martes, 3 de julio de 2012

ANTROPOLOGÍA DE BARRA (y 2): BOTES Y REBOTES


Grupo a punto de encasquetar el bote al más tonto (el de naranja)

La prueba más evidente de que el pago de consumiciones por rondas resulta incómodo, por cuanto obliga a estar atento a las incidencias de barra y monedero, es que en cuanto hay un cierto nivel de confianza, quedan périódicamente los mismos, el grupo es amplio, y se va a gastar mucho, es bastante habitual recurrir a la técnica del bote. Nadie discute que poner un bote es lo más práctico y lo más justo, pero esta costumbre no deja de tener un fondo cutre que a muchos disgusta. Para empezar, pagar a escote destroza la magia de las rondas, porque, reconozcámoslo, aunque en la práctica todos andemos calculando a quién le toca aflojar la mosca y la idea a la larga es intentar repartir el gasto a partes iguales, la sensación social es que el que paga cada ronda es un tío rumboso que está teniendo un detalle con sus acompañantes. El gesto de invitar (aunque te devuelvan la invitación a los dos minutos) tiene una fuerte carga sociológica que se desvanece por completo con la moda del bote, que en el fondo es como decir “que aquí cada uno se pague lo suyo y así nadie se escaquea”.

Los botes además plantean dificultades o conflictos añadidos. El más común es la disyuntiva de quién se hace cargo del dinero, puesto que este rol equivale al de encargado de pedir en la barra. Como estamos hablando de grupos numerosos, encargarse del bote una noche de fiesta en locales especialmente abarrotados puede resultar un auténtico coñazo cuando no una pesadilla. Hay además una regla estadística contrastada, que no sé cómo interpretar, que podría enunciarse así: Si un grupo de diez personas queda diez veces al año a tomarse unos vinos o a tapear, uno de sus integrantes acabará llevando el bote al menos en ocho ocasiones. La interpretación de este fenómeno científico plantea, ya digo, serias dudas. Uno no sabe si el escogido coincide siempre con la inevitable figura del pringado o del tonto del culo que puede verse en toda pandilla, o más bien se trata de un amigo particularmente generoso y entregado. En todo caso, es típica la escena en que todos sacan los billetes de veinte para juntar bote y se produce una situación incomodilla porque nadie se ofrece espontáneamente al sacrificio. Es entonces cuando interviene el clásico listillo poniendo su billete en la mano del pringado y exclamando:

- ¡Manolo, tú llevas el bote, que para eso estudiaste Económicas!

Chascarrillo muy celebrado con carcajadas generales que la mayoría aprovecha para darle a Manolo su parte y alejarse sutilmente del grupo. La frasecilla chistosa tiene muchas variantes, como por ejemplo: “Toma, Juanra, que tú siempre controlas muy bien los botes” o “¡Hala, Pepe, tú voluntario!". Y, hombre, es difícil negarse a una petición así so pena de quedar como un carota. También se oye mucho, sobre todo en las chicas, “ay, yo no, jijiji, que se me da fatal llevar las cuentas”, y hay que reseñar que el 90% de las veces el bote lo lleva un hombre y no una mujer, sin duda por casualidad.

Una vez que al “botero” habitual le han encasquetado la pasta, suele haber un par de almas bondadosas que le acompañan a la barra y le ayudan a repartir las bebidas.

Sea como fuere, lo que a mí personalmente me parece grotesco, con bote o sin bote, es quedar a picar algo en sitios llenos hasta la bandera grupos de más de seis personas. Considero que es una práctica muy incómoda, poco operativa y que casi siempre se presta al escaqueo a la hora de hacer colas, pedir o cargar con vasos o platos de raciones. Mi experiencia personal es que en los más de diez años que llevo yendo a picar en las casetas de las fiestas de mi ciudad con el mismo grupo de doce amigos, hay alguno al que todavía no he visto jamás encargarse del dinero común ni acercarse a una barra.

Otro handicap del bote es lo salchichero que resulta repartir las monedillas si sobra bastante. Cuando todo el mundo anda medio mamado o la gente empieza a dispersarse, en algunas pandas sucede que el tesorero oficial, un tipo honrado y eficiente que no quiere quedarse con nada que no sea suyo, anuncia de pronto que han sobrado “ocho con sesenta y cinco”, comienza a hurgar en las monedas y da un euro a cada uno

Para acabar voy a comentar una técnica que representa el límite del pragmatismo o de la tacañería, según se mire. Es la técnica del “cada uno lo suyo”, que aunque se encuentra ya totalmente proscrita entre personas civilizadas de cierta edad (excepto en Cataluña), aún puede verse de vez en cuando, en especial en entornos de excesiva confianza y entre personas más agarradas que un chotis. La cosa consiste en que uno de los amigos pregunta a los demás qué va a ser, pide al camarero lo de todos, reparte las consumiciones en noble gesto altruista, y, al acabar, suelta con toda naturalidad:

- Tocamos a dos con cincuenta.

Y todo el mundo saca el monedero y le da las tres monedas.

Una variante no muy glamorosa de esta táctica es preguntarle al camarero cuánto cuesta cada bebida abonada y volverse al grupo explicando:

- Las cañas dos; las Coca-Colas, dos con veinticinco, y los cafés, uno veinte.

Os juro que sucede entre gente de treinta y tantos que ha superado hace mucho la fase del botellón. A veces no es más que una costumbre que nadie se atreve a cortar y a la que no cabe sino adherirse si sales con quienes la tienen arraigada. A mí no me parece elegante y creo que es un buen ejemplo de cómo la confianza desmesurada a veces conculca las reglas elementales de cortesía.

Otra variante del “cada uno lo suyo”, mucho más disimulada y aceptable, es la que se practica en grupos grandes al entrar de noche y en fin de semana en bares de copas con la música muy alta. Consiste en que el grupo tiende a dispersarse en pequeños corrillos y no paga uno por todos, y ni siquiera piden todos a la vez, sino que cada vez que a alguien le apetece tomarse algo va a por su copa a la barra o, como mucho, a por la del colega que tiene más cerca.

En algunas culturas cuesta mucho soltar la gallina
El comportamiento en los bares suele decirnos mucho de las personas. Evidentemente no nos aporta datos decisivos, pero sí pistas sobre el grado de generosidad, la capacidad para desenvolverse o la caradura de cada cual. Pero no os fijéis mucho en estas cosas, que ya sabéis que da igual quién pague cuando estamos entre amigos...

6 comentarios:

Zorro de Segovia dijo...

el puto dinero como siempre.

No sé si ustedes llevan también la cuenta de las veces que fueron a tomar algo a casa de un colega, o de las veces que usted se toma la molestia de organizar la quedada, o la lista de los que te llaman para tu cumpleaños (los que no están entran en la otra lista "la negra"), o si el último día de verbena a mí me tocó sacar el coche y no pude tomar ni un chato.

A lo largo del año das y te dan. Llevar la cuenta de forma consciente es cutre. Llevarla de forma inconsciente es la manera natural que tiene nuestro cerebro de saber si tenemos delante a un buen amigo o a alguien que no merece la pena.

No nos compliquemos la vida. Como dije en la respuesta a su primer capítulo de "antropología de barra", la tribu señala al que no cumple los códigos. Tan antiguo como la Humanidad.

Aprendiz de brujo dijo...

Yo creo que el bote es imporescindible, en jornadas largas de grupo numeroso. Comidas, copas, cenas y putas.Quizir, hace poco el obispo argentino por mi idolatrado me ha llamado..."Che, Brujo,viste.. que tengo unas amigas de la infancia que quieren salir a darse una voltereta a la playa.Que vamos con otras minas a su vez amigas de antes del colegio. No seas boludo y vení. Andate pelotudo, que voy con otros siete pendejos como tu de comida.A la slida de misa de 12 os espero a vos en la sacristía.
Pues ese día le dire a mi idolatrado presbítero que pongamos todos un módico bote...
Yo soy un firme defensor del principio de reciprocidad. Evidentemente es de muy mal gusto llvar cuentas en el sentido eestrictamente cuantitativo. Lo que hay que valorar son las actitudes y las intenciones. No se llva un balance de situación de Y llas veces que uno es invitado.
Las cosas deben surgir con la máxima naturalidad posible.
Pero tener la sensación, (en mi caso, escasísismas veces), de que a uno lo chulean, es muy asqueroso.

El Subdirector del Banco Arús dijo...

Se le ha olvidado usted otra variante. Cuando se juntan varios y unos pocos, generalmente las chicas, no van a tomar copas sino cocacolas. Nosotros, generalmente, en estas ocasiones, no les dejamos poner bote o, bien, les decimos que aporten la mitad o algo simbólico.

Lo de terminar pidiendo cada uno lo suyo no me parece mal. Si en mis tiempos jóvenes todos tuvieran que haber pedido el mismo número de copas que yo, los botes contarían con un más dinero que la Seguridad Social.

Al Neri dijo...

Hombre, Zorro, no se trata de llevar cuentas con las personas que quieres, pero tampoco seamos hipócritas: la gente normal cuando salen de copas intenta pagar una ronda cada uno, por mínimas razones de equidad y de sentido común. A mí por ejemplo me parecería bonito que entre grandes amigos no rigieran estos cómputos y que se viera con naturalidad que un amigo al que le va mejor pudiera invitar más a menudo a otro amigo en paro o a uno que está estudiando (como el otro día decía Brujo). El tema es que la mayoría de la peña es demasiado orgullosa como para dejarse "mantener" y demasiado egoístas como para soltar el dinero alegremente.

Con la familia es otro mundo, bastante curioso. Yo no sé ustedes, pero a mí me cuesta horrores invitar a mis padres a cualquier cosa. Es como si sintieran incómodos y tuvieran que pagar ellos a toda costa. Pero quizá la relación padres-hijos es demasiado especial...

Capitán Alatriste dijo...

Señor Neri, no sé si usted es, además de jurista, sociólogo o simplemente un gran observador del comportamiento humano. Estas últimas entradas sobre la "Antropología de Barra" son perfectos reflejos de situaciones que vivo a menudo pero que, sin embargo, nunca las había observado tan concienzudamente.

Personalmente, no creo que sea ni mejor o peor un método u otro de financiarse los cubatazos. Muchas veces el que un grupo haga una cosa y no otra se debe a la mera costumbre de ese grupo o a razones de sentido común y equidad: mis amigos son unas esponjas que se pueden dejar 20 euros en una noche para empezar a estar achispados y yo que apenas bebo tendría que desangrarme poniendo bote o invitando rondas.

Caso aparte es el del gorrón sistemático y el de la mujer, que, como menciona, por pura casualidad el 90% de las veces ni invita ni lleva el bote.

Las costumbres etílicas, todo un universo en sí mismo.

Al Neri dijo...

No soy sociólogo, Alatriste, pero me encanta la sociología y me interesa muchísimo la influencia del grupo sobre el individuo, la naturaleza gregaria del ser humano, la lucha constante entre lo individual y lo grupal.