domingo, 29 de julio de 2012

LA MADRASTRA DE LOS CUENTOS


Ya he contado alguna vez que me interesa mucho el trasfondo simbólico, social e histórico de los cuentos infantiles.

Un prototipo bastante recurrente de estos relatos es el de la madrastra malvada. Este personaje aparece en decenas de cuentos de origen medieval, aunque los más conocidos son Hansel y Gretel, la Cenicienta, y Blancanieves y los siete enanitos.

Hay que tener muy en cuenta que en la Edad Media la figura de la madrastra era mucho más frecuente que ahora. En aquel tiempo resultaba muy habitual la muerte de mujeres jóvenes en el parto debido a las precarias condiciones de salubridad y a los escasos avances médicos. Lo más típico al producirse uno de estos fallecimientos es que el marido volviese a casarse para tener a alguien al cuidado de la casa y de los niños.

Es fácil deducir que la llegada de una madrastra al hogar familiar representaba para los niños (destinatarios de los cuentos al fin y al cabo) un duro trauma, no solo por ser un acontecimiento asociado a la muerte de su madre biológica, sino porque en aquella época de familias muy numerosas, penuria económica e intensa competencia por los recursos, una mujer extraña en casa probablemente tendiera a favorecer a sus futuros hijos en perjuicio de la prole nacida de la anterior unión de su marido. En el imaginario popular, sobre todo en el infantil, la madrastra simbolizaba el dolor, la inseguridad, la falta de cariño verdadero, el egoísmo y el favoritismo.

En los cuentos populares, que en el fondo son parábolas simbólicas, aparecen las madrastras para personificar la antítesis de los valores de la maternidad, la fuerza del amor de madre frente a la volubilidad del de padre, el hundimiento de todas las seguridades al faltar la progenitora, la injusticia, la incertidumbre y la necesidad de que los niños espabilaran cuanto antes en una sociedad empobrecida y cruel.

jueves, 26 de julio de 2012

¿SILENCIO POSITIVO?

Una de las más flagrantes milongas del actual régimen político es su afán por vendernos que, a diferencia de lo que sucedía en el franquismo, donde los españoles éramos simples súbditos sin derechos de ninguna clase frente al Estado a los que la ley llamaba despectivamente “administrados”, ahora somos ciudadanos con mayúsculas y podemos relacionarnos en pie de igualdad con las Administraciones públicas haciendo valer nuestros derechos e intereses.

Seguramente la reforma legislativa más rimbombante en este sentido fue la que estableció en 1992 que el silencio administrativo debía interpretarse en sentido positivo. Frente a la tiranía de Franco, en la que este silencio tenía casi siempre carácter negativo, con las bondades de la democracia si alguien presenta una solicitud y la Administración de turno no resuelve expresamente en un determinado plazo, en teoría deberá entender estimada dicha solicitud. Ello aparentemente representa un avance en las garantías para el ciudadano y en el modus operandi de los órganos administrativos, potenciando su agilidad.

En concreto, la ley dice: “El vencimiento del plazo máximo sin haberse notificado resolución expresa legitima al interesado o interesados que hubieran deducido la solicitud para entenderla estimada por silencio administrativo”.

Sin embargo, como siempre sucede con cualquier derecho reconocido por un sistema demoliberal, es preciso leer cuidadosamente la letra pequeña para conocer con exactitud el alcance de la gracia concedida. Igual que con los bancos, donde cualquier contrato aparentemente ventajoso para el cliente oculta entre líneas alguna claúsula leonina y es imprescindible revisar con lupa hasta el último párrafo si uno no quiere ser víctima de una estafa legal, pasa con las pomposas libertades cacareadas por los parlamentillos de charanga y pandereta que rigen nuestros destinos: al final siempre hay algún truco, matiz o excepción que dejan el derecho en agua de borrajas, con la diferencia de que en este caso no cabe la escapatoria de no firmar.

El truco del silencio positivo es que la propia ley establece una serie de excepciones de tal calado que en la práctica es como si fuera negativo en casi todos los casos.

La primera excepción supone que la inactividad de la Administración “tendrá efecto desestimatorio en los procedimientos relativos al ejercicio del derecho de petición (…), aquellos cuya estimación tuviera como consecuencia que se transfirieran al solicitante o a terceros facultades relativas al dominio público o al servicio público, así como los procedimientos de impugnación de actos y disposiciones”. Es decir, que el silencio deberá interpretarse como negativo en cualquier asunto con una mínima relevancia para el interesado, como por ejemplo si recurre una resolución que le perjudica o pide un permiso o una licencia que afecte a cualquier espacio público. No me atrevo a calcular qué porcentaje de escritos presentados por ciudadanos en todas las Administraciones españolas quedarían englobados en estas excepciones, pero me temo que es muy alto, si es que no son la mayoría.

Pero por si acaso se colaba de rondón algún silencio positivo, la Ley establece una segunda excepción que es el remate final del sarcasmo de reconocer un derecho importante y después dejarlo vacío de contenido a base de artimañas leguleyas. Dice el artículo correspondiente que el silencio será positivo “excepto en los supuestos en los que una norma con rango de ley por razones imperiosas de interés general o una norma de Derecho comunitario establezcan lo contrario”. ¿Qué sucede en la práctica? Muy sencillo: que el Estado o las Comunidades Autónomas aprovechan esa mierdecilla de ley anual denominada “de Medidas” o “de Acompañamiento” para aprobar unas largas listas de procedimientos que quedan exceptuados de la regla general del silencio estimatorio. Cuando digo largas listas, me refiero a relaciones exhaustivas por materias o departamentos en las que no se deja ni un trámite en el tintero, hasta el punto de que, en mi experiencia, podría contar con la mitad de los dedos de una mano los casos de silencio positivo que me he encontrado. La última vuelta de tuerca es que como es preciso “justificar” la excepción legal “por razones imperiosas de interés general”, suele recurrirse al truco del almendruco de meter en la exposición de motivos de estas normas una fórmula vaga y genérica, del estilo a que “en los procedimientos relacionados a continuación concurren razones de interés general”, sin mayores explicaciones.

Las peores putadas para los ciudadanos se pergeñan en este chiringuito

En definitiva, que en materia de silencio administrativo estamos peor que en la dictadura, pero encima con el recochineo de ir presumiendo en todos los foros nacionales e internacionales de que en nuestro ordenamiento jurídico la omisión de resolución en plazo equivale a estimar la solicitud.

martes, 24 de julio de 2012

HE PROBADO EL TWIZZY

La semana pasada tuve la suerte de probar un rato el Twizy de Renault (la versión para carnet de conducir, de 17 cv), un coche que me atrae bastante, y poco a poco voy formándome una idea más certera de sus ventajas e inconvenientes.

Lo que más me gustó fue su tamaño, que permite aparcarlo en cualquier sitio (además en mi ciudad no se le aplicará la zona azul) y, aunque parezca una bobada, facilita un montón las maniobras, pues, a poco espacio que haya, gira sobre sí mismo sin necesidad de dar marcha atrás y después rectificar.

Otra cosa muy chula es que solo tiene el pedal de acelerar y el de frenar, y se usa únicamente el pie derecho. Ni palancas de cambio, ni embragues, ni calados ni leches. En este sentido me resultó muy cómodo y sencillo de conducir. Va muy suave y da gusto. Me pareció una experiencia muy divertida.

También me sorprendió que tuviera dos asientos, pues yo creía que era monoplaza. Esto está muy bien, aunque también probé como copiloto y me sentí como una sardina en lata; de hecho, como seas un poco alto (y sin serlo incluso) es una odisea salir del coche si vas atrás. Igual es cuestión de pillarle el truco…

El cacharro alcanza bien los 80 u 85 kilómetros por hora, lo que le permite circular por ciudad y carretera, aunque la contrapartida es que cuando coges los 60 empieza a parecer una avioneta a punto de despegar: da la impresión de que vas a 200, vibra un poco, hace ruido y es extremadamente sensible al mínimo bache.

Handicap no pequeño es que, a pesar de que viene con unas puertas muy originales, carece de ventanas, por lo que su uso en el invierno de la meseta me temo sea poco confortable y al final suceda como con las motos, que solo se sacan cuando hace bueno en estas latitudes (excepto los perturbados de los Pingüinos). Además, como ahora el Twizy llama bastante la atención, parece inquietante dejarlo por ahí aparcado sin ventanas, expuesto a las gamberradas de cualquiera. Eso sí: los asientos son lavables con una esponja.

El maletero, como ya dije en su día, es una mierda y no caben ni dos bolsas del Carrefour. Como era de esperar, tampoco viene rueda de repuesto.

En conclusión, es un coche (¿o scooter cubierto?) que apetece bastante comprarse por su precio (7.000 euros no es tan caro) y el juego que puede llegar a dar en ciudad, pero echa mucho para atrás su escasa autonomía y, sobre todo, los 45 euros que hay que pagar al mes de alquiler de batería, que hay meses que yo no me los gasto en gasolina. Sin embargo, me han explicado los expertos que arrendar la batería es una gran ventaja, ya que este dispositivo aún está en fase de experimentación y si se comprara como en los coches normales podría fácilmente estropearse al año, y, por lo visto, una nueva no sale por menos de 2000 euros. En cambio, con el sistema de alquiler, te la repondrían en el acto con coste cero.

Seguiremos dándole vueltas, aunque, de momento, como que no.

sábado, 21 de julio de 2012

SALVAJES Y DOMÉSTICOS

Impresiona ver la acción del hombre sobre la naturaleza, por ejemplo en los animales. A veces no nos damos cuenta, pero todas las especies de ganado doméstico y las mascotas de compañía descienden directamente de un animal salvaje. El ser humano, a través de un larguísimo proceso de selección y domesticación, ha conseguido alterar, a veces radicalmente, las características genéticas de algunos bichos para su propio beneficio económico o para facilitar sus actividades cotidianas. Hemos modificado las especies para aumentar su grasa corporal (cerdo, ganso), para evitar su vuelo (gallina, pato), para aguantar más peso (caballo), para reducir su agresividad (perro, hurón) o para cambiar su color (conejo, canario, periquito). Uno de los ejemplos más llamativos es el de las diferentes razas de perro, todas ellas descendientes directas del lobo y obtenidas gracias al cruce selectivo de ejemplares con las características deseadas.

Por pura curiosidad, vamos a hacer una lista de animales domésticos y de las especies silvestres de las que provienen:

El perro, del lobo; el gato doméstico, del gato salvaje africano; el cerdo, del jabalí; la gallina, del gallo bankiva asiático; el pavo doméstico, del guajolote americano; el ganso u oca, del ánsar campestre europeo y del ganso cigüeña asiático; la oveja, del muflón; la cabra doméstica, de la cabra bezoar asiática; el hurón, del turón; el conejo doméstico, del conejo de monte; el caballo doméstico, del caballo salvaje; la cobaya, del conejillo de indias; el pato doméstico, del ánade real; el ganado bovino, del extinto uro, y el burro doméstico, del burro africano salvaje.

Por último, es muy interesante el caso de algunas especies que eran domesticadas en el pasado y de las que hoy solo conocemos su versión salvaje, por ejemplo el ciervo, que era criado y adiestrado en la Antigüedad y en la Edad Media por su carne y para hacer de reclamo (con la berrea) en la caza de ejemplares salvajes. También hay animales que llevan domésticándose pocos siglos y aún no han sufrido variaciones importantes en cautividad, como la perdiz o el hámster.

miércoles, 18 de julio de 2012

EL BANDO NACIONAL

Con el tema de la guerra civil ha pasado algo muy curioso. Prácticamente todos los sectores de la política y de la sociedad aseguran de boquilla que hay que olvidar tan triste episodio, desechar viejos rencores y construir el futuro de España sobre los cimientos de la reconciliación, pero al final siempre acaban reconociendo, con mayor o menor entusiasmo, que el bando llamado republicano llevaba razón y estaba dentro de la legalidad, mientras que los nacionales fueron unos golpistas y, en definitiva, los culpables de la conflagración. Ya digo que salvo cuatro gatos y un par de historiadores revisionistas, duramente masacrados por la opinión pública, nadie defiende ya (ni en privado) la actitud, las ideas y la labor de los protagonistas del Alzamiento Nacional del que hoy se cumplen 76 años.

La izquierda auténtica o nominal de este país no se corta en hacer apología sentimentaloide de la actuación en la guerra de comunistas, anarquistas y otros extremistas que ella supone defensores de la Segunda República. Ensalza sus principos, su honestidad y su valiente apoyo a la democracia (esto es de chiste), y conmemora su sufrimiento como víctimas de una dictadura de casi 40 años.

Pero la derecha, quizá sin tanta grandilocuencia, viene a hacer lo mismo. Bien es cierto que los peperos no van pegando pasquines a favor de los rojos del 36, pero se callan como putas cuando el PSOE o IU defienden las bondades de la República o señalan a los conservadores como únicos responsables del conflicto; no hacen nada por derogar la aberrante Ley de la Memoria Histórica, y admiten agachando la cabeza que el bando nacional no era demócrata (como si los otros lo hubieran sido) y que, por lo tanto, su legado no es reivindicable políticamente.

La derecha española reniega hoy del bando nacional como San Pedro de Cristo, cuando el espíritu del 18 de julio y sobre todo el régimen surgido de él respaldaron buena parte de sus intereses ideológicos y económicos. Con la esquizofrénica excepción del Partido Nacionalista Vasco, todos los derechistas de los años 30 se sumaron sin ninguna duda al carro del Alzamiento, no solo los albiñanistas, la derecha integrista de Renovación Española o los monarquicones de viejo cuño, sino también, y merece subrayarse, los posibilistas de Gil Robles, los antecesores del PP, los hipócritas consumados que a pesar de sufrir náuseas con la sola mención de la palabra “república” se inventaron el engendro de la CEDA para medrar en política.

Yo no pido a la derecha actual, porque sería clamar en el desierto, que asuma el antiparlamentarismo y el autoritarismo que caracterizó a los alzados el 18 de julio (incluidos los demócrata-cristianos, que se volvieron fascistas de la noche a la mañana los muy hijos de puta), pero sí me parecería decente que se atreviera a aplaudir o al menos recordara públicamente con cariño y agradecimiento muchos de los valores del bando nacional que en teoría dicen defender hoy en esencia: el patriotismo, la unidad de España, la familia, la Fe católica o la tradición, tan necesitados de patrocinio en estos momentos.

Si la izquierda se lanza a rescatar sin complejo alguno el bagaje cultural y teórico de sus antepasados políticos, a pesar de ser difícilmente encajable en los actuales parámetros socioeconómicos, ¿por qué la derecha no tiene huevos para decir bien alto que muchas cosas del bando nacional le parecen bien en su contexto; que el Alzamiento no fue una rabieta de cuatro generales reaccionarios, sino la respuesta de más de la mitad de los españoles de la época contra los abusos de una república sectarizada e irrespetuosa con las ideas y con los derechos de millones de personas? Sería lo mínimo teniendo en cuenta que la derecha oficial de hoy en día es directa heredera del franquismo, que la generación de derechistas inmediatamente anterior a esta (es decir, los transicioneros) ha hozado en el régimen de los vencedores del 1º de abril como los cerdos en el barro.

Más sobre el 18 de julio en La pluma:

- 18 de julio, ¿algo que celebrar?
- Reflexionando sobre el 18 de julio

lunes, 16 de julio de 2012

HISTORIAS DE ESPAÑA VIEJA (XXIII): OCHO SIGLOS DE LAS NAVAS DE TOLOSA

Entre los cagatintas semianalfabetos y voceros del régimen; los progres y rogelios islamófilos a quienes de muy buen gusto pagaría un billete de ida y vuelta a Irán aun a riesgo de perder el dinero del regreso; los maricomplejines peperos que sólo sacan a pasear la bandera de España, a veces con Águila de San Juan incluida, cuando están en la oposición y la Casa Real ocupada en otros menesteres más lucrativos, ahora que a todos nos toca apretarnos el cinturón (sic), ha pasado totalmente desapercibido el octavo centenario de la batalla que marcó el principio del final del la Reconquista Hispánica.

En unos tiempos en los que convendría recordar a los españoles aquello de lo que son capaces cuando aparcan sus diferencias a favor de una gran empresa común, la monarquía, tan distinta de aquellos guerreros que eran los primeros en entrar en combate solicitando siempre los puestos de mayor peligro, rechaza acudir a la conmemoración en La Carolina de tan insigne fecha, quizás temiendo enfadar a sus amigos los sultanes de Marruecos o Arabia. Cuando los españoles sentimos ser el hazmerreír de Europa y el mundo, nuestros politiquillos e intelectualoides, con uno u otro collar, silencian todo atisbo de orgullo nacional que difiera de unos payasos que, en ropa interior, persiguen a una pelota, para seguir ladrando lo que su amo les manda.

Pero España no siempre ha sido este pozo de corrupción y podredumbre moral. Y, a pesar de todo lo que nos toca ver y padecer a diario, estoy seguro de que, como diría José Antonio, siguen vivas las fuentes genuinas de España. Que, debajo de aquella encina medio sofocada por la yedra, en palabras de Maeztu, la potencia guerrera, creadora, espiritual y material de España sigue hoy, como hace ocho siglos, esperando un brazo que recoja la saeta caída y vuelva a lanzarla hacia el blanco.

Hoy no es mi intención copiar un artículo de la Wikipedia, o competir con Pérez-Reverte, o con el Sr. Neri que ya trató este tema hace tiempo. Ni siquiera explicar como Sancho VII el Fuerte de Navarra, ganó las cadenas para su escudo; o los palentinos la Cruz para el suyo. Simplemente, voy a explicarlo con claridad y sencillez, como cuando a los niños se les enseñaba a amar a España:

«Ante el enorme peligro que para los estados cristianos significaba la entrada en España del ejército almohade, Alfonso VIII solicitó una cruzada del Papa Inocencio III. 

Concedida ésta y predicada por el famoso arzobispo de Toledo Don Rodrigo, acudieron en ayuda de Don Alfonso el rey de Navarra, que en aquella ocasión era Sancho VII el Fuerte; el de Aragón, que era Pedro II el Católico,y otros varios príncipes nacionales y extranjeros, tropas portuguesas y diversas órdenes militares.

Púsose en marcha el ejército cristiano, y el calor sofocante del verano de Castilla hizo que los extranjeros abandonasen la empresa. Quedaron sólo las tropas cristianas españolas y a ellas corresponden, por tanto, los laureles del triunfo.

Al llegar al puerto del Mudaral, en Sierra Morena, nadie sabía qué camino tomar, pero he aquí que un pastor que providencialmente apareció, les indicó una vereda oculta. Por ella el ejército cristiano llegó sin dificultad a una gran explanada llamada Navas de Tolosa y en ella acampó el 14 de junio de 1212.

Ante su vista se extendía el gran ejército de los almohades en forma de media luna y en su centro estaba la tienda del jefe, defendida por 10.000 negros encadenados, que con sus lanzas formaban una gran muralla de acero.

El ejército cristiano empleó los días 14 y 15 en preparativos militares y en prácticas piadosas y el día 16 atacó. La lucha que se entabló fue terrible y duró todo el día, pero al caer la tarde el rey navarro y los suyos consiguieron romper la barrera humana que rodeaba la tienda de Miramamolín y éste tuvo que huir precipitadamente; a la vista de ello, sus guerreros se desmoralizaron y la victoria fue para los cristianos.

En esta batalla se hicieron al enemigo unos 100.000 muertos y 50.000 prisioneros y se le tomó un botín inmenso. Después de ello, el poder de los almohades quedó aniquilado y la Iglesia instituyó para conmemorar tan importantísima victoria la fiesta llamada Triunfo de la Santa Cruz.»

Antonio Álvarez Pérez.
Enciclopedia Álvarez. 1954.  

domingo, 15 de julio de 2012

PREFERÍA A ZP


Me he propuesto no quemarme demasiado con temas que no puedo solucionar con solo quejarme en los pasillos, sobre todo ahora que ante mí se abre un horizonte nuevo y esperanzador. Toda la vida he estado convencido de que el sistema liberal patitocrático, mal llamado democracia, es una absoluta estafa que únicamente convence a tontos, ilusos, incautos y fanáticos sectarios que siempre apoyarán a su gurú independientemente de lo que diga o haga: «¿Cómo no va estar bien hecho? ¡Si son de mi partido!»

Muchos de estos incautos, que hace ocho meses se echaron en manos de Mariano Rajoy y de Soraya Sáenz de Santamaría con el convencimiento ciego de que estos personajes serían capaces de arreglar los desmanes esquizofrénicos de ZP, aún siguen sin darse cuenta de su error y lo apoyan en tertulias televisivas, periódicos y tascas, demostrando que son unos auténticos burros incapaces de darse cuenta que lo mismo da el arsénico sociata que el cianuro pepero.

Os está creciendo la nariz
Algunos, y se dicen demócratas, utilizan como argumento que las urnas otorgan un cheque en blanco al gobernante para que haga lo que crea conveniente en sus cuatro años de legislatura. Otros echan la culpa de todo a los delirios de zapateriles cuando los peperos se hartaron a predicar que la situación en España era mucho peor de lo que reconocía el (des)Gobierno de entonces. ¿Acaso Mariano y Soraya no sabían en el berenjenal donde se iban a meter? 

El caso es que recuerdo una serie de asuntos que criticaron en su día y prometieron no hacer como abaratar el despido, bajar el sueldo a los funcionarios, desmantelar la sanidad gratuita, aumentar los impuestos y las tasas, cobrar hasta por orinar...

Y otra serie de promesas que ya han olvidado como ilegalizar los partidos etarras, derogar el mal llamado matrimonio homosexual y la ley del aborto y terminar con la mal llamada Ley de Memoria Histórica.

Peperos contra el marimonio. Serán mariconazos.
Y, en resumidas cuentas, tras siete meses, me toca seguir aguantando a una fea asquerosa y marisabidilla de vicepresidentE del Gobierno, a ministros gilipollas pero menos graciosos y payasetes que los sociatas, a Carrillo con su honoris causa y estatuas de La Pasionaria. Sé que la bajada de mi sueldo y el aumento de impuestos a las familias seguirá sirviendo para financiar a la ETA y que los españoles ni siquiera podrán morirse de hambre con la tranquilidad de que a dos admiradores de Ricky Martin o a dos camioneras de pelo en pecho se les antoje adoptar a sus hijos...


Y, lo más grave de todo, que justifica cualquier acción contudente: cientos de niños, cada día, siguen siendo asesinados en el vientre de sus madres.

El que tras cuatro años de mayoría absoluta amplió la ley del aborto
 con la legalización de las píldoras abortivas y la nueva fecundación artificial



viernes, 13 de julio de 2012

UN IDEALISTA


Aunque a veces crea que he superado hace mucho mi utopismo juvenil, lo cierto es que, rascando un poco, encuentro aún en mí demasiadas reminiscencias de ese quijote que fui años ha y que tan orgulloso me siento de haber sido. Son reminiscencias que en cierto modo me alegran pero también reconozco en ellas serios inconvenientes para desenvolverme con normalidad en el mundo y en la sociedad que me rodea. No es lo mismo ser quimérico cuando eres estudiante, vives con tus padres y no tienes grandes responsabilidades que cuando estás metido de lleno en fangos laborales, en el zarzal de la hipoteca y en los vericuetos imposibles de la vida adulta, que tan poco se prestan al idealismo.

Son dos, sobre todo, los principales restos de viejas mudas de mi etapa más desprendida, más exaltada y más ilusoria.

Uno de ellos es mi curioso pasotismo con los temas de dinero, mi misticismo casi de ermitaño en lo tocante a la pasta, mi fobia hacia cualquier gestión financiera o monetaria. Por ejemplo, ahora mismo no sabría cuantificar exactamente mi sueldo mensual (y eso que no varía) y fallaría por amplio margen si tuviera que decir, así de repente, cuánto dinero tengo ahorrado en el banco. Pero no solo eso. A pesar de tener al alcance de la mano fuentes extraordinarias de ingresos que me reportarían un interesante complemento, nunca me he planteado aprovecharlas, y el motivo no es otro que mi desidia en cuestiones económicas, mi absoluta falta de ambición material y mi convencimiento de no necesitar más o de no querer vivir mejor. Rechazo por sistema los lujos o los derroches, y me siento profundamente culpable cuando me doy determinados caprichillos a pesar de tener claro que puedo permitírmelos. En mi trabajo, aunque el dinero es el pilar de todos los pilares, y conocer y controlar el presupuesto es la premisa básica para el ascenso, la promoción y el reconocimiento profesional, sigo huyendo de las tareas con perfil presupuestario, escondiéndome de las partidas, moviéndome en terrenos jurídicos, teóricos, procedimentales, a salvo del olor a euro, con ese temor supersticioso a hurgar en la caja por lo que pueda pasar.

El segundo residuo de aquel idealismo crónico que jalonó mis años mozos (y no tan mozos) es mi tendencia inconsciente a divagar en el mundo de las ideas, de las teorías y de la filosofía en perjuicio de mi obligación de atender asuntos mucho más mundanos y odiosos, pero no por ello menos necesarios. Detesto cada vez más arremangarme para abordar problemas cotidianos del día a día, interrumpir mis ensoñaciones metafísicas para solucionar necesidades materiales, bajar de mi atalaya privada de observación y reflexión especulativa para ir a por el pan, comprarme ropa, pagar las facturas o arreglar la lavadora. Sigo pensando que mis sueños, mi universo o la idea que me he hecho del mundo que habito deben prevalecer siempre sobre la realidad, sobre esa realidad de mierda a la que es mejor mirar de soslayo, como con asco, y pasar al lado de ella de puntillas protegido por una especie de burbuja sagrada.

Me parece más hermoso filosofar, pensar en cómo funciona o cómo debería funcionar la sociedad, meditar sobre Dios o sobre el sentido de la vida, o compartir una buena conversación o un buen debate con unos amigos que desarrollar actividades de esas que llaman prácticas, útiles, necesarias, divertidas… Me jode que los trámites y las incidencias que nos presenta la rutina diaria me distraigan de mis elucubraciones. Que no me molesten, que estoy pensando.

Por mucho que me empeñe, sigo siendo un idealista.

martes, 10 de julio de 2012

¿FUNCIONARIOS VAGOS O POLÍTICOS DELINCUENTES?


No pasa una semana sin que el Ministro Montoro o el Secretario de Estado de Administraciones Públicas, el inefable Antonio Beteta, se despachen con alguna gilipollez populista e insultante sobre los empleados públicos.

Ayer mismo, en vísperas del rejón que se va a meter a los trabajadores de las Administraciones, el Ministro ha dicho que “a España no le conviene la imagen de que con aprobar una oposición ya se tiene todo hecho”, ya que “hay que cumplir todos los días”, y que ya va siendo hora de que “la función pública vaya adquiriendo eficiencia en la prestación de servicios”.

Por su parte, Beteta ya nos escandalizó hace meses cuando manifestó que los funcionarios “podían irse olvidando del cafelito y de leer el periódico”.

Se barajan para mañana diversas medidas absurdas, ineficaces, humillantes y populacheras contra los derechos de los empleados públicos españoles, un colectivo en el que por supuesto hay de todo, pero que, por norma general y digan lo que digan los mamarrachos de los políticos, se caracteriza por su gran preparación y formación (hasta en los niveles más bajos abundan los universitarios), por haber accedido limpia y objetivamente a su puesto de trabajo, y por desempeñar una delicada labor que beneficia a toda la sociedad de forma abnegada y con vocación de servicio en casi todos los casos.

No sabemos con qué putadas concretas nos sorprenderán mañana los mamapollas que nos gobiernan, pero yo tengo una pregunta muy sencilla que lanzarles. Si Montoro y Beteta (y otros altos cargos de las Administraciones) están tan seguros de que los funcionarios se pasan el día tocándose las pelotas, leyendo la prensa, desayunando dos horas, escaqueándose, haciendo trampas en el fichaje, yendo de compras, y, en definitiva, en palabras de Montoro, no cumpliendo con su trabajo “todos los días”, ¿por qué en vez de bajar sueldos, quitar complementos y moscosos, o ampliar jornadas laborales, no abren expedientes disciplinarios contra todos los supuestos vagos y les echan a la puta calle?

La separación del servicio es una de las sanciones asociadas a incumplimentos muy graves por parte de los empleados públicos y la incoación de expedientes disciplinarios a quienes se sabe que incumplen no es solo una posibilidad que tienen los políticos, sino una obligación, pues, de lo contrario, estarían consintiendo esas conductas e incurriendo por lo tanto en el delito de prevaricación omisiva.

Y por lo que yo sé, que es mucho, en las Administraciones prácticamente no se tramita este tipo de expedientes.

Beteta, con un cafelito con ricino ibas a funcionar de lo lindo

Tal como hablan estos peleles da la impresión de que saben a ciencia cierta, con pruebas fehacientes, que muchos empleados públicos pierden el tiempo y no rinden, por lo que no se entiende por qué no se apresuran a incoar procedimientos disciplinarios a tutiplén para librarse de tanto personal inoperativo en vez de llenarse la boca de estupideces para bailar el agua a una opinión pública mal formada y equivocada que solo sabe tirar de tópicos.

Si afirman e insinuán continuamente que muchos funcionarios no pegan ni golpe e incumplen sus obligaciones, pero luego se niegan a meterles puros y a separarles del servicio, con lo fácil que sería pillarlos (ya que, según dicen, es tan manifiesto), solo cabe concluir que Montoro y Beteta son unos delincuentes, unos cómplices indeseables con la desidia, la vagancia y la inoperancia del personal de la Administración.

Moraleja: o dejan de decir imbecilidades o que se vayan a la cárcel, que es donde merecen estar.

lunes, 9 de julio de 2012

ENCUESTA SOBRE SARA CARBONERO


Pregunta: ¿Cuál es la contribución de Sara Carbonero al periodismo deportivo? (pueden marcarse varias respuestas)

Votantes: 20
 
Duración: 11 días
 
Respuestas:
 
a) Es una magnífica profesional con estilo propio que ha marcado un antes y un después en el periodismo futbolístico. 1 voto (5%)

b) Es una periodista mediocre pero no la que más. 4 votos (20%)

c) Su habilidad oral la ha llevado a lo más alto. 1 voto  (5%)

d) Es muy buena porque sabe plasmar, en la retransmisión de los partidos, la opinión de la típica maruja que no entiende nada de fútbol. 4 votos (20%)

e) Aunque es mona, le falta un hervor, por lo que no se entiende que sea la novia de Casillas y no de Iniesta. 1 voto (5%)

f) Si no es por Casillas estaría de becaria en el "20 minutos". 5 votos (25%)

g) Es mejor que dimita por vergüenza torera y para aprender "cómo se viven las cosas en el banquillo". 2 votos (10%)

h) Las mujeres durante los partidos de fútbol solo deberían servir las cervezas y los ganchitos. 8 votos(40%)

i) Otras respuestas. 2 (10%)

NOTA: En las encuestas en las que pueden votarse varias opciones, el % no representa el porcentaje de votos que ha obtenido cada respuesta sobre el total de los emitidos, sino el porcentaje de votantes que ha escogido esa opción.

domingo, 8 de julio de 2012

SEFARDITAS


Es sabido que los extranjeros pueden obtener la nacionalidad española por residencia legal durante diez años en nuestro territorio y que este plazo se reduce a dos años para los nacionales de aquellos países que hayan estado, a lo largo de la historia, en la órbita de la Hispanidad, es decir para los naturales de nuestras antiguas provincias de Ultramar (Iberoamérica, Filipinas y Guinea Ecuatorial), de Portugal y de Andorra.

Sin embargo, algo que no deja de llamar la atención es que este mismo régimen se aplica desde 1982 a “las personas de origen sefardí”, o sea a los descendientes de los judíos expulsados de Castilla y Aragón por los Reyes Católicos en 1942 y de Navarra por Juan III en 1498. A ello hay que añadir un privilegio adicional para los sucesores de los hebreos hispánicos: si demuestran un especial vínculo con España, el Consejo de Ministros puede concederles automáticamente la nacionalidad.

Sin duda me parece muy razonable la reducción de los plazos en el caso de hispanoamericanos, filipinos, guineanos o portugueses, toda vez que la historia de sus actuales naciones se ha desenvuelto de la mano del gran proyecto común llamado Imperio Español. Es innegable la hermandad histórica, de sangre, espíritu y religión que nos ha unido y nos une con los oriundos de estos territorios. Su aporte a la configuración y al engrandecimiento de nuestra Patria (de la que para mí aún forman parte) es tan valioso que hoy quedan perfectamente justificadas todas las ventajas o especialidades en materia de doble nacionalidad, y aún me parecen pocas.


Sin embargo el tema judío es bien distinto. Sin negar el origen español de la bella lengua sefardí (una especie de castellano antiguo ya muy desdibujado) ni la necesidad de los oportunos acuerdos y medidas para mantener vivo el legado cultural que los herederos de los israelitas peninsulares han difundido a lo largo y ancho de la Tierra, se me antoja exagerado beneficiar a esta gente con una tramitación extraordinaria de la nacionalidad española.

Procede hacer serio balance de la contribución de los judíos al nacimiento de nuestra nación y al esfuerzo colectivo de nuestro pueblo en la Historia para determinar si están justificadas las ventajas de las que ahora disfrutan para convertirse en españoles.

La resistencia activa de los hebreos a la asimilación en el momento clave en que surgían las grandes naciones europeas, caracterizadas ante todo por una fuerte cohesión religiosa y social, fue la causa de la expulsión de este colectivo de Francia, de Inglaterra o de Alemania entre los siglos XI y XIV. España no fue la primera ni la última en echarlos, en una decisión aplaudida unánimemente por la sociedad europea de la época, pero sí la que procedió con mayor respeto y humanidad.

El caso español se agrava por el apoyo que prestaron los semitas a la invasión árabe en 711 y por su colaboración con las autoridades islámicas durante toda la Reconquista, que les granjeó el odio unánime de los cristianos. Además, su negativa a participar en condiciones de igualdad en la vida social, económica y cultural de los españoles; su segregación en aljamas con autoridades y derecho propio; su proselitismo, ofensivo a los valores predominantes, y el empecinamiento de la mayoría en no bautizarse tras los decretos de expulsión (sí lo hicieron los ricos y los rabinos) los convierte en un cuerpo extraño que en ningún caso puede identificarse con lo que España ha sido y es.

Desde los albores de la identidad española, en tiempos de los visigodos, los judíos solo han sabido mirarse el ombligo, remando en sus barquichuelas y no en la gran nave común que empezaba a construirse, velando únicamente por sus intereses (nunca mejor dicho) y en ningún modo por el interés general de la nación que se fraguaba. Y yo me temo, y a la vista está, que los hijos de Moisés que largamos a finales del XV no hayan cambiado demasiado ni les haya sobrevenido un cariño entrañable por el país que los expulsó, por lo que considero inapropiado e injusto que puedan adquirir nuestra nacionalidad automáticamente o residiendo solo dos años.

Aunque compartan rasgos culturales (ya muy atenuados) con nosotros; aunque España rechace cualquier forma de antisemitismo racista e incluso haya salvado a más de 40.000 judíos de la persecución nazi abriéndoles sus fronteras y apoyándoles diplomáticamente durante el franquismo; aunque en justicia deba reconocerse el origen hispánico de las comunidades sefarditas, ello no significa que debamos considerarlos españoles, pues, aun habiendo habitado en nuestros Reinos durante tantos siglos, jamás amaron a España, no trabajaron por España, boicotearon a España, se autoexcluyeron de España y renegaron de ella obstinadamente. Quédense pues en Israel, en Sudamérica o en donde quiera que vivan hoy en día los tataranietos de las familias desplazadas hace quinientos años por obra y gracia del Cardenal Torquemada.

martes, 3 de julio de 2012

ANTROPOLOGÍA DE BARRA (y 2): BOTES Y REBOTES


Grupo a punto de encasquetar el bote al más tonto (el de naranja)

La prueba más evidente de que el pago de consumiciones por rondas resulta incómodo, por cuanto obliga a estar atento a las incidencias de barra y monedero, es que en cuanto hay un cierto nivel de confianza, quedan périódicamente los mismos, el grupo es amplio, y se va a gastar mucho, es bastante habitual recurrir a la técnica del bote. Nadie discute que poner un bote es lo más práctico y lo más justo, pero esta costumbre no deja de tener un fondo cutre que a muchos disgusta. Para empezar, pagar a escote destroza la magia de las rondas, porque, reconozcámoslo, aunque en la práctica todos andemos calculando a quién le toca aflojar la mosca y la idea a la larga es intentar repartir el gasto a partes iguales, la sensación social es que el que paga cada ronda es un tío rumboso que está teniendo un detalle con sus acompañantes. El gesto de invitar (aunque te devuelvan la invitación a los dos minutos) tiene una fuerte carga sociológica que se desvanece por completo con la moda del bote, que en el fondo es como decir “que aquí cada uno se pague lo suyo y así nadie se escaquea”.

Los botes además plantean dificultades o conflictos añadidos. El más común es la disyuntiva de quién se hace cargo del dinero, puesto que este rol equivale al de encargado de pedir en la barra. Como estamos hablando de grupos numerosos, encargarse del bote una noche de fiesta en locales especialmente abarrotados puede resultar un auténtico coñazo cuando no una pesadilla. Hay además una regla estadística contrastada, que no sé cómo interpretar, que podría enunciarse así: Si un grupo de diez personas queda diez veces al año a tomarse unos vinos o a tapear, uno de sus integrantes acabará llevando el bote al menos en ocho ocasiones. La interpretación de este fenómeno científico plantea, ya digo, serias dudas. Uno no sabe si el escogido coincide siempre con la inevitable figura del pringado o del tonto del culo que puede verse en toda pandilla, o más bien se trata de un amigo particularmente generoso y entregado. En todo caso, es típica la escena en que todos sacan los billetes de veinte para juntar bote y se produce una situación incomodilla porque nadie se ofrece espontáneamente al sacrificio. Es entonces cuando interviene el clásico listillo poniendo su billete en la mano del pringado y exclamando:

- ¡Manolo, tú llevas el bote, que para eso estudiaste Económicas!

Chascarrillo muy celebrado con carcajadas generales que la mayoría aprovecha para darle a Manolo su parte y alejarse sutilmente del grupo. La frasecilla chistosa tiene muchas variantes, como por ejemplo: “Toma, Juanra, que tú siempre controlas muy bien los botes” o “¡Hala, Pepe, tú voluntario!". Y, hombre, es difícil negarse a una petición así so pena de quedar como un carota. También se oye mucho, sobre todo en las chicas, “ay, yo no, jijiji, que se me da fatal llevar las cuentas”, y hay que reseñar que el 90% de las veces el bote lo lleva un hombre y no una mujer, sin duda por casualidad.

Una vez que al “botero” habitual le han encasquetado la pasta, suele haber un par de almas bondadosas que le acompañan a la barra y le ayudan a repartir las bebidas.

Sea como fuere, lo que a mí personalmente me parece grotesco, con bote o sin bote, es quedar a picar algo en sitios llenos hasta la bandera grupos de más de seis personas. Considero que es una práctica muy incómoda, poco operativa y que casi siempre se presta al escaqueo a la hora de hacer colas, pedir o cargar con vasos o platos de raciones. Mi experiencia personal es que en los más de diez años que llevo yendo a picar en las casetas de las fiestas de mi ciudad con el mismo grupo de doce amigos, hay alguno al que todavía no he visto jamás encargarse del dinero común ni acercarse a una barra.

Otro handicap del bote es lo salchichero que resulta repartir las monedillas si sobra bastante. Cuando todo el mundo anda medio mamado o la gente empieza a dispersarse, en algunas pandas sucede que el tesorero oficial, un tipo honrado y eficiente que no quiere quedarse con nada que no sea suyo, anuncia de pronto que han sobrado “ocho con sesenta y cinco”, comienza a hurgar en las monedas y da un euro a cada uno

Para acabar voy a comentar una técnica que representa el límite del pragmatismo o de la tacañería, según se mire. Es la técnica del “cada uno lo suyo”, que aunque se encuentra ya totalmente proscrita entre personas civilizadas de cierta edad (excepto en Cataluña), aún puede verse de vez en cuando, en especial en entornos de excesiva confianza y entre personas más agarradas que un chotis. La cosa consiste en que uno de los amigos pregunta a los demás qué va a ser, pide al camarero lo de todos, reparte las consumiciones en noble gesto altruista, y, al acabar, suelta con toda naturalidad:

- Tocamos a dos con cincuenta.

Y todo el mundo saca el monedero y le da las tres monedas.

Una variante no muy glamorosa de esta táctica es preguntarle al camarero cuánto cuesta cada bebida abonada y volverse al grupo explicando:

- Las cañas dos; las Coca-Colas, dos con veinticinco, y los cafés, uno veinte.

Os juro que sucede entre gente de treinta y tantos que ha superado hace mucho la fase del botellón. A veces no es más que una costumbre que nadie se atreve a cortar y a la que no cabe sino adherirse si sales con quienes la tienen arraigada. A mí no me parece elegante y creo que es un buen ejemplo de cómo la confianza desmesurada a veces conculca las reglas elementales de cortesía.

Otra variante del “cada uno lo suyo”, mucho más disimulada y aceptable, es la que se practica en grupos grandes al entrar de noche y en fin de semana en bares de copas con la música muy alta. Consiste en que el grupo tiende a dispersarse en pequeños corrillos y no paga uno por todos, y ni siquiera piden todos a la vez, sino que cada vez que a alguien le apetece tomarse algo va a por su copa a la barra o, como mucho, a por la del colega que tiene más cerca.

En algunas culturas cuesta mucho soltar la gallina
El comportamiento en los bares suele decirnos mucho de las personas. Evidentemente no nos aporta datos decisivos, pero sí pistas sobre el grado de generosidad, la capacidad para desenvolverse o la caradura de cada cual. Pero no os fijéis mucho en estas cosas, que ya sabéis que da igual quién pague cuando estamos entre amigos...

domingo, 1 de julio de 2012

INTELIGENCIA PRÁCTICA

Estoy harto de conocer personas de las que todos dicen que son inteligentísimas, brillantísimas, talentosas, y que a mí, sin embargo, me parecen más tontas que mear en un botijo.

Para mí la inteligencia es una de las más importantes virtudes que pueden poseerse, pero, como hombre pragmático que soy, no creo en absoluto en la inteligencia en abstracto. Puede parecer muy crudo pero a mi modo de ver, si la brillantez intelectual no se traduce en ventajas prácticas para la persona brillante, da igual ser listo que tonto. Si el que supuestamente destaca por su poderosa inteligencia no ha sido capaz de emplearla para mejorar significativamente su vida, sus relaciones y su entorno, o incluso, si también es generoso, para ayudar eficazmente a los demás, entonces a mí no me parece tan inteligente, algo cojea en esa inteligencia.

Hay varios engranajes en la vida de una persona con verdadero talento que deberían funcionar como la seda.

El primero (y no los cito por orden de importancia) es su posición socioeconómica. No se me malinterprete. No quiero decir, ni mucho menos, que los ricos sean listos y los pobres tontos, ni que los mejor dotados intelectualmente deberían ser millonarios. Lo que sí afirmo es que si a alguien su gran intelecto no le facilita, o mejor dicho, no le garantiza una profesión relativamente cómoda y a su gusto, unos ingresos dignos y una calidad de vida aceptable, es indicio de que ese intelecto no es tan grande o de que más bien es un gilipollas que no ha sabido valerse de la ventaja que en teoría Dios le ha dado. Si un tipo listo con el cociente disparado no puede o no sabe situarse de forma decorosa en el mercado de trabajo, nada le diferencia de una persona corriente o del tonto del pueblo, que están igual que él.

El segundo engranaje que debería marchar de maravilla, y este no es material, es el de las relaciones personales. Si un sujeto no puede encauzar su gran inteligencia para disfrutar de un trato fluido y agradable con la mayoría de personas de su entorno, si no puede alcanzar unas relaciones satisfactorias que le permitan vivir en paz, tranquilo y feliz (salvo las lógicas excepciones), estamos nuevamente ante un idiota. Conozco a un señor, que por lo visto fue el número uno en la Universidad, un pitagorín del que algunos aseguran admirados “qué cabeza, qué tío listo”, que se pasa la vida enfrentándose a la gente. Discute continua y explosivamente con sus padres (con su padre ni se habla), sus hermanos, sus cuñados y sus amigos (ya no tiene, salvo un santo que le aguanta). Se divorció de su mujer hace seis meses y su hija de 12 años no lo quiere ni ver… Y yo me pregunto: ¿no es lógico que alguien tan inteligente supiera valorar, aunque fuera en plan egoísta, una vida apacible y afectuosa, y poner los medios para lograrla. Si el que se supone que es tan listo, tan listo, no es capaz de doblegar su soberbia o su fuerte carácter para evitar vivir amargado y despreciado, pues no sé… Para mí es como ser uno de esos bobos que van por la vida metiéndose en follones y acaban muy malamente.

A ver, ya sé qué hay muchos tipos de inteligencia y que no tiene nada que ver la inteligencia para estudiar o para relacionar conceptos con la llamada inteligencia emocional, que sirve para relacionarse adecuadamente, pero digo yo que en general alguien mínimamente espabilado tendrá los recursos suficientes para no quedar demasiado rezagado en la carrera de la vida y para no vivir rodeado de enemigos y malestares.