martes, 10 de abril de 2012

HISTORIAS DE ESPAÑA VIEJA (XXII): LOS DESERTORES DE LA DIVISIÓN AZUL


Bravos "guripas" de la División 250 en 1941
Al principio, nada más terminar la Guerra Civil, muchos comunistas más o menos significados durante la República se quedaron en España a la expectativa, bien por la tozudez de no abandonar su lugar de nacimiento o bien confiando en la promesa del Caudillo de que quienes tuvieran las manos limpias de sangre nada tenían que temer. El caso es que en poco tiempo, y sobre todo tras la promulgación en 1940 de la Ley para la represión de la masonería y el comunismo, esta gente empezó a inquietarse un poco y a notar que no se sentían como en casa. Decían ser interrogados y molestados a menudo por la policía o la Guardia Civil, que se les vigilaba o acosaba, que a algunos de los suyos los encarcelaban y les sometían a juicios sumarísimos con sentencias duras, y, en fin, que al final  bastantes marxistas decidieron voluntaria y sabiamente largarse por si acaso, porque siempre es mejor prevenir que curar y porque ellos notaban que aquí se les miraba raro.

Bastantes de estos rojos abandonaron la Península de tapadillo, cruzando a Francia por los Pirineos o embarcando clandestinamente en algún puerto del norte, pero unos pocos, los más fanáticos, los que adoraban a Stalin como si fuera Dios, decidieron poner rumbo a la Unión Soviética, donde daban por supuesto que podrían moverse como pez en el agua y progresar gracias a sus ideas y al igualitarismo ruso. Como el viaje era arriesgado y caro, y encima tenían a las autoridades vigilando con lupa cada uno de sus movimientos, no se les ocurrió otra idea que alistarse en la División Azul en 1941 para, nada más llegar a territorio soviético, pasarse de bando y luchar junto a sus amados camaradas, que les recibirían, como es natural, con los brazos abiertos.

Ya antes de los primeros choques de Novgorod, los comunistas españoles infiltrados en la unidad de voluntarios comenzaron a desertar atravesando las líneas enemigas. En total fueron 75 los que consiguieron pasarse y todos tuvieron idéntico destino. En cuanto contaron su peripecia a sus venerados rusos, el NKVD (la policía política) los trincó y los mandó al Gulag sin contemplaciones. Las autoridades soviéticas no se tragaron en ningún momento que fueran auténticos rojos, y ante la duda de si podrían ser fascistas españoles camuflados, los destinaron a los más siniestros campos de concentración, algunos en el Círculo Polar, donde estuvieron penando hasta los años 50, castigados a trabajos forzosos, en unas condiciones infrahumanas, con jornadas agotadoras de más de 12 horas y sin apenas alimento (tenían que comerse hasta la hierba o los hongos de las cortezas de los arboles). Conmovedor. Una verdadera lástima.

Según cuentan, los estalinistas, en atención a lo bien que sabían hacerles la rosca los rojos españoles, les fueron dando poco a poco algún privilegio o algún cargo de responsabilidad en los campos de tortura, como por ejemplo ser komandiers o responsables de un grupo de 40 prisioneros de la División Azul. Con el tiempo parece ser que los desertores republicanos y muchos reclusos falangistas terminaron haciendo buenas migas al congraciarse bien el anticomunismo fervoroso que, por razones obvias, empezaban a desarrollar los primeros y el talante crítico con el franquismo de los segundos.

Pero el hecho más lamentable, que a mí personalmente casi me hace llorar, se produjo cuando la República en el exilio parisino se enteró de que varias decenas de los suyos se encontraban recluidos en el Gulag. Rápido surgió una iniciativa diplomática y propagandística de la Federación Española de Deportados e Internados Políticos, gestionada por la anarquista FAI y apoyada por los socialistas, pero estas acciones, bautizadas como “campaña de Karagandá”, se terminaron yendo al garete debido al boicot del Partido Comunista exiliado, que manifestó que esos españoles prisioneros no eran verdaderos marxistas, sino espías al servicio de Franco y “falangistas disfrazados”.

Rojos españoles en el Gulag, sintiendo en sus carnes las bondades del marxismo
A los 20 supervivientes de esta entrañable aventura, en la que pudieron disfrutar del más genuino comunismo, no les dejaron regresar a España hasta 1954, una vez muerto Stalin, junto con más de 200 ex divisionarios. Su retorno se produjo exactamente el día 2 de abril de este año, cuando el buque Semínaris atracó en un puerto de Barcelona abarrotado de una multitud enfervorecida que daba la bienvenida a sus compatriotas sin distinción de colores en un sincero gesto de reconciliación nacional. Como declaró aquellos días el Ministro del Ejército y primer Comandante en Jefe de la División 250, Agustín Muñoz Grandes: “El Gobierno no establece diferencia alguna entre los miembros de la División Azul y los demás españoles que con ellos vuelven después de haber luchado en el campo contrario. Sean bienvenidos todos ellos”.

2 comentarios:

Aprendiz de brujo dijo...

Neri, te noto consternado por las jugarretas que el destino les deparó a tus compatriotas...
Y ese Ministro de Franco. Que ejemplo de paz y reconciliación. Ese hombre es todo un precursor de la Transición Española, por lo que cuentas.
Una pregunta. Alguien sabe qué hacía el Obispo de Alcalá, en aquellos tiempos?.

El Subdirector del Banco Arús dijo...

Relata Luca de Tena en Embajador en el Infierno, libro que cuenta las vivencias del Capitán Palacios, preso durante casi 12 años en diversos gulags, que incluso algunos españoles o alemanes que fueron hechos prisioneros, ante la presión y las calamidades que tuvieron que padecer, se acabaron pasando al bando comunista, actuando como vigilantes de sus propios compañeros y renunciando a la nacionalidad española. Fantástico el capítulo titulado Yo soy masón .

Entre ellos, un individuo al que llama en Alférez X. Este tipo, por ejemplo, condujo a Odesa a los prisioneros que embarcarían en el Semíramis. El también quiso subir y volver a España pero los rusos no se lo permitieron. Había renunciado a su nacionalidad y era oficial del Ejército Rojo. Al ver partir el barco, se descerrajó un tiro en la sien.