad circundante, de no pensar tanto en su sueldo con la que está cayendo, sino en su proyección profesional, porque solo currando a tope por los objetivos de la casa iban a mantener sus puestos en estos tiempos competitivos y a cumplir sus sueños y a tener el coche que les diera la gana. 

A esta clase de cerdos habría que colgarlos. Que le den morcilla a él, a su empresa, a sus objetivos y a la madre que lo parió. Esta peña se debe de pensar que los jóvenes están en el tajo por vocación idealista, para crecer como personas y como profesionales, y no, hijo, si están ahí aguantando tus hijoputeces es para poder comer, para casarse con su novia, fundar una familia y tener una vida digna, y tu empresilla de explotadores chantajistas les importa un rábano. Así de claro.

Por eso yo cada día valoro más a quienes no dejan que les sangren, a quienes, siendo leales, cumplidores y profesionales en su trabajo (por supuesto), no se dejan poner la bota en la cara y tienen bien claro que su familia, sus niños, su dignidad personal, sus sueños y su derecho al descanso y a disfrutar de la vida, van a estar siempre por encima de la cuenta de resultados de la sociedad anónima de unos desconocidos. Por eso, frente al discurso apolillado de los viejos que presumen de madrugones y de jornadas extenuantes como prueba de su hombría y de lo avispados que han sido en esta vida, yo diría que listo, verdaderamente listo, es aquel que se las arregla con rectitud para dedicar el menor tiempo al trabajo y el mayor número de horas a estar con los suyos, a practicar sus hobbies, a salir de viaje, a tomarse copazos con los amigos y a hacer lo que le salga del moño. Inteligente para mí es quien obtiene el mayor beneficio posible con el mínimo sacrificio, especialmente si su abnegación va a repercutir mayormente en el enriquecimiento de terceros. Espabilado me parece sobre todo el que quizá no llega a ser millonario pero sabe gozar de su vida, que son cuatro días mal contados, en vez de vendérsela a un negrero de mierda para poder comprarse una casa unos pocos metros más grande, ir a hoteles de dos estrellas más o acumular unos ahorros que vete tú a saber quién se come al final.

El trabajo es muy importante, pero no lo es todo ni mucho menos, y si organizáramos nuestras vidas teniendo esto muy claro, es fijo que alcanzaríamos una felicidad más auténtica sin tantas apariencias, materialismos y tonterías.