domingo, 11 de marzo de 2012

EL AHORRO

En plena era del consumismo cada vez está más de capa caída la buena costumbre de ahorrar. La exaltación del supuesto bienestar y del ocio mal entendido (porque no son más que trucos para que soltemos la gallina) han hecho del vivir al día una auténtico dogma, casi una religión.

Observo que hoy en día se ahorra muy poco, lo mismo el operario con un solo sueldo en la familia y varios churumbeles (que se entiende) que el matrimonio de arquitectos jóvenes y sin hijos. En el fondo piensan que ahorro es sinónimo de mezquindad y de ratería, que el dinero debería ser como los tomates, que si los guardas se pudren rápidamente. La gente quiere exprimir al máximo su capacidad adquisitiva para forzar un nivel de vida lo más alto posible, sobre todo de cara a la galería.

Yo he sido siempre defensor del ahorro, pero de un ahorro sano y del todo compatible con la rumbosidad en el gasto cuando te lo piden el cuerpo o las circunstancias. Al fin y al cabo, la vida son cuatro días llenos de sinsabores y en cualquier momento nos tendremos que despedir y es mejor hacerlo con un dulzor en los labios, sin dejar el fruto del trabajo de muchos años en una cartilla para que lo disfruten otros que seguramente no lo merezcan. Pero ello no quita para que, por muy chungas que nos vayan las cosas, siempre guardemos al menos un pellizco todos los meses para prevenir futuros imprevistos e incidencias.

Sé que hablar de ahorro en tiempo de despidos, de subida del IRPF y de recortes al pobre funcionario, puede sonar a broma de mal gusto, pero también en estas coyunturas es cuando se aprecia más el valor de las reservas que hayamos podido hacer. Desde que empecé a trabajar siempre me he preocupado por economizar, por hacerme con unos ahorrillos, y cuando veo ahora cómo está el patio respiro más tranquilo sabiendo que si de pronto en mi casa dejara de haber ingresos, podríamos sobrevivir algunos años solo de lo guardado.

El espíritu ahorrativo es algo que se aprende desde niño gracias al ejemplo de la familia, pero también tiene mucho que ver con la vanidad porque un soberbio pendiente de su imagen y obsesionado con el lujo no regateará ni un céntimo a su nivel de vida. También es una cuestión muy cultural; conozco albañiles que en la época de las vacas gordas en la construcción llegaron a ganar 3.000 euros mensuales y derrochaban como sultanes en coches grandes, banquetes, ropa, joyas y otras tonterías, y ahora, después de la explosión de la burbuja, no pueden ni pagar la hipoteca y van llorando a los bancos y a los amigos, todo por culpa de su poca cabeza, de no haber sido capaces de pensar a largo plazo. La verdad, me dan poca pena.

El ahorro es también un saludable ejercicio de contención y una muestra de humildad. Es un gesto de rechazo al materialismo y una ocasión para aprender a diferenciar lo importante de lo superfluo en este mundo de engaños y fuegos artificiales.

4 comentarios:

El último de Filipinas dijo...

Muchos eluden el ahorro con eso de que cualquier "pellizco" que puedan retirar del gasto habitual es el chocolate del loro, y que por eso no merece la pena.
España debe ser toda una potencia mundial en loros chocolateros.

Zorro de Segovia dijo...

hay que ahorrar, y gastar cuando se precisa. Como decía mi bisabuelo, "el dinero y los cojones, son para las ocasiones"

Aprendiz de brujo dijo...

Dulci, tu y yo cuando nos casemos y vivamos en el caserío de mis suegros, vamos a ahorrar mucho. Vamos a estar todo el día dando rienda suelta a la pasión consagrada y bendecida por Dios Nuestro Señor.

El Subdirector del Banco Arús dijo...

Provengo de una familia que, durante generaciones, ha estado formada casi de forma exclusiva por labradores. Personas que no han dejado el campo hasta hace unas pocas décadas, cuando todavía no existían ni subvenciones, ni PAC, ni seguros agrarios. Mirando el cielo todo el día pues si no llovía o venía el pedrisco quizás no pudieran comer ese año. Que tenían sus pocas tierras como única riqueza que repartir entre sus hijos. Personas que tenían que ahorrar por si venían malos años y para comprar alguna obrada más de tierra para que sus hijos tuvieran suficiente para comer sin necesidad de trabajar para otros por una miseria.

Desde niño he mamado ese mismo espíritu y me considero una persona bastante austera, muchas veces demasiado.